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Argentina :: 22/05/2020

Proyectos y pensamiento crítico

Guillermo Cieza
Las grandes ONG financian "las revoluciones de los derechos", que favorecen condiciones de vida en los países capitalistas, pero no promueven la revolución en ningún país

Distintos analistas coinciden en que la mayor desconexión económica global que caracterizará al mundo post-pandemia y crisis global aumentará las posibilidades para que se puedan expresar proyectos nacionales.

El debate sobre el proyecto nacional a desarrollar en Argentina empezó a instalarse mediáticamente cuando un sector de la derecha porteña más recalcitrante impulsó su fracasada marcha contra "el comunismo". En la misma dirección el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha acusado al gobierno de Alberto Fernández de conducir a la Argentina al socialismo.

La respuesta del presidente Fernández no se ha hecho esperar y en una de las últimas conferencias de prensa ha precisado con claridad que su proyecto de país apuesta a un capitalismo productivo, que genere empleo, con características inclusivas, etc. Para ejemplificar propuso como modelo al capitalismo de los países escandinavos.

Es fácil advertir que cuando la situación mundial da un giro y se cambian las preguntas, buena parte de nuestra izquierda queda descolocada.

Un sector de esta izquierda aparece alineado con una propuesta de proyecto de país que promueve la supervivencia del capitalismo y otro sector se muestra embretado en agendas globales de reivindicaciones de derechos que, aunque no lo manifiesten abiertamente, parten del supuesto de que las revoluciones, entendidas como una transformación radical de la sociedad en un país o región del mundo localizada, son parte del museo de la historia.

Tratando de buscar explicaciones de nuestros pesares, me parece necesario reconocer que el neoliberalismo no nos pasó por debajo de la mesa. Resultaría fácil acusar a nuestros 'millenials', quienes por un lado expresan con claridad una tendencia extremadamente institucionalista que ha degradado y castrado la combatividad del movimiento estudiantil; y por otro lado, una tendencia extremadamente individualista, sin ninguna vocación de involucrarse en luchas políticas y sociales por fuera de sus propios guetos. Pero, seguramente, la mayor responsabilidad de la despolitización, del corporativismo, del arribismo político, habrá que buscarla en otra parte.

Creo que en esta orfandad de proyectos políticos transformadores en Argentina existe al menos una parte de responsabilidad de nuestro pensamiento critico.

En nuestros intelectuales los lastres del neoliberalismo se expresan en una fuerte desconexión con los hechos de la realidad y los conflictos sociales, un progresivo enrolamiento en matrices de opinión que genera el gobierno o las ONG (de izquierda), y un reforzamiento del pensamiento colonial.

Esa desconexión se expresa cuando, enfrentando a los ataques de la derecha y ejerciendo la necesaria denuncia sobre el deterioro del sistema sanitario provocado por el gobierno de Macri, se olvida que el deterior de la Salud pública no empezó en 2016. Los trabajadores de salud que vivieron en la Provincia de Buenos Aires la gestión Scioli, o una continuidad de gestiones justicialistas en Córdoba o Tucumán, difícilmente puedan compartir esta opinión.

Como contracara de esa desconexión, recuerdo que al iniciarse la pandemia la preocupación de algunos de nuestros intelectuales era, citando a un filosofo surcoreano, "como avanzaría el estado totalitario" .

La pandemia muestra caras y datos que parecían ocultas de nuestra sociedad para el público en general, para el Presidente y los directivos de ANSES , pero también para buena parte de nuestros intelectuales que de pronto se sorprenden al ver que el trabajo informal no abarca a dos millones, sino a ocho millones de argentinos y argentinas, y que sus consecuencias sociales más evidentes son los miles de trabajadores precarizados que van a ser despedidos, los y las millones de trabajadores informales que han perdido sus changas, o los efectos letales cuando el virus se instala en los barrios populares, etc.

Esta desconexión entre intelectuales y los conflictos reales, localizados, no es patrimonio de Argentina. En otros países de nuestro continente hay ejemplos mucho más groseros. Basta revisar las solicitadas, las declaraciones y las actividades compartidas de intelectuales antiextractivistas de izquierda venezolanos [y de otros países, incluída España] con el ex militar Cliver Alcalá que fue el organizador de la ultima incursión de mercenarios de la contratista Silvercorp y que fue financiada por la derecha venezolana, y los gobiernos de Colombia y EEUU.

De la misma forma que la academia formatea cabezas y sesga proyectos de investigación, las grandes ONG europeas, de izquierda o progresistas, direccionan a intelectuales y organizaciones sociales que intentan mantener cierta autonomía de sus Estados locales. Las líneas de financiamiento de esas ONG excluyen expresamente a todo ensayo revolucionario desarrollado en un país, por ejemplo Cuba y Venezuela, ni siquiera aportando a sus lineas más radicales. Pero esas mismas ONG sí financian "las revoluciones de los derechos", que como son globales favorecen las condiciones de vida en los distintos países capitalistas, pero no promueven la revolución en ningún país.

En momentos en que la coyuntura mundial brinda la oportunidad de que se avecinen tiempos revolucionarios, por incidencia del neoliberalismo, la palabra Revolución en la Argentina ha quedado fuera de agenda o reducida a la propaganda de un limpiador de cocina. En momentos donde no ha faltado poner neuronas para identificar las diversidades mas extravagantes, estamos flojitos de papeles para conocer lo que recomendaba Lenin, que era conocer el proceso histórico previo de un país y profundizar el análisis concreto de su situación concreta. En estas circunstancias, resulta difícil hacer pronósticos sobre nuestro futuro. Aunque nos duela, lo mejor es tratar de conocer donde estamos parados.

17 de mayo, 2020.
La Haine

 

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