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Europa :: 05/11/2020

'Reisefieber'

Maciek Wisniewski
Fascismo, el término levantado históricamente por la izquierda, hoy acabó instrumentalizado sobre todo por las élites liberales

1. El auge global de extrema derecha (Trump, Bolsonaro, Johnson, Orbán, Kaczyński, Modi et al.) y el retorno del fascismo como categoría política y analítica –pero que “resurge a veces como una ‘facilidad semántica’, cuando no sabemos cómo denominar lo nuevo” (bit.ly/3e2q8Gf)– parece causar un peculiar ‘desasosiego’” y desorden conceptual. Reisefieber –inquietud antes del viaje− una palabra que en sentido amplio, tal como p.ej. se pasó del alemán al polaco (rajzefiber) para denotar una suerte de desorden general o vértigo, parece una buena palabra para esto. Los tiempos son oscuros (Arendt). Pero la falta de claridad semántica y el desasosiego conceptual −agravado ahora por la pandemia y la ansiedad personal (Angst)− oscurecen aún más las cosas.

2. Si la historia no es más que una forma de lenguaje (Koselleck), entonces las palabras resultan cruciales. La historia de los conceptos (Begriffsgeschichte), al romper con el positivismo histórico, ve la clave al pasado en el lenguaje y en la semántica: a una sociedad se le conoce no tanto por su pasado, sino por la forma en como lo narra. Pero dado que la experiencia histórica precede a su conceptualización, entre los hechos históricos y su transcripción hay una tensión. El lenguaje y los conceptos ayudan a narrar la experiencia histórica, pero a la vez van más allá de ella (el fascismo, por ejemplo, tiene una dimensión historiográfica concreta, pero también parece un concepto transhistórico).

3. En el centro –junto con la responsabilidad por el uso público de la historia (Fontana) y por las palabras en el discurso público− yace la cuestión del uso y abuso de las analogías históricas (p.ej. de Trump o Bolsonaro a Hitler, etcétera). Muchas veces olvidamos que el meollo de una comparación no sólo es dejar de llevarse por las aparentes similitudes (y mucho menos forzarlas); es apuntar a lo singular entre los casos en cuestión enfatizando también las diferencias (Bloch). No sólo fijarse en las continuidades, también en las rupturas (Friedländer/Broszat).

4. El virus infectó también a los conceptos. Por un lado, según algunos, la pandemia, más que fortalecer o debilitar al populismo, propició, al afianzar un proceso autoritario (bit.ly/3kGNSlQ), su mutación o regresión al fascismo (Finchelstein), junto con el surgimiento de una –como en el caso de Trump, marcada por incapacidad y ceguera ideológica– política fascista de la enfermedad. Por otro, como en el caso de Bolsonaro, desempolvó el concepto de genocidio –de por sí peligrosamente torcido en el presente− que, según otros, con su negacionismo está causando en Brasil un crimen equivalente a aquel por el que muchos responsables del nazismo fueron condenados a muerte en Núremberg −¡ sic!− (Löwy).

5. Pensar en Trump como un fascista es un desafío conceptual (vide: similitudes/diferencias). Para algunos es una ventaja: exculpa al modelo político estadunidense, pintándolo como un fenómeno que vino desde afuera (¿de las calles de Weimar?). Para otros, por el contrario, es una condena y el fin del excepcionalismo. Con su supremacismo blanco, racismo y nativismo, Trump es un fenómeno típicamente autóctono: Jackson et al. −¡todo el fascismo lo es!)− y el modelo de su autoritarismo, que hoy ante las elecciones resalta a la luz de la supresión del voto negro, son las leyes Jim Crow, no la jurisprudencia de Schmitt (allí está también la historia a rebours de cómo el modelo racial de EEUU inspiró a Hitler).

6. Fascismo, el término levantado históricamente por la izquierda (Trotsky et al.), hoy acabó instrumentalizado sobre todo por las élites liberales. Bien que regresó como concepto, pero sufre abusos y vaciamiento parecido al que sufrió el populismo (bit.ly/3oAwbqa), volviéndose sólo sinónimo de algo que no nos gusta (Zizek). Poner p.ej. a Trump, Orbán, Chávez y Kim Jong-il en el mismo saco −véase: M. Albright, Fascism: a warning (2018)− destruye la semántica, mata la claridad y oscurece, al pintarse éstas de “un frente amplio ‘antifascista’” (sic), el papel de las élites en su auge. Postfascismo (Traverso, Tamás), un concepto transitorio y en desarrollo, pretende superar estas limitaciones: apuntar a continuidades/discontinuidades históricas y condiciones que facilitaron su propagación.

7. Más que su refutación, Donald Trump es un producto del sistema: “un Golem natural del establishment” ( bit.ly/3e4xnNS). Un Boulanger o un Poujade norteamericano, figuras caricaturescas, protofascistas (Sternhell), que pretendían salvar al sistema, sólo para hundirlo más. ¿Qué tal –para quedar con el concepto de fascismo– si lo que observamos en las elecciones Trump-Biden es al final una lucha entre dos incipientes modelos fascistas: el securocratismo post-9/11 (con su campo de concentración en Guantánamo), una respuesta del establishment al [¿auto?]atentado contra las Torres Gemelas concebida bajo Bush Jr. y absorbida por Barack Obama, y el nativismo trumpista (con sus campos de concentración en la frontera), dos modelos que por falta de condiciones no han coincidido, pero tal vez un día lo harán? No sé si esto calma el desasosiego, pero sí ofrece más claridad.

@MaciekWizz

 

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