De cómo los medios difaman las protestas a favor de Palestina y borran la nacionalidad y la religión de un héroe musulmán
La reacción mediática al ataque perpetrado contra judíos en Bondi Beach ha revelado mucho más sobre el arraigado sesgo y la indignación selectiva que sobre el incidente en sí. En cuestión de horas, amplios sectores de la prensa escrita y audiovisual desviaron su atención de los hechos y se centraron en explotar el ataque para lanzar una ofensiva más amplia contra las manifestaciones propalestinas en todo el mundo, calificándolas de peligrosas, extremistas y cómplices de la violencia.
Esta respuesta no fue mesurada ni responsable, sino que siguió un patrón familiar y profundamente preocupante: un acto criminal aislado, no organizado, se convirtió rápidamente en un arma para desprestigiar a un movimiento de protesta global que se ha movilizado constantemente contra las matanzas, el genocidio y la violencia estatal, en particular contra el continuo ataque del régimen israelí a Gaza.
En diversos programas y titulares se hizo referencia a la "globalización de la intifada", sentando a las manifestaciones propalestinas implícitamente, y a veces explícitamente, en el banquillo de los acusados. Este enfoque ocultó deliberadamente una verdad fundamental: nuestras manifestaciones siempre han sido contra la matanza, la masacre y el genocidio. Son protestas contra la destrucción de la vida civil, no contra el pueblo judío ni contra ninguna otra comunidad. Sugerir lo contrario es tergiversar, no analizar.
Lo que hace que esta ofensiva mediática sea especialmente falsa es la identidad de sus participantes más alborotadores. Muchos de los comentaristas que ahora expresan su alarma por la violencia son los mismos que, en los últimos meses, justificaron el bombardeo israelí de Gaza, justificaron la matanza de decenas de miles de civiles o guardaron un silencio meditado mientras hospitales, escuelas y campos de refugiados quedaban reducidos a escombros. Su repentina preocupación por la seguridad civil suena a vacío. Son las últimas personas con credibilidad a la hora de condenar la violencia.
El ataque de Bondi Beach en sí mismo parece haber sido un acto criminal perpetrado por un par de individuos y debe ser condenado inequívocamente, sin vacilaciones ni reservas. La violencia contra civiles siempre está mal, independientemente del motivo o el objetivo. Sin embargo, condenar ese acto no requiere --ni justifica-- el castigo colectivo de todo un movimiento de protesta ni la deslegitimación de la oposición al genocidio. Pero quizás el aspecto más revelador de la cobertura no reside en lo que se dijo, sino en lo que se omitió.
Durante el ataque de Bondi Beach, un musulmán árabe sirio, Ahmad Al-Ahmad, intervino directamente para detener al atacante. Al ponerse en peligro inmediato, evitó daños mayores y, muy posiblemente, una masacre mucho mayor. Sus acciones fueron valientes, instintivas e inequívocamente humanas. Actuó para proteger vidas inocentes, sin importar identidad, política o riesgo personal. Esto debería haber sido un elemento central en la historia. En cambio, fue relegado.
Cuando se mencionó a Al-Ahmad, los detalles clave brillaron por su ausencia: su origen sirio, su identidad árabe y su fe musulmana. Estos hechos fueron discretamente borrados de la información. El contraste es marcado e instructivo. Si el atacante hubiera sido árabe o musulmán, esos identificadores casi con seguridad habrían dominado los titulares, reciclados sin cesar como supuesta evidencia de una amenaza cultural o política más amplia.
Esta designación selectiva --y este silencio selectivo-- no es accidental. Refleja una cultura mediática que racializa y politiza fácilmente la violencia cuando sirve a una narrativa particular, pero evita hacerlo cuando altera estereotipos profundamente arraigados. Un musulmán que salva vidas judías no encaja cómodamente en el marco dominante; por lo tanto, su identidad se vuelve incómoda.
La eliminación de los antecedentes de Al-Ahmad también cumple otro propósito. Contribuye a mantener la falsa idea de que las comunidades musulmanas o propalestinas están intrínsecamente predispuestas a la violencia, en lugar de estar entre las que se movilizan más consistentemente para proteger la vida civil y oponerse a las matanzas. Sus acciones ponen de manifiesto la ineficacia de las afirmaciones de que el activismo propalestino está impulsado por el odio o el extremismo.
El intento de vincular el ataque de Bondi Beach con las manifestaciones propalestinas no sólo es deshonesto, sino peligroso. Derrumba la distinción vital entre un acto aislado de dos individuos y una campaña sistemática de violencia dirigida por el Estado. El ataque de Israel a Gaza no es un debate abstracto ni un exceso retórico; se trata de una operación militar sostenida, llevada a cabo con armamento avanzado, pleno respaldo político occidental y una impunidad casi total. Ciudades enteras han sido arrasadas. Miles de niños han sido asesinados. Esta violencia es continua, diaria y deliberada.
Confundir las protestas pacíficas contra tales atrocidades con un acto criminal a miles de kilómetros de distancia desvía la atención de esos crímenes y acalla la disidencia legítima. Crea una atmósfera en la que la solidaridad se considera sospechosa y la protesta, provocación. Esto no es un accidente atribuible a periodismo deficiente; es una decisión política.
Si los medios de comunicación estuvieran realmente comprometidos con la oposición a la violencia, contarían la historia de Bondi Beach con honestidad y en su totalidad. Condenarían el ataque con claridad, sin explotarlo. Destacarían la valentía de Ahmad Al-Ahmad y preguntarían por qué sus acciones alteran las narrativas predominantes. Y cuestionarían al poder, en lugar de reprimir a los manifestantes que exigen el fin del genocidio.
Hasta que eso suceda, quienes defienden la justicia deben seguir respondiendo con firmeza y confianza. Debemos negarnos a permitir que las difamaciones reemplacen a los hechos, o que la indignación selectiva silencie un movimiento arraigado en la demanda moral más básica de todas: que la vida humana --incluida la vida palestina-- tiene que importar.
* Presidente del Foro de Palestina en el Reino Unido.
Middle East Monitor