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Argentina :: 31/08/2020

Paco Urondo: Entre la literatura, la memoria y el genocidio

Luis Hessel
El escritor y militante peronista argentino Paco Urondo tenía 46 años cuando fue asesinado en un operativo militar en Mendoza

Para ese entonces había logrado un lugar respetado en el campo de la cultura y se movía maravillosamente en el terreno de la poesía. Fue autor de un famoso libro de entrevistas a los sobrevivientes de la fuga del Penal de Rawson titulado “La Patria Fusilada”. Lo que nadie vio venir, fue que Trelew fue una muestra de la violencia y el terror que las clases dominantes iban a ser capaces de aplicar para contener la inmensa organización y movilización popular cuya expresión más macabra fue el plan sistemático de exterminio llevado a cabo el 24 de marzo de 1976. Ironías del destino, todos los personajes del libro, el Turco, María, Ricardo y Paco formaron parte de los 30 mil desaparecidos y desaparecidas.

“Del otro lado de la reja está la realidad,
de este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja”

Se van, se van y nunca volverán”

25 de mayo de 1973. Argentina vive un momento histórico. Una multitud se apostó en el frente de la cárcel de Devoto, estiman que fueron entre 30 y 50 mil, nadie lo sabe a ciencia cierta. Las calles estaban enardecidas. La liberación de los presos, los combatientes, los compañeros y compañeras que habían entregado todo, era inminente. Las organizaciones armadas tomaron los cinco pisos donde estaban alojados los presos políticos. El ministro del interior Esteban Righi se comunicó con los dirigentes de la ocupación y les aseguró que era inminente la liberación de los detenidos. Héctor José Cámpora juró como presidente constitucional de la república acompañado por Salvador Allende presidente de Chile y el mandatario cubano Osvaldo Dorticós.

El peronismo volvió al gobierno después de 18 años de proscripción. En las calles los y las jóvenes, verdaderos protagonistas de la transformación, corearon multitudinariamente: “Chile, Cuba, el pueblo te saluda”. La noche anterior Paco Urondo se reunió con María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar los únicos sobrevivientes de los 19 fusilados de la masacre de Trelew para conocer la verdad sobre los sucesos. El libro fue publicado por la editorial de la Revista Crisis dirigida por el escritor uruguayo Eduardo Galeano y se convirtió junto a “Operación Masacre” de Rodolfo Walsh en un material de lectura y consulta permanente para toda una nueva generación llegando a publicarse 60 mil ejemplares.

Los fusilados que viven

La entrevista comenzó describiendo la planificación de la fuga, el modus operandi y el significado político, aunque Camps fue de los más claros; “yo pienso que para la mayoría de los presos el fugarse es la tarea principal”.

¿Cuándo llegaron ustedes al penal de Rawson?

Camps: Bueno, el primer grupo de presos políticos eran compañeras, estaban en ese penal desde el tiempo del Viborazo.

¿Compañeras?

Camps: Sé que había compañeras. Cuando nosotros llegamos, el grupo que había, es decir, el primero contingente de compañeros, es el 8 de septiembre; dos días después de la fuga de Villa Urquiza. Ahí entran compañeros de Tucumán y de Córdoba.
Pero cuando llegamos ya había compañeras.

Haidar: Desde el principio, digamos, marzo del 71, había gente en Rawson. Estaban los compañeros esos de Santa Fe que después se fueron al Perú, los que habían caído en febrero del 71.

Camps: De compañeros, no sé. Se positivamente que había un pabellón con compañeras, hasta que llegó el grupo más numeroso; después vinieron los otros grupos en marzo y abril del 72.

Berger: Son los traslados masivos de Devoto a Rawson. R.R.H.: En los días previos a la ejecución de Sallustro fue que trasladaron un contingente a Rawson, allá estaba Robi Santucho, Pedro Cases, y una cantidad de compañeros. Después, el 23 de abril traen al grupo más numeroso. Estaba yo, concretamente, ¿estabas vos, María Antonia? Estaba la gorda Susana, y, en fin, cincuenta y pico de compañeros. Era un avión Hércules de la Fuerza Aérea.

Más adentrado en los hechos Paco pregunta:

¿Estaban formados en el pasillo cuando empiezan las ráfagas?

Camps: Sí, y la primera reacción fue mirar hacia el costado, y ahí vi como recibía varios tiros Polti e inmediatamente se zambullía cuerpo a tierra adentro de la celda, cosa que hice yo también enseguida y seguían las ráfagas. Ya estaba adentro Mario Delfino, y ninguno de los dos teníamos tiros en ese momento. Siguieron las ráfagas, no eran ráfagas cortas, eran largas, por lo menos dos armas. Los otros días, charlando con María Antonia, vimos incluso que por la cantidad de compañeros que había sobre el ala derecha, concentraron el fuego sobre esa ala, y eso explica un poco que los cuatro últimos de la fila de la izquierda no tengamos tiro de ametralladora, no tengamos heridas cuando hacemos cuerpo a tierra dentro de la celda. Bueno, mi visión de lo que sucedió afuera termina ahí. Cuando hacemos cuerpo a tierra, Mario Delfino me pregunta qué hacemos, pensábamos los dos que eso era una masacre. Yo le digo: “Bueno, quedémonos cuerpo a tierra”, son las únicas palabras que nos decimos. Siguen las ráfagas, y, a partir de un momento, paran. Cuando paran se escuchan entonces quejidos, estertores de compañeros, incluso puteadas. Y empiezan a sonar disparos aislados. Me doy cuenta que están rematando, incluso alguien dice: “Este todavía vive”, e inmediatamente se escucha un tiro. Bueno, pocos momentos después, en tiempo no sé cuánto, uno o dos minutos después que terminaron las ráfagas, llega Bravo a la celda y nos hace parar, a Delfino y a mí, con las manos en la nuca, en la mitad de la celda. Él estaba parado en la puerta, más o menos a un metro y medio de distancia. Nos pregunta si vamos a contestar el interrogatorio, le decimos que no, y ahí me tira, a mí primero, y cuando estoy cayendo escucho otro tiro y veo que cae Marlo Delfino. Yo lo toco y no se mueve, tampoco lo escucho quejarse.
Calculo que el tiro lo mató de entrada, o lo shockeó de entrada, y perdió el conocimiento. Yo, el conocimiento no lo pierdo.

¿Dónde tenés el tiro vos?

Camps: En el abdomen, sobre la izquierda, unos cuatro dedos por debajo de las costillas. Bravo tiró desde la cintura, con pistola. Yo no pierdo el conocimiento; enseguida empiezo a vomitar sangre, la verdad, no sentía mucho dolor con el tiro. Pienso en no moverme, en hacerme el muerto, escucho que sigue habiendo tiros, en fin, no sé cuantos minutos más y, en un momento, pasos apresurados. Ah, no, antes escucho que alguien le dice a otra persona: “Bueno, ustedes ya saben lo que pasó, ¿no?”, como recordándole algo que ya se había acordado de antemano. Después escucho una serie de pasos, como de tres o cuatro personas, que llegan apuradas, y una que dice: “¿Qué mierda pasó aquí?”. A partir de ese momento no se escuchan más tiros y al ratito llega el enfermero. Escucho que están revisando a los compañeros, diciendo: “Bueno, este tiene buen pulso, este está muerto, este respira”. Entran en la celda, me revisan, yo mantengo los ojos cerrados, haciéndome el desmayado en esos momentos, y después de cinco o diez minutos vienen y me sacan en una camilla para la enfermería de la base. Y esa es la visión que yo tengo de esos momentos. Te digo, porque no fueron exactamente iguales para todos.

Haidar: Bueno, en la misma posición que estaba él, cuando empieza a sonar la ametralladora que tiraba barriendo el ala frente a la mía, pero comprendiéndola a Clarisa Lea Place y a Susana Lesgart, que estaban primeras en la fila donde estaba yo.
Entonces, cuando levanto la vista, la veo caer a Clarisa y a la gorda, a Susana, que estaba dando la espalda al sentido de los disparos, es decir, en una actitud así, de encogimiento y de protegerse, en una actitud así, indefensa. Bueno, vi eso y salté a la celda junto con Alfredo, los dos lo hicimos instintivamente. Nos encontramos los dos en el umbral de la puerta, del lado de adentro, uno junto al otro, protegidos de los disparos. Nos miramos y nos hicimos el comentario: “Estos están locos”, alcanzó a decir.

Miro a la celda de enfrente y lo veo a Bonet que está tendido en el suelo, apoyado sobre un brazo, con la cabeza levantada. Estaba vivo.
Incluso nos parecía que estaba herido en las extremidades.

Humberto Toschi también estaba adentro, no recuerdo bien, pero si me acuerdo que el Indio estaba tirado y con las piernas sobre el umbral de la puerta. Pero estaban alcanzados, estaban heridos. Ya para entonces estaban sonando dos ametralladoras, porque primero empezó una, después otra, y no sé si tres, pero dos seguros. Desde esa posición pienso y miro instintivamente para ver qué se podía hacer. No se podía hacer nada. Las ventanas que había al fondo de la celda estaban enrejadas; el único lugar que me podía mover mientras tanto era ahí, en la celda. Tenía las colchonetas y se me ocurre ponerlas, pienso de inmediato que con las colchonetas no paro nada, pienso en meterme abajo de la loza que estaba empotrada en la pared y que hacía las veces de cama y me meto abajo de la loza esa, Alfredo hace otro tanto y también se mete aliado mío, del lado de afuera. Y ahí estuve unos minutos. Alfredo me había tomado el brazo. Pensé muchas cosas, y muy poco es lo que me acuerdo que pensé en ese momento. Pero pensé en general en mi familia; no puedo precisar si fue mucho lo que pensé, porque también recuerdo bien los disparos, ya para entonces los disparos de remate, y como uno de los compañeros que estaba tendido gritaba: “hijo de puta” y enseguida un disparo de remate en respuesta a eso. Inmediatamente después del primer tiroteo, eso fue un coro de quejidos.

Tal vez fue la parte más fea, cuando todos estaban heridos, nadie estaba muerto, sino que estaban todos heridos y se quejaban. Y así permanecí junto a Alfredo hasta que apareció Bravo en la puerta de mi celda, y nos ordenó que nos paráramos en el medio de la celda y, cuando estuvimos parados, desde la puerta él nos preguntó si íbamos a declarar como correspondía. Nosotros le respondimos que sí, por decirle algo, porque era una pregunta totalmente fuera de lugar, después de un ametrallamiento, de una masacre como la que se está haciendo, ¡viene a preguntar eso! Bravo estaba en ese momento con el brazo extendido, caído y suelto, y con la pistola en la mano, pero él no tiró, sino que se fue y enseguidita llegó otro oficial, que ya lo habíamos visto, que siempre vestía de azul, en dos o tres ocasiones anteriores. Fue el tipo que ni bien apareció en la puerta, levantó la mano, con el brazo extendido me apuntó a mí y me tiró. El tiro me lo da aquí, en el pecho, abajo de la clavícula, en la parte izquierda. No siento en ese momento ningún dolor, sino el golpe cuando el tiro me dio en una costilla, o sea, el impacto, lo que más sentí. Bueno, por efecto del disparo caí sobre la loza esa, caí así, digamos, de bruces, y en esa posición quedé inmóvil y aparentemente lo conseguí, porque el tipo me hizo un solo disparo y enseguidita le tiró a Alfredo Kohon, que estaba parado al lado mío. A mí me tiró uno solo, pero a Alfredo le tiró varios, no sé cuántos. En el primer momento Alfredo se quejó, se quejaba de dolor, pero después ya no se quejó más, se ve que perdió el conocimiento. Hecho eso, el tipo se fue. Yo empecé a sangrar abundantemente. ¿Lo bala salió?

Haidar: Sí, sí, salió. Pegó en la costilla y salió así, para arriba, digamos. Pero salió y me había perforado el pulmón en varios lugares. Como resultado de eso, cuando yo respiraba, me salía el aire por el agujero de atrás, y mucha sangre, toda la sangre de los pulmones. Pero me hice así una composición del lugar: pensaba en la herida que tenía. Había una posibilidad concreta, si era el pulmón no tenía mucha importancia.

El asunto era que no hubiera interesado alguna arteria o cosa por el estilo. Eso no lo sabía sino por la cantidad que podía ir largando, y que fue mucha, pero no tanto, se ve. No agarró ninguna arteria importante de las que hay en la zona, pero me salía sangre por la boca. Ahora, el tiempo transcurrido desde que se hacen los disparos hasta que yo siento que llegan pasos apresurados al lugar de los hechos, y gente haciendo preguntas. Aparentemente desconocían lo que había sucedido e interrogan a Bravo, entonces Bravo les responde: “Aquí Pujadas le quiso quitar la pistola al capitán, se quisieron fugar argumentando así el sentido de por qué se había dado todo eso. Creo que fue a los quince minutos, una cosa así de los hechos, y al rato -también estimo yo- llegaron los enfermeros. Es decir, también calculo unos treinta minutos desde que empiezan los disparos hasta que llegan los enfermeros y nos retiran a cada uno. Esa fue la primera impresión que me quedó, pero después, por la cantidad de sangre perdida y por la forma en que estaba, tal vez haya transcurrido más tiempo, pero no puedo asegurarlo. Primero, los oficiales esos que llegaron estuvieron dando vueltas por ahí, y mirando uno por uno; a mí me levantaron el brazo, me tomaron el pulso y dijeron: “Este está bien”.

También le tomaron el pulso a Alfredo y dijeron: “Este está vivo”, y así anduvieron por cada uno de los que estaban tendidos mirando a cada uno de los compañeros. Esos eran oficiales, tipos vestidos de azul, yo los vi de reojo. Bueno; esa gente se retiró y, al tiempo, llegaron los enfermeros, hasta entonces yo había contenido la respiración, para tratar de aparentar así lo mejor posible, que estaba muerto. Cuando llegaron los enfermeros me empecé a quejar para que me llevaran. Y bueno, cuando me sacaron yo no había perdido el conocimiento hasta entonces, incluso salí medio apoyándome sobre las piernas, los primeros pasos los hice, antes de salir de la celda me caí. Me tuvieron que levantar para ponerme en la camilla. En una ambulancia me llevaron a la enfermería de la base; yo pensaba que me iban a llevar al sanatorio o algo por el estilo, porque sabía que ahí la base no tenía sala de operaciones ni nada. Pensaba que nos iban a llevar a un sanatorio a la ciudad, para atender a los heridos. Pero por el tiempo que había durado el recorrido me di cuenta de que estábamos en la misma base, no podíamos haber ido en tan poco tiempo hasta la ciudad. Y nos llevaron a un recinto de la enfermería donde nos pusieron a todos en camillas, a todos los heridos.

Era oscuro todavía, a mí me limpiaban la herida, me taparon los dos agujeros, el de entrada y el de salida, me pusieron un calmante y me dejaron ahí. Así estuvimos, pasó bastante tiempo. Me acuerdo de María Antonia, que por la herida que tenía le sacaban la saliva con una bomba, me acuerdo de Polti, que cuando estaba agonizando lo sacaron del lugar en que estaba y lo llevaron al medio, porque estábamos todos así, a la par. Polti empezó a tener signos de agonía, ya era de día, lo llevaron al medio del recinto ese, para nada, porque lo dejaron morir. De tanto en tanto, yo le preguntaba al médico, porque vi al médico que me había atendido por una descompostura que yo había tenido unos días antes, le pregunté al médico ese qué es lo que hacían que no atendían al resto de los compañeros, a los que estaban más jodidos, los que estaban graves, por qué no los atendían. Yo, dentro de todo me sentía bien. Me daba cuenta de que solamente si estaba días así, sin atención, me podía morir a ese paso. La cuestión que la atención no se dio. Lo único que se hizo por cada uno fue aplicarle primeros auxilios. Pero ni por asomo se dio una atención acorde con la gravedad de los casos.

Camps: Ni siquiera transfusiones o suero.

Berger: Ni siquiera tomar el grupo sanguíneo, nada.

Camps: Estaban presentes los dos médicos.

Haidar: Estaban los dos médicos de la base.

¿Así que los dejaron morir?

Haidar: Los dejaron morir. Los heridos eran Astudillo, Alfredo Kohon, Polti…

Los compañeros y las compañeras. Sus historias.

María Antonia Berger nació el 9 de septiembre del año 1942 en Capital Federal, estudió sociología y fue una de las fundadoras de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) participó de diversas acciones armadas como el copamiento de la ciudad de Garín en la provincia de Buenos Aires y el asalto a un camión de armamento militar sobre la ruta 8 a la altura de la localidad de Pilar. Fue detenida en noviembre de 1971 y trasladada al Penal de Rawson. Durante la represión desatada tras la fuga le dispararon a quema ropa, la bala le destrozó el maxilar inferior derecho y se alojó debajo de la oreja. Pensando que aquellos eran sus últimos instantes de vida escribió con su propia sangre en su celda las siglas “LOJME” abreviación de “Libres o Muertos Jamás esclavos”.

Finalmente logró ser asistida en el hospital de la cárcel de Villa Devoto donde le extrajeron el proyectil. Al recuperar la libertad continuó con la lucha revolucionaria y para 1977 viajó a Cuba en representación de Montoneros hasta que decidió volver para sumarse a la lucha contra la dictadura argentina. El 16 de octubre de 1979 fue descubierta y acorralada por los militares en su propio hogar. Cuentan que dijo; “Soy María Antonia Berger. Me entrego”. Soltó el arma, aguardo en calma y cuando los militares se abalanzaron sobre su cuerpo los hizo volar por los aires. Su cuerpo estaba recubierto de granadas, y ella decidida, valiente y empoderada ya había escrito su destino con sangre; libres o muertos jamás esclavos.

Alberto Miguel Camps nació el 12 de febrero de 1948 en Capital Federal, estudió en el Colegio Nacional Buenos Aires y cuando ingreso a la Universidad de Buenos Aires para estudiar bioquímica se sumó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Participó de diferentes acciones hasta que fue detenido en diciembre de 1970 por el frustrado intento de asalto al Banco Provincia de Córdoba y recluido en el Penal de Rawson. Cuando comenzaron los fusilamientos logró resguardarse en su celda hasta que el teniente de corbeta Roberto Guillermo Bravo lo sorprendió y le disparó a solo un metro de distancia. A pesar de haber estado al borde de la muerte logró sobrevivir y recuperar la libertad tras la amnistía del presidente Cámpora, continuando su militancia en la organización Montoneros hasta que en 1975 ante el aumento de la represión salió del país junto a su compañera y su pequeño hijo.

En la clandestinidad fue entrevistado por el escritor Gabriel García Márquez a quien le afirmó que “somos conscientes de que esta lucha es de alcance continental. En la actualidad, estamos haciendo contactos con todos los movimientos revolucionarios de América Latina y en general del Tercer Mundo porque todos tenemos una finalidad común: la revolución”.

-García Márquez: Sí, pero ¿cuál revolución?

-Camps: Sólo hay una revolución: la socialista.

-García Márquez: Sí, pero ¿cuál socialismo?

-Camps: No hay más que un socialismo.

En febrero de 1976 ingreso al país para continuar la lucha revolucionaria, asumió la dirección de la columna sur de Montoneros. Lo que Alberto no supo, era que Douglas Patrick Dowling un especialista en inteligencia apodado “el inglés” y declarado enemigo de la guerrilla hacía tiempo que andaba tras sus pasos. Varias son las versiones que circulan sobre los hechos. Pero todas coinciden en que Camps fue delatado. Muchos fueron los militantes secuestrados y sometidos a interminables jornadas de torturas, igual así, nadie pudo dar la ubicación exacta del domicilio de Camps ya que todos aseguraron, y en esto hay consenso, que por cuestiones internas de seguridad siempre llegaron al domicilio con los ojos vendados. Pero sin embargo existió un pequeño detalle que originó la búsqueda. Bajo tortura confesaron que en la casa se comían unos bizcochitos artesanales que tenían un gusto muy particular y que nunca nadie los había probado en la vida. El inglés, un perro de caza, ordenó comprar bizcochitos en todas las panaderías de la zona de Lomas de Zamora donde sospechaba que podría estar escondido Camps y obligó a los secuestrados a probarlos hasta que finalmente lograron identificar el comercio ubicado a cuatro cuadras de su hogar sobre la calle Colombres.

Alberto Miguel Camps y su compañera Rosa María Pargas fueron secuestrados el 16 de agosto de 1977, se habían conocido cuando estaban detenidos en Rawson, se enamoraron, soñaron y formaron una familia. Camps fue asesinado en el acto y Pargas trasladada al Centro Clandestino de Detención El Vesubio. En 2011 se publicó un libro que compiló sus poemas bajo el título “Hubiera querido”.

El cuerpo de Alberto Miguel Camps fue enterrado como N.N. en el cementerio de la localidad de Lomas de Zamora y recién en el año 2000 el Equipo Argentino de Antropología Forense logró identificar sus restos.

Ricardo René Haidar nació el 15 de enero de 1944 en la provincia de Santa Fe, estudió ingeniería química, integró las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y más tarde ocupó el cargo de capitán en la organización Montoneros. “El Turco” fue detenido el 18 de febrero de 1972 acusado de asaltar la casa del intendente de la ciudad de Santa Fe. Al salir de la cárcel en la noche del “Devotazo” continuó la militancia revolucionaria, hasta que 1977 sus hermanas Mirta y Adriana, militantes montoneras, fueron secuestradas y continúan desaparecidas. Con poco margen para escapar de la represión salió del país con sus hijos, su madre y su hermana.

En el exilio formó parte de las campañas de denuncia de los crímenes de la dictadura en el extranjero hasta que finalmente decidió volver clandestinamente al país para sumarse a la resistencia a la dictadura.
El 18 de diciembre de 1982 fue secuestrado en el país y trasladado a la temible Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) donde fue torturado hasta el hartazgo. Ricardo forma parte de la lista de los 30 mil desaparecidos.

Francisco Reynaldo “Paco” Urondo nació el 10 de enero de 1930 en la provincia de Santa Fe, a temprana edad asistió al llamado de las letras y de todos los oficios terrestres escogió los de poeta, escritor, periodista, titiritero, dramaturgo y guionista. Visitó Cuba. Quedo fascinado por el surgimiento de un nuevo orden social, se convenció de que la transformación revolucionaria solo podía darse mediante la lucha armada y se alistó en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Se desempeñó como periodista en las revistas Todo, Confirmado y Panorama, trabajó en los diarios Noticias, La Opinión y Clarín. Su libro de poesías “Del otro lado” recibió una mención del jurado de Casa de las Américas.

Fue detenido el 14 de enero de 1973 en la localidad bonaerense de Tortuguitas y estando bajo arresto su novela “Los pasos previos” recibió una mención especial del premio La Opinión-Sudamericana por un jurado integrado por Julio Cortázar, Rodolfo Walsh, Juan Carlos Onetti y Augusto Roa Bastos.

Afuera de la cárcel se vivía una verdadera fiesta popular. Paco salió caminando vestido de saco azul y llevando colgado un bolso que contenía las cintas con las que redactaría “La Patria Fusilada”. Se reunió con su amigo Julio Cortázar que venía de haber estado en Trelew con los familiares de las víctimas y le contó que gracias a las gestiones del poeta Vicente Zito Lema estaba por presentar “El libro de Manuel” en el local de la Federación Gráfica Bonaerense junto al dirigente sindical Raimundo Ongaro y el abogado Rodolfo Ortega Peña. Los días fueron frenéticos. Por pedido de Rodolfo Puiggrós asumió durante esa corta primavera la dirección del Departamento de Letras y participó en el proyecto para crear la carrera de Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, rebautizada como Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires.

Paco no quería morir

“Empuñe un arma
porque busco la palabra justa”

Hasta hace pocos años no se sabía con exactitud cómo Paco Urondo había muerto en esa esquina del barrio Guaymallén. Con el paso del tiempo y la tarea de la reconstrucción de la memoria realizada por las Madres, Abuelas. H.I.J.O.S., ex detenidos y el conjunto de la militancia de derechos humanos fueron saliendo a la luz con mayor precisión detalles de cómo fueron muchos de los sucesos que hoy seguimos investigando y denunciando.

Emma Renée Ahualli, alías la Turca, es referente de derechos humanos de la CTA de los Trabajadores, nació en la provincia de Tucumán y militó en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) hasta que en febrero de 1973 víctima de amenazas se trasladó a Mendoza donde continuó la militancia en Montoneros. La Turca estuvo hasta último momento con Paco en esa fatídica tarde, escapando de las balas, para poder compartir hoy el testimonio de lo sucedido.

La conducción de Montoneros le ordenó a Paco salir de Buenos Aires. Existen todavía hoy muchas especulaciones sobre la decisión de la orga. Paco había pedido insistentemente no ser trasladado ni a Santa Fe ni a Mendoza donde su cara era conocida. Sin embargo, a pesar de los evidentes riesgos a los que podía llegar a ser expuesto la orga le designó la conducción de la regional Mendoza. Paco que ya era en ese entonces un convencido revolucionario aceptó la tarea, no sin dejar de pensar en los riesgos que conllevaba.

La cosa fue más o menos así. El 17 de junio de 1976 a las 6 PM Paco debía encontrarse con la Turca en la calle Guillermo Molina, desde Costanera hasta Coronel Dorrego. La cita era importante porque se encontraban en emergencia después de que Varguitas, un compañero que vivía con ellos, había sido detenido y otro compañero, conocido como Martín, desoyendo las medidas de seguridad volvió a su hogar y automáticamente lo secuestraron. Pero los torturadores se ensañaron brutalmente al descubrir que Martín era en realidad Aníbal Torres, un ex policía de San juan que se había hecho montonero. Cuesta describir la crueldad con la que lo torturaron por haber sido uno de los “suyos” y ahora haberse hecho guerrillero, lo que llevó finalmente a que Martín delate la cita para descubrir a Paco Urondo.

La Tana le ofreció su testimonio al periodista Miguel Bonasso para el libro “Diario de un clandestino” donde se refirió a los hechos de la siguiente forma:

“Paco se me acercó con el Renault y yo me subí en el asiento trasero. En el de adelante iba su compañera, a quien conocí en ese momento, y la hijita de los dos, una bebita menor de un año que Alicia llevaba en brazos. Paco me comentó que había visto cosas raras en el recorrido de la cita y me dijo: Pasemos de vuelta para que vos evalúes”.

Alicia Cora Raboy era la compañera de Paco y Lucía su nombre de combate. Se habían conocido cuando trabajaban en Noticias y ella se dedicaba a la sección gremiales. Había nacido el 14 de enero de 1948, se crió en los barrios porteños de Caballito y Almagro, comenzó su militancia en el Partido Comunista, pero al poco tiempo se sumó a Montoneros. La hija de ambos se llamaba Ángela y tenía apenas 11 meses de vida.

“Apenas empezamos a recorrer el circuito me aterré: estaba lleno de policías camuflados. Hombres y mujeres. Algunos simulaban ser parejitas afilando, otras hacían de vecinas charlando, pero la verdad que las minas eran muy burdas, con pelucas demasiado notorias. Y entonces lo descubrí: en la esquina estaba ese Peugeot rojo que había sido un auto operativo nuestro. En el asiento trasero venía Martín con una gorra que no alcanzaba a taparle la cara y un tipo a cada costado.

-¡Rajemos- le dije a Paco. La cita está cantada”.

Una lluvia de balas iluminó su camino, como una lluvia metalizada decidida a atravesar su cuerpo sabiendo que de todas formas no podrían nunca matar la poesía. Paco seguro recordó por un instante la voz de John Fogerty preguntando en el tocadiscos "who´ll stop the rain", o sea ¿y ahora quién parara la lluvia? Tal vez recordó en un flash de segundos las noches bohemias de San Telmo, las comilonas con los amigos y los bailongos que se armaban con los muchachos del barrio cuando sonaba en el winco la voz de Carlos Gardel. Paco sabía que iba a extrañar las misiones culturales a La Habana o la pesca de pejerrey en el Litoral pero se detuvo ante las balas, sabiendo que era imposible intentar sacar las armas del baúl les pidió a Alicia y a la Tana que se rajen que él iba a bancar la retirada, pero sabiendo que no le iban a dar bola optó por el último recurso y les dijo:

-Me tomé la pastilla ya empiezo a sentirme mal. Rajen ustedes.

La Tana logró salvarse y es hasta el día de hoy que sigue dando testimonio valiente de lo sucedido. En cambio, Alicia fue detenida y traslada al Centro de Torturas D2 y aún continúa desaparecida. Y la pequeña Ángela fue a dar a la Casa Cuna y logro ser rescatada por la familia de su mamá y comenzar una nueva vida.

Como dijo alguna vez Juan Gelman en un poema; Paco no quería morir. Y tenía razón. El 6 de octubre de 2011, el Tribunal Oral Federal N° 1 de Mendoza condenó a prisión a 4 ex policías que participaron de su asesinato y se comprobó fehacientemente que Paco nunca tomó la pastilla de cianuro. Había muerto de un golpe en la cabeza. En su cuerpo no existió ni una sola gota del veneno que solían ingerir los militantes para no ser secuestrados en vida por sus captores. ¿Qué carajo hizo Paco? Lo del cianuro había sido toda una mentira para convencer a las compañeras de huir y poder él así cubrir la retirada y salvarle la vida a su pequeña Ángela.

No puedo quejarme

Estoy con pocos amigos y los que hay
suelen estar lejos y me ha quedado
un regusto que tengo al alcance de la mano
como un arma de fuego. La usaré para nobles
empresas: derrotar al enemigo -salud y suerte-,
hablar humildemente
de estas posibilidades amenazantes.
Espero que el rencor no intercepte
el perdón, el aire
lejano de los afectos que preciso: que el rigor
no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo
curiosidad por saber qué cosas dirán de mí, después
de mi muerte; cuales serán tus versiones del amor,
de estas
afinidades tan desencontradas,
porque mis amigos suelen ser como las señales
de mi vida, una suerte trágica, dándome
todo lo que no está. Prematuramente, con un pie
en cada labio de esta grieta que sea abre
a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo
la nariz y me dejo tragar por el abismo.

Paco Urondo

 

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