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Pensamiento :: 21/11/2020

Georg Lukács sobre Hölderlin y el Termidor: respuesta a Slavoj Žižek

Michael Löwy
Žižek es, que yo sepa, el primero en pretender que si el proyecto marxista original se hubiera realizado plenamente, el resultado habría sido peor que el estalinismo...

Los escritos de Georg Lukács de la década de 1930, a pesar de sus limitaciones, contradicciones y concesiones (al estalinismo), no son por ello menos interesantes. Es el caso, en particular, de su ensayo de 1935 sobre [el poeta Friedrich] Hölderlin, titulado L’“Hyperion” de Hölderlin, traducido al francés por Lucien Goldmann e incluido en el volumen Goethe et son époque (1949)Lukács se muestra literalmente fascinado por el poeta, a quien califica de “uno de los poetas elegiacos más puros y profundos de todos los tiempos”, cuya obra tiene “un carácter profundamente revolucionario”1/. Sin embargo, contrariamente a la opinión general de los historiadores de la literatura, se niega obstinadamente a considerarlo un autor romántico. ¿Por qué?

Desde el comienzo de la década de 1930, Lukács había comprendido, con gran lucidez, que el romanticismo no era una simple corriente literaria, sino una protesta cultural contra la civilización capitalista en nombre de valores –religiosos, éticos, culturales– del pasado. Asimismo estaba convencido de que, por sus referencias al pasado, se trataba de un fenómeno esencialmente reaccionario.

El término “anticapitalismo romántico” aparece por primera vez en un artículo de Lukács sobre Dostoyevski, en el que tacha al escritor ruso de “reaccionario”. Según este texto, publicado en Moscú, la influencia de Dostoyevski se debe a su capacidad de convertir los problemas de la oposición romántica al capitalismo en problemas espirituales; a partir de esta “oposición intelectual pequeñoburguesa anticapitalista romántica (…) se abre una amplia avenida hacia la derecha, hacia la reacción, hoy hacia el fascismo, y, en revancha, un sendero angosto y difícil hacia la izquierda, hacia la revolución”2/.

Este “sendero angosto” parece desaparecer cuando escribe, tres años después, un ensayo sobre “Nietzsche, precursor de la estética fascista”. Lukács presenta a Nietzsche como un continuador de la tradición de los críticos románticos del capitalismo: al igual que ellos, “opone cada vez a la incultura del presente la alta cultura de los periodos precapitalistas o del comienzo del capitalismo”. A su juicio, esta crítica es reaccionaria y puede conducir fácilmente al fascismo3/.

Hallamos aquí una asombrosa ceguera: Lukács no parece percibir la heterogeneidad política del romanticismo y, en particular, la existencia –junto al romanticismo reaccionario, que sueña con un imposible retorno al pasado– de un romanticismo revolucionario, que aspira a un desvío por el pasado en dirección a un futuro utópico. Este rechazo es tanto más asombroso, cuanto que el propio Lukács, en sus obras de juventud, como por ejemplo en su ensayo Teoría de la novela (1916), pertenece a este universo cultural romántico/utópico4/.

Esta corriente revolucionaria está presente en los orígenes del movimiento romántico. Sirva de ejemplo el Discurso sobre la desigualdad entre los hombres, de Jean-Jacques Rousseau (1755), que cabe considerar una especie de primer manifiesto del romanticismo político: su feroz crítica de la sociedad burguesa, de la desigualdad y de la propiedad privada la realiza en nombre de un pasado más o menos imaginario, el estado de naturaleza (aunque inspirado en las costumbres libres e igualitarias de los indígenas caribeños). Ahora bien, contrariamente a lo que pretenden sus adversarios (¡Voltaire!), Rousseau no propone que las sociedades modernas vuelvan a la selva, sino que sueña con una nueva forma de igualibertad de los salvajes: la democracia.

Encontramos el romanticismo utópico, con distintas formas, no solo en Francia, sino también en Inglaterra (Blake, Shelley) e incluso en Alemania: ¿Acaso el joven Schlegel no era un ardiente partidario de la Revolución Francesa? También fue el caso, por supuesto, de Hölderlin, poeta revolucionario, quien, sin embargo, al igual que muchos románticos desde Rousseau, está poseído por “la nostalgia de los días de un mundo originario” (ein Sehnen nach den Tagen der Urwelt)5/.

Lukács tuvo que reconocer, a regañadientes, que en Hölderlin encontramos “rasgos románticos y anticapitalistas que entonces no tenían todavía un carácter reaccionario”. Por ejemplo, el autor de Hyperion también odia, al igual que los románticos, la división del trabajo capitalista y la estrecha libertad política burguesa. No obstante, “en su esencia, Hölderlin (…) no es un romántico, por mucho que su crítica del capitalismo naciente no esté desprovista de ciertos rasgos románticos”6/.

En estas líneas, que afirman una cosa y la contraria, se siente el apuro de Lukács y su dificultad para señalar claramente la naturaleza romántica revolucionaria del poeta. ¿Quiso decir que en una primera época el romanticismo “no tenía todavía un carácter reaccionario”? ¿Significa esto que todo el Frühromantik, el periodo inicial del romanticismo, a finales del siglo XVIII, no era reaccionario? En este caso, ¿cómo se puede proclamar que el romanticismo es, por su naturaleza, una corriente retrógrada?

En su intento, contra toda evidencia, de disociar a Hölderlin de los románticos, Lukács menciona el hecho de que el pasado a que se refieren no es el mismo: “La diferencia en la elección de temas entre Hölderlin y los escritores románticos –Grecia frente a la Edad Media– no es, por tanto, una mera diferencia de temas, sino una diferencia de visión del mundo y de ideología política.” (p. 194) Ahora bien, si muchos románticos se remiten a la Edad Media, no es el caso de todos: por ejemplo, Rousseau, como hemos visto, se inspira en el modo de vida de los “caribeños”, aquellos hombres libres e iguales. También encontramos románticos reaccionarios que sueñan con el Olimpo de la Grecia clásica. Si contemplamos el llamado neorromanticismo de finales del siglo XIX –de hecho, la continuación del romanticismo con nuevas formas–, encontraremos a auténticos románticos revolucionarios, como el marxista libertario William Morris o el anarquista Gustav Landauer, fascinados por la Edad Media.

En realidad, lo que distingue el romanticismo revolucionario del reaccionario no es el tipo de pasado al que se remiten, sino la dimensión utópica del futuro. Lukács parece darse cuenta, en otro pasaje de su ensayo, cuando evoca la presencia, en Hölderlin, tanto de un “sueño de retorno a la edad de oro” como “de la utopía de un más allá de la sociedad burguesa, de una liberación real de la humanidad”7/.

Asimismo percibe, con perspicacia, el parecido entre Hölderlin y Rousseau: en ambos hallamos “el sueño de una transformación de la sociedad”, con la que esta “volverá a ser natural”8/. Lukács, por tanto, está a punto de darse cuenta del ethos romántico revolucionario de Hölderlin, pero su prejuicio obstinado contra el romanticismo, catalogado de reaccionario por definición, le impide llegar a esta conclusión. Esta es, a nuestro juicio, una de las principales limitaciones de este ensayo, por lo demás brillante…

***

La otra limitación se refiere más bien al juicio histórico-político de Lukács sobre el jacobinismo obstinado –postermidoriano– de Hölderlin, comparado con el “realismo” de Hegel: “Hegel acepta la época postermidoriana, el final del periodo revolucionario de la evolución y construye su filosofía precisamente sobre la comprensión de este nuevo giro de la evolución de la historia universal. Hölderlin no acepta ningún compromiso con la realidad postermodoriana; se mantiene fiel al antiguo ideal revolucionario de un renacimiento de la democracia antigua y se ve contrariado por una realidad que ya no tenía cabida en sus ideales, ni en el plano poético ni en el ideológico.”

Mientras que Hegel comprendió “la evolución revolucionaria de la burguesía como un proceso unitario en que el terror revolucionario, del mismo modo que el Termidor y el Imperio, no fueron más que fases necesarias”, la intransigencia de Hölderlin le llevó a “un impás trágico. Desconocido, llorado por nadie, cayó como un Leónidas poético y solitario del pedestal de los ideales del periodo jacobino a las Termópilas de la invasión termidoriana.”9/

¡Reconozcamos que este fresco histórico, literario y filosófico no carece de grandeza! Pero no por ello es menos problemático… Y, sobre todo, contiene implícitamente una referencia a la realidad del proceso revolucionario soviético, tal como existía en el momento en que Lukács escribía su ensayo. Esta es, en todo caso, la hipótesis –un poco arriesgada– que traté de defender en un artículo publicado en inglés bajo el título “Lukács and Stalinism”, e incluido en un libro colectivo titulado Western Marxism, a Critical Reader, Londres, New Left Books, 1977. Lo incluí asimismo en mi libro sobre Lukács, publicado en francés en 1976 y posteriormente también en Inglaterra, en 1980, con el título Georg Lukács. From Romanticism to Bolshevism. Reproduzco un pasaje que resume mi hipótesis con respecto al fresco histórico esbozado por Lukács en el artículo sobre Hölderlin:

El significado de estas observaciones en relación con la URSS en 1935 es transparente; baste añadir que Trotsky había publicado justamente en febrero de 1935 un ensayo en el que utiliza por primera vez el término “Termidor” para caracterizar la evolución de la URSS después de 1924 (Estado obrero, termidor y bonapartismo). Salta a la vista que los pasajes citados son la respuesta de Lukács a Trotsky, ese Leónidas intransigente, trágico y solitario que rechaza el Termidor y se ve condenado al impás. Lukács, en cambio, como Hegel, acepta el fin del periodo revolucionario y basa su filosofía en la comprensión del nuevo giro de la historia universal. Señalemos de paso, sin embargo, que Lukács parece aceptar, implícitamente, la caracterización trotskista del régimen de Stalin de termidoriano…10/.

No sin cierto asombro he leído en un libro reciente de Slavoj Žižek un pasaje en que habla del ensayo de Lukács sobre Hölderlin y donde retoma, casi palabra por palabra, mi hipótesis, aunque sin citar la fuente:

Es evidente que el análisis de Lukács es profundamente alegórico: lo escribió algunos meses después de que Trotsky lanzara su tesis de que el estalinismo era el Termidor de la revolución de Octubre. El texto de Lukács debe leerse como una respuesta a Trotsky: acepta la definición del régimen estaliniano de “termidoriano”, pero dándole un sentido positivo. Más que deplorar la pérdida de energía utópica, deberíamos aceptar, de una manera heroicamente resignada, sus consecuencias como el único espacio real del progreso social11/.

No creo que Žižek haya leído mi libro sobre Lukács, pero es probable que tenga conocimiento de mi artículo publicado en el libro colectivo Western Marxism, de amplia difusión. Dado que Žižek escribe mucho, y muy rápido, es comprensible que no siempre tenga tiempo para citar sus fuentes…

Slavoj Žižek formula varias críticas a Lukács, entre ellas la siguiente, harto paradójica: Lukács “se convierte después de la década de 1930 en el filósofo estalinista ideal, que por esta razón concreta y a diferencia de Brecht, pasó por alto la verdadera grandeza del estalinismo”12/. Este comentario se halla en un capítulo de su libro curiosamente titulado La grandeza interior del estalinismo, un título inspirado en el argumento de Heidegger sobre la “grandeza interior del nazismo”, del que Žižek se distancia negando con razón toda grandeza interior al nazismo.

¿Por qué Lukács no se percató de esta grandeza del estalinismo? Žižek no lo explica, pero da a entender que la identificación del estalinismo con el Termidor –propuesta por Trotsky y aceptada implícitamente por Lukács– fue un error. Por ejemplo, a su juicio, “el año 1928 trajo un cambio radical, una verdadera segunda revolución –no una especie de Termidor, sino más bien la radicalización consecuente de la Revolución de Octubre”… ¡Así que Lukács, y al igual que él todos los que no captaron “la insoportable tensión del propio proyecto estaliniano”, pasaron por alto su grandeza y no comprendieron “el potencial emancipador-utópico del estalinismo”!13/ Moraleja: hay que “dejar el juego ridículo consistente en oponer el terror estaliniano al auténtico legado leninista, viejo argumento de Trotsky” retomado por los últimos trotskistas, esos verdaderos Hölderlin del marxismo actual.14/

¿Acaso Slavoj Žižek es por tanto el último de los estalinistas? Es difícil responder, no en vano su pensamiento maneja con notable talento las paradojas y ambigüedades. ¿Qué pensar de sus grandiosas proclamaciones sobre la “grandeza interior” del estalinismo y de su “potencial emancipador-utópico”? Me parece que habría sido más justo hablar de la mediocridad interior y del potencial distópico del sistema estalinista… La reflexión de Lukács sobre el Termidor me parece más pertinente, aunque también sea discutible.

Mi comentario, en el artículo Lukács and Stalinism (y en mi libro), con respecto al ambicioso fresco histórico de Lukács a propósito de Hölderlin, trata de cuestionar la tesis de la continuidad entre la revolución y el Termidor:

Este texto de Lukács constituye sin duda uno de los intentos más inteligentes y más sutiles de justificar el estalinismo como una “fase necesaria”, “prosaica” pero “de naturaleza progresista” de la evolución revolucionaria del proletariado, concebida como un proceso unitario. Hay en esta tesis –que probablemente refleja el razonamiento secreto de muchos intelectuales y militantes más o menos afines al estalinismo– cierto “núcleo racional”, pero los acontecimientos de los años siguientes (los procesos de Moscú, el pacto germano-soviético, etc.) demostrarían, incluso para Lukács, que este proceso no era tan “unitario”.

Añado en una nota a pie de página que el viejo Lukács, en una entrevista publicada en New Left Review en 1969, tiene una visión más lúcida que en 1935 de la Unión Soviética: su extraordinario poder de atracción solo duró “de 1917 a la época de las grandes purgas”15/.

Pero volvamos a Žižek: las cuestiones que plantea su libro no son únicamente históricas: se refieren a la posibilidad misma de un proyecto comunista emancipador a partir de las ideas de Marx (y/o de Lenin). En efecto, según el argumento que propone en uno de los pasajes más perturbadores de su libro, el estalinismo, con todos sus horrores (que él no niega) ¡fue en última instancia un mal menor en comparación con el proyecto marxista original! En una nota a pie de página, Žižek explica que a menudo se plantea mal la cuestión del estalinismo:

El problema no es que la visión marxista original haya sido subvertida por sus consecuencias inesperadas. El problema es esta visión misma. Si el proyecto comunista de Lenin –e incluso de Marx– se hubiera realizado plenamente, conforme a su auténtico núcleo, las cosas habrían sido mucho peores que el estalinismo: tendríamos una visión de lo que Adorno y Horkheimer llaman die verwaltete Welt (la sociedad administrada), una sociedad totalmente transparente para sí misma, reglamentada por el general intelecto cosificado, de la que se habría eliminado toda veleidad de autonomía y de libertad16/.

Me parece que Slavoj Žižek es demasiado modesto. ¿Por qué ocultar en una nota al pie de página semejante descubrimiento histórico-filosófico, cuya importancia política es evidente? En efecto, los adversarios liberales, anticomunistas y reaccionarios del marxismo se limitan a culpabilizarlo de los crímenes del estalinismo. Žižek es, que yo sepa, el primero en pretender que si el proyecto marxista original se hubiera realizado plenamente, el resultado habría sido peor que el estalinismo…

¿Debemos tomarnos en serio esta tesis o tal vez es mejor atribuirla el gusto inmoderado de Slavoj Žižek por la provocación? Yo no podría responder a esta pregunta, pero me inclino por la segunda hipótesis. En todo caso, me cuesta considerar seria esta afirmación pasablemente absurda, un escepticismo sin duda compartido por quienes –especialmente jóvenes– siguen interesándose aún hoy por el proyecto marxista originario.

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Notas

1/ G. Lukács, “L’‘Hyperion’ de Hölderlin”, en Goethe et son époque, París, Nagel, 1949, p. 197. [Edición en castellano: Goethe y su época, Grijalbo, Barcelona, traducción de Manuel Sacristán]

2/ G. Lukács, “Über den Dotsojevski Nachlass”, Moskauer Rundschau, 22/03/1931.

3/ G. Lukács, “Nietzsche als Vorläufer der faschistischen Aesthetik” (1934), en F. Mehring, G. Lukács, Friedrich Nietzsche, Berlín, Aufbau Verlag, 1957, pp. 41, 53.

4/ Véase al respecto M. Löwy, R. Sayre, “Le romantisme (anticapitaliste) dans La Théorie du roman de G. Lukács”, en Romanesques, Revue du Centre d’études du roman, París, Classiques Garnier, n° 8, 2016, “Lukács 2016: cent ans de Théorie du roman”.

5/ Hölderlin, Hyperion, 1797, Frankfurt am Main, Fischer Bücherei, 1962, p. 90. Para una discusión sobre el concepto de romanticismo anticapitalista y sus diversas manifestaciones políticas, véase M. Löwy, R. Sayre, Révolte et Mélancolie. Le romantisme à contre-courant de la modernité, París, Payot, 1990.

6/ Lukács, Hyperion, op. cit., p. 194.

7/ Lukács, op. cit., p. 183.

8/ Ibid., p.182.

9/ Lukács, op. cit. pp. 179-181.

10/ M. Löwy, Pour une sociologie des intellectuels révolutionnaires. L’évolution politique de Lukács 1909-1929, París, PUF, 1976, p. 232.

11/ S. Žižek, La révolution aux portes, París, Le Temps des Cerises, 2020, p. 404.

12/ S. Žižek, op. cit., p. 257.

13/ S. Žižek, op. cit., nota 49, p. 419.

14/ S. Žižek, op. cit., pp. 250-252.

15/ M. Löwy, G. Lukács, op. cit., p. 233. Es cierto que las masacres de la colectivización forzosa de comienzos de la década de 1930 apenas se conocían fuera de la URSS.

16/ S. Žižek, op. cit., nota 47, p. 419.

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