Una visión que nos ayuda a comprender mejor los actuales debates presupuestarios.
Mientras el debate presupuestario se pone en marcha una vez más bajo los auspicios de un Primer Ministro al que le gusta agitar el fantasma del miedo a la deuda, un estudio ha aportado una perspectiva histórica sobre el apoyo prestado por el Estado francés al sector privado. Y confirma que en Francia sigue existiendo un tipo de capitalismo de Estado muy diferente del de los Trente Glorieuses, también conocidos como época «fordista».
La visión dominante en el mundo político y económico fue expresada en caricatura por la publicista libertaria Agnès Verdier-Molinié durante la última emisión televisiva de Emmanuel Macron: Francia es un infierno fiscal para las empresas que tienen que financiar un modelo social demasiado generoso que está tomando la apariencia de un barril de Danaides. Las políticas públicas y el presupuesto se construyen sobre esta narrativa, que el presidente de la República hizo suya de buen grado, aunque discutiera los detalles.
Esta narrativa permite ocultar las ayudas directas e indirectas al capital, que no se ven más que como un alivio mínimo e indispensable de la presión fiscal. Pero la realidad es muy distinta. En un estudio publicado el 11 de junio en la revista Economy & Society, dos economistas, Benjamin Bürbaumer y Nicolas Pinsard, analizan en detalle las leyes de finanzas francesas desde el final de la Segunda Guerra Mundial para determinar cómo ha evolucionado la relación entre el presupuesto del Estado y el sector privado.
Los contornos del capitalismo de Estado a la francesa
A partir de los años setenta, y más aún después de los noventa, sus trabajos han puesto de manifiesto una ruptura en el reparto de los ingresos del Estado y de la Seguridad Social. La parte de estos ingresos que corresponde al capital y a los contribuyentes más ricos no deja de disminuir, mientras que la parte que corresponde a los impuestos proporcionales, como el IVA y el CSG, no deja de aumentar.
Al mismo tiempo, el gobierno está cambiando su política de apoyo al sector privado. Contrariamente a lo que podría pensarse, este apoyo se mantuvo relativamente bajo durante los Treinta Años Gloriosos. Entonces, el Estado era un actor directo en la economía. Esto permitía, sin duda, una forma de apoyo al capital, pero éste no adoptaba la forma de una transferencia de riqueza del Estado al capital. Según los autores, «esto cambió a partir de los años 90», hasta el punto de que con la introducción del crédito fiscal para la competitividad y el empleo (CICE) en 2014, «el apoyo financiero a las empresas superó los ingresos del impuesto de sociedades».
En el caso de la Seguridad Social, el estudio corrobora una tendencia ya bien documentada. A partir de 1993, la Seguridad Social se nacionalizó gradualmente, y los ingresos fiscales compensaron la disminución de la contribución de las empresas. Al mismo tiempo, en los últimos treinta años, la cuota de la Seguridad Social se ha mantenido constante, a pesar de que el envejecimiento de la población va a aumentar sus necesidades.
Evolución de la financiación de la Seguridad Social en Francia.
Esta evolución se explica por las políticas de exención de cotizaciones a la Seguridad Social iniciadas en 1993 bajo el gobierno Balladur y que han seguido desarrollándose desde entonces, y por la instauración de una compensación por parte del Estado, financiada en gran parte por la fiscalidad, en particular por la cotización social general (CSG), que afecta a todas las rentas.
Las cifras presentadas son impresionantes: la contribución de los empresarios a los ingresos de la Seguridad Social ha pasado del 45,5% en 1973 al 29,6% en 2019. Esta caída del 35% se ha visto compensada por una contribución estatal que ha pasado del 2% al 30% del total en el mismo periodo. En vísperas de la pandemia, por primera vez, el capital financiaba la Seguridad Social menos que el Estado.
Esta evolución ya había sido puesta de relieve por Nicolas Da Silva en su libro La Bataille de la Sécu (La Fabrique, 2022), que hacía hincapié en las consecuencias en términos de gestión y de poder. En lo sucesivo, la seguridad social era administrada por el Estado y quedaba totalmente fuera del control del mundo del trabajo.
Por ello, desde 1997, los gastos de la Seguridad Social se incluyen en las obligaciones presupuestarias del Estado a través de las leyes de financiación de la Seguridad Social. En otras palabras, la desvinculación del capital va acompañada de un creciente control del Estado. Pero este control no es más que la consecuencia del apoyo del Estado al capital. Por consiguiente, la gestión de la seguridad social se basa en la consolidación de este apoyo.
La última etapa de la lógica de la política francesa de apoyo al capital es la función de la deuda pública. Como señalan los dos autores, con las políticas no convencionales de los bancos centrales de los años 2010, el 23% de esta deuda vuelve a estar en manos de las autoridades monetarias. Esta cifra contrasta con el 0,46% de 2002 y se acerca al 35,9% de 1947. Pero no nos equivoquemos: esta propiedad «pública» de la deuda pública «no implica una vuelta al control del crédito» como en los años 1950 y 1970. Al contrario, se trata de un control público destinado a «promover la liquidez de los mercados financieros».
Esta es la ambigüedad fundamental de la deuda pública contemporánea que la narrativa dominante oculta muy cuidadosamente: la deuda de un país como Francia es, ante todo, la materia prima de los mercados financieros. Por supuesto, los mercados financieros también quieren tener activos que se valoricen, por lo que ejercen presión para mantener una forma de escasez a través de la austeridad. Pero, de hecho, la posición de concentrar el gasto en medidas intensivas en capital permite mantener este equilibrio. Estas medidas son, en efecto, costosas y, por lo tanto, mantienen la producción de deuda pública, pero como no son cuestionadas por la narrativa dominante, también trasladan la carga de la consolidación exigida por los mercados únicamente al gasto social. Es una política estatal de apoyo total al desarrollo del capital.
Cómo se ha capturado al Estado
Para los autores del estudio, el modelo económico francés ha seguido siendo, pues, el del capitalismo de Estado, pero la función del Estado ha cambiado significativamente. Mientras que durante el periodo de los Trente Glorieuses, el Estado era un regulador y un actor directo en la economía, a través de ciertos monopolios, el «nuevo capitalismo de Estado [...] ofrece a las empresas privadas un importante margen de maniobra en materia de gestión, al tiempo que dirige a sus cuentas sumas de dinero cada vez más importantes».
¿Cómo ha surgido este nuevo tipo de capitalismo de Estado? Los autores consideran que esta evolución no puede explicarse con una simple visión «instrumental», es decir, con la idea de que la esfera política favorece a la esfera privada porque tiene un interés directo en valorizarla. Los estrechos vínculos entre las élites económicas y políticas son, de hecho, antiguos en Francia y no muestran realmente cambios notables en las décadas de 1990 y 2000.
La explicación es por tanto más estructural, vinculada al fortalecimiento del poder del capital. Pero los autores señalan con razón que ese origen «no significa que el sector privado gane siempre, ni que tenga las mismas ventajas en todos los sistemas capitalistas». En el caso de Francia, la puesta en práctica de este capitalismo de Estado, centrado en el «bienestar de las empresas», se basa en tres elementos constitutivos de nuestra economía: la concentración del capital, que reduce la autonomía del Estado; la movilidad del capital, que permite jugar a la competencia entre Estados; y la unidad política del capital en torno a reivindicaciones comunes.
Estas tres especificidades marcaron un cambio significativo de la economía francesa en los años noventa. Durante esta década, Francia se convirtió en un país dominado por multinacionales muy poderosas, mientras que la creación de la zona euro y la globalización fomentaban la movilidad del capital y, al mismo tiempo, el discurso neoliberal dominaba entre las élites económicas. Todo estaba, pues, dispuesto para instaurar este nuevo capitalismo de Estado.
La trampa del «bienestar corporativo»
La hipótesis desarrollada en este artículo es interesante por varias razones. En primer lugar, desde un punto de vista político, permite comprender las limitaciones bajo las que se construye el presupuesto del país. Lo que la narrativa dominante centrada en la visión «moral» de una deuda «transmitida a nuestros hijos» y «que sería insostenible para cualquier hogar» trata sobre todo de ocultar es precisamente esta realidad del capitalismo de Estado francés.
En este contexto, el poder político es un agente de los intereses del capital, y esto explica gran parte de las «soluciones» propuestas. Como es imposible cuestionar el bienestar de las empresas, todos los ajustes se hacen naturalmente en detrimento de la acción social del Estado y de los servicios públicos. Hay otro aspecto del problema que hay que tener en cuenta: la profunda ineficacia de este nuevo capitalismo de Estado.
Evolución comparada de las ayudas al sector privado (barras) y de la inversión total (curva).
Como señalan los autores, «la eficiencia marginal del apoyo estatal está disminuyendo». En consecuencia, cada vez se necesitan más ayudas para garantizar un crecimiento cada vez menor. Este hecho es un elemento importante de la cuestión estructural planteada por los autores: la finalidad de este capitalismo de Estado es responder a un capitalismo que está a punto de agotarse y que se esfuerza por seguir el ritmo creciente de la acumulación. Así, el capital necesita cada vez más para obtener cada vez menos.
«El fordismo fue un periodo de alta inversión y bajo apoyo público, mientras que el régimen de acumulación financiarizada va de la mano de baja inversión y alto apoyo público», resumen los dos autores del estudio. Se pone así en marcha un círculo vicioso: apoyado en una narrativa dominante que afirma que la baja inversión está vinculada a la presión fiscal, el consenso político central busca reducir los ingresos y aumentar el apoyo público al capital para lograr un bajo crecimiento. Y cuanto menos funciona la receta, más se aplica.
Esto explica, por otra parte, el reciente «desvío» de las finanzas públicas, producto únicamente de la insuficiencia de ingresos. Sin embargo, Emmanuel Macron y el Gobierno no han dejado de señalar el «problema de gasto» de Francia, apuntando a la redistribución social y a los servicios públicos. El debate presupuestario de este verano no cambiará fundamentalmente esta situación. Atrapado en esta lógica absurda, no hay solución posible, y eso es precisamente lo que busca el Estado: seguir apoyando la acumulación contra viento y marea. Para ello, necesita desviar la atención del propio balance de esta política.
¿Qué tipo de capitalismo de Estado?
El segundo interés de este artículo es más teórico, pero también más general. Los autores proponen una lectura que parece contradecir dos corrientes de investigación. La primera considera que el neoliberalismo constituye una ruptura con el capitalismo de Estado de los Treinta Años Gloriosos, centrándose en los puntos de ruptura entre ambos modelos (desregulación, financiarización, presión sobre el Estado social). El estudio aquí citado no niega la ruptura, sino que considera el neoliberalismo francés como una evolución interna del capitalismo de Estado francés. Este punto de vista permite hacer hincapié en el papel del Estado en la contrarrevolución neoliberal, un punto que a menudo se subestima y que conduce al error de ver el estatismo como una respuesta a la destrucción social y medioambiental.
La segunda corriente que cuestiona este artículo es la que teoriza la emergencia del capitalismo de Estado como respuesta a la crisis del neoliberalismo. Esta tesis es defendida en particular por Ilias Alami y Adam Dixon en su libro The Spectre of State Capitalism (Oxford University Press, 2024). Para los autores, el capitalismo de Estado es ya el modo de existencia del neoliberalismo en ciertos países como Francia.
De hecho, también fue el caso en otros países emergentes durante la fase neoliberal. Sin embargo, la tesis de Alami y Dixon subraya que el «nuevo capitalismo de Estado» forma parte de la continuación del «proyecto de clase» del neoliberalismo, y algunas de estas funciones se ponen en marcha en los años 2000 o 2010. Sin embargo, su análisis apunta a un desarrollo particular en la década de 2020: los capitalismos de Estado compiten entre sí para captar la mayor cantidad de valor posible.
Durante la era neoliberal, lo que Alami y Dixon denominan la «función disciplinaria» del Estado se dirigía principalmente contra la población. Ahora también se dirige contra otros Estados, en la medida en que el pastel del crecimiento crece aún más lentamente, y el capital respaldado por el Estado sólo puede acumularse a expensas de los demás. La particularidad del capitalismo de Estado neoliberal, como destacan los autores del estudio mencionado, es que se basaba en la idea de la cooperación internacional del capital. Es esta cooperación la que se ha deteriorado progresivamente.
La consecuencia es que el capitalismo de Estado debe seguir reforzando y ampliando su acción de apoyo al capital nacional. Puede recurrir al proteccionismo, a la militarización y a las restricciones de acceso al mercado nacional. Son precisamente estos elementos los que permiten a Alami y Dixon hablar de una evolución hacia un nuevo tipo de capitalismo de Estado.
En realidad, desde la gran crisis de los años setenta, el capital parece incapaz de lograr la acumulación sin el apoyo directo del Estado. Las crisis de 2008 y 2020 han reforzado aún más esta dependencia, conduciendo no sólo a un cambio cuantitativo, sino también a un cambio en la naturaleza de la acción estatal. Y esto se traducirá en nuevas presiones sobre el Estado social, que se vuelve incompatible con el nuevo régimen del capitalismo de Estado: hay que elegir entre el rearme y la redistribución social. Las cuestiones planteadas en este artículo son, pues, de gran actualidad.
mediapart.fr. Traducción: Antoni Soy Casalspara Sinpermiso.