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Europa :: 09/05/2020

Sobre lo verdadero y lo falso

Giorgio Agamben
Los teólogos declaraban que no podían definir claramente qué es dios, pero en su nombre dictaban reglas de conducta a la gente y no dudaban en quemar a les herejes

Entrevista con Giorgio Agamben:  Nuevas reflexiones

¿Estamos viviendo, con esta reclusión forzada, un nuevo totalitarismo?

En muchos aspectos se está formulando la hipótesis de que en realidad estamos viviendo el fin de un mundo, el de las democracias burguesas, basadas en los derechos, los parlamentos y la división de poderes, que está cediendo el paso a un nuevo despotismo que, en lo que respecta a la generalización de los controles y el cese de toda actividad política, será peor que los totalitarismos que hemos conocido hasta ahora.

Los politólogos estadounidenses lo llaman Security State, es decir, un estado en el que "por razones de seguridad" (en este caso de "salud pública", término que hace pensar en los infames "comités de salud pública" durante el Terror) se puede imponer cualquier límite a las libertades individuales.

En Italia, después de todo, estamos acostumbrados desde hace mucho tiempo a una legislación por decretos de emergencia por parte del poder ejecutivo, que de esta manera sustituye al poder legislativo y abole de hecho el principio de la división de poderes en el que se basa la democracia. Y el control que se ejerce a través de las cámaras de video y ahora, como se ha propuesto, a través de los teléfonos celulares, excede con creces cualquier forma de control ejercida bajo regímenes totalitarios como el fascismo o el nazismo.

En lo que respecta a los datos, además de los que se reunirán por medio de los teléfonos celulares, también habría que reflexionar sobre los que se difunden en las numerosas conferencias de prensa, a menudo incompletas o mal interpretadas.

Éste es un punto importante, porque toca la raíz del fenómeno. Cualquiera que tenga algún conocimiento de epistemología no puede dejar de sorprenderse de que los medios de comunicación hayan difundido durante todos estos meses cifras sin ningún criterio de cientificidad, no sólo sin relacionarlas con la mortalidad anual del mismo período, sino incluso sin especificar la causa de la muerte. Yo no soy ni virólogo ni médico, pero me limitaré a citar fuentes oficiales fiables.

30 000 muertes para COVID-19 parecen y son ciertamente una cifra impresionante. Pero si se comparan con los datos estadísticos anuales, las cosas, como es correcto, adquieren un aspecto diferente. El presidente del ISTAT (Instituto Nacional de Estadística de Italia), el doctor Gian Carlo Blangiardo, anunció hace unas semanas las cifras de mortalidad del año pasado: 647 000 muertes (1772 muertes por día)

Si analizamos las causas en detalle, vemos que los últimos datos disponibles para 2017 registran 230 000 muertes por enfermedades cardiovasculares, 180 000 muertes por cáncer, al menos 53 000 muertes por enfermedades respiratorias. Pero hay un punto que es particularmente importante y que nos concierne de cerca.

¿Cuál?

Cito las palabras del doctor Blangiardo: "En marzo de 2019 hubo 15 189 muertes por enfermedades respiratorias y el año anterior hubo 16 220. Por cierto, son más que el número correspondiente de muertes para Covid (12 352) declaradas en marzo de 2020"

Pero si esto es cierto y no tenemos motivos para dudarlo, sin querer minimizar la importancia de la epidemia debemos preguntarnos si ella puede justificar medidas de limitación de la libertad que nunca se han tomado en la historia de nuestro país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales.

Existe una duda legítima de que al propagar el pánico y aislar a la gente en sus casas, la población se ha visto obligada a asumir las gravísimas responsabilidades de los gobiernos que primero desmantelaron el servicio sanitario nacional y luego, en Lombardía, cometieron una serie de errores no menos graves al enfrentar la epidemia.

Incluso los científicos, en realidad, no han ofrecido un buen espectáculo. Parece que no pudieron dar las respuestas que se esperaban de ellos. ¿Qué opinas?

Siempre es peligroso confiar a los médicos y a los científicos decisiones que en última instancia son éticas y políticas. Como ves, los científicos, con razón o sin ella, persiguen de buena fe sus razones, que se identifican con el interés de la ciencia y en nombre de las cuales —la historia lo demuestra ampliamente— están dispuestos a sacrificar cualquier escrúpulo de orden moral.

No necesito recordar que bajo el nazismo científicos muy estimados dirigieron la política de eugenesia y no dudaron en aprovechar los lager para llevar a cabo experimentos letales que consideraban útiles para el progreso de la ciencia y el cuidado de los soldados alemanes [y en EEUU otros científicos crearon las bombas atómicas que se lanzaron sobre Japón].

En el presente caso el espectáculo es particularmente desconcertante, porque en realidad, aunque los medios de comunicación lo oculten, no hay acuerdo entre los científicos y algunos de los más ilustres entre ellos, como Didier Raoult, tal vez el mayor virólogo francés, tienen opiniones diferentes sobre la importancia de la epidemia y la eficacia de las medidas de aislamiento, que en una entrevista calificó de superstición medieval.

Escribí en otra parte que la ciencia se ha convertido en la religión de nuestro tiempo. La analogía con la religión debe tomarse al pie de la letra: los teólogos declaraban que no podían definir claramente qué es dios, pero en su nombre dictaban reglas de conducta a los hombres y no dudaban en quemar a los herejes; los virólogos admiten que no saben exactamente qué es un virus, pero en su nombre afirman decidir cómo deben vivir los seres humanos.

Se nos dice —como ha sucedido a menudo en el pasado— que nada será igual que antes y que nuestras vidas deben cambiar. ¿Qué crees que pasará?

Ya he intentado describir la forma de despotismo que debemos esperar y contra la que no debemos cansarnos de estar en guardia. Pero si, por una vez, dejamos de lado la actualidad y tratamos de considerar las cosas desde el punto de vista del destino de la especie humana en la Tierra, recuerdo las consideraciones de un gran científico holandés, Ludwig Bolk.

Según Bolk, la especie humana se caracteriza por una inhibición progresiva de los procesos naturales de adaptación al medio ambiente, que son sustituidos por un crecimiento hipertrófico de dispositivos tecnológicos para adaptar el medio ambiente al hombre. Cuando este proceso sobrepasa un cierto límite, llega a un punto en el que se vuelve contraproducente y se convierte en autodestrucción de la especie.

Fenómenos como el que estamos experimentando me parece que muestran que se ha llegado a ese punto y que la medicina que se suponía que iba a curar nuestros males corre el riesgo de producir un mal aún mayor. Incluso contra este riesgo debemos resistir con todos los medios

22 aprile 2020

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Sobre lo verdadero y lo falso

Giorgio Agamben en su columna UNA VOCE en Quodlibet

Como era de esperar, la fase 2 confirma por decreto ministerial más o menos las mismas reducciones de las libertades constitucionales que sólo pueden limitarse por ley. Pero no menos importante es la limitación de un derecho humano que no está recogido en ninguna constitución: el derecho a la verdad, la necesidad de una palabra verdadera.

Lo que estamos experimentando, antes de ser una manipulación inaudita de las libertades de todos, es, de hecho, una gigantesca operación de falsificación de la verdad.

Si los hombres aceptan limitar su libertad personal, esto sucede, de hecho, porque aceptan, sin someterlos a ninguna verificación, los datos y las opiniones que los medios de comunicación proporcionan. La publicidad nos había acostumbrado desde hace tiempo a los discursos que actuaban de manera más eficaz porque no pretendían ser ciertos.

Y desde hace tiempo incluso el consenso político se prestaba sin profunda convicción, dando por sentado de alguna manera que la verdad no estaba en duda en los discursos electorales.

Lo que está sucediendo ahora ante nuestros ojos es, sin embargo, algo nuevo, aunque sólo sea porque en la verdad o en la falsedad del discurso que se acepta pasivamente está en juego nuestro propio modo de vida, toda nuestra existencia cotidiana. Por esta razón, sería urgente que todos traten de someter a dictamen lo que se les propone para al menos una verificación elemental.

No he sido el único en señalar que los datos sobre la epidemia se proporcionan de manera genérica y sin ningún criterio de cientificidad.

Desde el punto de vista epistemológico, es evidente, por ejemplo, que dar una cifra de mortalidad sin relacionarla con la mortalidad anual en el mismo período y sin especificar la causa efectiva de la muerte carece de sentido.

Sin embargo, esto es precisamente lo que se sigue haciendo todos los días sin que nadie parezca darse cuenta. Esto es tanto más sorprendente cuanto que los datos que permiten la verificación están a disposición de quien quiera tener acceso a ellos y (se cita en la nota anterior de arriba) el informe del presidente del ISTAT Gian Carlo Blangiardo que muestra que el número de muertes por el Covid 19 resulta inferior al número de muertes por enfermedades respiratorias en los dos años anteriores.

Y sin embargo, por muy inequívoco que sea, es como si este informe no existiera, del mismo modo que no se tiene en cuenta el hecho, aunque se declare, de que el paciente positivo que murió de un infarto o por cualquier otra causa también se cuenta como fallecido por Covid-19.

¿Por qué, aunque la falsedad esté documentada, seguimos prestándole fe?

Se diría que la mentira se considera verdad precisamente porque, como la publicidad, no se molesta en ocultar su falsedad. Como ocurrió con la Primera Guerra Mundial, la guerra contra el virus sólo puede darse motivaciones falaces.

La humanidad está entrando en una fase de su historia en la que la verdad se reduce a un momento en el movimiento de lo falso. Lo cierto es que el falso discurso debe ser considerado verdadero incluso cuando se demuestra su no verdad.

Pero de esta manera es el lenguaje mismo como lugar de la manifestación de la verdad lo que se confisca a los seres humanos. Ahora sólo pueden observar en silencio el movimiento —verdadero por ser real— de la mentira. Por eso, para detener este movimiento, todos debemos tener la valentía de buscar sin compromiso el bien más preciado: una palabra verdadera.

28 aprile 2020
Traducción de Artillería Inmanente blog

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/dA22