Pues en la práctica planifican su presencia bélica allí a largo plazo, sin mandato específico alguno de la ONU para una ocupación permanente, ante la imposibilidad manifiesta de derrotar a la insurgencia local y para mantener al país como base de operaciones contra China, Irán, Asia Central, países fronterizos y más allá Rusia.
Anders Rasmussen, Secretario General de la OTAN, acaba de confirmar que para las próximas semanas tendrán listos los principios básicos de su misión en el país tras 2014, que incluye, precisó, abundante presencia de fuerzas aéreas y especiales, entre otros medios que garanticen la ocupación.
Como parte del paquete Estados Unidos y el régimen de Kabul negocian la consolidación de bases permanentes en el territorio, que en estos momentos ya alberga 1.500 instalaciones militares de las fuerzas expedicionarias, cifra que de por sí indica la magnitud mayúscula del esfuerzo conquistador pero también de cómo, a pesar de eso, no logran el control del país.
Un decenio después del comienzo de la agresión a Afganistán, es evidente que Estados Unidos y sus aliados no están ganando la guerra, que cada día cobra más víctimas entre los expedicionarios, se expande por la agreste geografía local y los mantiene en jaque permanente.
Hasta el momento los agresores admiten oficialmente más de 2,000 muertos entre los norteamericanos y poco más de 3,000 entre sus aliados, pero hay razones de consideración para dudar de la veracidad de estos datos pues fuentes diversas alegan que son manipuladas como parte de un gran engaño de la opinión pública.
La resistencia se está activando incluso en regiones antes relativamente tranquilas como la provincia de Bamiyan, en el centro, donde días atrás murieron tres soldados de Nueva Zelanda para elevar a diez el total de sus bajas fatales en menos de un año.
Días después otros dos soldados británicos caían, uno en el bastión talibán del sur y otro en el nordeste, seguidamente tres australianos y un nuevo bombardeo con cohetes despertó a los defensores de la base de Bagram, en desangre diario y constante.
Las noticias conmovieron a la población de Nueva Zelanda, tradicionalmente muy pacifista, y obligó al premier John Key, a anunciar el retiro adelantado de sus fuerzas siguiendo pasos similares de Francia y otros países europeos y poco después la premier australiana declaró que la caída de sus soldados era el día más amargo de su país desde que iniciaron operaciones en Afganistán.
Y el fin de semana cuatro soldados de Estados Unidos fueron muertos por un supuesto policía afgano en la sureña provincia de Tzabul y poco después ultimaron a dos más en un audaz ataque a la base Camp Bastión, en Helmand, donde un comando insurgente logró penetrar en la supervigilada instalación, que alberga a 30 mil efectivos británicos, incluido el príncipe Enrique, y estadounidenses y destruir seis cazabombarderos Harrier.
Días antes y a modo de calurosa bienvenida, la resistencia bombardeó nuevamente la base de Bagram, la mayor del país, donde estaba alojada la más alta figura del aparato militar estadounidense, el general Martin Dempsey, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor e inutilizó su propio avión.
La misión del jerarca era obtener información de primera mano, lo cual evidentemente logró y discutir con el régimen de Kabul el grave problema planteado por la ola de atentados cometidos por oficiales y efectivos del ejército afgano contra los propios miembros de la coalición intervencionista que los entrenan.
La inquietud, para colmo en la recta final de la batalla electoral en Estados Unidos, es comprensible: más de 56 soldados de la OTAN muertos en nueve atentados de estas características, incluso seis bajas norteamericanas en un solo día, en solo unas semanas, según la dudosa admisión oficial.
Estos ataques tomaron por sorpresa a los ocupantes y según diversas fuentes han provocado un distanciamiento hondo entre ellos y el ejército afgano, e incrementado los temores de los expedicionarios ante la cercanía de cualquier afgano pues nadie puede saber por dónde vendrá el atentado, la carga dinamitera o las minas.
Tal es la inquietud ante estos actos que han suspendido el entrenamiento de las fuerzas militares y policiales afganas para rechequear a todos los efectivos buscando, como aguja en un pajar, trazas de vínculos con los talibanes, ejercicio que muchos estiman completamente inútil porque la resistencia se alimenta sin cesar de las propias atrocidades cometidas por los invasores.
Las interrogantes que despiertan estás acciones son múltiples: ¿Los atacantes son talibanes infiltrados en las fuerzas militares del régimen?
¿O son acaso las fuerzas entrenadas por Estados Unidos para asumir la seguridad del país cuando los expedicionarios supuestamente se retiren los que se están rebelando contra los amos?
En cualquier caso esto sugiere un rotundo fracaso de la estrategia anunciada por Washington como supuesta varita mágica para salir de la trampa afgana en 2014, pues supuestamente el ejército del régimen de Kabul debía estar en condiciones de asumir la seguridad del país tras la anunciada retirada de las tropas de Estados Unidos y la OTAN a fines de 2014.
Fracaso rotundo como igualmente han sido los intentos de doblegar con máximo empleo de los más modernos y mortíferos armamentos y más de 130.000 expedicionarios la resistencia popular durante más de diez años, que solo han servido para fortalecer el odio más profundo al invasor.
De nada han servido los bombardeos de saturación de los B-52, las superbombas de gran radio de acción BLU 82, los misiles tomahawk, los helicópteros artillados APACHES, el empleo masivo de drones, la movilización de miles de efectivos, incluidas fuerzas especiales de la CIA y mercenarios contratados.
Lo cierto es que las acciones insurgentes en sus diversas modalidades son visibles y crecientes en todo el país a pesar del gigantesco dispositivo bélico, humano y tecnológico desplegado por Estados Unidos y sus aliados contra el martirizado pueblo afgano.
En el fondo es realmente una ilusión, un callejón sin salida, pensar en la gobernabilidad de un narco estado, escindido en múltiples frentes encabezados por talibanes, diversos grupos insurgentes y señores de la guerra y de las drogas, tribus y subtribus con un denominado gobierno nacional, famoso por su corrupción e incompetencia que realmente no controla ni a Kabul.
Afganistán es sencillamente un país ocupado pero en plena rebeldía, un protectorado de Estados Unidos y sus aliados totalmente a la deriva, incontrolado e incontrolable, donde los invasores no pueden dormir seguros ni en los confines de la base de Bagram, su principal instalación y donde sus soldados corren el riesgo de volar en pedazos a cada paso.
Aunque Washington negocia el establecimiento de bases militares permanentes en Afganistán, sabe perfectamente que su seguridad estará amenazada por una resistencia de mil cabezas y formas, mayoritaria y fuertemente motivada y así ¿qué garantías tendrán las corporaciones norteamericanas ansiosas por devorar los ricos recursos naturales del país y las propias bases?
La imposibilidad de ganar esta guerra no es un secreto a pesar de que, como alertó el coronel retirado Daniel Davies, la administración Obama engaña al país sobre las amargas realidades del conflicto, pero con falsedades por un lado frente a pueblos enardecidos con armas en la mano y capacidad combativa por la otra no se gana ninguna guerra.
No obstante el engaño, reciente encuesta conjunta del New York Times y la televisora CBS constató que 69 % de la población norteamericana se opone a esta guerra y el rechazo crece por días, pues ni en Estados Unidos ni Europa se entiende porque deben morir sus hijos en esta ratonera, que es solo famosa por la combatividad ancestral de sus guerreros y la producción y exportación de drogas.
La conjunción de todos estos factores solo crea un escenario fatídico para Washington y sus fracasadas ínfulas imperiales. Salvando las obvias diferencias entre ambos casos, Afganistán 2012 huele a Vietnam. Saben perfectamente que están obligados a abandonar el país pues no pueden ganar la guerra ¿pero cómo? ¿Y después de la supuesta retirada, qué? Si con miles de bases, fuerza aérea, tropas especiales, drones y todo lo que han empleado no han podido hasta hoy imponer su criminal desorden neocolonial ¿qué esperar distinto de una ocupación infinita?
Los planes revelados de ocupación a largo plazo desde luego solo confirman que no hay interés alguno en una retirada real que permita la reconstrucción de Afganistán por su propio pueblo, en soberanía plena, sino continuidad del plan trazado mucho antes del trágico suceso del 11 de septiembre con respecto a ese país y su utilidad como base de operaciones en la región, amén de botín de guerra para las corporaciones norteamericanas.
Si error estratégico de magnitud histórica fue el cometido cuando invadieron con el pretexto de la lucha antiterrorista a ese país, todo parece indicar que con la prolongación de la ocupación solo cosecharán monumentales derrotas, como las que sufrieron todos los poderes extranjeros que terminaron sus aventuras afganas sin victoria.
George Bush cargará entonces con la responsabilidad de haber ordenado la invasión en 2001, pero Obama y sus aliados deberán asumir las suyas al haber continuado y expandido la guerra.
Una vez más la historia y la humanidad constatarán que no hay poderío militar por aplastante que parezca que pueda doblegar a un pueblo motivado fuertemente, armado y dispuesto a todo contra la agresión extranjera.
Panorama Mundial