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Bolivia :: 16/11/2020

Bolivia: ¡ojo con los republiquetos!

José Steinsleger
Los nuevos republiquetos impusieron un dominio de casta

Ni la CIA, la OEA, las ONG de la Usaid, los genios de la tecnología 5G y los paleobíblicos de los departamentos de la Media Luna, ni los duros y blandos del Movimiento al Socialismo (MAS) y el bien intencionado Grupo de Puebla, esperaban tan abrumadora victoria electoral en Bolivia: 55 por ciento de los votos para el Movimiento al Socialismo (MAS), venciendo a todas las fuerzas desplegadas por Mefistófeles.

Una victoria que se logró en condiciones exponencialmente más adversas que las de Evo Morales en las elecciones de 2005 (54 por ciento), 2009 (64) y 2014 (61 por ciento), junto con la saboteada por el feroz golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019.

Desconcertados, algunos analistas con memoria de almanaque, repitieron las herméticas palabras del hermético Samuel Beckett: vuelve a intentar. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. Limitándose a señalar que el golpe fue el 189 en la historia de Bolivia, desde 1825 (a razón de 1,02 golpes por año). Pero omitiendo que el Estado oligárquico fundado al terminar la guerra entre las llamadas republiquetas (1809-24), nació aislado del mundo, de un mundo al que, por otra parte, había ocasionado (René Zavaleta Mercado).

En un lúcido ensayo, el sociólogo boliviano Zavaleta Mercado (Oruro, 1937-Ciudad de México, 1984), escribe: Los historiadores ven a los países desde la perspectiva del presente, y no yerran por fuerza en ello porque la cosa se conoce en su remate; pero cada país, en cambio, se ve a sí mismo con los ojos de su memoria. Que el país como tal estanque su conocimiento en un momento de su pasado, o que lo mistifique, carece de importancia sustancial porque aquí lo que importa es qué es lo que cree que es.

Agrega: El componente de la memoria colectiva en la ideología es, sin duda, algo más importante de lo que se supone por lo común (Consideraciones generales sobre la historia de Bolivia, 1932-1971, en América Latina: historia de medio siglo, Ed. Siglo XXI, México, 1977, p. 75).

Por ende, antes que atribuir los golpes militares de Bolivia a la barbarie legada por caudillos hispánicos de impronta islámica (Octavio Paz), habría que sopesar que aquellas republiquetas surgidas de la rebelión de Tupac Katari (1781), las insurrecciones en el oriente boliviano, y la revolución paceña de 1809 (en cuya Junta Tuitiva participaron representantes indígenas), no fueron vencidas jamás por nadie.

Las republiquetas fueron un conjunto político territorial sin núcleo hegemónico, incapaz de resolver por sí mismo la cuestión de su poder político, aunque en la praxis modelaron una suerte de democracia directa de guerra, dotadas de logística autónoma.

“Los doctores de Charcas –escribe Zavaleta Mercado– fueron los recipientes de la independencia y sólo pueden explicarse como la patología de una clase superior que no había trabajado jamás, que se había acostumbrado a ser un eje de las cosas porque sí.”

Hasta mediados del XX, Bolivia vivió de la explotación de los pueblos indígenas, en guerra permanente con 90 por ciento de sus habitantes. Y sería con el desastre sufrido en la guerra con Paraguay (1932-35), la más importante y sangrienta de América del Sur, sus pueblos empezaron a mirar la realidad con ojos distintos a los del país “…encerrado en sus altas montañas, que eran como el símbolo de su encierro ­histórico”.

De ahí en más, la revolución del 9 de abril de 1952 (que consagró el voto universal), la fundación de Conciencia de Patria (que en 1989 logró que Remedios Loza fuese la primera indígena en ser diputada nacional), y los triunfos de movimientos sociales que expulsaron a la estadunidense Bechtel que impuso la privatización del agua, consiguiendo la fuga del corrupto presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, quien farfullaba el inglés mejor que la castilla.

Finalmente, en febrero de 2009, frente a los representantes de 36 pueblos originarios reunidos en la ciudad de El Alto, Evo Morales refundó Bolivia, proclamando el Estado plurinacional unitario, social y económicamente de socialismo comunitario. Tal fue la causa del golpe, y de la aplastante victoria popular, en días ­pasados.

Zavaleta Mercado perteneció a la generación de pensadores que con sus luces y compromiso político, fueron desenredando la hipercompleja urdimbre cultural del país que lleva el nombre del libertador. Pienso en Carlos Montenegro (1903-53), Augusto Céspedes (1904-97) y Sergio Almaraz Paz (1928-68). Y en Marcelo Quiroga Santa Cruz (1931-80), uno de los referentes de juventud de Luis Arce Catacora (1963), artífice del modelo económico de Evo Morales (2006-19), y flamante presidente electo de Bolivia.

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¿A causa de qué la escasa atención de la historia universal, frente a las republiquetas que tras el sofocamiento en Chuquisaca (hoy Sucre) y La Paz de los primeros gritos libertarios en la América hispana (mayo de 1809), tomaron las armas y durante 15 años asediaron a los disciplinados ejércitos españoles?

Sin ánimo despectivo, el término republiqueta fue empleado por el historiador y general Bartolomé Mitre (1821-1906), dos veces presidente de Argentina. En uno de sus libros, Mitre escribió: La guerra de las republiquetas es la historia de las insurrecciones del Alto Perú, una de las guerras más extraordinarias por su genialidad, la más trágica por sus sangrientas represalias y la más oscura por sus sacrificios deliberados.

Paradójicamente, las republiquetas no eran republicanas. Exigían el retorno de Fernando VII al trono, siguiendo el ejemplo de las guerrillas que en España obligaron a la retirada de Napoleón (1808-14). Táctica militar sin estrategia política, pero que según la investigadora Rosa Gil Montero sostuvo la resistencia en los momentos en que todo parecía perdido (Revista Andina, No. 45, Cuzco 2007, pp. 93-114).

Mientras, en las ciudades, los patriotas impulsaban el proceso de legalidad, precipitado por la victoria del mariscal Antonio José de Sucre (lugarteniente de Bolívar) en Ayacucho, batalla que puso punto final al dominio español en América (9 de diciembre de 1824).

Sucre llegó a La Paz en febrero de 1825, y lo primero que hizo fue convocar a una Asamblea Deliberante para dirimir tres opciones: 1) integrar los vastos territorios altiplánicos y amazónicos en la Gran Colombia; 2) ser argentinos, y 3) la que pidió permiso a Bolívar para proclamar una nación libre y soberana.

Partidario de la primera opción, el Libertador había advertido a Sucre de la inconveniencia de crear un país independiente. Pero el lisonjero espíritu de los asambleístas pudo más, jurando que nunca obrarían sin oír los sanos y paternales consejos de su excelencia.

Así, Bolívar asistió al nacimiento de Bolivia, cuya acta de independencia (6 de agosto de 1825) fue redactada por el presidente de la Asamblea, José María Serrano, quien había representado a Chuquisaca cuando las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su independencia (Congreso de Tucumán, Argentina, 9 de julio de 1816).

¿De dónde, las reticencias del Libertador? Posiblemente, de su amarga experiencia con los doctores, licenciados, hacendados, mercaderes y burócratas del viejo régimen colonial, ninguno de los cuales había alzado un fusil o tomado una pala. Pero que montados en el desangre de las republiquetas, se convirtieron en republicanos en un abrir y cerrar de ojos.

En efecto, apenas habían sobrevivido nueve de los 103 caudillos que lideraron aquellas guerrillas compuestas de indígenas y mestizos. Y sintiéndose libertadores, los nuevos republiquetos impusieron un dominio de casta que se hizo cargo de la cosa pública en aquella luctuosa madrugada de nuestra vida republicana (Carlos Montenegro, Nacionalismo y coloniaje, Ed, Pleamar, Buenos Aires 1967, p. 66).

Bolívar permaneció cinco meses junto a su hija predilecta. No obstante, en vísperas de su regreso a Lima, encomendó a Sucre continuar con la tarea iniciada: reconstruir la economía destruida por la guerra, organizar un sistema de rentas y tributos nacionales, crear una contaduría para el manejo de los fondos públicos, abolir el tributo indígena, confiscar los bienes de la Iglesia y elaborar un proyecto educativo a cargo de su maestro Simón Rodríguez (1769-1854, el Paulo Freire del siglo XIX).

Airados, los ex monárquicos devenidos en republiquetos invocaron la soberanía e independencia de Bolivia, oponiéndose a toda intervención de los venezolanos en el manejo de la riqueza nacional (sic, cualquier semejanza con nuestra época es algo más que mera coincidencia). Sucre presidió el país tres años, hasta que en abril de 1828, los flamantes republiquetos le pegaron un tiro, hiriéndolo en un brazo que quedó inmovilizado de por vida.

En Un puñal en la noche, obra del dramaturgo y pensador boliviano Guillermo Francovich (1901-90), el caudillo paceño José Miguel Lanza (jefe sobreviviente de la republiqueta de Ayopapa) se dirige al mariscal Sucre:

–¿Ha perdido usted la fe, mi general?

Sucre: He perdido, acaso, la ingenuidad.

–¿Hemos peleado entonces con fantasmas? Dígame, mi general: ¿si pudiera usted volver al punto de partida, iniciaría usted la lucha?

Sucre: “Veo surgir tales monstruos por todos lados, veo tan vacilantes las instituciones que hemos creado y que parecen tan frágiles los sueños por los que hemos luchado, que no sabría qué responderle en estos momentos… ¿Pero de qué sirve pensar en lo que no ha de poderse mudar? Felizmente, en la historia no se puede volver a los puntos de partida. El pasado ya no es nuestro”.

La Jornada

 

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