La presencia de un joven militar africano en el palco de la Plaza Roja de Moscú el pasado 9 de mayo, en la conmemoración de los 80 años de la victoria en la guerra contra la Alemania nazi, no pasó desapercibida a los observadores de los movimientos de la geopolítica mundial. Ibrahim Traoré, líder de 38 años de la junta militar que el 30 de septiembre de 2022 llegó al poder con un discurso anticolonialista en Burkina Faso, uno de los más pobres países del África subsahariana, compartió estrado con veteranos y poderosos líderes como Xi Jinping, Lula y el propio Vladimir Putin.
El presidente ruso le dio un espacio relevante en la celebración que, además de una impactante demostración del poderío de las fuerzas armadas rusas, fue una explicitación de la cada vez más convocante alianza geopolítica que encabezan China y Rusia. Traoré sobresalió por su prestancia, vestido de fajina y tocado con la boina roja de su referente histórico, el revolucionario burkinés Thomas Sankara, asesinado en 1987. Y, para los latinoamericanos, también la boina de Hugo Chávez, con el que tiene no pocos puntos de contacto.
Traoré también venía de un acontecimiento histórico días antes, cuando el 30 de abril se convocó en su respaldo una manifestación continental africana. La izquierda y los movimientos sociales de todo el continente, desde el Magreb a Sudáfrica, se movilizaron en apoyo al líder burkinés, que había denunciado múltiples intentos de golpe de Estado y conspiraciones en su contra y, junto a sus aliados de gobiernos similares en Níger y Mali (la flamante Alianza de los Estados del Sahel, la AES), expulsó a las tropas francesas y las bases norteamericanas en sus territorios.
La marcha se convocó en las principales capitales y ciudades africanas con la explícita reivindicación del panafricanismo, la corriente política e ideológica de la unidad de los pueblos de África contra el colonialismo que parecía abandonada desde los años 90. Traoré se convirtió, así, en el símbolo de toda una resurrección de la que fue la corriente más representativa de la lucha por la liberación de los pueblos colonizados del África.
Ibrahim Traoré y sus aliados de la AES también encarnan una lucha muy concreta contra los lazos neocoloniales que someten al Sahel desde la independencia de estos países del imperio francés en los primeros años 60, a través de una política que incluye nacionalizaciones, medidas para mejorar la vida de los sectores populares o la expulsión de tropas extranjeras.
Todo junto con la reivindicación del legendario Thomas Sankara, el revolucionario marxista que intentó un proceso revolucionario truncado por la traición de su lugarteniente y mejor amigo, Blaise Compaoré, a fines de los 80. Aunque no tan clara y explícitamente marxista como Sankara, Traoré rescata abiertamente su figura, no solo en la boina, sino con sus medidas y, también, con gestos simbólicos como cambiar el nombre de la principal avenida de la capital, Uagadugú, de Charles De Gaulle a Thomas Sankara.
Todos estos factores posicionan a Traoré como la figura excluyente de este resurgir político de los pueblos del Sahel.
La Alianza de los Estados del Sahel
La región del Sahel es la franja semiárida que marca la transición entre el desierto del Sahara y las zonas tropicales del golfo de Guinea y el centro del continente. Los países de esa zona se cuentan entre los más pobres de África y los más desfavorecidos por la naturaleza, especialmente por el avance de la desertificación en las últimas décadas. Conquistada a fines del siglo XIX, la retirada del imperio francés en los primeros años '60, si bien se dio sin guerras o insurgencias sangrientas, dejó un legado de instrumentos de sujeción neocolonial que, incluso, se fueron reforzando en los últimos años a partir de una fuerte presencia de tropas de la OTAN, en su mayoría de la antigua metrópoli, pero también de los EEUU.
El pretexto para esta invasión solapada fue el surgimiento en 2011 (no por casualidad a partir de la caída de Muammar Ghaddafi en Libia), de un fuerte extremismo islamista, que puso en jaque a los regímenes prooccidentales de la región. El salvajismo que caracteriza a estas ramificaciones de bandas como el Estado Islámico o distintas variantes de Al Qaeda desafió el control de los débiles aparatos estatales en grandes zonas, especialmente las más apartadas, y significó un problema para las corporaciones extractivas de oro y minerales estratégicos que abundan en la región, y que casi sin dejar nada son exportadas directamente a Francia y otros centros de poder global.
Mucho mayor fue el daño provocado a las poblaciones atacadas por estas bandas que, en general, usan la franquicia del ISIS pero tienen orígenes locales y con lazos generalmente poco transparentes con los poderes regionales. El golpe de Estado que llevó al poder a Ibrahim Traoré se enmarca en el fracaso para el control de estos yihadistas que en 2020 ya dominaban 40% de la superficie del país, no solo por parte del ejército burkinés, sino aun más por las tropas francesas.
Sin embargo, Traoré no se atuvo a la agenda de la seguridad y la "lucha contra el terrorismo" como programa único y, mucho menos, bajo el mando operacional de los franceses. Rápidamente, el joven militar que encabezó el golpe asumió una identidad muy diferente, en defensa de las mayorías populares burkinesas y, en especial, de aquellas abandonadas regiones más afectadas por el extremismo islamista, como Mouhoun, de la que él mismo proviene, y una idea de la tarea del gobierno atravesada por un claro eje antiimperialista y panafricanista.
Fue una ruptura muy fuerte con los últimos treinta años de la historia política de Burkina Faso, regida por gobiernos corruptos y sujetos al dominio neocolonial desde el golpe de estado que acabó con la experiencia revolucionaria de Sankara en 1987. Y, justamente, Traoré tomó la reivindicación de esa experiencia como parte de su identidad política.
En los países vecinos, Mali y Níger, otros gobiernos militares con características similares al de Burkina Faso, encabezados respectivamente por Assimi Goita y Abdourahamane Tchiani, encararon políticas similares, empezando por la ruptura conjunta con los lazos más evidentes de dominación neocolonial, la expulsión de las bases militares y tropas francesas y norteamericanas y la nacionalización de los recursos naturales que eran exportados sin control a París. La toma de posturas de los tres gobiernos los enfrentó rápidamente a los otros países de la región que continuaron fieles a las potencias occidentales y su agenda económica y geopolítica.
La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO, también conocida como ECOWAS por sus siglas en inglés), la asociación surgida en 1975 para, en teoría, consolidar los lazos de unidad regional y su progreso económico, amenazó hasta con una intervención militar frente al golpe en Níger (el tercero temporalmente), algo que se suponía no formaba parte de sus atribuciones. Los tres países encabezados por gobiernos militares nacionalistas y con gran apoyo popular fueron expulsados de la CEDEAO, lo que impulsó la formación inmediata de la Alianza de Estados del Sahel (AES). La amenaza de invasión fue un intento disuasorio que fracasó ante la firmeza de los nuevos gobiernos, que respondieron con la AES y un tratado de alianza militar y de defensa mutua ante la amenaza de los países que permanecieron en la CEDEAO, un enorme desafío al status quo de la región.
Las implicancias geopolíticas de la formación de la AES son evidentes. Los tres gobiernos tomaron medidas que los llevan a la ruptura de los lazos neocoloniales con Occidente, lo que tiene inmediatas consecuencias, encarnadas por la reacción de los países de la zona más alineados con la Unión Europea y los EEUU. Pero también significaron la apertura a inversiones chinas y, notoriamente, a la presencia rusa en el campo económico y militar, en una región que nunca estuvo bajo el paraguas de la Unión Soviética.
La política de la Federación Rusa de generar lazos económicos y políticos fuertes con los países africanos excede el plano militar, como lo demuestra la organización de las Cumbres Rusia-África iniciadas en 2019. En la celebrada en 2023, los líderes del Sahel afianzaron vínculos económicos, pero también, formaron tratados de colaboración militar formales con los rusos, que trascienden las siempre ambiguas relaciones con empresas como Wagner, que después de su extraño amotinamiento en Rusia en medio de la guerra de Ucrania y la muerte de su líder Prigozhin, fue retirado de la región. La invitación y el lugar que le dio Putin a Traoré en el desfile de la Victoria es otra muestra de ese alineamiento que, sin embargo, no es total, sino que se enmarca en una diversificación de apoyos que incluye inversiones de otros países europeos y un delicado equilibrio en la siempre inestable política africana.
Por otra parte, romper los complejos e intrincados mecanismos que atan a los países del Sahel con las viejas metrópolis coloniales no es tan sencillo. Los tres países siguen dependiendo casi totalmente de la exportación de recursos minerales. El oro, por ejemplo, dejó de ir a Francia para ir a Suiza y a los Emiratos Árabes Unidos. El uranio sigue siendo exportado para la provisión de las centrales nucleares francesas. Y lo más delicado, no es tan fácil para estas naciones salir de la trampa de la moneda única controlada por Francia, el franco CFA, cuyo valor y reservas están determinadas por el Banco Central francés. La intención de formar una nueva moneda de la AES está en los planes, pero por el momento no ha sido puesta en marcha. La AES necesita aún más fuerza económica para poder avanzar en esta dirección.
Por último, romper la inercia de varias décadas de dominio neocolonial (que siguió a la colonización directa) no se da sin tensiones ni oposición. Las facciones militares opuestas al nuevo rumbo han intentado, hasta ahora sin éxito, derrocar a los gobiernos o, incluso, asesinar a sus dirigentes. La denuncia de uno de esos complots motivó el llamado a la movilización continental el 30 de abril. El extremismo yihadista sigue golpeando con fuerza, a pesar de algunos éxitos del nuevo gobierno, provocando muerte, destrucción y desplazamientos de población. La coincidencia de sus golpes con los intereses de las potencias occidentales no es una casualidad.
La resurrección de Thomas Sankara
Un viraje geopolítico de tal magnitud no puede darse sin una fuerte base de apoyo popular. Las movilizaciones y la organización de los pueblos del Sahel es el principal sostén de la AES, y especialmente del liderazgo de Traoré. Esa movilización no se basa solo en el hartazgo por la intromisión permanente de Francia, los abusos de los militares occidentales o el terror de los islamistas radicales, sino en un cambio radical de la política estatal. El rescate de la figura de Sankara no es, tampoco, una casualidad.
Thomas Sankara gobernó Burkina Faso entre 1983 y 1987, cuando fue traicionado y asesinado por su compañero de armas Blaise Compaoré, que mantuvo el poder hasta el año 2014. Una sucesión de golpes y gobiernos fraudulentos siguió a la caída de Compaoré, quien revirtió la mayor parte de las políticas de Sankara, hasta septiembre de 2022 cuando una última asonada llevó al poder a Ibrahim Traoré. Es recién ahí que se volvió a reivindicar públicamente a aquel capitán del ejército que se definía como marxista y panafricanista. Sankara fue quien cambió el nombre del país desde el colonial Alto Volta (que refiere al río que atraviesa su territorio) a Burkina Faso, que en lengua mooré significa "la Patria de la gente recta".
Las medidas implementadas por Sankara fueron radicales y espectaculares: llevó la alfabetización, en tres años, de 13 a 73% de la población; alcanzó en ese mismo período la capacidad de autosuficiencia alimentaria en un país acostumbrado a las hambrunas, a través de una reforma agraria que redistribuyó las tierras al campesinado; prohibió la mutilación genital femenina y dio plenos derechos ciudadanos a las mujeres, incluyendo el nombramiento de varias de ellas en cargos ministeriales; instrumentó intensas campañas de vacunación con ayuda de médicos cubanos; edificó enorme cantidad de escuelas, centros de salud y viviendas; recortó el gasto suntuario de los altos funcionarios (el más recordado fue el uso obligatorio del pequeño Renault 5 como auto oficial), e impulsó las relaciones con los países socialistas de la época. Nada de esto le fue gratis a Sankara, le costó la vida en uno de los episodios más infames de la corta historia del país.
Traoré no se pronunció como marxista, pero sí como antiimperialista y panafricanista, y rehabilitó la memoria de Sankara. Acompañó este cambio de postura oficial con una serie de medidas que siguen la dirección del revolucionario burkinés de los años ochenta. El objetivo de la política de Traoré es avanzar hacia una mayor autonomía de los poderes extranjeros, tanto en términos de soberanía política, expulsando a los militares franceses y estadounidenses y rompiendo las alianzas dictadas por el neocolonialismo, como en la económica, ampliando la base de sustentación productiva y el control de las riquezas minerales.
En el primer caso, la retirada obligada de las tropas francesas dio lugar no solo a la autonomía operativa de las fuerzas armadas burkinesas sino a la colaboración con sus vecinos de la AES, Mali y Níger, junto con la creación de milicias de voluntarios para combatir con mayor eficacia al extremismo islamista. En el segundo, con una serie de medidas como la nacionalización de las reservas de oro (calculadas en 80 millones de dólares), la creación de una empresa estatal para su extracción y tratamiento y un esfuerzo sostenido por mejorar la productividad agrícola (retomando medidas de Sankara) llevando a un crecimiento del PBI en torno a un 4 a 6% anual. El gobierno de Traoré también aumentó los salarios de los empleados públicos, creó una fábrica estatal de productos lácteos e impulsó el desarrollo científico-tecnológico propio. El masivo apoyo social a este resurgir nacional sostiene a Traoré en el poder a pesar de las amenazas y adversidades.
El resurgir del panafricanismo
Todas estas medidas y avances han impactado fuertemente en la maltrecha izquierda africana, que lo tomó como una nueva e inesperada referencia que rescató del olvido no solo a Sankara sino a la idea madre del movimiento de liberación africano, el panafricanismo. De hecho, fue esa la motivación principal de la movilización continental del 30 de abril, llamada bajo la consigna "¡Fuera las manos de la AES!", y que se expandió por numerosos países del África, desde Ghana a Sudáfrica, y también en ciudades occidentales como Nueva York o París.
El detonante fue la denuncia por parte del gobierno burkinés del desmantelamiento de una conspiración golpista organizada desde Costa de Marfil el 21 de abril. Poco tiempo antes, el general Michael Langley, jefe del equivalente africano del Comando Sur de las fuerzas armadas de los EEUU, el AFRICOM, había visitado ese país también miembro de la CEDEAO y denunciado como corrupción la nacionalización del oro hecha por el gobierno revolucionario burkinés. Un detalle no menor es la presencia en Costa de Marfil, como asilado, del depuesto Compaoré, que había traicionado a Sankara y establecido una dictadura represiva y prooccidental durante casi tres décadas. Compaoré fue condenado a cadena perpetua en ausencia, en abril de 2022, por el magnicidio de su antiguo amigo y jefe.
La figura de Traoré, junto con sus aliados de Mali y Níger, se está convirtiendo en una referencia ineludible para el resurgimiento del movimiento panafricanista, que plantea la unidad de los pueblos africanos contra el colonialismo y el neocolonialismo. Los actuales lideres del Sahel se ven así en la senda de los antiguos dirigentes de la lucha por la independencia africana, como Patrice Lumumba, del Congo ex belga; Kwane Nkrumah, de Ghana; Sekou Touré, de Guinea Conakry; Amílcar Cabral, de Guinea Bissau, o el mismo Sankara.
Asociado al llamado "espíritu de Bandung", la gran reunión de países del Tercer Mundo en esa localidad de Indonesia en 1955, el movimiento panafricanista tiene raíces en los primeros teóricos que, provenientes del marxismo, plantearon la lucha popular contra las potencias coloniales de la época como una causa continental y no de las naciones surgidas de las divisiones administrativas de los imperios. W. E. Du Bois y George Padmore fueron sus primeros teóricos y convocantes en la primera mitad del siglo XX, antes que se consumaran las independencias africanas.
Padmore, especialmente, desde una temprana militancia marxista le dio al panafricanismo una impronta de clase que, luego de su ruptura con la Tercera Internacional, resignificó en clave de combinar la explotación de clase con el racismo y la situación colonial. Esta idea de una propuesta de lucha continental africana encontró eco en la primera generación de líderes de la independencia, en especial Nkrumah, del que Padmore fue asesor, ya en los inicios de Ghana como país independiente, junto con otros dirigentes de esa etapa temprana de las nuevas naciones africanas en que se extendió la idea de un "socialismo africano", basado en un camino propio a partir de las tradiciones comunales de sus pueblos.
Un segundo momento impregnado por la lucha armada contra el imperio portugués y el apartheid sudafricano radicalizó los esfuerzos panafricanos hacia el marxismo, debido a la yuxtaposición de la lucha anticolonial con la confrontación Este-Oeste de la Guerra Fría, especialmente en el Sur de África (Angola, Mozambique, Sudáfrica, entre otros países). La decisiva participación internacionalista cubana (principalmente en sostén del MPLA angoleño contra las fuerzas del apartheid sudafricano) también influyó en la perspectiva marxista del movimiento anticolonial. Aunque aislado con respecto a estos escenarios, la experiencia de Sankara también puede inscribirse en esta segunda ola del movimiento panafricano.
La caída de la URSS y el ascenso mundial del neoliberalismo generó la defección rápida de varios de los movimientos de liberación que habían luchado tan arduamente, tanto de los ideales socialistas como del panafricanismo, cuya influencia ideológica sobre los gobiernos africanos de la posguerra fría pasó a ser testimonial o nula en la mayor parte de los casos.
Ibrahim Traoré y la Alianza de Estados del Sahel vienen a recuperar la memoria de esos viejos movimientos y darle fuerza para su resurgimiento. Por lo menos, eso es lo que ven numerosos movimientos sociales, sindicales, campesinos y grupos políticos de la izquierda africana, que lo consideran un "faro" del panafricanismo y el antiimperialismo, mientras la AES y sus jóvenes gobernantes navegan las aguas movidas de un mundo en que las viejas hegemonías imperiales empiezan a romperse.