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Chile :: 12/12/2019

Lxs Cascos Rojos chilenxs: el escudo de la resistencia

Gonzalo Pehuen
Médicas y médicos solidarios asisten a los miles de manifestantes que todos los días protestan en Chile y son reprimidos de forma brutal

En medio de los gases y los perdigones, en medio del fuego cruzado entre manifestantes y las fuerzas especiales de Carabineros, las brigadas de rescatistas voluntarixs realizan labores de primeros auxilios, arrancando de las garras del aparato represivo a personas heridas, cuyo destino habría sido incierto. Vitoreadas y hasta protegidas en ocasiones por quienes resisten en la primera línea, conforman parte fundamental de la resistencia que en el territorio chileno se alza contra el régimen neoliberal de Sebastián Piñera.

Llega la noche y con ella la hora de la “encerrona”, la hora en que, tras toda una tarde de manifestaciones a lo largo de La Alameda y la Plaza de la Dignidad, los Carabineros llevan a cabo el sistemático operativo de desalojo de quienes se congregan y resisten los embates represivos en los puntos álgidos. Día tras día, a medida que se alargan las horas de sol, el momento se aplaza cada vez más. Desde que llegamos a Santiago, un mes atrás, el momento del desalojo se fue corriendo cada vez hasta más tarde; salvo en contadas ocasiones, que la carga feroz de los “pacos” se dio cuando el sol todavía estaba en alto, la oscuridad de la noche es la marca preferida por el aparato represivo del Estado chileno para dar inicio a un avance descarnado.

La oscuridad, conjugada con el intencional corte de luz en los parques Balmaceda y Forestal, son el manto con que cubren su accionar terrorista las fuerzas estatales; ocultos por la penumbra entre los árboles de sendos parques, los efectivos se agazapan para agarrar a cualquier desprevenidx que intente librarse de la encerrona. Quienes no son empujados hacia el otro lado del río Mapocho, cruzando el puente Pionono, y quienes no logran huir por los pelos por el Parque Bustamante, o replegarse hacia el lado de la Moneda, reciben los lumazos y el gas pimienta de los efectivos que, de a pie, barren la avenida Providencia, desde el oriente hacia el poniente, hacia la plaza donde, tarde tras tarde, miles se congregan a luchar por su dignidad, al igual que en cada región del territorio.

Tras la pasada de los efectivos de a pie, el guanaco, el zorrillo o la tanqueta hacen aparición, intentando expulsar a quienes tras la primer barrida se protegen con las barricadas en la misma avenida Providencia; acción que únicamente logra el efecto contrario de instar a lxs rezagadxs a quedarse enfrentando a la maquinaria represiva de Carabineros.

Entre el ruido de los camotes contra el metal, de los gritos, de los gases, de los chorros de agua, se encuentra un puesto de primeros auxilios que, por la distancia con la zona cero, permite un tratamiento más adecuado de lxs pacientes, con la calma que momentáneamente puede dar estar a 200 metros del frente de batalla. La brigada Los Cascos Rojos, al igual que la gran mayoría de quienes se encuentran en el frente de batalla, está constituida por voluntarixs que usan sus tardes para asistir y rescatar a lxs heridxs que deja la represión de Carabineros. Pertrechadxs con cascos y escudos, las brigadas recorren los distintos frentes que se dan a lo largo del centro (la intersección de la Alameda con Ramón Corvalán, el monumento a Carabineros sobre la misma Alameda Bernardo O’Higgins, la intersección de Vicuña Makenna y Carabineros de Chile, y la misma Plaza de la Dignidad) atendiendo heridas de perdigones, golpes de luma y de tubos de gas lacrimógenos lanzados al cuerpo, hasta las asfixias generadas por los gases, cuyo nivel de toxicidad aumenta con las semanas.

Así, todas las tardes las brigadas recorren las calles, rescatando a más de unx que podría haber terminado detenido o con secuelas mucho peores por heridas no atendidas.

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La multitud es grande, pero, al paso de la brigada, se abre un corredor mientras cada tanto se escuchan vitores y aplausos, al grito de “¡aguante cabro!”. El destino del equipo es la Alameda, en su cruce con el pasaje Ramón Corvalán. Allí, cada tarde, los enfrentamientos con Carabineros se suceden como parte del movimiento diario de la zona. Caminando entre los restos de veredas que hoy son un cantero de piedras, por calles regadas de cascotes de diferentes tamaños, la hilera de escuderxs y paramédicxs voluntarixs se acerca hasta llegar a pocos metros de la primera línea, donde el otro grupo de persona con máscaras, cascos y escudos dan cara a las fuerzas represivas, permitiendo que en la plaza la manifestación se realice.

La articulación entre ambxs puntos de la manifestación pareciera darse de forma casi natural. Lxs encapuchadxs saben que pueden confiar en las brigadas para atenderse o llevar algúnx heridx (al que algún escuderx protege hasta asegurarse de que está a resguardo con la brigada), así como prestan su protección a la hora en que la represión avanza desalojando toda la plaza, reforzando la línea de escudos que protege a quienes transportan a lxs heridxs. Las brigadas, a pesar de estar identificadas como equipos médicos, como rescatistas y proveedores de primeros auxilios (y, sobre todo, por esto mismo), son objeto de los balazos y los gases lanzados por Carabineros.

Apostada la brigada sobre la Alameda, en la entrada de lo que fuera un McDonald’s, se quedan a la espera de que llegue algún herido o del avance represivo, el mismo que torna necesaria la presencia en el lugar por la ferocidad con que Carabineros carga contra lxs manifestantes. El lunes 18 de noviembre, mientras se daba atención a una herida de perdigones en el boulevard de la avenida, el avance del “guanaco” (el carro lanza aguas) no se vio interrumpido ni amilanado por la brigada, que le hacía señas para que no descargue su chorro sobre el equipo que realizaba su labor. Apenas unos días atrás (el viernes 15), un hecho similar había terminado con el fallecimiento del joven maipucino Abel Acuña, a quien personal médico (junto a una ambulancia) intentaba reanimar al sufrir un paro cardiorrespiratorio por el desmesurado lanzamiento de gases. Y esa misma noche de lunes, mientras trasladaban a dos heridos de balas y a una mujer que sufría ceguera temporal por el gas pimienta, un zorrillo lanzó su descarga de gas sobre el equipo que avanzaba por la avenida Providencia, cerniéndose una nube de gas y polvo tapando toda visibilidad.

Y fue también en la misma vereda del ex McDonald’s que, durante el avance de la represión, los efectivos de las fuerzas estatales pasaban junto a la brigada golpeando con las lumas los escudos tras los que se guarecían, mientras algunas molotov y fuegos artificiales detonaban cerca por la proximidad de los Carabineros; todo esto tras haber sido nuevamente rociados por el agua del carro lanza aguas, sumado a un “paco” preguntando a los gritos la identidad del equipo que se resguardaba tras los escudos blancos con cruces.

Y así en cada salida.

Las brigadas se comen los gases lacrimógenos, cargan en sus espaldas o en camillas personas que pueden hasta tener su mismo peso, prestan contención psicológica a quienes están en shock e intentan distraer del dolor a quienes sufren algún traumatismo físico, y dan el cuidado necesario de la herida, como si fueran niñxs, a personas que hasta les doblan en edad. La labor de las brigadas de rescatistas ha salvado a más de unx; y es por eso que, a su paso, la multitud abre un corredor mientras las rodean con vítores y aplausos.

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La brigada “Los Cascos Rojos” surge a raíz de la mutilación de los ojos de Gustavo Gatica, el joven estudiante que, durante la represión del 8 de octubre en la Plaza de la Dignidad, recibió el impacto de perdigones en sus dos ojos mientras sacaba fotos de lo que sucedía en el lugar. Es por eso que la institución donde estudia (la Universidad Academia de Humanismo Cristiano) convocó a su comunidad y terminó conformando el equipo de rescatistas voluntarixs, compuesto en su mayoría por ex estudiantes. Su trabajo, ad honorem, se sustenta con las donaciones que gente de a pie y de lxs vecinxs (Eterna Inocencia realizó un recital en Santiago el sábado pasado donde juntó donaciones para la brigada).

Finalizada la actividad que cada quien realiza en lo cotidiano para sustentarse, se dirigen hacia el punto de reunión para prestar sus servicios como rescatistas. Su trabajo implica, en ocasiones, la desprotección absoluta y solo la solidaridad de la población permite que siga. No reciben ayuda estatal, como sucede con la Cruz Roja, de la que se desligan inscribiendo en los escudos su condición de autónomxs y voluntarixs. Sucede con cada brigada de cada uno de los puntos apostados a lo largo de la zona, donde el equipamiento de sus miembrxs es bastante diverso, demostrando que se valen como pueden.

Sin ir más lejos, el punto fijo de “Lxs Cascos Rojos” es uno de los pocos que aún se sostiene. Con la salvedad de dos que se encuentran en la “zona cero”, la mayoría terminaron siendo levantados al recibir los constantes atropellos y ataques de Carabineros, algunos trasladándose más lejos o directamente dejando de existir.

Han sido varios los casos de rescatistas heridos por ataques frontales o directamente terminando detenidxs, a pesar de que su condición misma les impide realizar algún tipo de acción defensiva frente a cualquier agresión, indefensión que acrecienta los riesgos. Y el caso de la brigada no es muy distinto; previo a cada encerrona, la presencia de un gran número de efectivos policiales se hace notar en el lugar, llegando incluso a quedar en la línea de fuego cuando lxs manifestantes logran liberarse hacia esa dirección, recibiendo más gases y siendo nuevamente rociados por el chorro del guanaco.

Protagonistas de los eventos actuales, sujetxs de importancia de la contingencia actual, la cohesión y la integridad de las manifestaciones, hay dos puntos de la lucha que se encuentran: la llamada “primera línea” de defensa que enfrenta a los Carabineros y esa “cuarta” o “quinta línea” que son los equipos médicos. Ambas unidas, funcionando casi en una comunión, el cuerpo integro de la revuelta funciona sin mayores problemas. No hay necesidad de liderazgos ni dirigencias; cada equipo es autónomo y funciona de forma articulada con el resto.

Gracias al trabajo de ambas líneas de combate, no se han lamentado más víctimas fatales de las que se cuentan día tras día y el número de mutilaciones no duplica el actual.

En la revuelta chilena, se ve un avance cultural, organizativo, nunca antes visto, al menos en esta región del territorio. La cultura individualista impuesta por el liberalismo más exacerbado encuentra su contracara en lxs cuerpxs que resisten la avanzada represiva. Si bien con las fechas ha disminuido la masividad de las manifestaciones de autoconvocadxs en el centro (la descentralización de la protesta es algo que se está tornando habitual), cada tarde, un grupo mayor o menor de personas se congrega a enfrentar o repudiar la represión, convencidxs de que tales hechos son solo parte de un proceso mucho más grande. El resultado cuesta preverlo, pero si hay una certeza es que la identidad de la población chilena ya nunca será la misma. La experiencia adquirida en estas semanas dejará una huella que, cual cicatriz, será imborrable.

La tinta. Fotos: Matanza Viva

 

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