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Colombia :: 06/10/2019

Desde 1998 tres guerras superpuestas azotaron al país

Nicolás Rodríguez Bautista
El Plan Colombia, la ficción de la paz y la guerra sucia narco paramilitar :: "Te dimos la mejor herencia que es el estudio"

Guerras comandadas en el nororiente colombiano por el General Carreño. Esta crónica rememora sucesos ocurridos en ese momento.

Corría el mes de junio de 1998 cuando la operación militar completaba dos meses seguidos aterrorizando a los pobladores, los soldados los trataban de colaboradores de la guerrilla, los amenazaban diciéndoles que cuando ellos se vayan vendrán los paramilitares y no tendrán contemplación con nadie.

Las organizaciones comunitarias de San Pablo, Santa Rosa y Simití en el Sur de Bolívar sentían miedo, todos sabían que en los informes que los paramilitares reciben de militares y policías, los líderes sociales eran los más señalados.

Mientras las guerrillas respetan a nuestras organizaciones -decía un líder comunitario-, los del Gobierno nos miran como enemigos, sin ser nosotros culpables de lo que pasa en la región.

Obras son amores

Estaba fresco el recuerdo cuando la comunidad del corregimiento de Monterrey decidió construir su Colegio de Bachillerato, comenzó a recolectar dineros entre los pobladores y el Ejército de Liberación Nacional aportó una parte importante de los fondos requeridos.

La comunidad decidió dejar constancia en una placa de cuánto dinero había aportado la comunidad, el ELN y la Alcaldía; cuando una patrulla del Ejército pasó y cuestionó que allí estuviera escrito la constancia del aporte guerrillero, los pobladores le dijeron, ustedes nos dijeron que digamos la verdad, y la verdad es que el Gobierno ha sido quien menos aportó a la obra, mientras la guerrilla fue quien más ha ayudado, ¿ahora ustedes cuánto van a aportar?

Por esta razón el Capitán de la patrulla no tuvo más remedio que abandonar la idea de arrancar la placa conmemorativa del Colegio.

Unos se fueron pero llegaron otros

Las últimas tropas que debían salir de la región pertenecían del Batallón Héroes de Majagual, estaban ubicadas en Cerro Burgos, la Ciénaga del Piñal y las Sabanas de San Luis.

Todos se fueron dando cuenta que este Batallón era el encargado de coordinar con los paramilitares que han comenzado a entrar, precisamente por Coco Tiquicio y Cerro Burgos, se decía que eran 90 al mando de Salvatore Mancusso.

Un líder comunitario cayó entre las primeras víctimas en Cerro Burgos, cuando más de la mitad de las casas del poblado fueron saqueadas, los paracos le rodearon la casa, él escuchó que un cabecilla le gritó a los matarifes, -por donde asome, maten a ese HP-, entonces se atrincheró detrás de un colchón viejo con su escopeta de casería, desde allí disparó hasta que terminó la munición y lo mataron, ya muerto se ensañaron en su cadáver.

La viuda Hortensia

La noticia de los asesinatos y descuartizamientos en Cerro Burgos se regó como pólvora y llegó hasta donde Hortensia la prima del líder masacrado, que vivía a 5 kilómetros de allí; el atroz asesinato le encogió de nuevo su alma de dolor, su esposo un minero artesanal había muerto hace poco sepultado por una roca, dejándola viuda a los 30 años de edad y con una pequeña hija de seis años.

Su primo era el único familiar que le quedaba, porque hacía 4 años en un rudimentario transporte fluvial su padre y madre murieron ahogados, cuando la frágil embarcación naufragó llegando al Banco Magdalena.

Su esposo era buen padre y buen vecino, él con su fuerza y sudor arrancaba de las entrañas de la Serranía de San Lucas las pelusas de oro que les permitían sobrevivir; cada fin de semana llegaba a Monterrey a venderlas para comprar el mercado y los dulces para su adorada hija, tesoro de los dos esposos, a quien pensaban darle estudio hasta convertirla en doctora.

Hortensia tenía la certeza que el último pensamiento de su malogrado esposo fue para su pequeña hija. Durante una semana 10 guerrilleros elenos junto a los mineros lucharon infructuosamente para rescatar su cadáver pero no lo lograron, por lo que el cura del pueblo declaró el sitio de la inmensa roca como Camposanto.

Muertos sus padres, su esposo y su primo, ella y su hija estaban completamente solas en el mundo, y aunque acrisolada por los golpes no estaba dispuesta a considerarse derrotada.

Las alivia que la comunidad las quería a ambas, a ella por honrada, trabajadora y buena madre, y a Nita -como llaman a Ana Rosa-, por afectuosa y buena estudiante; Nita no perdía un día de clase y portaba orgullosa el bolso para echar los cuadernos que el profesor le regaló por ser la mejor alumna.

Los campesinos denunciaron la barbarie

Finalizando junio la tensión no podía ser mayor, las comunidades se alistaban para movilizarse porque además del ataque a Cerro Burgos, el 11 de junio otro grupo paramilitar de 100 hombres quemó el Corregimiento de Vallecito en San Pablo, donde asesinó a varios campesinos y desplazó a todos su habitantes.

Las comunidades decidieron movilizarse hasta la cabecera municipal de San Pablo, pero dejaron a un pequeño grupo -entre ellos, Hortensia- encargado de cuidar las casas de Monterrey, las mujeres, niños y ancianos que no llevaron a la movilización.

Todo fue un éxito le dijeron los vecinos el 14 de Junio cuando retornaron a sus labores y ella con sus compañeras retornó a sus casa.

Los movilizados denunciaron la coordinación de los militares con los paramilitares, entregaron las pruebas sobre cómo los primeros llegaron adelante y aseguraron los sitios de entrada a los paracos, instalados estos, ahí sí las tropas del Ejército se retiraron dándoles vía libre para que hicieran estragos y matanzas; esto mismo denunciaron los Alcaldes de la región, los párrocos y demás autoridades. Ahora, ¿cuál es la protección del Gobierno? ¿Más guerra? Preguntó en su intervención un dirigente de Vallecito.

Huir para salvar la vida

En septiembre se complicó más todo por los fuertes combates entre la guerrilla y los paramilitares, el más duro fue en el puente de Cuadros entre Monterrey y Cerro Burgos, entre las bajas de los paracos cayó alias Santander, que resultó ser un Teniente efectivo del Ejército estatal, lo que demostró que unos y otros son lo mismo.

Una tardecita, un amigo de su difunto esposo que aún vivía en Cerro Burgos le contó a Hortensia, que los paracos sabían que ella era prima del líder que asesinaron en Burgos, le insistió que corría peligro porque querían desquitarse con ella, porque sú primo durante el combate mató a un cabecilla de los paracos.

Si no tuviera esta niña agarraría el monte, le dijo Hortensia, pero a este angelito no lo dejo por nada del mundo y sigo con el sueño que ella sea una doctora. El vecino pensó que a la viuda comenzaba a “patinarle el coco” por tanta carga de desgracias.

No soy la primera desplazada se dijo para sí misma, mientras hacía su maleta. Su natal Monterrey ya disminuido por los desplazamientos la vio embarcarse en el viejo camión de línea que salía para San Pablo todos los días a las seis de la mañana, de su partida sólo informó al Presidente de la Junta de Acción Comuna, le dijo en medio de lágrimas mi rancho y lo que no me llevo es de la comunidad.

A eso de las 10 de la mañana, con una mezcla de nostalgias y miedos recubiertos de recuerdos tristes, cruzaron el río Magdalena en el destartalado Ferri, que por esos días estaba recién reparado.

Una barranca bermeja por la sangre

Barranca, la llamada ciudad petrolera donde Hortensia y su esposo habían bautizado a Nina hacía 6 años, se le mostraba ahora como una tierra extraña, agresiva y de miedo, donde los militares con cascos de guerra y fusiles en disposición de combate se cubrían la espalda en cada esquina, mientras sus pobladores hacían su vida en medio de la guerra y donde los muertos ya no eran noticia, porque los tiroteos, regueros de sangre y el terror se habían convertido en parte del paisaje, tragedia que no acababa la alegría de los barranqueños, mezcla mágica de santandereanos y costeños, con una herencia de guerra desde siempre.

En el Barrio La Esperanza Doña Encarnación las acogió fraternalmente y al recibirlas le explicó que podía encontrar trabajo en Bucaramanga como empleada doméstica; así que en la mañana antes del amanecer, entre el aroma del café caliente, las lágrimas y los abrazos, las despidió para embarcarlas en un bus de Copetran hacia su nuevo destino.

Nita le hacía muchas preguntas sobre todo y ella se volvió experta en esquivarla con respuestas generales, en ocasiones la calmaba diciéndole que cuando lleguen a la casa le respondería todo, -¿a cuál casa, mamá?-, le dijo antes de quedarse dormida en sus piernas.

No tenía tantos parques, pero si gente buena

Tal como Doña Encarnación le había dicho, su sobrino la esperó en el Terminal de transporte de la capital santandereana y una hora después estaban en su casa, donde vivía con su esposa y dos hijos de edades similares a las de Nita.

Entre humildes nos entendemos pensó Hortensia al observar la casa inconclusa de ladrillos rojizos, del sobrino albañil de Doña Encarnación que ahora la acogía.

El dos de octubre, Hortensia empezó a trabajar en una casa de familia, sin descuidar las clases que le estaba dando a Nita, a quien aspiraba a matricular en Tercero al comenzar el año siguiente.

Sus patrones vivían en una casa grande, eran una pareja de cincuentones con una nieta estudiante de Medicina, por suerte Hortensia tenía ante sí un estímulo para que Nita fuera una doctora. Ahora, madre e hija, vivirían en una diminuta habitación llamada el cuarto del servicio.

Nueve años después, cuando el señor de la casa murió de un infarto, las tres mujeres mayores ya parecían ser de la misma familia unidas por el respeto y el aprecio mutuo. Hortensia se levantaba todos los días a las 4 de la mañana a preparar el desayuno, luego barría y trapeaba la casa, hacía el almuerzo y la cena, servía la mesa, lavaba los platos y la ropa, planchaba dos veces a la semana, hacía el mercado y atendía a Nita quien asistía a la escuela de lunes a viernes.

Cuando Nita terminó el Bachillerato como alumna destacada apenas iba a cumplir los 15 años, lo que le permitió matricularse en la Universidad Industrial de Santander.

Cursando su tercer año de Medicina, el barrio vivió el impacto de la muerte de un vecino empresario urbanizador, quien antes de morir repartió a sus dos hijos una herencia, que entre otras cosas constaba de tres casas lujosas y varios vehículos de transporte.

Al ver este suceso Nita le preguntó a su madre, entre en broma y en serio, ¿Mamá, y tu qué me vas a dar de herencia?

Hortensia la miró a los ojos y le dijo amorosamente: hija el sueño tuyo, el de tu padre y el mío se nos está cumpliendo, nosotros nos sacrificamos y tu haces grandes esfuerzos para estudiar y tener una carrera profesional, esa es la herencia tuya y aunque no sea algo material, con ella puedes enfrentar mejor la vida, con menos riesgos y más oportunidades. Esta es la mejor herencia que los padres humildes pueden y deben dar a sus hijos, me sentiré la mujer más orgullosa cuando te vea graduada de doctora, prestando un buen servicio a los enfermos, sobre todo a aquellos que no tienen con qué comprar servicios de salud.

Nita abrazó y besó a su madre, convencida que esta era la mejor herencia que recibía.

Nicolás Rodríguez Bautista, Primer Comandante del ELN.

 

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