Las conductas autoritarias, producidas tanto en las relaciones profesorado-alumnado como entre el propio alumnado entre sí, provocan un “vaciamiento y sustitución de la personalidad” con la creación de un clima escolar que frena el reconocimiento, la formación y la expresión de las diferencias particulares; provocando de hecho, dependencia y falta de autonomía. Asimismo, y como consecuencia de ello, aumenta la inseguridad en la propia capacidad de pensar, decidir, hacer, ser, de asumir responsabilidades… paralelamente, un sistema educativo basado en las “clases magistrales” como estrategia de acceso al conocimiento, conlleva la represión de la vitalidad característica en las niñas y los niños, así como una realidad inmóvil, unas ideas ya desarrolladas y elaboradas; lo que implica la contención y posterior mitigación de la creatividad, de la curiosidad, del goce ante el descubrimiento; por tanto, la desconexión entre las pulsiones vitales y el pensamiento, impidiendo la autorregulación de las conductas y creando personalidades dúctiles.
Las actitudes y comportamientos autoritarios, reprimen la creación de un marco de confianza entre el alumnado y el profesorado (no confundir con el “amiguismo”) que no debe menospreciarse. Desde una perspectiva educativa integral y atendiendo al ámbito socioafectivo, el bienestar psicológico es un “prerrequisito” para estar en disposición de acceder a los contenidos. No debemos desmerecer las descalificaciones manifestadas “inconscientemente”, como indicador de conductas autoritarias: “Eso no tiene sentido”, “Esto está mal”… que alimentan la creación de una autoestima y un autoconcepto negativo, que se incrementa exponencialmente al producirse en el alumnado que encuentra barreras para el aprendizaje, la participación y la socialización. Ocasionando en muchas ocasiones una respuesta violenta, egoísta o caprichosa.
Desarrollarse en un clima de respeto que permita florecer las características personales, origina la significatividad en los aprendizajes y las experiencias.
La autoridad debe ser suplantada por una Libertad Responsable, por la capacidad de decidir tomando en consideración las consecuencias de las decisiones y las acciones en la propia persona y en el resto de individuos. Para ello se hace necesario incrementar las habilidades adaptativas, para de esta forma vivenciar la libertad y la no libertad, y elegir conscientemente, sopesando ventajas y desventajas de cada opción.
Sintetizando, debieran sustituirse disciplina y autoridad, por responsabilidad y respeto; en un proceso educativo donde el profesorado no “ejerciera el mando”, sino que facilitara el desarrollo del alumnado, estructurando y favoreciendo una dinámica educativa ausente de competitividad y pasividad. Asumiendo el grupo-clase la responsabilidad de mantener un clima de respeto y cooperación, participando en la apropiación directa de los “objetos directos de conocimiento”.
El paradigma educativo antiautoritario tiene su correlato práctico en la utilización de estrategias y técnicas de aprendizaje que favorecen la igualdad de oportunidades, el respeto a los diferentes ritmos de trabajo, la no-competición, el desarrollo integral de la persona, la autonomía… además de unas actitudes y una predisposición por parte del profesorado, que desmitifiquen su condición de valedor absoluto de la verdad, el conocimiento y el poder sancionador.