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Europa :: 20/10/2020

'Weltschmerz'

Maciek Wisniewski
Cuando los socialdemócratas llamaron a votar por Hindenburg –Biden− para parar a Hitler −Trump− el primero tardó sólo seis meses en entregarle el poder al segundo

1. Cuando los románticos alemanes acuñaron a mitades del siglo XIX el término el dolor del mundo (Weltschmerz), para denominar un particular sentimiento de melancolía y pesimismo frente a la realidad, no se imaginaban qué tan adecuado iba a ser éste para describir la condición de la izquierda a principios del siglo XXI. Pero la afinidad siempre ha estado allí. De allí la cercanía de Marx con el romanticismo (Löwy). De ahí, también, la melancolía como una categoría perfecta para hablar de la política revolucionaria capaz de mirar a la vez el pasado y el presente de las luchas y alimentarse de la memoria de los vencidos (Benjamin, Bensaïd) o de la historia de sus derrotas, sin cancelar el horizonte de su futuro (Traverso).

2. El auge de la extrema derecha, etnonacionalismo, racismo y oscurantismo, las incesantes guerras neocoloniales, la crisis de los refugiados, la crisis económica y ambiental, los ataques sin fin a las conquistas sociales, una serie de derrotas: Lula/Dilma, Corbyn, Sanders, Morales, Mélenchon, la capitulación de Syriza, “la política kitsch” de Podemos, etc. Los tiempos no son alentadores. Tal como el dolor del mundo evolucionó de un sentimiento personal a un amplio espíritu del tiempo (Zeitgeist) aparte –una anormal hipersensibilidad a los males que da lugar a ansiedad y frustración−, hoy el Weltschmerz encaja con el espíritu dominante de las comparaciones históricas sin fin (véase: https://lahaine.org/dI1R) –a Hitler, al nazismo, etc., que más que vaticinar una repetición directa, reflejan un cierto estado de ánimo.

3. Si Donald Trump en realidad es un líder débil –sin una fija visión del mundo (Weltanschauung), que no logró llevar a cabo una sincronización (Gleichschaltung) de diferentes sectores del Estado, ni traducir su sigilosa quema de Reichstag a una toma del poder total− el problema es que la izquierda es aún más débil que él. Trump es la contrarrevolución sin la revolución. Un posfascista que llega a reconfirmar la hegemonía del capital, sin realmente tener que defenderlo (en las filas demócratas la corriente corporativista neoliberal de Joe Biden solita se encargó de frenar la tibia socialdemocracia de Bernie Sanders). Como en una unidad dialéctica, sin una amenaza real del comunismo, una amenaza real del fascismo se desvanece en el aire...

4. Ante la inexistencia del enemigo, los posfascistas –Trump, Bolsonaro, Johnson, Orbán, Kaczyński, Modi et al.– se encargan de crearlo. Vivimos en una época de anticomunismo sin comunismo que emplea los viejos recursos: conspiracionismo, nacionalismo, clichés antisemitas (judeobolchevismo). En el mundo según Trump el centro-derechista Biden −que se ufana más de “haber parado al ‘zurdo’ Sanders que de enfrentar a Trump−, es un caballo de Troya de la izquierda radical (sic), #BlackLivesMatter una organización marxista (¡ojalá...!) y el marxismo cultural ha permeado todos los ámbitos de la república.

5. Comparativitis tiende a alimentar una falsa superioridad moral (estamos enfrentando a Hitler) y a la vez el fatalismo (qué podemos hacer...). Ambos refuerzan la melancolía nutrida de la intrínseca ambigüedad de las comparaciones históricas. Pero si hay una lección de los errores de la izquierda alemana de la década de los 30 −como insisten los partidarios de analogizar nuestros tiempos y proponentes de la estrategia del mal menor para frenar a Trump (Chomsky, Moore et al.)– y un punto preciso donde el Weltschmerz de la izquierda se fusiona con el Zeitgeist de las über paralelas, que tal ésta: cuando los socialdemócratas llamaron a votar por Hindenburg –el doppelgänger de Biden− para parar a Hitler −el doppelgänger de Trump− el primero tardó sólo seis meses en entregarle el poder al segundo, abriendo el camino a uno de los periodos más oscuros de la historia. O sea...

6. Hizo falta un golpe parlamentario-judicial (y el encarcelamiento de Luiz Inácio Lula da Silva) para subir a Jair Bolsonaro al poder en Brasil, pero el PT –la izquierda amigable a los negocios− también hizo su parte. Implementando su ciega estrategia de conciliación de clases. Negándose a llevar una verdadera reforma política o agraria. Desarticulando los movimientos sociales con tal de conservar el sistema a punto de portarse como la SPD en tiempos de Rosa (Löwy). Alimentando los mismos sectores −medios, agronegocios, micropartidos de la derecha− que luego se volcaron en contra de él (hoy el procapitalista PT es, según Bolsonaro, el comunismo detrás de todos los males). El fascismo siempre es una muestra de una revolución fracasada (Benjamin).

7. El Weltschmerz ofrece falsas comodidades que hay que, como en caso de la izquierda brasileña, rechazar y aprender a convertir el luto en la lucha. Y, como en el de la izquierda estadunidense, en una fuente de resistencia. Pero evitar las trampas de la melancolía y las rituales lamentaciones acerca de la desorientación de la izquierda significa también ser honestos con nosotros mismos (Hall): aprender de las derrotas sin culpar los acontecimientos externos (el auge del posfascismo, etcétera), analizando más bien nuestra propia postura frente a –o detrás de− ellos.

@MaciekWizz

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/dI4Y