Colonizar. La vida de Elon Musk parece estar abocada a esta quintaesencia de la idiosincrasia imperialista. Pero no al anhelo de la conquista de otros países como las potencias de antaño -aunque ciertamente sí, de alguna manera-, si no colonizar de una forma, si es que se puede, todavía más extrema. Colonizar el espacio exterior, la tecnología, el futuro, la ciencia, la maternidad de las madres de sus hijos y la natalidad del mundo, los negocios, la popularidad, la política, y finalmente -quizás la más temible- todas las fuentes de información que pueda abarcar, encaminándose de este modo subrepticio y veloz a la colonización de la propia mente humana. Y esa es su meta final.
Sin embargo, Elon Musk, parece ser una persona brillante. Brillante y carismática. Cómico, cautivante, casi querible. Su persona genera una contradicción enorme, sus acciones difieren muchas veces de sus palabras. Y sus palabras son muchas veces opuestas a sus pensamientos. Tiene una mentalidad intrincada, difícil de descifrar, poco permeable a las cosas más sencillas y con reacciones que lindan con los límites de lo elemental. Incluso, en algunos de sus gestos menos grandiosos, todavía se vislumbra un dejo de vacilación infantil, -indemne aún de ese resentimiento tan siniestro y rechazable de la mayoría de sus copartidarios- una inseguridad intrínseca en donde quizás subyaga el nudo de toda su historia.
Todavía lo más extraño y paradójico de su persona es escucharlo hablar. Escuchándolo, transmite una preocupación genuina por la humanidad. Todas sus empresas tienen cierto sesgo filantrópico, casi altruista. ¿Cómo se explica, entonces, la poca empatía por cada una de las personas individuales que fueron echadas -figurativa y literalmente- a un universo de incertidumbre y angustia por las decisiones que tomó a ultranza con el poder que le dio el DOGE?
Como si el único modo de observar a la gente que le es familiar fuese el numérico, un promedio, una cifra, no un ser humano único al que internó con sus dictámenes en un mar de inmensa pesadumbre. "No estoy diciendo que sean malas personas, sólo que no nos podemos permitir una burocracia autónoma", dijo el pasado febrero cuando todavía era parte del gobierno de Trump, con palabras un poco más humanas. De nuevo, contradicción -una contradicción que en este caso raya con la hipocresía-: palabras y tonos que se oponen de facto a los hechos más concluyentes.
Una de las mayores desavenencias entre ese costado suyo que aparenta perseguir la mejoría y el bienestar futuro de la humanidad y aquel costado en las sombras repleto de una completa a(nti)patía sobre el ser humano en particular, yace en su empresa Neuralink. Neuralink es una empresa especializada en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora. Estas interfaces son nada más y nada menos que dispositivos que, introducidos de forma quirúrgica e invasiva en la corteza cerebral o de un modo no invasivo, pero con un resultado menos preciso, en el cuero cabelludo, conectan las ondas eléctricas que genera el cerebro humano con una computadora.
El fin a corto plazo es el de ayudar a personas con enfermedades cerebrales graves como le epilepsia o personas con parálisis de alguno de sus miembros a recuperar las funciones motoras perdidas. Pero el verdadero sueño de Musk es el de aunar el cerebro humano a la inteligencia artificial floreciente. Una inteligencia artificial que, paradójicamente según sus propias palabras, puede resultar en algo sumamente peligroso para el futuro de la humanidad. Su finalidad última es la de controlar la inteligencia artificial mediante nuestros impulsos cerebrales.
La meta de una mejoría en la salud de las personas discapacitadas parece loable y desinteresada. Pero el otro extremo de este proyecto emula terroríficamente una novela de Philip Dick. La ambición de asociar al ser humano mediante un implante en la corteza cerebral con una computadora es al menos inquietante, sobrecogedora. Quizás dentro de cien años estemos acostumbrados a este tipo de tecnología y la utilicemos como algo cotidiano, pero, ¿no debería preocuparnos un poco esta fusión sintética e industrializada? ¿No llevaría esto a la extinción definitiva de la humanidad o, lo que es peor aún, a un control indiscriminado y nada ético del pensamiento individual de cada persona por parte de unos pocos? De nuevo: contradicción, y en este caso una contradicción aterradora.
Lo cierto es que la ambivalencia más grande que encierran los proyectos de Elon Musk es la parte que no suele contarse de las consecuencias actuales del uso de la tan aclamada inteligencia artificial y el uso de datos de cualquier plataforma digital como X. La explotación constante de datos a los que estamos acostumbrados hoy en día con cualquier movimiento (por pequeño que sea) dentro de nuestros teléfonos, genera un intercambio de información dentro de la red que se mueve de manera veloz desde nuestros dedos a los miles de routers y servidores que conforman los Centros de Procesamiento de Datos: edificios gigantescos que ocupan varias manzanas, en donde cientos de computadoras reciben y envían información las veinticuatro horas del día.
Estos procesadores enormes, en perpetuo movimiento, producen un calor colosal que no soportarían durante mucho tiempo si no fuese por la refrigeración especial que utilizan los edificios que los albergan. Un sistema de refrigeración que genera un gasto inaudito e insólito de energía y agua. En promedio, uno solo de estos centros utiliza alrededor de 84 millones de litros de agua al año, el equivalente a 33 piletas de natación olímpicas, mientras que 28 mil hogares de cuatro personas consumen un total de 4,5 millones anuales.
Centros de datos que registran y guardan cada movimiento, cada búsqueda, cada contacto, cada click, cada palabra que escribimos en nuestro celular. Datos personales y privados que quedan alojados y en posesión de los grandes terratenientes de Sillicon Valley. Entre ellos Elon Musk. En resumen: los Centros de Procesamiento de Datos ayudan a almacenar y comercializar nuestros recursos comunes sin nuestro consentimiento por estos monstruos monopólicos mientras abusan de nuestros recursos naturales. Es la mayor arma actual del capitalismo neoliberal.
La compra de Twitter por parte de Musk en 2022, fue la jugada que lo llevaría a luchar en los puestos más altos de los magnates que controlan los servicios de comunicación y por tanto nuestra vida casi por completo. Hay un desconocimiento aterrador sobre este dominio, sobre este poder que tienen los actuales magnates de las telecomunicaciones en nuestras vidas. Nos muestran lo que quieren mostrarnos, nos venden lo que quieren vendernos, nos hacen elegir los políticos que quieren que elijamos. El mundo entero, incluso las personas más ajenas a las nuevas tecnologías, está siendo influenciado permanentemente por los pensamientos que estas redes nos imponen.
Como los maestros titiriteros de antaño o los ilusionistas que manejaban a sus muñecos ventrílocuos a su antojo. Estamos convencidos de que pensamos libremente, de que nuestras acciones son el producto únicamente de nuestra propia voluntad y, como en un mundo surrealista y oscuro de una película de Terry Gillian, nada de lo que decidimos es realmente elección nuestra. Paradójicamente -una vez más la contradicción enorme que encierra en un 'loop' perenne y sórdido la vida y el mundo de Elon Musk- cuando Musk compró Twitter confesó que lo hacía para "restaurar la libertad de expresión que había sido censurada en las redes sociales". Libertad de expresión que hace más de diez años maneja, desdobla y dictamina la ultraderecha como le place, escudándose -casi como una burla maquiavélica- en la falta de libertad de expresión.
Con todo,- y este es acaso el mayor de los dilemas- la pregunta más acuciante que depara la figura de Elon Musk, después de haber unido sus fuerzas y su fortuna a la elección de Trump, es por qué una mente tan adelantada a cualquier pensamiento científico presente elige pertenecer a la parte de la sociedad que llegó al extremo más retrógrado de los últimos ochenta años. Por qué disfruta dañando de un modo tan deliberado a sus empleados, a sus mujeres, a sus hijos, incluso al propio planeta en el que vive. El justificativo de una niñez terrible pierde valor ante tanta falta de empatía. Y sin embargo, su persona, su exterior más conectado con la realidad, llega a ser ameno, hasta cálido. Como un chico que se ríe de su propia maldad sin saber que la está cometiendo, aunque en su caso, cada decisión que toma es en pleno dominio de su voluntad.
Lenin hablaba del imperio monopólico de las grandes industrias cuando -con el auge del proceso de industrialización mundial de principios del siglo veinte- los grandes capitales subvencionados por los bancos de turno llevaron a Europa, y al resto del mundo por añadidura, a la I Guerra Mundial. Estos imperios acaparaban un sector determinado de la industria de un país, haciendo tratos con los gigantes de otros rubros de la misma rama (monopolios combinados o "mixtos" les llamó Lenin citando a Hilferding), para que pasase lo que pasase en la fluctuante economía de preguerra ellos nunca tuviesen pérdidas.
El de Elon Musk, y el de los otros pocos dueños de las tecnologías de la telecomunicación mundial, es un imperio aún más terrible, más urgente. Musk es dueño de empresas que manejan la neurociencia, los satélites, el transporte (terrestre e interespacial), las redes sociales, los servicios de internet de banda ancha, productos de energía solar, la biotecnología, la inteligencia artificial y hasta una empresa excavadora de túneles. Algunas parecieran no estar conectadas con las otras, pero leyendo entre líneas la mente de Elon Musk -sus pensamientos y deseos más profundos-, se vislumbra un anhelo intrínseco, visceral e irrefrenable. Un sueño que quizás comenzó a albergar de chico cuando diseñaba videojuegos para escapar de su realidad. Ese mundo que leyó e imaginó en los cientos de libros de ciencia ficción que leía en ese entonces para resguardarse.
El mundo en donde la ciencia era manipulable, tangible, y que podía venir a su rescate para transformarlo en un héroe, el héroe que no podía ser entonces. Es esto lo que impulsa sus deseos más profundos: el dominio, el control total de la humanidad. Biológica, física e ideológicamente. Un semidios que lo maneje todo, que tenga el poder completo en sus manos. Sueños de un niño que llevados a cabo por una mente brillante y poco manejable, con la anuencia y cercanía del poder político, pueden tener un desenlace sumamente peligroso.
La pregunta continúa resonando entre los límites de lo real y lo fantástico. Por qué una mente sobresaliente no puede sentir cercanía con sus congéneres, con el dolor de otro ser humano, con la miseria que conlleva a un sufrimiento indecible, con la guerra y la tortura. Una mente adelantada no siempre deja atrás la empatía, no son términos excluyentes. ¿Es una falla de la sociedad, entonces, en este caso? ¿Una falla del modo en que fue criado y su historia (ciertamente en gran parte), o simplemente son decisiones terrenales y rotundas de alguien que no se conmueve ni un poco con las injusticias más terribles del mundo? ¿Tiene una relación determinante lo admirable de su talento científico y lo que elige ser como persona?
No es algo que sorprenda la mezquindad de pensamiento de los referentes políticos de la ultra derecha. Sin embargo, hay algo en el modo de pensar y en la persona de Elon Musk que no deja de hacer sentir que la humanidad tuvo una gran pérdida en las decisiones políticas que eligió. Algo que nunca va a poder subsanarse.
Hay una emergencia mundial real en el control despiadado que estos grupos dueños de los grandes emporios de Sillicon Valley tienen sobre nosotros. Ya no un dominio exclusivamente económico y de servidumbre como tres siglos atrás - aunque esto siga existiendo, sin embargo, incluso peor que en el pasado- sino un poderío y una potestad alarmantes sobre nuestras decisiones más profundas. La ausencia total de protección de la soberanía de nuestros datos digitales por parte de la mayoría de los Estados del mundo nos deja en una situación aún más vulnerables, desamparados ante estos grandes imperios del dominio del pensamiento humano. El único modo de dar batalla es luchar por redes libres y protegidas por parte de cada gobierno nacional y conseguir el dominio y autonomía de nuestros propios datos, de nuestros movimientos y decisiones que tomamos como personas digitales.
Y quizás algún Elon Musk de una vida alternativa no tuerza su camino en medio de la contienda, y siga estando del lado de la humanidad - esa humanidad que día tras día absurdamente le entrega el poder absoluto que ostenta- y del lado del planeta, como su alter ego real cree estarlo en su mundo ficticio de súper héroe que su imaginación sigue recreando como cuando era chico.
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