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EE.UU. :: 06/10/2022

Los crímenes del capitalismo

Grace Blakeley
EEUU ha destinado una cantidad ingente de recursos a esconder la verdad: la resistencia al capitalismo fue doblegada mediante masacres sistemáticas en el Tercer Mundo

El artículo que sigue es una reseña de 'El método Yakarta. La cruzada anticomunista y los asesinatos masivos que moldearon nuestro mundo', de Vincent Bevins (Capitán Swing, 2021).

Cualquiera que se identifique como socialista se topará en algún momento de su vida con la pregunta «¿cuántas personas han sido asesinadas en nombre del socialismo?». Es poco probable que haya observado que el mayor imperio del mundo se involucró en un programa de asesinatos internacionales más mortíferos que los campos de concentración de Hitler, todo en nombre del capitalismo.

En su nuevo libro, Vincent Bevins revela el asombroso número de muertos de la política exterior de EEUU durante la Guerra Fría. El libro se centra en las masacres anticomunistas que tuvieron lugar en Indonesia en 1965-66, cuando el dictador Suharto, aupado por EEUU, depuso a su predecesor antimperialista y desarrollista Sukarno.

Aunque muchos habrán oído hablar del genocidio indonesio a través de películas como The Act of Killing o El año que vivimos peligrosamente, pocos conocen el contexto político en el que se produjo la matanza y aún menos entienden hasta qué punto estuvo implicado EEUU. En una narración excepcionalmente bien escrita, que combina entrevistas con los supervivientes con un detallado análisis histórico, Bevins revela cómo las atrocidades que asolaron Indonesia en la década de 1960 aún persiguen al país en la actualidad.

Portada de 'El método Yakarta', de Vincent Bevins.

La descolonización de Indonesia fue dirigida por el carismático líder Sukarno, frente a la profunda resistencia de la antigua potencia colonial, Holanda. Bevins describe cómo Sukarno gobernó la Indonesia poscolonial mediante un cuidadoso acto de equilibrio: los islamistas, los comunistas y el ejército pudieron conservar cierta influencia en el régimen. El Partido Comunista de Indonesia (PKI) consiguió acumular un gran número de miembros, convirtiéndose finalmente en el tercer partido comunista del mundo, después de los de la Rusia soviética y la China popular.

Sukarno, sostiene Bevins, nunca fue comunista: era un pragmático, comprometido con el crecimiento de la economía indonesia, la mejora del nivel de vida de su población y la proyección de su influencia en el extranjero. Pero justamente por estas razones, a menudo adoptó la misma línea que el Partido Comunista Indonesio, que era más un partido nacionalista de izquierdas de masas que una vanguardia leninista.

Países como Indonesia, como argumentó poderosamente Kwame Nkrumah, fueron mantenidos en una posición subalterna en la economía global a través del ejercicio del poder neocolonial por parte de los países centrales del sistema mundial capitalista. Estos Estados a menudo trabajaron juntos durante los primeros días de la era poscolonial, formando alianzas multitudinarias de países del sur, como el Movimiento de los No Alineados (MNOAL). La Conferencia de Bandung, celebrada en Indonesia en 1955, fue la precursora del MNOAL, en la que los Estados acordaron una serie de 10 principios para regir las relaciones dentro del Tercer Mundo.

A medida que la Guerra Fría se intensificaba y el macartismo hacía estragos en EEUU, los actos de solidaridad tercermundista eran menos tolerados por las administraciones estadounidenses, fervientemente anticomunistas. La Casa Blanca adoptó cada vez más la postura de que los Estados del Sur Global estaban con EEUU o en contra. La vena independentista de Sukarno, junto con otros desaires percibidos por la hegemonía estadounidense, le situaron finalmente en el lado equivocado de esta división.

A mediados de la década de 1960, EEUU había decidido adoptar una postura más hostil hacia Indonesia y hacia el propio Sukarno. Cuando en una serie de acontecimientos que todavía no se han hecho públicos el general Suharto tomó el poder, lo hizo con el apoyo explícito de EEUU, militar, económico y político.

Suharto era un general poco conocido antes de los sucesos de 1965, pero su retórica anticomunista le granjeó la simpatía de los funcionarios de la CIA. Nada más llegar al poder, se dedicó a exterminar literalmente a los millones de comunistas de Indonesia. El hecho de que los asesinatos se produjeran sobre la base de la ideología y no de la raza ha dado lugar a un desacuerdo sobre si lo ocurrido puede calificarse de genocidio. Lo que no se cuestiona es la magnitud de la matanza: como escribe Bevins, «entre quinientas mil y un millón de personas fueron masacradas, y un millón más fueron conducidas a campos de concentración».

Si Ernst Renan tenía razón al decir que la historia de una nación se basa en su capacidad colectiva para olvidar las atrocidades asociadas a su formación, entonces Indonesia es un ejemplo de ello. Parte de la razón por la que tan pocos han oído hablar de las masacres anticomunistas es que la verdad fue reprimida por Suharto durante mucho tiempo: Bevins escribe que «durante más de cincuenta años, el gobierno indonesio se ha resistido a cualquier intento de mostrar lo que ocurrió». Mientras tanto, los periodistas occidentales repetían fielmente las líneas que les daban los oficiales de la CIA, presentando la violencia en Indonesia como una explosión aleatoria de atavismo del tipo que era de esperar en una nación «atrasada».

Aunque los acontecimientos de Indonesia son los que se analizan con mayor profundidad, no constituyen el tema principal del libro. En su lugar, El método Yakarta se centra en la inspiración que tomaron los grupos de extrema derecha de todo el mundo, con el apoyo tácito o activo de EEUU, de los acontecimientos que tuvieron lugar en Indonesia. Desde Brasil hasta Argelia, los anticomunistas comenzaron a hablar abiertamente de sus propios «planes de Yakarta». Bevins tiene claro lo que esto significaba: «el exterminio organizado por el Estado de los civiles que se oponían a la construcción de regímenes autoritarios capitalistas subordinados a EEUU».

En un fascinante e inquietante viaje alrededor del mundo, Bevins documenta los efectos de la virulenta cruzada anticomunista de Washington en varios continentes. El siguiente campo de pruebas del Método Yakarta sería América Latina, donde cientos de miles de personas serían asesinadas o desaparecidas en nombre del anticomunismo durante las décadas siguientes. Pero la cosa no quedó ahí.

Bevins escribe que una «red informal de programas de exterminio anticomunista respaldados por EEUU (…) llevó a cabo asesinatos en masa en al menos veintidós países»: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Timor Oriental, El Salvador, Guatemala, Honduras, Indonesia, Irak, México, Nicaragua, Paraguay, Filipinas, Corea del Sur, Sudán, Taiwán, Tailandia, Uruguay, Venezuela y Vietnam.

Estas batallas fueron, según Bevins, una parte crucial de la victoria estadounidense en la Guerra Fría. Cita al historiador John Coatsworth, quien estima que «el número de víctimas de la violencia respaldada por EEUU en América Latina superó ampliamente el número de personas asesinadas en la Alemania de Hitler».

Tras este programa de matanza respaldado por el Estado, los únicos movimientos que quedaron fueron los que hicieron caso a las advertencias del Che Guevara y se armaron antes de que los extremistas anticomunistas respaldados por EEUU pudieran exterminarlos. No es de extrañar que muchos de los regímenes capitalistas que han sobrevivido a la Guerra Fría sean famosos por sus abusos de los DDHH: aprendieron del mejor, EEUU.

Jacobinlat.com / La Haine

 

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