La política norteamericana de Oriente Medio ha recibido un respaldo entusiasta. No ha sido, no obstante, ni en las Naciones Unidas ni en la Liga Árabe, sin o de parte de los poderosos de Hollywood. En los Globos de Oro [y en los Oscar], hubo premios para un espía heroicamente barbado de la CIA que salva rehenes y salva la cara norteamericana en Irán (en la película 'Argo'); una agente que lucha heroicamente buscando el rastro d e Bin Laden ('Zero Dark Thirty' [La noche más obscura]) y unos operativos de la CIA heroicamente fallidos que protegen a Norteamérica de un perpetuo terror sin sentido (la serie televisiva 'Homeland').
Los tres ganadores se han vendido como producciones complejas, matizadas, que no se recatan a la hora de contar la cruda verdad sobre la política exterior norteamericana. Y los públicos liberales no dejan de pedir más y más. Tal vez sea así debido a que, junto a la ocasional punta de autocrítica, todas insisten de forma tan tranquilizadora en que, en un mundo cada vez más complicado, Norteamérica sigue haciendo lo correcto. Y hasta cuando lo hace mal – como, no sé, en el caso de las torturas y ataques con aviones no tripulados, y mortíferas invasiones –, se trata de combatir males bastante mayores, de modo que está bien