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Medio Oriente :: 09/10/2019

Irak en llamas

Bill Van Auken
Amenaza cada vez mayor de otra guerra imperialista, esta vez contra Irán

Por cuarto día consecutivo las fuerzas de seguridad iraquíes abrieron fuego contra civiles desarmados el viernes [4 de octubre de 2019] cuando los manifestantes salieron a las calles una vez más haciendo caso omiso del toque de queda las 24 horas del día impuesto por el primer ministro Adel Abdul Mahdi.

Según se ha informado, el viernes por la noche la cantidad de personas muertas ascendía a 65, aunque es de esperar que otra más resulten muertas en los enfrentamientos de esa madrugada. No cabe duda de que la cantidad real de muertos es mucho mayor. Se ha informado de que hay más de 1.500 heridos por las balas reales y de goma, y por los gases lacrimógenos y cañones de agua.

Se ha desplegado a soldados fuertemente armados pertenecientes a los escuadrones antiterroristas de élite de Irak y a la policía antidisturbios, en un intento de impedir que los manifestantes lleguen a la plaza Tahrir en el centro de Bagdad y a la Zona Verde, la zona fuertemente fortificada en la que se encuentran el gobierno iraquí, las embajadas de EEUU y otras embajadas occidentales. También se ha desplegado a francotiradores en los tejados.

El gobierno ha cerrado internet en todo Irak en su intento de impedir que se organicen nuevas protestas. También ha informado de la presencia de escuadrones de la muerte enmascarados que acuden a las casas de personas conocidas por su activismo para asesinarlas.

Por el momento estas medidas represivas han resultado ser contraproducentes, puesto que cada asesinato de Estado ha alimentado la ira popular contra el gobierno. El descontento se ha apoderado de los empobrecidos barrios chiíes de Sadr City, donde hace más de una década las milicias se enfrentaron a las tropas estadounidenses. Según se ha informado, la multitud ha prendido fuego a los edificios del gobierno, así como a las oficinas de los partidos que tienen una base chií, que apoyan al gobierno.

Las protestas para exigir puestos de trabajo, mejores condiciones de vida y el fin de la corrupción son las mayores y más generalizadas que han estallado en Irak en los más de 16 años transcurridos desde que Washington emprendiera su guerra para derrocar al gobierno de Sadam Husséin.

La mayoría de las personas que se enfrentan en las calles a las fuerzas de seguridad adiestradas por EEUU son jóvenes desempleados y trabajadores cuyas vidas han estado totalmente condicionadas por la criminal guerra de agresión de EEUU, los ocho años de ocupación estadounidense que siguieron a la invasión y los amargos conflictos sectarios instigados por Washington como parte de su estrategia de “dividir y vencer”.

Los efectos de la guerra emprendida por EEUU fueron equivalentes a un sociocidio, es decir, la destrucción sistemática de toda una sociedad. Se calcula que más de un millón de iraquíes perdieron la vida a causa de la guerra. Se destruyó lo que había sido uno de los sistemas de salud, de educación y de bienestar social más avanzados de Oriente Próximo, además de la mayor parte de la infraestructura del país.

Washington emprendió la invasión de 2003 basándose en mentiras sobre las “armas de destrucción masiva” de este país y la concepción depredadora de que conquistando militarmente Irak podría apropiarse del control de los vastos recursos energéticos de Oriente Próximo y compensar así el declive de la hegemonía global del imperialismo estadounidense.

Sin embargo, la guerra de Irak resultó ser una debacle, lo mismo que las guerras organizadas por EEUU para provocar un cambio de gobierno en Libia y Siria. A los tres años de retirar de Irak a la mayoría de tropas estadounidenses, el régimen de Obama empezó a enviar a otros 5.000 soldados para librar la llamada guerra contra ISIS, que redujo a escombros ciudades predominantemente sunníes de la provincia de Anbar y Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak.

Después de gastar miles de millones de dólares y de sacrificar la vida de 4.500 soldados (además de decenas de miles de heridos), Washington ha demostrado ser totalmente incapaz de establecer en Bagdad un régimen títere de EEUU que sea estable.

El actual primer ministro, Abdul Mahdi, es el típico político burgués políticamente fallido al que la guerra y la ocupación estadounidenses han puesto en primera línea. Baazista al principio, se convirtió en miembro destacado del Partido Comunista Iraquí antes de cambiar su lealtad cuando estaba en el exilio a la ideología islamista del ayatolá Jomeini de Irán. Finalmente, encontró su lugar en el régimen títere instalado por los estadounidenses en 2004 como su “ministro de Finanzas”.

El único logro del intento de gobernar Iraq en base a una política sectaria ha sido saquear al país miles de millones de dólares. No ha proporcionado ni puestos de trabajo ni servicios esenciales como el agua y la electricidad ni ha reconstruido la destrozada infraestructura del país.

En el mismo discurso en el que anunciaba el toque de queda las 24 horas del día el primer ministro Abdul Mahdi insistió en que no había una “solución mágica” para resolver las reivindicaciones de los jóvenes manifestantes. No obstante, quienes se manifiestan saben que Irak, que se jacta de tener la quinta reserva de petróleo crudo del mundo, recibe más de 6.000 millones de dólares mensuales en ingresos petroleros y que la mayor parte de esta riqueza va a manos de capitalistas extranjeros y de una pequeña élite financiera iraquí y de políticos corruptos y sus compinches. No tiene nada de “mágico” entender que si esta vasta riqueza estuviera bajo el control de las clases trabajadoras iraquíes se podría utilizar para satisfacer las desesperadas necesidades sociales de decenas de millones de personas.

Las protestas han hecho que el régimen se tambalee hasta sus cimientos precisamente porque se centran en la mayoría chií del país, que es la supuesta base de los partidos gobernantes. Lo que está emergiendo tanto en Irak como en otras partes de Oriente Próximo es el renacer de la lucha de clases contra el sectarismo y la represión, a través de los que el imperialismo y las camarillas gobernantes nacionales han dominado la región.

Esta erupción social forma parte de un movimiento más amplio que ha visto protestas contra la dictadura del Estado policial del general Sisi en Egipto, manifestaciones masivas contra las medidas de austeridad al estilo del FMI en el Líbano y la huelga de más de un mes de duración de 146.000 docentes contra el régimen jordano.

Estas luchas sacan una vez más a la luz el fracaso político de la burguesía "nacional", no sólo en Irak, sino en todo el mundo árabe. Esta clase ha demostrado ser orgánicamente incapaz de resolver ninguna de las reivindicaciones democráticas y sociales de las masas árabes o de ser verdaderamente independiente del imperialismo.

Hay que indicar que estos disturbios, que tienen lugar en el contexto de una amenaza cada vez mayor de otra guerra imperialista, esta vez contra Irán. El Departamento de Estado estadounidense ha hecho pública una declaración formal en la que afirma el derecho a protestar en abstracto al tiempo que deplora la “violencia” (por parte de los manifestantes, no de las fuerzas de seguridad) y hace un llamamiento a la “calma”. Mientras tanto, los medios corporativos estadounidenses han ignorado en gran medida las protestas masivas y la sangrienta represión del régimen iraquí.

Sería de imaginar la respuesta de los imperialistas defensores de los “derechos humanos” si se disparara contra decenas de personas que se manifestaran en Irán, Venezuela, Rusia o cualquier otro país en el que Washington desee provocar un cambio de régimen. En el caso de Irak, sin embargo, el imperialismo estadounidense teme desesperadamente que la intervención revolucionaria de las masas trascienda sus objetivos bélicos.

Los acontecimientos en Irak cobran una gran importancia internacional en un contexto en el que no existe ni en EEUU ni en el ámbito internacional un movimiento de masas contra la guerra, lo que va unido al papel desempeñado por la pseudoizquierda. Estas tendencias políticas, que surgieron de los movimientos de protesta de la clase media de las décadas de 1960 y 1970, se han desplazado claramente a la derecha. Estos grupos, algunos de los cuales todavía afirman ser socialistas, pero que reflejan los intereses sociales de las capas privilegiadas de la clase media alta, han desempeñado un papel político clave a la hora de justificar la intervención imperialista y las matanzas masivas bajo la cínica consigna de la defensa de los “derechos humanos”.

wsws.org. Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos. Extractado por La Haine.

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/cM5f