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Colombia :: 15/09/2011

El karma maldito de Bogotá

Carlos de Urabá
Artículo sobre la marginación en Bogotá. "El simple hecho de ser un indigente lo señala como un blanco perfecto para los grupos de limpieza social"

En la ciudad de Bogotá existe una raza indómita de indigentes llamados “desechables” quienes, cual aves carroñeras, se dedican a reciclar los desperdicios de las basuras. Desgraciadamente su inestimable labor se ve amenazada por las grandes empresas que pugnan por monopolizar la recogida de los residuos sólidos urbanos.

Como casi todos los domingos desde muy temprano salí a pasear en bicicleta por la ciclovía bogotana. Es el momento oportuno para disfrutar con entera libertad de la ciudad pues las principales arterías están cerradas al tráfico. Justo cuando pasaba por la carrera séptima, muy cerca del Parque Nacional, observé a un hombre tirado en la acera encima de unos costales repletos de basura. ¿Le habrá pasado algo? -pensé en mis adentros-

Me acerqué al susodicho zarandeándolo con firmeza y éste a duras penas recobró el conocimiento.

-Qué pasa, qué pasa, parcero -me respondió arrebatado.

-Nada, nada, tranquilo, tranquilo ¿todo está bien?

Entonces, sin ningún reparo, me puse a conversar con este individuo al que los ciudadanos por su pinta desaliñada y andrajosa califican despectivamente como un “desechable” Con todo el descaro lo comparan con un envase de plástico o una lata de cerveza que se tira al tacho dela basura. Los transeúntes malencarados apenas voltean a mirarlo. -es un vago, una rata de ciudad que afea las calles- algunos murmuran.

Bogotá es una ciudad de 8 millones de habitantes donde, como es de suponer, los problemas sociales se elevan a la enésima potencia. El desprecio hacia los más pobres y humildes es una constante. Esta urbe supermoderna se ha planificado a la medida de las máquinas, de los carros, los buses, de los intereses inmobiliarios y, sobre todo, para brindarle seguridad y confort a las clases más pudientes.

En las horas puntas el corazón de Bogotá late a un ritmo enloquecedor; el tráfico se desborda por las calles y se desata la histeria colectiva: los motores los autos, de los buses, de los camiones rugen y la ciudad se convierte en un autódromo donde los vehículos vienen y van peleándose por llegar los primeros a la meta. A los ciudadanos no les queda más remedio que resignarse a la pena impuesta: horas perdidas en medio de los embotellamientos, gaseados por la contaminación y con los nervios machacados por el estrés. Todo son prisas, pitos, empujones y ¡sálvese quien pueda! pues nadie se puede quedar rezagado a riesgo de ser también engullidos por las fauces de este monstruo de cemento y asfalto.

Entre 150.000 y 200.000 desplazados, campesinos sin tierra víctimas de la violencia que asola el país o simplemente parias que buscan un mejor futuro llegan cada año a la capital a engrosar las filas de los marginados. Los últimos estudios demográficos preveen que para el año 2050 la capital alcanzará los 20 millones de habitantes. ¡Qué orgullo! Bogotá se convertirá en una de las megalópolis más grandes del planeta, “el ágora de la civilización y del progreso”

Pero, lo cierto es que dicha superpoblación traerá funestas consecuencias. El desempleo reinante se multiplicará por diez, la pobreza aumentará hasta cotas insostenibles y la tasa de criminalidad previsiblemente superará las previsiones más optimistas. Todo esto sumado a los problemas medio-ambientales auguran un futuro poco prometedor.

En Bogotá las fronteras humanas se hallan muy bien delimitadas. Un infame sistema de castas clasifica a las personas según su pedigrí. Hacia el sur se localizan las barriadas correspondientes a los estratos más bajos de la sociedad, o sea, el lumpen-proletariado. Las millonadas de “lichigos”y “guaches” -según el argot de los cachacos pretenciosos. Por el contrario, la flor y nata de la oligarquía o aristocracia criolla, vive al norte de la capital atrincherados en sus condominios y urbanizaciones de lujo. Un sector exclusivo que cuenta con vigilancia privada, zonas de recreo y elegantes comercios. Desde sus mansiones o bunkers los señores feudales controlan desde hace más de 450 años las riendas del poder político y económico del país.

Este es la demostración más palpable que la base fundacional de la ciudad se ha hecho en base al racismo o el apartheid. Todavía se mantiene inalterable ese vasallaje colonial mediante el cual el vulgo debe someterse a la autoridad del amo.

En el año 2007 el Polo Democrático Alternativo, una fuerza política de izquierdas, gana por segunda oportunidad las elecciones municipales. Samuel Moreno Rojas es elegido por una amplia mayoría alcalde de Bogotá gracias a las promesas que hizo durante su campaña de reivindicar a las clases más vulnerables. Se tenían grandes esperanzas puestas en él pero todo acabó en un gran fiasco. En el año 2010 la Fiscalía General de la Nación lo apartó del cargo acusándolo de corrupción y tráfico de influencias. Una vez más se ha traicionado la confianza del pueblo, una vez más se ha impuesto el latrocinio y la mentira. Es el colmo que por la mala gestión y los turbios negocios de la familia Moreno Rojas, directa heredera del dictador Gustavo Rojas Pinilla, el proyecto socialista de trasformación de la ciudad se haya ido a pique.

Sin duda alguna esta raza de recicladores igual que las aves carroñeras son un elemento vital para mantener el equilibrio ecológico del ecosistema urbano. Una misión de incalculable valor que merece su justo reconocimiento. A los “desechables” se les puede identificar fácilmente pues vagan por las calles sin rumbo fijo; van de aquí para allá sucios y harapientos cargando un costal al hombro con sus enseres, otros arrastran carros de balineras o se desplazan en “zorras” (carretas) tiradas por caballos.

Nuestra sociedad contemporánea atraviesa una fase de feroz consumismo. Se compra de manera compulsiva artículos efímeros, objetos de usar y tirar fabricados en serie que hay que reemplazar pues pasan de moda o se deterioran irreversiblemente. La basura nos desborda, ya no sabemos donde meter las miles y miles de toneladas de desechos que producimos a diario. Hemos envenenado el aire, hemos convertido los ríos en desagues malolientes, los humedales y lagunas en fétidas letrinas, los cerros y bosques en hediondos muladares.

En las horas de la noche, cuando los vecinos de las residencias y apartamentos sacan la basura a la calle, los recicladores comienzan su penosa labor de escarbar y clasificar el papel, el cartón, el hierro, el plástico... todo lo aprovechan para al día siguiente venderlo en los centros de reciclaje o en las chatarrerías recibiendo a cambio una pírrica recompensa.

Para aguantar la cruel realidad de un entorno tan opresivo los “ñeros”(habitantes de la calle) precisan de un estimulante que los mantenga "trabados", es decir, que los eleve a los cielos. La mayoría de ellos son adictos al bazuco, la marihuana, las pastillas o al alcohol. Los más perdidos inhalan pegamento “Boxer” que es muy barato, aunque con el tiempo te derrite el cerebro.

Allí entre la basura estaba ese individuo más emparentado con las ratas y cucarachas que con el homo sapiens. Él me miró incrédulo pues muy poca gente osaba dirigirle la palabra si no era para ofenderlo o recriminarlo. Qué extraño alguien lo saludaba con un -Buenos días, señor ¿cómo está?

Poco a poco tomó en confianza y se me presentó como “el papa de la olla” Un verdadero veterano en estas lides y bien que se ha ganado sus galones pues lleva nada menos y nada más que 24 años viviendo en la calle. Este campeón invicto de resistencia ha logrado sobrevivir a todas las pestes y maldiciones. Algo que lo llena de orgullo ya que muchos de sus compadres hace tiempo que estiraron la pata.

El simple hecho de ser un indigente lo señala como un blanco perfecto para los grupos de limpieza social. Porque “a esos degenerados hay que escarmentarlos a palos y juetazos o a plomo limpio, mijo”.-es el comentario habitual de la ultraderecha reaccionaria- Según sus palabras le pasaron una moto por encima, le torcieron la nariz de un botellazo, lo apuñalaron mientras dormía y para rematar también fue atropellado por un carro cuando cruzaba una céntrica avenida. ¡Hombre, este berraco está hecho de acero!.

Resoplando un tufo de alcohol barato me confesó un secreto: -si, mi don, yo con estas manos en compañía de otros “panas” maté como a dieciséis “gonorreas”. Nos encontramos unos cuantos millones de pesos entre la basura. Cómo ve el regalito que nos mandó mi Dios. y cuando nos los íbamos a repartir comenzó la gresca. La ambición nos enloqueció. Jamás habíamos visto tanto billete junto y a bala y a cuchillo se resolvió la pelotera. Así es la vida de puteada. Porque para sobrevivir hay que matar. Usted no sabe el placer que le da a uno ponerle la pata en la cabeza a uno de esos malparidos y verlo retorcerse gimiendo de dolor ¡nooo… hermano!

Los “desechables” cuentan con unos bastiones repartidos por toda la ciudad llamados “las ollas”, o sea, antros donde se reúnen con sus “parceros” o amistades y negocian el producto de sus correrías. Como su reino no es de este mundo prefieren dedicarse a la farra y la bohemia; se emborrachan con trago barato o adulterado, meten droga de tercera o simplemente se tiran a dormir la mona roncando a pierna suelta. Entre todos tienen que guardarse las espaldas pues la persecución es implacable y en cualquier momento pueden ser fumigados como alimañas.

El "papá de la olla" con la cabeza gacha se resigna a su destino, la vida le ha infliguido severo castigo y ya es muy dificil revertir la sentencia. Su cara cruzada de cicatrices y manchada de hollín, sus ropas raídas y su cuerpo flagelado por el sereno le dan una apariencia fantasmagórica. Solo y sin familia, sin amor y sin cariño víctima de la discriminación más espantosa no le queda otra que arrejuntarse con los perros chandosos en busca del calor de hogar. En su frente lleva marcado ese maldito estigma que lo acompañará por el resto de su vida –Es un desechable, un artículo de usar y tirar- O tal vez ya esté muerto, quizás sea un zombi que poseído por el demonio vaga al garete por las calles. “ - Todas las noches cuando me acuesto sueño con el día que descanse en paz, ese día que no tenga que levantarme más a buscar en la basura el desayuno o conseguir mi dosis de bazuco para aplacar esta malparida existencia.- me confiesa lleno de amargura”

Este es el mejor ejemplo para comprender cuál es el origen de la violencia que asola Colombia y tantos países de América Latina. No existe un proyecto político creíble de integración, de reinserción social, un proyecto productivo que erradique de raíz la pobreza extrema. Todas son bonitas palabras, pañitos de agua tibia o plegarias de condolencia. Los que realmente se aprovechan de esta tragedia son las ONGs, las instituciones de beneficencia o los pastores y sacerdotes cristianos que vienen a echarles de vez en cuando unos cuantos mendrugos tiesos para calmar el hambre de las fieras. Embrutecidos, alienados por la televisión y demás baratijas tecnológicas no son más que carne de cañon del sistema capitalista, mansas ovejitas del redil que ocupan los oficios más denigrantes del mercado laboral. Explotados hasta la extenuación al final no les queda más remedio que elegir el camino de la droga, la prostitución, el alcoholismo o la delincuencia. Muchos sociólogos consideran que la delincuencia también es una guerra popular, que es una respuesta instintiva al olvido y al abandono ancestral al que se han visto sometidos, evidentemente, sin una base ideológica, pues sólo los mueve la ira y el odio. Pero este no es más que el primer estadio de un largo proceso que a muchos los llevará a sumarse a la lucha revolucionaria. Quien toma conciencia es un peligro potencial para el sistema dominante. En Colombia ser rebelde y llevar la contraria a la jerarquía es el peor de los delitos. De ahí que se cuenten por miles los perseguidos, asesinados, torturados o desaparecidos.

El pesado karma de Bogotá arrastra una larga historia de injusticias y humillaciones. Esta es una ciudad que engendra esquizofrenia y degrada al ser humano hasta extremos inimaginables. El gobierno Nacional o el Distrital creen que la represión policial es el único método para combatir a los antisociales, es decir, a aquellos seres que no se integran en el sistema. La solución elegida por nuestros dirigentes es aumentar el pie de fuerza con el propósito de “domar a esas bestias que siembran la inseguridad y el crimen en la capital”. Otra “genial” alternativa es construir grandes prisiones o penitenciarias para confinar a los enemigos de la libertad y el orden. La pedagogía del látigo y el garrote es el método preferido de los carceleros.

A esos recicladores que buscan su sustento diario entre la basura les ha salido un poderoso competidor: los hijos del presidente Uribe. El tratamiento de los residuos sólidos de muchas industrias está pasando a mano de empresas privadas como es el caso de la firma Residuos Ecoeficiencia S.A de Tomás y Jerónimo Uribe. Gracias a las relaciones que manejan a alto nivel los muchachos ejercen un monopolio desleal que les ha dejado millones de pesos en ganancias. Las legiones de recicladores que llevan años realizando su trabajo en distintas zonas de la ciudad se han visto obligados a abandonarlas.

Con toda la razón los recicladores se sienten discriminados, tamaña afrenta no tiene nombre. En los últimos años los municipios han aprobado varias normas que apuntan, deliberadamente, a sacarlos del negocio del reciclaje. Es muy probable que en un futuro se les prohíba manipular la basura, trasportarla o acopiarla.

La conversación con el "papá de la olla" ha sido bastante aleccionadora, incluso hasta le he tomado cariño. Yo le extiendo la mano para despedirme y él sorprendido da un paso atrás. No puede creer que me atreva estrechar la mano de un “intocable”. Yo aprieto calurosamente su mano áspera como la garra de gallinazo y le deseo buena suerte. Mientras esboza una sonrisa en sus labios igual que el nazareno se echa las bolsas de basura al hombro para continúar su eterno viacrucis por este valle de lágrimas.

*Investigador de Colombia.

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