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EE.UU. :: 02/12/2017

La doctrina Trump: Hacer que las armas nucleares vuelvan a ser utilizables

Michael T. Klare
El régimen de EEUU, desde la presidencia de Obama, comenzó a planificar la creación de armas nucleares de menor tamaño, "utilizables"

Tal vez el lector pensaba que el arsenal nuclear de EEUU, con sus miles de bombas capaces de destruir [cada una] una ciudad entera, sus ojivas termonucleares potencialmente destructoras de civilización, era lo bastante grande como para disuadir a cualquier adversario imaginable de que atacara a este país con sus propias armas nucleares. Bueno, pues resulta que usted estaba equivocado.

El Pentágono ha estado preocupando con el argumento de que el arsenal no es todo lo intimidante que debería ser. Después de todo –sostiene–, el arsenal está lleno de armas viejas (posiblemente poco fiables) de tanto poder destructivo que quizá –solo quizás– incluso el presidente Trump podría ser reacio a emplearlas si un enemigo utilizara armamento nuclear más pequeño, menos catastrófico en algún enfrentamiento futuro (si llegado a este punto no está usted sintiendo un ligero cosquilleo de preocupación, debería). Mientras se dice que esto hará más improbables los ataques nucleares, es muy fácil imaginar que esas nuevas armas y sus planes de lanzamiento podrían en realidad aumentar el riesgo –en un momento de tensión– de recurrir tempranamente al armamento nuclear, y su correspondiente calamitosa escalada posterior.

Que el presidente Trump haría todo lo necesario para que el arsenal nuclear estadounidense sea más utilizable no debería sorprender a nadie, dado su enamoramiento por las demostraciones de abrumador poder bélico (se puso muy contento cuando, en el pasado abril, uno de sus generales ordenó que se utilizara por primera vez en Afganistán la más potente bomba convencional [no nuclear] estadounidense).

La posibilidad de emplearlas como instrumento de coacción política con países débiles está explícitamente "prohibida". Sin embargo, para Donald Trump, un hombre que ya ha amenazado a Corea del Norte que desencadenaría “fuego y furia como el mundo jamás ha visto”, ese enfoque es demasiado restrictivo. Da la impresión de que él y sus asesores quieren unas armas nucleares que puedan usarse en cualquier nivel posible de conflicto entre grandes potencias o blandirlas como el apocalíptico equivalente de un gigantesco garrote para intimidar a los rivales más débiles.

Hacer que el arsenal nuclear de EEUU sea más utilizable requiere dos cambios en la política nuclear: modificar la doctrina existente para eliminar las restricciones conceptuales acerca de cómo deben desplegarse en tiempos de guerra y autorizar el desarrollo y la producción de una nueva generación de armas nucleares capaces de, entre otras cosas, golpear en situaciones bélicas tácticas. Se supone que todo esto ha sido incorporado en la primera revisión de la posición nuclear (NPR, por sus siglas en inglés) de la actual administración, que será hecha pública a finales de este año o principios de 2018.

Su contenido exacto no se conocerá hasta ese momento; incluso entonces, el público estadounidense solo tendrá acceso a una versión muy reducida de un documento mayormente confidencial. Aun así, algunos aspectos de la NPR ya son muy conocidos a partir de los comentarios del presidente y sus generales de más alto rango. Una cosa está clara: las restricciones en el uso de ese armamento ante una posible arma de destrucción masiva de cualquier tipo, más allá de se capacidad destructiva, serán eliminadas, y el arsenal nuclear más poderoso del planeta lo será todavía más.

Modificación del modo de pensar lo nuclear

Es probable que la orientación estratégica proporcionada por la nueva NPR de la administración tenga consecuencias de largo alcance. Tal como escribió John Mansfield, ex director del Consejo de la Seguridad Nacional para el control y la no proliferación de armas, en un número reciente de Arms Control Today, el documento afectará al “modo en que EEUU, su presidente y su capacidad nuclear son vistos tanto por sus aliados como por sus enemigos. Y lo que es más importante: la revisión establece una guía para las decisiones que sostienen la gestión, el mantenimiento y la modernización del arsenal nuclear e influencia la manera en que el Congreso vea y financie las fuerzas nucleares”.

Una estrategia nuclear que apunte exclusivamente a disuadir el primer golpe contra este país o sus aliados no requiere un gigantesco stock de armamento. Por lo tanto, ese enfoque abrió el camino hacia posibles reducciones aun mayores del arsenal y condujo a la firma –en 2010– de un nuevo tratado Start con los rusos, que obligaba a una drástica disminución del número de ojivas nucleares y plataformas de lanzamiento. Cada lado debía limitarse a 1.550 ojivas y alguna combinación de 700 sistemas de lanzamiento, entre ellos los misiles balísticos intercontinentales (ICBM, por sus siglas en inglés), misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM, por sus siglas en inglés) y bombarderos pesados [tratado que EEUU no respetó].

Sin embargo, ese enfoque nunca cayó bien en algún sector del establishment militar y ciertos grupos de presión. Los críticos enrolados en esta línea han señalado a menudo supuestos cambios en la doctrina militar de Rusia que sugerían una mayor inclinación por la utilización de armas nucleares en un importante enfrentamiento bélico con la OTAN, si las cosas empezaban a torcerse para los rusos. Tal “disuasión estratégica” (una expresión que tenía significados distintos para los estrategas rusos y sus pares occidentales) podía dar como resultado el empleo de explosivos nucleares “tácticos” de baja intensidad contra sitios fortificados del enemigo si las fuerzas rusas en Europa estuvieran al borde de una derrota. En qué medida esta doctrina sigue estando vigente en el pensamiento de las fuerzas armadas rusas, en realidad nadie lo sabe. Sin embargo, es citada habitualmente por quienes en Occidente creen que la estrategia nuclear anterior es peligrosamente anticuada y que invita a que Moscú confíe en el armamento nuclear

Como de costumbre, esas quejas fueron aireadas en Seven Defense Priorities for the New Administration (Siete prioridades de Defensa para el nuevo gobierno), un informe del Consejo de ciencias de la defensa (DSB, por sus siglas en inglés), un grupo asesor financiado por el Pentágono que informa a la secretaría de Defensa. “El DSB todavía no se ha convencido”, concluía, “de que quitarle importancia a la disuasión nuclear de este país haría que otros países hicieran lo mismo.” Entonces, señalaba la supuesta estrategia rusa de amenazar con la utilización de ataques tácticos de baja intensidad para disuadir una ofensiva de la OTAN. Mientras muchos analistas occidentales cuestionaban la autenticidad de esas afirmaciones, el DSB insistía en que EEUU debía desarrollar un armamento similar y dejar sentado que estaba preparado para usarlo. Tal como ponía el informe, Washington necesitaba “una fuerza nuclear más flexible, una que pudiera –si era necesario– producir rápidamente una opción nuclear a la medida para uso limitado si las opciones existentes –convencionales o nucleares– demostraran que fueran insuficientes”.

Hoy en día da la impresión de que este tipo de pensamiento es el que anima los enfoques que el gobierno de Trump tiene de las armas nucleares y se refleja en los frecuentes tweets del presidente en relación con esta cuestión. Por ejemplo, el 22 de diciembre del año pasado, tuiteó: “EEUU debe reforzar y ampliar mucho su capacidad nuclear hasta que el mundo se sensibilice en relación con lo nuclear”. A pesar de que no lo elaboró –era twitter, después de todo–, su enfoque refleja claramente tanto la posición del DSB como la que sin duda le tranmiten sus asesores.

Poco después, mientras el recién instalado comandante en jefe Trump firmaba un memorándum presidencial con instrucciones al secretario de Defensa para que acometiera una revisión de la posición nuclear que asegurara “que la disuasión nuclear de EEUU es moderna, enérgica, resiliente, preparada y del todo adaptada para disuadir las amenazas del siglo XXI y tranquilizar a sus aliados”.

Por supuesto, todavía no conocemos los detalles del próximo NPR de la era Trump. Sin embargo, promoverá un papel mucho más fuerte para las armas nucleares, como también la construcción de ese “arsenal” más flexible, capaz de aportar al presidente una multiplicidad de opciones de ataque, entre ellos los de baja intensidad.

Mejorar el arsenal

Seguramente, la primera revisión de la posición nuclear –o NPR– de la era Trump potenciará sistemas de armas nucleares pensados para proporcionar a los altos mandos un mayor “abanico” de opciones de ataque. Se piensa que la administración favorecerá particularmente la adquisición de “explosivos nucleares tácticos de baja intensidad” y, junto con ellos”, aún más plataformas de lanzamiento, incluyendo los misiles de crucero lanzados desde aviones o desde tierra. Es previsible que el argumento que se maneje sea que los explosivos de este tipo son necesarios para compensar los avances de Rusia en este terreno.

Según quienes tienen información de dentro, se está considerando el desarrollo de una especie de explosivos tácticos que podrían, digamos, hacer polvo un puerto importante o unas instalaciones militares, en lugar de una ciudad, como ocurrió con Hiroshima. Tal como un desconocido funcionario del gobierno escribió en una nota publicada por Politico, “Esta capacidad está muy garantizada”. Otro agregó: “La [NPR] debe preguntar de forma creíble a las fuerzas armadas qué necesitan para disuadir a un enemigo” y si acaso las armas convencionales “serían útiles en todos los escenarios que nosotros prevemos”.

Todo comenzó con Obama

Tened presente que, durante el gobierno de Obama (con todo su discurso de abolición del arma atómica [y su premio Nobel de la paz!]), la planificación y el diseño de una “modernización” –un trabajo de varias décadas con un costo adicional de un billón de dólares– del arsenal nuclear estadounidense ya habían sido acordados. Entonces, si hablamos del armamento real, la versión Donald Trump de la era nuclear ya estaba bien encaminada antes de que accediera al Despacho Oval. Y, por supuesto, EEUU ya posee varios tipos de ojivas nucleares que pueden ser modificadas –el término es “bajar” (por moderar)– para conseguir una explosión de unos pocos kilotones (es decir, más débil que la de las bombas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki). Sin embargo, esto parece ser insuficiente para quienes proponen explosivos nucleares “a la medida”.

Una plataforma de lanzamiento adecuada para esta futura arma nuclear, que probablemente reciba rápida aprobación, es el misil de crucero de largo alcance LRSO, un avanzado misil de difícil detección lanzado desde un avión que ha sido diseñado para ser transportado por el bombardero B-2, descendiente del antiguo B-52, o el futuro B-21. Tal como se prevé actualmente, el LSRO será capaz de llevar tanto una ojiva nuclear como una convencional. En agosto, la fuerza aérea asignó 900 millones de dólares –a Raytheon y Lockheed Martin– para el diseño inicial de sendos prototipos de esa plataforma de lanzamiento; probablemente, uno de ellos sea elegido para desarrollarlo plenamente, una iniciativa que se supone costará muchos miles de millones de dólares.

Quienes critican el misil propuesto, entre ellos el ex secretario de Defensa William Perry, sostienen que EEUU ya tiene más que suficiente potencia de fuego atómico para disuadir ataques enemigos sin ese misil. Además, como él señala, si en los primeros estadios de un conflicto bélico el LRSO fuera lanzado con una ojiva convencional, un adversario podría suponer que es atacado con armas atómicas y contraatacar en consecuencia y desencadenar una espiral de intensificación que conduciría a una guerra termonuclear total. Sin embargo, quienes lo defienden juran que los “anticuados” misiles de crucero deben ser reemplazados de modo de dotar al presidente de más flexibilidad en ese tipo de armas, una lógica seguramente abrazada por Trump y sus asesores.

Un mundo listo para lo nuclear

Indudablemente, la publicación de la próxima revisión de la posición nuclear provocará un debate sobre si el país cuyo arsenal nuclear es tan importante que puede destruir varios planetas como la Tierra de verdad necesita nuevas armas atómicas, que podrían –entre otros peligros– disparar una futura carrera armamentística de alcance mundial. En noviembre, la oficina presupuestaria del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) dio a conocer un informe que señalaba que el costo mínimo probable de renovar las tres ramas de la tríada nuclear de EEUU (los misiles balísticos intercontinentales, los misiles disparados desde submarinos y los bombarderos estratégicos) en un lapso de 30 años llegaría a los 1,2 billones de dólares. Esta estimación no tiene en cuenta la inflación ni los acostumbrados sobreprecios; si estos fueran considerados, ese guarismo ascendería a los 1,7 billones.

Las preguntas que surgen sobre el costo y la utilidad de esa renovación son las piezas menos importantes del nuevo rompecabezas nuclear. En su núcleo está la mismísima idea de “utilizabilidad”. Cuando el presidente Obama insistía en que las armas nucleares [actuales, por ser demasiado potentes] no se podían usar en el campo de batalla, no estaba hablando solo de EEUU sino de todos los países.

No obstante, si la Casa Blanca de Donald Trump abraza una doctrina que acorte la distancia entre las armas nucleares y las convencionales, hacer que las primeras sean instrumentos coercitivos y bélicos más utilizables, también hará que, por primera vez en décadas, la probabilidad de entrar en una espiral que lleve a la exterminación termonuclear sea más imaginable. Por ejemplo, he aquí una cuestión: que esa postura podría animar a que otros países con armas nucleares –entre ellos Rusia, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte– hagan planes para un uso anticipado de ese armamento en conflictos futuros. Incluso podrían alentar a que algunos países que hoy no lo tienen piensen en producirlo.

Sin la amenaza cotidiana del Armagedón, la preocupación por la bomba atómica se diluiría y acabarían las críticas. Desgraciadamente, el armamento y las empresas que lo fabricaron continúan estando presentes. En este momento, mientras la zona aparentemente libre de amenazas de una era posnuclear está acercándose a su fin, la posibilidad del uso de las armas nucleares –casi inconcebible incluso en los tiempos de la Guerra Fría– está a punto de ser normalizada. O al menos, ese sería el caso si, una vez más, los ciudadanos de este planeta no salen a la calle para manifestarse contra un futuro en el que las ciudades podrían convertirse en ruinas humeantes y millones de personas podrían morir de hambre y de alguna enfermedad provocada por la radiación.

TomDispatch. Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García. Extractado por La Haine

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/oK6