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Mundo :: 22/04/2021

Avatares (neo)liberales, postmodernidad y capitalismo tardío

Ezequiel Espinosa
Una contribución a la crítica de los avatares histórico-políticos del (neo)liberalismo, tal y como se nos presentan actualmente

“Señores: No os dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al trabajador” . Karl Marx 

La novel irrupción “libertaria”, si no a nivel global, sí en varios países del globo, ha generado cierta perplejidad y escozor entre el mundo “bien pensante” y de las “almas bellas” progresistas. Y es que no aciertan a advertir cómo es que una contraofensiva de derechas, aparece “travestida” bajo formas que, desde su campo de entendimiento, se les aparecían como propias de las izquierdas en general. Y, en vez de ponerse a pensar seriamente sobre el real significado histórico-político de tal desplazamiento, intentan conjurarlo de maneras risueñas, tomándolo en sorna, burlonamente. Pero, sin embargo, el fantasma sigue ahí, cobrando cada vez mayor nitidez y carnadura “libertaria”. Y frente a tal advenimiento ya no caben las conjuras ideológico-morales de las “almas bellas”, se hace imperioso el análisis frio de su irrupción histórico-política. 

El campo progresista parece impotente para realizar una crítica del libertarianismo actual, puesto que, narcisista como es (“somos todo lo que está bien”, gustan de murmurarse al oído), parece incapaz de mayores autocríticas. Y, como se sabe, la crítica de sí, es condición para la comprensión crítica de los otros. Advertidos de esta situación, en este articulito se propondrá, pues, una contribución a la crítica de los avatares histórico-políticos del (neo)liberalismo, tal y como se nos presentan actualmente. Va pues. 

De la (dis)torsión neoliberal, a la renovación (paleo)libertaria del liberalismo 

Como se sabe la (dis)torsión neoliberal del liberalismo clásico, surge como un intento de modernización de la perspectiva liberal clásica, ante el derrumbe histórico-político de la sociabilidad europea-occidental configurada bajo su sino, a comienzos de la década del treinta del pasado siglo. El liberalismo clásico, manchesteriano, sería criticado por ingenuamente naturalista y espontaneista. Su “filosofía negativa” no ofrecía ningún “programa positivo”, por tanto, para generar las condiciones socio-históricas para el feliz desarrollo de una sociedad capitalista avanzada.

Efectivamente, para el liberalismo clásico, alcanzaba con liberar a la sociedad civil de toda férula política, y ésta, naturalmente y espontáneamente se acomodaría armoniosamente a las condiciones del libre mercado, dado que este se ajusta a lo que, se suponía, era la naturaleza innata del ser humano. La historia dio un gran mentís a tal teoría, puesto que el libre cambio se trocaba en configuración de monopolios, y los agentes sociales no se comportaban de acuerdo a lo que su presunta naturaleza les debía haber dictado. Se concluía de ello, que el homo económicus no es un dato natural y espontaneo, sino que tiene que ser formado pedagógico-políticamente. Que el Estado no puede limitarse a ser el “vigilante nocturno” del orden social, sino que tiene que intervenir proactivamente, para generar las condiciones sociales que posibilitan el desarrollo de una economía y una cultura competitivas, que redunden en una obturación económico-política a la formación de monopolios comerciales. Y así, con ello, que el nuevo liberalismo debía abandonar su ingenuidad espontanista, y volverse inteligentemente constructivista (adviértase la resonancia pedagógico-progresista de semejante trasmutación). 

Esta (dis)torsión neoliberal del liberalismo clásico, como se sabe, comenzaría a imponerse a comienzos de la década del setenta del siglo pasado, con un carácter marcadamente conservador, autoritario y destructivo. Es lo que se llamó la reacción, o, incluso, “las revoluciones neoconservadoras”.

Mas, pasados veinte años de su implantación, el neoliberalismo comenzó a transitar por su etapa progresista, constructiva y democrática, y a esta inflexión o giro progresista es a lo que se conocería como “la tercera vía”, lo cual no era más que una articulación claudicante de las viejas socialdemocracias europeas, y del partido demócrata estadounidense, con la agenda histórico-política neoliberal. Comenzaba la época del neoliberalismo progresista, o del socioliberalismo sin más, y que es, precisamente, la etapa que parece haber entrado en crisis actualmente, y que comienza a sufrir los furibundos asaltos paleolibertarios, toda vez que el libertarianismo en general se presenta como su relevo histórico-político necesario. Y aquí estamos hoy. 

Recapitulemos sucintamente; ¿en qué consistía la agenda histórica neoliberal? A) en propiciar una reforma política que pusiera al Estado al servicio del mercado, y vigilado por este. B) en configurar una economía y una cultura competitivas que evitasen, económico-políticamente, la generación de monopolios comerciales, y C) en la implementación de una inteligente ingeniería social tendiente a generar una sociabilidad de emprendedores, con “menos proletarios y más propietarios”

¿Y cuál fue la vuelta de tuerca progresista al neoliberalismo? Asumir la victoria histórico-política de la economía de mercado, continuar, por tanto, la agenda histórico-política neoliberal en tal sentido, sólo que cacareando de manera más altisonante contra “las corporaciones” o “los monopolios”, y adicionándole a la misma toda una política de “ampliación de derechos” cívicos y culturales, lo que le daría toda una epicidad “deconstructiva” y anti-conservadora, con el que se granjearía el apoyo de los antiguos sectores socialistas. Y es contra semejante derrotero, que se sublevan hoy las “juventudes” (paleo)libertarias. 

El (paleo)libertarianismo, o la fase superior del (neo)liberalismo 

Allende a sus inicios culturales vinculados a la emergencia sesentista de la denominada “nueva izquierda”, el (paleo)libertarianismo emerge como tal, como una corriente sub-alterna dentro de la denominada “revolución neoconservadora” (Pinochet, Tatcher, Reagan, Juan Pablo II, etc.), y que actualmente se da a la tarea de recuperar críticamente su legado, asumiendo desde ya su fracaso histórico tanto a la hora de erradicar los monopolios, generar una sociabilidad capitalista y defender efectivamente sus formas político-institucionales frente a los asaltos de los movimientos “populistas”, etc.

Se trata, de acuerdo con esta perspectiva, de recuperar al liberalismo como el elán vital de la sociabilidad capitalista, yendo más allá de las “inteligentes” ingenierías neoliberales, las que son tachadas de economicistas, estatalistas y tecnocráticas. De acuerdo con este diagnóstico, el neoliberalismo habría fracasado precisamente por ello, degenerando en la generación de una casta económico-política (el establishment), toda vez que hubo de caricaturizar al liberalismo, reduciéndolo a un mero recetario tecnocrático-economicista, estatalmente implementado, y sin ninguna dimensión ni efecto ético-político en el ámbito de la cultura ni del mundo de la sociedad civil. Y ese es el quid de su “batalla cultural”.

Se critica, por tanto, la idea del “programa positivo” de laizzeis faire desarrollado por y desde el Estado, si no como un verdadero oxímoron, al menos si como una tergiversación de los principios básicos del liberalismo en general; por lo que se propone una renovación de la “filosofía negativa” de y para el mismo, fiscalizada, ordenada y regulada por y desde la sociedad civil. Frente a la idea de una estatalidad “proactiva” (pro-mercado o en favor del mercado), reintroducen la cuestión del Estado mínimo, puesto que sería la propia estatalidad la que inhibe el desarrollo de una potente y autorregulada sociabilidad liberal, al mismo tiempo que se trata de la causa fundamental para la formación artificial de los monopolios que obturan el normal desarrollo de una economía y una cultura competitiva (el empresariado se acostumbra a vivir de “la teta del Estado”, etc.). 

“Constatado” esto, y así dispuesto el escenario histórico-político, el libertarianismo se asume y se presenta como el non plus ultra del liberalismo, al tiempo que se propone como un ultraliberalismo post-neoliberal, la fase superior del liberalismo, más allá de cualquier compromiso o de “terceras vías”. Una suerte de neovitalismo ultraliberal, que, contra el mecanicismo economicista y el entendimiento estatalista de la prospectiva neoliberal, pone énfasis en la vivencia de la eticidad liberal (competitiva, meritocrática, emprendedora), pues la fuerza vital del capitalismo no surge sólo de su eficacia económica, sino, más todavía, de su espiritualidad liberal; de allí que se oponga a “la castración”, “la censura”, o “la moderación” estatal de tales fuerzas vitales (de la libre empresa, la libre concurrencia y el libre mercado, etc.), como si se tratase de medidas contranatura, crímenes de lesa humanidad que socavarían la dignidad de la condición humana.

No alcanzaría, en tal sentido, con proclamar al homo económicus como nuestra condición de ser, habría que pugnar por instalarlo/realizarlo como nuestro propio deber ser, por lo que, al menos en este aspecto, el libertarianismo retoma críticamente el legado constructivista del prospectismo neoliberal, replanteándolo como un imperativo categórico praxeológico, a la manera del viejo self made man, o del “hazlo tu mismo”

Las impolíticas (paleo)libertarias 

El liberalismo es la filosofía moral de los idiotas; el libertarianismo es la impolítica idiotista puesta prácticamente en acción. Hablamos del idiotismo en su sentido clásico, va de suyo, aunque, evidentemente, y a juzgar por sus formas, se trataría, asimismo, del desaforado semblante de sus energúmenas militancias. Como fuere, y allende a todo el trabajo de negacionismo primero, y de desmarcamiento después (en principio, quienes adscriben a este giro ultraliberal, negaban la existencia teórica e histórica del neoliberalismo), el libertarianismo se presenta como el acérrimo adversario del “progresismo”, al cual señalan con el dedo acusatorio, puesto que habiendo abusado de las estrategias de contención social en principio propuestas por los teóricos neoliberales más prominentes (planes, subsidios, seguros), les habrían quitado su carácter focalizado y contingente, hasta convertirlas en una institución permanente, de uso y corte clientelar (faceta ésta que habría sido retomada y profundizada, a posteriori, por las “demagógicas” irrupciones populistas). 

Por otra parte, pero en igual sentido, se acusa al “progresismo” (al aquí llamado “socioliberalismo”), de haber tergiversado, asimismo, el “Estado de derech@”. Socavando el principio de igualdad ante la ley, mediante el auspicio y propiciamiento de toda una serie de “discriminaciones positivas” (principalmente a través de sus agendas de sexo/género, etnia/raza y/o de inclusión + diversidad), que habrían redundado en otras tantas situaciones de “privilegio”, y/o, consecuentemente, de “discriminaciones negativas”.

Y dado el efectivo predicamento del discurso “progresista” en y desde “la burocracia” de las instituciones globales, el libertarianismo se autopercibe como el contumaz adversario de un “nuevo orden mundial”, que habría sumido al mundo occidental en una decadencia económica y una degradación moral tal, que estaría socavado sus propios fundamentos civilizatorios cristiano-liberales, lo cual, de otra parte, se asume como aquello que, precisamente, habría llevado a la degradación moral y a la decadencia económica de occidente, en un declinar que habría habilitado el reverdecer de regímenes iliberales de diferente índole. 

Mas, a partir de este punto es que reemergen, a su vez, las tensiones internas dentro del propio campo, en tanto y en cuanto la corriente paleolibertaria (que es la que se estaría volviendo hegemónica), se opone a la tendencia más ultra, en tanto que entiende que ésta, al pretender subsumir todas las libertades civiles en la mera libertad de comercio y concurrencia, contribuiría, de igual modo, al socavamiento de los fundamentos civilizatorios de las propias sociedades capitalistas.

Precavidos de los impactos sociales de esta apuesta por la mercantilización plena y totalitaria de las relaciones sociales, quienes adscriben al clivaje más peleo, pugnan por conservar/restaurar las instituciones cívico-sociales que serían ordenadoras “naturales” de la sociedad, si es que el capitalismo no quiere socavarse a sí mismo, socavando sus propios fundamentos. Ambos bandos, por lo demás, se critican el uno al otro por “economicistas”. Los/las/les ultra critican a los/las paleo por limitar la libertad a sus dimensiones meramente económicas, y los/las paleo critican a las/les/los ultra, por reducir todas las libertades cívicas al principio economicista de la libertad de comercio, etc. (se renueva aquí, mutatis mutandis, el debate neo/ordo/socioliberal respecto al horizonte histórico político de una totalitaria “sociedad de mercado”, frente al de una integrista o integrada “sociedad con mercado”). 

Encuadrada esta polémica en el horizonte de expectativas del “fin de la historia” (de que no habría alternativa civilizatoria más allá de las sociedades liberales/capitalistas), la movida libertaria, en general, se nos presenta como huntangtiniana (asumiendo el principio del “choque de civilizaciones”); mas sus facciones ultra se muestran fukuyamistas frente al bando de los/las paleo (advirtiendo la persistencia de sectores retardatarios o reaccionarios en el propio ámbito, los que se oponen al avance de la sociabilidad liberal, con toda su panoplia de derechos humanos y demás).

Para el clivaje paleo, de seguir la vía ultra, el capitalismo socavaría sus propios fundamentos civilizatorios; para el clivaje ultra, un posible devenir paleo de libertarianismo, frenaría el progreso civilizatorio, amenazando con derivas cada vez más “iliberales”, y esto es lo que se habría anunciado (prefigurativamente) bajo los gobiernos de Trump, Bolsonaro, Yañez, etc., regímenes liberal-hierocráticos donde impera el principio de “religión, familia, propiedad y orden”, y que bajo la excusa de combatir al “socialismo” y al “marxismo cultural”, combatirían, también al propio liberalismo. 

Neoliberalismo y Postmodernismo: apostillas sobre el “marxismo cultural” 

“Nadie combate la libertad; a lo sumo combate la libertad de los demás. La libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de algunos, otras veces como derecho de todos”. Karl Marx 

Recientemente se ha dicho que ante este posible devenir ultra/paleolibertario del liberalismo, el progresismo y las izquierdas en general parecer abroquelarse en la defensa del capitalismo tal cual es ahora. Este postulado, si bien no del todo inexacto, tiende a soslayar que, al menos desde el sector conservador del libertarianismo, también se realiza una defensa del capitalismo, si bien no tal cual es actualmente, sí como lo habría sido en tiempos pretéritos.

Mas lo que sin lugar a dudas es cierto, es que las izquierdas han quedado subordinadas a las agendas progresistas, apareciendo como el ala radical de un postmodernismo que no es la lógica cultural de un capitalismo que meramente es, sino que en la medida en que va siendo, deviene, y que se encuentra atravesando una mutación civilizatoria que lo pone en crisis, toda vez que se adentra en tal proceso de mutación civilizatoria, para transitar la crisis que viene atravesando. El capitalismo actual va dejando de lado sus horizontes pancivilizatorios (de finales del siglo pasado, cuando el fin del bloque soviético), abriéndose a perspectivas societales transcivilizatorias, y es a tal devenir al que se oponen las corrientes libertarias, toda vez que entienden que un derrotero tal, podría poner fin si no al propio capitalismo como tal, muy probablemente sí a sus versiones civilizatorias demo-liberales, y/o liberal-cristianas. 

El advenimiento de la post-modernidad, en este sentido, significaría la culminación de los procesos de transformación civilizatoria que la propia modernidad había inaugurado. “Todo lo sagrado es profanado” y “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Mas, en esta “nueva era” capitalista se propende hacia la utilización de “energías alter-nativas”, disponiendo de las “espiritualidades” como fondo de reserva de energías renovables, técnicamente emplazadas, e industrialmente dispuestas para diferentes fines útiles apetecidos (en términos de industrias culturales y de la provocación técnica de las mismas sobre su “materia prima”). Una racionalidad lábil va desplazando al racionalismo férreo, al tiempo que se da lugar a la reemergencia y actualización de formas “arcaicas” de (des)sujeción-subjetivación, que se desenvuelven junto y a la par con formas tecno-políticas de post-humanismo, etc. En todo caso, la era de “el Hombre” parece haber terminado; el androcentrismo se nos (de)muestra cada vez más andrógino, y una deconstrucción continua deviene en imperativo categórico para el desarrollo y la reproducción del locus/socius capitalista. 

Todo este complejo de procesos nos conduce a una “nueva normalidad” en la que el paso del bio-capitalismo al bioscapitalismo supone un desplazamiento desde la fisio-política hacia la axio-política. Desde el paradigma socio-biológico, al paradigma socio-semiótico. De la maximización de la zoe (fisicalidad), a la valorización de los bios (espiritualidad). Y donde la economía moral de la(s) multitud(es), y la movilización propositiva de la fuerza de trabajo social en base a la (lucha por la) autovalorización de los propios estilos de vida, se conjuga con mercantilización (turística) de las experiencias y la capitalización de las conductas. Se pasa desde un marco epistémico filo-genético -o genético-positivista-, a un encuadre semio-lógico -o semíurgico-radical-, el cual se encuentra determinado por el devenir cada vez más cibernético de las industrias culturales, la virtualización de los procesos de socio-productivos, y la subsunción cibernológica de la realidad social. 

Más allá de las críticas ya señaladas a la (dis)torsión neoliberal del liberalismo, este proceso de “subversión de todos los valores”, es lo que desde la corriente paleo, denuncian, entre cándida y capciosamente, como la pregnancia de un presunto “marxismo cultural” que, cual “viejo topo”, sería, como no podía ser de otra manera, el agente responsable de la degradación y declive de occidente.

Y si bien es cierto que todo este ultraliberalismo puede transformarse en su contrario toda vez que se nacionalice, volviéndose integrista y totalitario (de la indiferencia brutal a la persecución sistemática; de la competencia como lucha por la vida, al genocidio sistemático y planificado), la izquierda no pude seguir subordinada a la agenda liberal-progresista, como lo está, si es que el menos pretende plantarle cara a este ineluctable desafío. Y, para ello, lo primero que debería de reconocer, es la hegemonía actual del denominado “neoliberalismo progresista”, para advertir, fehacientemente, que se encuentra subsumida y sublaternizada por la misma, sin poder proponer una perspectiva crítica y superadora a la vez, de toda su agenda de inclusión + diversidad, etc. (con todo su desplazamiento desde las tendencias universalistas de los derechos sociales, hacia las tendencias focales de los derechos cívicos y culturales. De la defensa de los intereses -socio-económicos- de “las grandes mayorías”, al reconocimiento y reivindicación -político-cultural- de las diversas “minorías”.

De los derechos al bienestar general, a los derechos por el malestar particular, etc.; dando cuenta, asimismo, de la índole colonial-policial de tal agenda de “derech@s”, de sus ironías, paradojas, aporías, etc.). De no hacerlo así, corre el riesgo de aparecer ante las masas de trabajadores/as cada vez más precarizadas e invisibilizadas, como garante de un “sistema” que gestiona progresistamente la degradación sistemática de sus condiciones de existencia, dejándoles huérfanas de representación, y contribuyendo, consecuentemente, a que presten su atención a la impolítica militante de quienes hoy por hoy se venden como los antisistema.

De igual modo, se torna imperioso reposicionar y oponer la perspectiva de las libertades positivas, frente a la idea negativa de la libertad, tal y como se milita desde el libertarianismo. Se debe persuadir a la ciudadanía en general, y a su clase trabajadora en particular, que más que de sustraer las “barreras” jurídico-administrativas que obturan el “natural” desenvolvimiento de su “autonomía” individual, su liberación consiste en la conquista de las condiciones socio-económicas que le permitan desenvolverse con autonomía, en base a un efectivo control sobre sus condiciones materiales de existencia. Que, por tanto, la libertad del otro, más que como un límite a mi libertad, debe operar como una condición sin la cual yo mismo no podría ser libre, pues, para ejercer efectivamente mis facultades y deseos, preciso de una interacción con los demás, que no sea meramente negativa, sino que, precisamente, se presente de forma positiva. Y que, por fin, las libertades (in)dividuales nunca son meramente individuales, sino que presentan siempre un carácter social, es decir, que sólo se vuelven posibles en el marco de la convivencia con los demás. Hic rhodus hic salta.

La Haine

 

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