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Europa :: 25/02/2023

¿Europa vs. Europa?

César Gómez Chacón
La guerra de la OTAN contra Rusia es aún un pequeño escozor en los bolsillos europeos, pero una sensación de miedo creciente, sobre todo a la incertidumbre

Parece que hasta el calentamiento planetario se mueve este año a favor de la Europa de la OTAN. Ha sido un invierno menos crudo del que se vaticinaba. Mucha gente, fundamentalmente de la clase media y baja, no tuvo que encender la calefacción. Les bastó con andar más abrigados dentro de sus casas. Ah, y redujeron los gastos en viajes y festejos por el año nuevo.

La guerra de la OTAN contra Rusia es aún un pequeño escozor en los bolsillos europeos, y una sensación de miedo creciente, sobre todo a la incertidumbre, que por ahora no escala a pesadilla.

Durante los años de la Guerra Fría, la propaganda acerca de la amenaza del gran oso comunista fue eficientemente sembrada en las mentes al oeste del Muro de Berlín. Después del desmembramiento de la Unión Soviética fue convenientemente transformada en la misma medida, y en el mismo tiempo, que le tomó al inmenso país euroasiático sacudirse el polvo rojo de la URSS y renacer, una vez más, como potencia mundial.

Tras bambalinas, discursos y apretones de mano, la nueva Rusia capitalista siguió percibiéndose como el sempiterno enemigo de Occidente, tanto por su tamaño como por su capacidad tecnológica.

Para los países que emergieron de la Europa exsocialista, y en especial para los exsoviéticos, que conocen mejor el pensamiento ruso, la aprensión por una posible invasión de la antigua metrópoli siempre ha sido mucho menor que sus ansias de venganza contra ella. “No hay peor astilla que la del mismo palo” reza un viejo refrán.

Ucrania, entrampada en las mismas disyuntivas, y cercenada a la postre por las minorías nacionalistas que durante siglos renegaron de sus raíces históricas, terminó por dar la espalda a su hermana mayor. Pero –por más que lo intentó- nunca fue aceptada en la familia del oeste europeo. Demasiado grande, demasiado pobre, demasiado incontrolable y… demasiado rusa.

Fue así como el otrora granero de Europa se convirtió, tres décadas más tarde, en la sombra de sí mismo, en un extenso territorio malquerido desde adentro y desde afuera, donde una caricatura de democracia salvaje mezcló las McDonald con los fantasmas insepultos del fascismo.

Los sucesos que en el 2014 desembocaron finalmente en el golpe de estado que destituyó al presidente ucraniano Víctor Yanukovich, situaron a la cabeza de Kiev a las fuerzas más retrógradas del sentimiento antirruso. De la noche a la mañana, Ucrania declaraba a Moscú como su peor enemigo.

Se había completado la metamorfosis inoculada durante largos años en lo más profundo del sentimiento ucraniano. Se sabe que ya desde finales de los cuarenta del pasado siglo se activaron desde EEUU los sistemas de propaganda y guerra sucia contra el comunismo, y la escisión de la Ucrania soviética era un tema prioritario de las agencias yanquis en su contienda política contra la URSS.

Los nuevos gobernantes de Ucrania, en su afán por ganarse la tantas veces soñada aceptación europea, clamaban -aún desde las calles incendiadas de Kiev en 2014- su animadversión por Moscú, y comenzaron a hacer todo lo posible por ganar los méritos necesarios para llamar la atención al menos de la OTAN y sobre todo de EEUU.

No es ningún secreto que detrás de la ilustre Organización del Tratado del Atlántico Norte, con su rimbombante sede en Bruselas, pero fundada en Washington en 1949, están aquellos que mueven los verdaderos hilos de la guerra en el mundo de hoy.

El inicio desde entonces de los bombardeos indiscriminados contra las regiones del Donbás, mayoritariamente rusas, era parte importante de ese plan, que coincidía plenamente con los anhelos de aquellos mismos asesores que -apoyados y financiados por Obama- diseñaron y apoyaron desde Kiev la 'revolución' naranja, y que ahora se sentaban a la par con la nueva dirigencia ucraniana, lo mismo a un costado de la Maidán aún humeante, que en la pulcra y cariñosa Casa Blanca.

Es entonces, en el oscuro 2014, cuando comienza la verdadera guerra en Ucrania, una guerra fascista, una guerra de exterminio contra más de seis millones de personas cuyo único delito era haber quedado atrapadas del lado equivocado de las fronteras de su patria.

A partir del ensañamiento armado contra las principales ciudades y poblados del Donbás, y durante los años subsiguientes, Rusia denunció con énfasis por la vía diplomática y ante los medios de comunicación internacionales lo que estaba sucediendo. Pero Europa, salvo honrosas excepciones, miró hacia otro lado.

Nuevamente, el Gobierno de Moscú debió soportar sonrisas cáusticas, fatuos apretones de mano, compromisos de papel y hasta aparentemente serios acuerdos internacionales, que nunca se cumplieron en la práctica. Tal vez Moscú ni siquiera llegó a comprender que la vendetta de Occidente contra la URSS había pasado directamente a sus hombros como una maldición eterna.

Desde Washington, los estrategas del complejo militar industrial y las mentes más retrógradas, autoproclamados vencedores de la Guerra Fría [que acaso son los mismos] estaban de fiesta. Una guerra en las mismas fronteras de Rusia terminaría por despertar al oso, que durante demasiados años había aguantado toda la nieve que le echaron encima. Era solo cuestión de tiempo y de poner mayor presión a la caldera en el este ucraniano.

Finalmente, el Gobierno ruso se vio obligado a lanzar, en febrero de 2022, lo que denominó desde el principio como “operación militar especial”, con el objetivo de garantizar lo que no pudieron los acuerdos en papel mojado: la protección de sus compatriotas del Donbás, poner freno al empuje fascista del Gobierno de Kiev y evitar a toda costa que se acercaran a sus fronteras las armas de la venganza, incluyendo las nucleares, lo que constituiría un terrible peligro a la paz mundial.

Pero la nueva Europa, envenenada durante años por la propaganda rusofóbica nacida en los laboratorios del Pentágono, la CIA, la Casa Blanca y hasta en las mismísimas oficinas de Winston Churchill, reaccionó esta vez en bloque casi monolítico contra la osadía rusa, y puso sus intereses bajo el mando de la OTAN.

Había llegado la hora de la venganza contra Rusia, no importaba si ya hacía más de 30 años que no existía la URSS. Aquella misma propaganda política jamás denominó soviéticos a los pueblos y países muy diversos que integraron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Todos fueron siempre, y simplemente “los rusos”.

La historia había sido borrada y convenientemente reescrita por los supuestos vencedores de la Guerra Fría. La URSS y las tropas del Ejército Rojo nunca liberaron la mitad de Europa –incluida Ucrania- de la bota del fascismo alemán. Ahora se les dice “ocupantes”. No fueron los tanques soviéticos los que primero entraron a Berlín y pusieron la bandera de la hoz y el martillo sobre los escombros de la maquinaria hitleriana. Ese mérito, según la historia lavada, corresponde a los norteamericanos y a las fuerzas aliadas… La OTAN encabezada por los EEUU, no bombardeó, mató y destruyó pueblos enteros en los Balcanes: los liberaron de los comunistas.

Preguntas sordas y respuestas mudas

Todo lo demás, de aquí en lo adelante, ya puede creerse.

¿Quién dinamitó el gaseoducto Nord Stream y a la larga se beneficia con el cese de los suministros de gas ruso a Europa? Parecería no tener la menor importancia hoy. Sin embargo, al periodista Seymour Hersh, ganador del premio Pulitzer en 2016, quien recientemente sacó a la luz los resultados de su exhaustiva investigación que apunta como culpable al régimen de Joe Biden [ https://lahaine.org/gD1w ], se le ha tratado ahora de menospreciar y difamar. El otrora aplaudido profesional de la prensa es tildado hoy de polémico y poco profesional. Se decidió matar al mensajero y dejar su mensaje en entredicho.

¿Quiénes siguen instigando al mundo, se benefician más que nadie con la escalada de la guerra en Ucrania y la venta de nuevos armamentos? Son los mismos que dilatan cualquier iniciativa de paz, y apoyan con énfasis y visitas de cortesía al régimen fascista de Volodomir Zelenski. El presidente Putin acaba de demostrarlo con cifras: para la ayuda militar a Ucrania han sido invertidos ya 150 000 millones de dólares, mientras que los países del G7 destinaron a las naciones más pobres un total de 60 000 millones de dólares en 2020 y 2021.

En medio de las noticias que desde el frente ucraniano se multiplican e inflan cada día la propaganda occidental, se bloquea hasta el absurdo a los medios de comunicación e información rusos, en una cruzada mundial que tira por el suelo las tan cacareadas libertad de prensa y derecho a la información.

¿Será por ello que nadie en Occidente parece atender las muy serias propuestas rusas sobre una solución pacífica al conflicto, que garanticen la seguridad en la región y eviten que alguien apriete “sin querer” el botón equivocado?

¿Por qué si –como es costumbre en la propaganda de guerra yanqui- todo apunta a ser “culpa personal de Putin”, no se escucha cuando otros representantes de su Gobierno y los diplomáticos de Moscú intentan explicar en las pocas tribunas de que disponen los acontecimientos y las causas que llevaron al inicio de la operación militar especial?

Cuando los rusos aseguran, por ejemplo, que los países occidentales entrenaban a los oficiales de los batallones neonazis ucranianos, o que en los subterráneos secretos de Mariúpol se encontraron evidencias de la producción de armas biológicas por científicos estadounidenses, nadie quiere escucharlos y sus pruebas son echadas a la basura. ¿A quiénes sirven entonces la ONU y el sistema de instituciones internacionales que deberían velar y pronunciarse enérgicamente por estos temas?

Seamos sinceros. A los rusos no les interesa Ucrania, ni hacer una guerra allí, ni en ningún otro lugar del mundo. Si hubiesen querido hace rato habrían pulverizado las principales ciudades ucranianas y sus enclaves militares, porque medios y arrojo de su ejército les sobra para ello.

Pero su paciencia se agota en la medida en que no ven seriedad ni interés en aquellos que pudieran detener ahora mismo las apetencias fascistas del gobierno ucraniano, y poner fin al exterminio premeditado de los pueblos del Donbás, a quienes se les niega incluso el derecho de hablar su lengua natal. ¿Qué espera el mundo, el inicio de la tercera guerra mundial y su exterminio total?

No habrá marcha atrás a la operación militar especial hasta que se encuentre una solución negociada, que aleje el peligro fascista de las fronteras rusas, y respete el deseo mayoritario de los millones de personas que han votado libremente en el Donbás y otras regiones fronterizas por unirse a la Federación de Rusia. Una noticia que también ha sido escondida y manipulada en Occidente.

Rusia va a defender y no va a negociar Crimea ni Sebastopol, porque son sencillamente su territorio desde tiempos inmemoriales y su principal bastión de defensa en el Mar Negro.

¿Y entonces, Europa?

Algo no anda bien en el pensamiento europeo. ¿Es de veras Rusia su enemigo jurado y EEUU el amigo fiel? ¿Era tan malo el petróleo y el gas ruso que hicieron fuerte a Alemania y, por ende, también a la propia Unión Europea?

¿Entenderá el viejo continente que en el juego geopolítico donde ha sido entrampado, -y del cual Ucrania no es más que un triste comodín- el verdadero objetivo de EEUU es llevar a Europa a su dependencia energética y coartar de plano cualquier futuro intento de competencia económica? ¿Es el precio que está dispuesto a pagar solo por la rusofobia?

¿Quién está más contento por conseguir que países como Suecia y Finlandia, que durante años fueron ejemplo de neutralidad, cambien de pronto su filosofía y quieran entrar a engrosar los presupuestos de la OTAN?

Especulemos también: ¿No será cierta la afirmación de los corresponsales suecos de 'Nya Dagbladet' sobre un plan secreto del Pentágono para dominar finalmente el Ártico europeo, en el que existen materias primas, minerales y grandes reservas de petróleo y metano?

No nos llamemos a engaño: la Guerra de Ucrania terminará cuando le convenga a los EEUU. Pero el tic tac entre potencias nucleares [y Francia y el Reino Unido también lo son] suele ser muy peligroso.

Si los líderes europeos no quieren o no pueden reaccionar ahora mismo, cuando aún hay tiempo para cambiar el curso de los acontecimientos, deberían saber que hay expertos que ya vaticinan que antes de mediados de siglo habrá un nuevo orden mundial, donde el viejo continente saldrá por la puerta trasera.

Europa debería despertar de su letargo y detener por fin las apetencias norteamericanas. No vaya a ser que el próximo invierno venga mucho más frío.

Cubadebate

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/bX0F