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Argentina :: 15/12/2017

Buenos Aires: Libre comercio, libre represión

Claudia Rafael
Reunión de la OMC con presencia de representantes de 164 países (aunque los que manejan los hilos son apenas un manojo, el resto asiente y aplaude)

El ritmo militarizado de los gendarmes sobre la avenida Corrientes, con esa mecánica elevación de la rodilla plastificada, no son un viaje al pasado. Los camiones hidrantes sobre la puerta de teatros o kioscos céntricos, los tanques de Gendarmería dispuestos a todo, los brutales móviles de Infantería, las armas largas y los bastones, los escudos, la cacería desembozada son una fotografía de presente rabioso. Que no es más que el principio de una historia aún no escrita pero con una previsibilidad incontrastable.

Las luminarias del mundo están enteramente depositadas en Puerto Madero, allí donde vivían Boudou y Pedraza (en calles con nombre de mujeres valientes y rupturistas) cuando todavía no estaban presos. Mientras la décimo primera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio mueve las piezas de un ajedrez criminal, la iglesia acaba de suscribir el nuevo informe de pobreza que deja al desnudo el airado aumento de la indigencia. Como esas viejas máquinas manuales de picar carne, van saliendo más y más cuerpos vulnerados para ser depositados bajo los puentes y las callejuelas que huelen a miseria.

Ministros empresarios ratifican la vigorosa vitalidad del capitalismo más rancio. Revalidan la vigencia del sistema extractivista que viene atravesando desde hace décadas a todos los gobiernos pero que ahora adquiere un formato desembozado. Ya no tiene disfraces que oculten sus garras.

La ciudad militarizada demuestra quién manda. Deja en claro quién es quién en esta tierra arrasada y muestra cuál es el camino, ése que hoy, en este preciso instante, parece no tener retorno. Mientras monta un show escénico para los países centrales y para ese uno por ciento que se queda con más del 50 por ciento de la riqueza del mundo, cumple a rajatabla con las exigencias: flexibiliza las leyes laborales, avala y produce despidos masivos, destroza con un determinismo darwinianamente neoliberal a 6.480.000 pibes pobres y empuja a los acantilados de una supervivencia imposible a millones de jubilados. Hunde sin miramiento a casi 650.000 niños en la indigencia, que es la nada misma, que es la calle, que es la panza que cruje, que es la mano estirada en la esquina o el semáforo, que es la ausencia de un cuaderno para aprender a garabatear el nombre, que es la noche temprana y el mañana borrado del mapa de los días.

El ritmo acompasado de gendarmes sigue resonando sobre el asfalto. Las tanquetas siguen cruzándose unas con otras para frenar el paso. Hay que proteger de las voces insurgentes los oídos de los señores ministros del mundo que están cerrando sus propios negociados porque, después de todo Estado y empresas son y serán, para todos ellos, la misma cosa. La misma clase. El mismo traje.
La misma sonrisa socarrona que firma acuerdos que aseguran que no habrá obstáculos para que el uno por ciento más rico y poderoso del mundo siga llevando las fichas de su propio TEG para sus bolsillos.

Hay ciertas calles que adquirieron violentamente el tinte verde o el azul de las fuerzas de seguridad. Mientras el Estado argentino entrega su propia dote a los marioneteros del capital: ofrece riquezas naturales, entrega los recursos de la Pachamama, garantiza ilimitada liberalización del mercado, asegura que no habrá obstrucciones a los planificadores de blancos guantes que jamás se manchan sus ropas ni sus cuerpos.

La presencia de los representantes de 164 países (aunque los que manejan los hilos son apenas un manojo, el resto asiente y aplaude) llegó a la parte más lujosa de Buenos Aires. Allí donde desde los tiempos de la fundación desembarcaban las mercancías y paradójicamente funcionó hasta finales del siglo XVIII como una ciudad sin puerto. Los finos y honorables integrantes de la OMC irrumpieron en estas partes del mundo para asegurar la libertad. Que no es otro concepto que el de libre comercio. Dos palabras incompatibles con la felicidad de los pueblos, con la libertad de vivir y amar, con el pan compartido para que todos tengan, con la ternura de los niños que vencen a la miseria con un chasquido de dedos, con la mesa dispuesta con mantel y semillas y las manos entrelazadas. Porque el concepto de libertad que concibe ese uno por ciento que está abarrotado con más de la mitad de las riquezas del mundo no es otra cosa que represión y despojo para los millones de caminantes hijos dilectos de la vulneración. Los que saben la dimensión exacta y cierta del olvido.

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Más información: Cobertura colaborativa #FueraOMC de Argentina

 

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