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Mundo :: 17/01/2020

Gaddafi vs. Occidente, una revolución y una contrarrevolución

Garikai Chengu
La revolución de Gaddafi creó uno de los experimentos de democracia económica y social más profundamente exitosos del siglo XXI

En octubre se cumplió medio siglo de la revolución libia de Muamar el Gaddafi, que condujo al derrocamiento del rey Idris I, apoyado por EEUU. En la revolución libia de 1969, Muamar el Gaddafi heredó una de las naciones más pobres de África. Sin embargo, cuando fue asesinado, su socialismo había convertido al país en la nación africana más rica. Libia tenía el PIB per cápita y la esperanza de vida más altos del continente.

La contrarrevolución de 2011, respaldada por Occidente, hizo que Libia se convirtiera en un Estado fallido y convirtió su economía en un caos. El ex-presidente Obama [en otro de sus "arrepentimientos"] dijo que su peor error como presidente de los EEUU fue Libia y «no pensar en las consecuencias» de derrocar a Gaddafi.

Las dos revoluciones que han tenido lugar en Libia en los últimos cincuenta años no pueden ser más diametralmente opuestas.

El fallecimiento de Gaddafi ha hecho realidad los peores escenarios posibles: las embajadas de Occidente se han ido, el sur de Libia se ha convertido en el paraíso de los terroristas y la costa norte es un centro de tráfico masivo de migrantes. Egipto, Argelia y Túnez han cerrado su frontera con Libia. Todo esto ocurre en medio de un entorno de asesinatos, violaciones y torturas desenfrenados que completan el panorama de un Estado que ha fracasado hasta la médula.

En 2011, el objetivo de Occidente claramente no era ayudar al pueblo libio, que ya poseía el mejor nivel de vida de África, sino derrocar a Gaddafi, instaurar un régimen títere [a ser posible neoliberal, como en Irak] y obtener el control de los recursos naturales del país.

Quien piense que la intervención de Occidente en Libia era solo otra apropiación de petróleo, está equivocado. En términos generales, para EEUU, la intervención militar era básicamente por las armas; para Italia, por el petróleo y el gas natural; y para Francia, por el agua. [Y para todo Occidente el objetivo principal era acabar con el mal ejemplo que daban las políticas antiimperialistas de Gaddafi].

Dado que Libia está situada en la intersección estratégica entre los mundos africano, mediterráneo y árabe, el control sobre este país siempre ha sido una manera notablemente efectiva para que las naciones occidentales proyecten su fuerza en estas regiones y más allá.

El apoyo francés en la revolución de 2011 se vio principalmente impulsado por su interés en un bien más preciado que el petróleo: el agua. El agua será en el siglo XXI lo que fue el petróleo en el siglo XX. El agua será un bien preciado que determinará la riqueza y la suerte de las naciones.

A diferencia del petróleo, no hay sustitutos o alternativas para el agua. La naturaleza eligió que la provisión de agua fuera limitada. Mientras tanto, la demanda aumenta inexorablemente a medida que la población crece y se enriquece. El crecimiento de la población, el cambio climático, la contaminación y la urbanización son factores que, juntos y sin freno, provocarán que la demanda de agua dulce superará la oferta en un 40 % para 2040.

Libia se sitúa sobre un recurso más valioso que el petróleo, el Sistema Acuífero de Piedra Arenisca de Nubia, que es la fuente subterránea de agua dulce más grande del mundo. El sistema acuífero de agua fósil se formó aproximadamente hace 20.000 años y contiene 150.000 kilómetros cúbicos de agua dulce. Gaddafi invirtió 25.000 millones de dólares en el Gran Río Artificial, una compleja tubería de 4.000 km de longitud enterrada bajo el desierto capaz de transportar dos millones de metros cúbicos de agua al día. Un plan tan monumental de distribución de agua estaba en vías de convertir a Libia, una nación que es un 95 % desértica, en un oasis autosostenible y cultivable.

Hoy, las megaempresas francesas del agua, como Suez, Ondeo y Saur, controlan más del 45 % del mercado del agua del planeta, que ya es una industria global de 400.000 millones de dólares. Para Francia, la revolución de 2011 en Libia buscaba obtener el control y la privatización de los asombrosos recursos hidráulicos de Libia.

Meses antes de que el presidente Obama empezase a bombardear Libia, la CIA avisó de «la futura guerra hidrológica», en la que los ríos, lagos y acuíferos se convertirán en activos de seguridad nacional por los que habrá que luchar o controlar a través de ejércitos intermediarios y Estados clientelares. La revolución que produjo el cambio de régimen en Libia fue un ejemplo importante de la guerra hidrológica imperialista.

Ahora que los beneficios del agua de Libia están fluyendo hacia Occidente, como no es de extrañar, la zona oeste de Libia se está quedando sin agua potable. Debido a la avaricia y negligencia corporativa, dos tercios de los conductos de agua claves de la nación ya no están en funcionamiento. Mostafa Omar, un portavoz de UNICEF de Libia, calcula que, en un futuro, unos cuatro millones de libios pueden estar privados del acceso a agua potable. Este hecho podría desembocar en un brote de hepatitis A, cólera y otras enfermedades diarreicas, a pesar de tener el mayor acuífero del mundo bajo sus hogares.

Para Italia, la decisión de apoyar la revolución de 2011 estuvo impulsada por una sed de petróleo y gas de su antigua colonia. Libia tiene las mayores reservas de petróleo de África y, con Gaddafi, el 85 % de las exportaciones fueron a parar a Europa. Antes de Gaddafi, el rey Idris dejó que la empresa petrolera Standard Oil dictase las leyes petrolíferas del país. El presidente Gaddafi acabó con todo esto. El dinero procedente del petróleo se ingresaba directamente en cada una de las cuentas bancarias de los ciudadanos libios. Como era de esperar, las compañías petrolíferas italianas han puesto fin a esta noble práctica.

El petróleo libio es muy importante para Italia dada su proximidad, la facilidad de extracción y la dulzura de su crudo [contiene menos del 0,5% de azufre]. La mayoría de las refinerías italianas y de otros países se construyeron para refinar el crudo dulce libio y ahora ya no pueden procesar fácilmente el crudo saudí más pesado que ha reemplazado la escasa producción libia.

Libia tiene reservas de gas natural de más de 1,49 billones de metros cúbicos y aún no se han inspeccionado otras zonas amplias. Con suministros asegurados disponibles en Libia, Italia ya no es tan dependiente de los suministros de Rusia, que, en el frente energético, se está mostrando cada vez más flexible y se está burlando del continente europeo. El gigante petrolero italiano, Eni, acaba de comprar una participación mayoritaria en los activos libios de British Petroleum (petrolera británica) y tiene un acuerdo con el régimen libio para extraer 21,5 millones de metros cúbicos de gas natural diariamente.

Debido a que los franceses disfrutan del mercado de agua libio como botín de guerra y a que el petróleo y el gas natural se lo quedan los italianos, EEUU apoyó la revolución de 2011 para conseguir otro mercado: el armamentístico.

El New York Times informó en junio de 2019 que se encontraron armas pesadas estadounidenses en una armería de los rebeldes respaldados por EEUU en Libia. El diario declaró que «las marcas en las cajas de misiles identifican a su fabricante conjunto, los gigantes de armas Raytheon y Lockheed Martin, y un número de contrato que se corresponde con un pedido de 115 millones de dólares para misiles Javelin». Libia es ahora una gran oportunidad para los traficantes de armas estadounidenses y el hogar del mayor alijo de armas ilegales del mundo.

Desde el petróleo hasta el agua y desde las armas hasta el gas natural, la revolución de 2011 ha recaudado miles de millones de dólares para Occidente y solo ha causado miseria y una guerra civil interminable para los libios [y ha acabado con un experimento socialista triunfante].

La revolución de Gaddafi de hace cincuenta años fue totalmente diferente. Durante más de cuarenta años, Gaddafi promovió la democracia económica y utilizó la riqueza del petróleo nacional para mantener programas de bienestar social progresivos para todos los libios. Bajo su mandato, los libios no solo disfrutaban de una atención sanitaria y educación gratuitas, sino también de préstamos sin intereses y electricidad gratis.

Ahora, gracias a la destitución de Gaddafi por parte de la OTAN, los cortes de electricidad son algo común en la Trípoli que una vez fue próspera, el sector sanitario está al borde del colapso debido a la huida de miles de trabajadores sanitarios filipinos y se están cerrando las instituciones de educación superior de la parte oriental del país.

Hay un grupo que ha sufrido inmensamente por esta revolución apoyada por Occidente: las mujeres. A diferencia de otras naciones árabes, las mujeres en la Libia de Gaddafi tenían derecho a la educación, a un trabajo y a tener propiedades e ingresos. Incluso el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas elogió a Gaddafi por su promoción de los derechos de la mujer.

Cuando Gaddafi tomó el control en 1969 muy pocas mujeres iban a la universidad. Justo antes de que las Fuerzas Aéreas de EEUU empezaran a bombardear Libia en 2011, más de la mitad de los estudiantes universitarios libios eran mujeres. Una de las primeras leyes que se aprobó en 1970 fue una ley para que hubiera un mismo salario para un mismo trabajo.

Después de la revolución de 2011, el nuevo régimen «democrático» libio está frenando los derechos de la mujer. Las nuevas tribus que gobiernan están fuertemente ligadas a las tradiciones patriarcales. Además, la caótica naturaleza de las políticas libias posteriores a la intervención ha dado rienda suelta a las fuerzas islámicas extremistas que ven la igualdad de género como una perversión occidental.

Al contrario de la creencia popular, Libia era, de hecho, un Estado democrático, aunque los medios occidentales la describieran como «la dictadura militar de Gaddafi». Bajo el sistema único de democracia directa de Gaddafi, las instituciones tradicionales de gobierno se disolvieron y prohibieron y el poder residía en el pueblo directamente a través de diferentes comités y consejos.

Lejos de que el control residiera en un único hombre, Libia estaba altamente descentralizada y dividida en múltiples pequeñas comunidades que eran básicamente «pequeños Estados autónomos» dentro del Estado. Estos Estados autónomos controlaban sus distritos y podían tomar una serie de decisiones, como asignar los ingresos del petróleo y fondos presupuestarios. Dentro de estos pequeños Estados autónomos, los tres órganos principales de la democracia libia eran los comités locales, consejos populares de base y consejos ejecutivos revolucionarios.

El Consejo Popular de Base, o mu'tamar sha'bi 'asasi, era básicamente el equivalente funcional libio de la Cámara de los Comunes de Reino Unido o la Cámara de Representantes de los EEUU. Sin embargo, los ochocientos consejos populares de base libios no estaban formados únicamente por representantes electos adinerados que promulgaban leyes "en nombre del pueblo", sino que el Consejo permitía a todos los libios participar directamente en este proceso.

En 2009, Gaddafi invito al New York Times a pasar dos semanas en Libia para que viese la democracia directa del país. Este periódico, que es un gran crítico del experimento democrático de Gaddafi, admitió que las intenciones de Libia eran que «todo el mundo estuviera implicado en todas las decisiones». La gente se reunía en comités y votaba absolutamente todo, desde los tratados con el extranjero hasta la construcción de colegios.

Lejos de ser una dictadura militar, Libia fue la democracia más próspera de África cuando gobernaba Gaddafi.

Según la versión occidental de «democracia» en la Libia actual, las milicias, de diversa índole local, tribal, regional, islamista o criminal, han formado recientemente dos facciones beligerantes. Libia ahora tiene dos gobiernos, ambos con su propio primer ministro, parlamento y ejército, que alimentan una continua guerra civil y destruyen todas las posibilidades de un Estado democrático real.

La revolución de Gaddafi creó uno de los experimentos de democracia económica más profundamente exitosos del siglo XXI. En contraste absoluto, la contrarrevolución de 2011 apoyada por Occidente puede que pase a la historia como uno de los mayores fracasos sociales y militares del siglo XXI.

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Garikai Chengu es un historiador de la antigua África. Ha estudiado en las universidades de Harvard, Stanford y Columbia. Pueden contactar con él a través de: garikai.chengu@gmail.com www.umoya.org

 

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