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Chile :: 17/12/2017

Chile: ¿Otra vez el mal menor?

Paul Walder
Hoy segunda vuelta, para elegir entre centroderecha y ultraderecha

Tras las elecciones de noviembre la política chilena parece iniciar una nueva etapa. Es tal vez el comienzo de un periodo que transparenta y expresa energías contenidas por largas décadas, una fuerza que, por el momento, deberá buscar su salida mediante las nuevas formas de representación. No sólo es, como ya repiten no pocos observadores, el fin de la transición, sino el inicio de no evaluadas aventuras políticas. Sabemos que algo ha cambiado, que las transformaciones contienen proyecciones de gran magnitud, pero no conocemos sus alcances, aún impredecibles.

Hay elementos estructurales que apoyan esta percepción y afirmación. Los cambios no son sólo electorales, son el efecto político de fuerzas profundas que han presionado durante décadas por su liberación.

Responden a una alteración social que empuja, hoy a través de la representación política, por una transformación y desinstalación de una institucionalidad corroída. Las energías liberadas el pasado 19 de noviembre apuntan hacia el fin de la anomalía neoliberal. Porque al hablar de neoliberalismo, de sociedad de consumo, de modernización capitalista, no nos referimos sólo al mall ni al retail. Hablamos de la privatización y mercantilización de derechos históricos básicos como el acceso a una salud y a una educación de calidad y a pensiones dignas. Hablamos de un engendro que ha perfilado uno de los países más deformes en su distribución económica, social y cultural.

En esta escena, que destapa y destraba los procesos históricos de las últimas tres décadas, nos enfrentamos a la segunda vuelta presidencial. Cambios desatados y un electorado transparentado y escorado a la Izquierda tras el fin del sistema binominal. Partidos fragmentados y minimizados, proyectos disipados por un torrente que canaliza las demandas de clausura a las lógicas y los valores de la transición, por los clamores de cambios y de inclusión y representación democrática.

En este torbellino en pleno desarrollo hay dos factores posiblemente subvalorados: uno es el muro de contención capitalista que refuerza la coalición de Chile Vamos y la candidatura de Sebastián Piñera. El otro es la misma candidatura de Alejandro Guillier, que canaliza en la propuesta de Fuerza de Mayoría los despojos y decadencia política de la otrora Concertación y ahora Nueva Mayoría.

Lo que se enfrenta en las elecciones del 17 de diciembre son dos fuerzas en decadencia cruzadas por escándalos de corrupción. La derecha neoliberal, aún bajo un blindaje político y apoyo electoral que defiende un proyecto agotado, y una diluida socialdemocracia, que sufre el mayor retroceso de las últimas décadas. Sin el apoyo de los electores del Frente Amplio, la candidatura de Guillier no tiene futuro.

El inicio de un proceso de transformación institucional, de un nuevo proyecto de país, está en manos del Frente Amplio, en tanto la candidatura de Guillier, limitada en su capacidad de crecimiento electoral, sólo puede aspirar a un nuevo gobierno como canal de las fuerzas transformadoras. Una condición que muy probablemente se estrelle con intereses al interior de la coalición.

Para los electores del Frente Amplio y la Izquierda chilena el dilema de sumarse a la candidatura de Alejandro Guillier no puede inscribirse en las lógicas que ordenaron la transición. No se trata esta vez sólo de un voto acotado al duopolio, en un voto por el mal menor, en una disputa entre la ultraderecha y la socialdemocracia neoliberal, entre la continuidad mercantilista contra su amortiguación social vía reformas. Por primera vez en varias décadas las cargadas y urgentes demandas sociales, como el fin de las AFP, la gratuidad en la educación o la eliminación del CAE, tienen sus referentes ciertos en la representación política.

El Frente Amplio ha dicho que la decisión está en manos de Guillier, en su voluntad para incorporar como parte de su programa las demandas sociales expresadas en la votación por Beatriz Sánchez. Una demanda justa cuyo rechazo pavimenta el regreso a La Moneda de Sebastián Piñera.

Un trance que pese al riesgo involucrado no alterará los procesos sociales y políticos en plena marcha. El problema es otro: hay millones de chilenos que no pueden continuar esperando por los cambios.

Punto Final

 

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