Los medios de derecha de Nicaragua y El Salvador, junto con el Washington Post, Amnistía Internacional y Human Rights Watch, tratan de denigrar al presidente nicaragüense Daniel Ortega al compararlo con el presidente salvadoreño Nayib Bukele. Aunque ambos cumplan mandatos consecutivos, y una empresa centroamericana de sondeos informa que gozan de gran popularidad entre sus respectivas poblaciones, los dos presidentes son, en realidad, muy diferentes.
Crimen y castigo
Bukele es elogiado por haber reducido drásticamente la violencia en El Salvador, pero en realidad, su carrera política se basa en perpetuarla. Primero, un poco de historia. El problema de las maras en el país se originó en la guerra civil sangrienta de los años 1980, que incluyó la financiación y el entrenamiento de escuadrones de la muerte por parte de EEUU e Israel, y que obligó a miles de jóvenes a escapar del reclutamiento militar forzoso huyendo a EEUU. Como clase marginada de inmigrantes indocumentados, y sin el apoyo de sus familias, muchos de estos jóvenes acabaron en las pandillas callejeras o las cárceles de Los Ángeles.
A mediados de la década de 1990, miles de estos pandilleros fueron deportados a El Salvador, llevando de nuevo la violencia a un país que acababa de perder 100.000 vidas en un brutal conflicto, en el que, en sus famosos Acuerdos de Paz, no se tocó la estructura económica. Como escribe Hillary Goodfriend, «el devastado panorama económico neoliberal demostró ser terreno fértil para la cultura pandillera estadounidense importada por los jóvenes salvadoreños deportados de Los Ángeles a mediados de la década de 1990». Los gobiernos derechistas de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) de los años de posguerra respondieron a las maras con la mano dura.
Luego, entre 2009 y 2019, mientras la antigua guerrilla (Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional-FMLN) estaba en el poder, se intentó un enfoque preventivo. Los problemas estructurales se abordaron con «aumentos sin precedentes en el gasto social, incluyendo la educación crítica, la atención en salud gratuita, la tierra, la infraestructura y la inversión agrícola.» Pero estos esfuerzos se vieron frustrados por una legislatura de mayoría derechista que limitó el gasto en dichos programas, y por la financiación de USAID para un enfoque del sector privado que favorecía a la derecha. El FMLN también cometió sus propios errores, como las negociaciones secretas (junto con la Iglesia católica) para una tregua entre las maras, que tuvo éxito en un principio, pero una vez que se desbarató, resultó muy costosa políticamente. Aun así, hubo avances a medida que la juventud encontraba más alternativas.
Nayib Bukele llegó a la escena nacional como candidato del FMLN a la alcaldía de San Salvador en 2014. Ha habido sospechas de que su ascenso político se basó en tratos secretos con las pandillas, y cada vez más medios internacionales dan detalles de cómo funcionó. Se dice que sobornó a las pandillas por su lealtad en la campaña por la alcaldía, superando al candidato de ARENA (derecha) por 2 a 1.
Bukele pronto rompió con el FMLN y se presentó contra el partido en las elecciones presidenciales de 2019. Se dice que los líderes de la MS-13 negociaron con él antes de la votación, exigiendo el fin de las extradiciones a EEUU, penas más cortas y el control de territorios. A cambio, ocultaron sus crímenes para reducir la tasa de homicidios. Tras la elección de Bukele, la tasa oficial de asesinatos descendió, pero las desapariciones forzadas aumentaron. La mara también le ayudó a movilizar votantes para su supermayoría legislativa en 2021, a veces de forma violenta. Mientras Bukele colabora con las maras en secreto, la cara pública de su lucha contra la delincuencia es un retorno a la represión de los años de ARENA.
En marzo de 2022, Bukele instauró un estado de excepción que persiste hasta hoy y que ha llevado al encarcelamiento de otras 85.000 personas, lo que sitúa a El Salvador con la tasa de encarcelamiento más alta del mundo. Varios líderes de movimientos sociales, así como miles de jóvenes de los barrios marginales sin pertenencia a las maras, se encuentran entre los detenidos sin juicio. Mientras tanto, muchos salvadoreños disfrutan de una seguridad comparativa en las calles del país, ya que la violencia de las maras es menos visible y los pequeños negocios ya no tienen que pagar extorsiones. Esto, junto con una hábil manipulación de las redes sociales, ha hecho que el presidente sea extremadamente popular entre un segmento de la población de "clase media", especialmente entre los votantes que viven en la diáspora.
Ahora Bukele ha aceptado alegremente servir de carcelero en el extranjero para Donald Trump, y parece deleitarse con imágenes de reclusos deshumanizados en celdas abarrotadas, indicando que nunca saldrán de allí. Las condiciones son tortuosas; la rehabilitación inexistente. Como informa Alan MacLeod, «la crueldad es el objetivo». Y la violencia persiste.
Muchos artículos muestran el marcado contraste en la actitud hacia los presos en Nicaragua frente a El Salvador. Mientras Bukele ofrece crueldad y humillación, el nicaragüense Daniel Ortega se centra en la dignidad humana y la rehabilitación, sobre todo a través de la educación. Un artículo reciente habla de unos 8.400 reclusos matriculados en estudios universitarios, programas de formación vocacional y finalización de la enseñanza primaria y secundaria. Los reclusos también pueden trabajar, si lo desean, y sus ingresos se envían a sus familias. A menudo se reducen las penas por buena conducta.
La reconciliación es emblemática del sandinismo, que abolió la pena de muerte en 1979. Reportes en los medios corporativos sobre «presos políticos» forman parte de una campaña de propaganda financiada por EEUU y deben considerarse con escepticismo.
En Nicaragua los problemas de pandillas, narcotráfico y drogadicción son mínimos. La tasa de homicidios del país ha disminuido paulatinamente desde 2007 y actualmente se sitúa en 6 por 100.000 habitantes, justo por debajo de la de EEUU. Esto se debe a la exitosa implementación de programas sociales como los que el FMLN intentó en El Salvador, que motivan a la juventud y han reducido la pobreza enormemente. Es un un proceso constante y a largo plazo de priorización a la mayoría anteriormente empobrecida; no una ilusión para las redes.
La gente se empodera con programas creativos que ayudan a los campesinos a alimentar a sus familias y comunidades, apoyan a los emprendedores para que lancen un negocio, promueven la salud y la seguridad de las mujeres, restituyen los derechos a los afrodescendientes y los pueblos indígenas, y permiten que los nicaragüenses de todas las edades reciban educación. No son cambios que puedan revertirse fácilmente, y son la razón por la cual Daniel Ortega sigue obteniendo un porcentaje de votos cada vez mayor en cada elección.
Las ONG
El Washington Post y Amnistía Internacional equiparan incorrectamente la nueva Ley de Agentes Extranjeros de El Salvador con la ley de organizaciones sin fines de lucro de Nicaragua. La ley nicaragüense exige a las organizaciones que informen de los pagos procedentes del extranjero y digan cómo se gasta ese dinero, prohibiendo el uso de dinero extranjero para actividades políticas. Con ello se pretende frenar injerencias extranjeras como el intento de golpe de Estado de 2018 que sometió a la población nicaragüense a tres meses de terror por motivos políticos. Hay documentación detallada del amplio flujo de dinero de USAID a la derecha nicaragüense y a los medios de comunicación, para actividades de cambio de régimen, antes de 2022.
En un reconocimiento descarado de que todavía depende de la financiación de EEUU, la derecha nicaragüense tomó las redes sociales al comienzo del segundo mandato de Trump para lamentar la crisis en que habían caído debido a que su financiación de EEUU fue cortada. Contrariamente a lo que Washington Post y Amnistía nos quieren hacer creer, los medios de comunicación que dependen de la financiación del gobierno estadounidense no son «independientes.» Desgraciadamente, la financiación de USAID/NED para los medios de la derecha nicaragüense que operan fuera del país ya ha sido restablecida.
El Salvador también ha sido blanco de intromisión política de la USAID, sobre todo durante los gobiernos del FMLN. Ahora, la injerencia estadounidense es menos probable contra Bukele debido a la estrecha alineación con el gobierno de Trump. Las críticas parecen ser válidas ante la nueva ley de cobrar un 30% de impuestos a las organizaciones sin fines de lucro sobre las donaciones internacionales. En Nicaragua, la mayoría de las organizaciones sin fines de lucro pagan una tasa administrativa del 1% sobre las donaciones internacionales, mientras que las organizaciones más ricas pagan hasta un 3%, muy lejos del impuesto del 30% de Bukele.
Trato a los migrantes
Daniel Ortega nunca participó en los esquemas de los gobiernos de Trump y Biden para desalentar el flujo de los migrantes, como hicieron los vecinos del norte de Nicaragua. Tampoco impuso una «tarifa especial» a los migrantes en tránsito desde África, como hizo Bukele. Nicaragua aceptó vuelos directos desde Haití y Cuba como gesto humanitario para aliviar las crisis que la intervención estadounidense había creado en esos países. Durante un tiempo, Nicaragua fue un país de tránsito para los migrantes que buscaban una ruta barata y más segura hacia EEUU que evitara el peligroso Paso del Darién, en Panamá. El Congreso estadounidense lo recompensó con acusaciones infundadas de «tráfico de personas».
Mientras tanto, Bukele colabora fervientemente con el plan de deportación/encarcelamiento masivo de migrantes de Trump, incluso negándose a liberar a un salvadoreño deportado equivocadamente. Daniel Ortega lo ha denunciado rotundamente, ha exigido la devolución de los venezolanos secuestrados retenidos en El Salvador y ha abogado por el respeto a todos los migrantes. Los migrantes nicaragüenses deportados desde EEUU son recibidos con chequeos médicos gratuitos, comida, transporte a sus comunidades de origen y un pequeño estipendio para reasentarse.
Manejo de la pandemia de COVID-19
El Salvador tuvo una de las respuestas más autoritarias a la pandemia. El gobierno de Bukele cerró la economía, utilizó la represión militar para imponer una cuarentena en todo el país, declaró el estado de excepción y obligó a la gente a ingresar en centros de detención de COVID, donde muchos se infectaron y algunos murieron. Bukele tuiteó fotos sádicas de pandilleros hacinados como sardinas en las cárceles, alardeando de su respuesta represiva sin tener en cuenta el peligro de propagación del virus.
El Presidente Ortega hizo exactamente lo contrario: la economía y las escuelas permanecieron abiertas y los niños siguieron recibiendo sus meriendas escolares. El gobierno desplegó una campaña masiva de salud pública con visitas informativas casa por casa, preparó los hospitales públicos para tratar el COVID, estableció una línea telefónica directa para la trazabilidad de contactos y el seguimiento de los pacientes, y liberó a algunos presos. Nadie fue encarcelado ni pasó hambre a causa de la pandemia; el gobierno no contrajo una deuda excesiva; y Nicaragua alcanzó la tasa de vacunación más alta de Centroamérica.
El país tuvo una de las tasas más bajas del mundo de exceso de mortalidad por la pandemia (202 por 100.000 habitantes). UNICEF felicitó a Nicaragua por su respuesta a la pandemia porque, a diferencia de los niños que tuvieron que enfrentarse a encierros, los jóvenes nicaragüenses no experimentaron más riesgos para la salud, peor nutrición, menores tasas de vacunación o peores resultados educativos debido a la pandemia.
Los niños salvadoreños, desafortunadamente, se enfrentaron a todos los efectos perjudiciales de una cuarentena extrema. La democracia del país se resintió, la economía se contrajo gravemente y el gobierno asumió una deuda importante. La tasa de mortalidad excesiva en El Salvador debido a la pandemia fue de 364 por 100.000 habitantes.
Israel/Palestina
Históricamente, la colaboración sionista con la represión derechista en Centroamérica ha incluido la venta de napalm a los gobiernos de ARENA para que lo utilizaran contra el pueblo salvadoreño, y ayuda a la dictadura somocista y a la contra en Nicaragua. Ahora, a pesar de la herencia palestina de Bukele, se ha aliado claramente con Israel. Sus importaciones de armas y tecnología de vigilancia israelíes crecen a un ritmo alarmante, y El Salvador es uno de los mayores usuarios del programa espía israelí Pegasus, que se ha desplegado contra docenas de críticos de Bukele.
En contraste, la Nicaragua sandinista tiene una larga historia de solidaridad con el pueblo palestino. Desde el 7 de octubre de 2023, Ortega ha apoyado decididamente el derecho del pueblo palestino a la paz y la autodeterminación y el fin de la agresión israelí. La suya fue la primera nación en unirse a la demanda de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia por las violaciones de Israel a la Convención sobre el Genocidio. Nicaragua presentó entonces su propia demanda contra Alemania por complicidad en genocidio, que consiguió reducir la venta de armas a Israel y restablecer la financiación alemana a la UNRWA. Nicaragua hace esto a pesar de las amenazas del Congreso de EEUU e Israel de imponerle más sanciones.
Gastos sociales
Desde que Bukele llegó a la presidencia, las políticas neoliberales clásicas han recortado la educación, la sanidad y los programas de reducción de la pobreza introducidos por los gobiernos del FMLN. Se están cerrando escuelas y la salud es cada vez más inasequible. Mientras tanto, se incrementan constantemente los gastos militares, policiales y penitenciarios.
El gasto social ha sido una prioridad para Nicaragua desde que el presidente Ortega asumió el poder en 2007 y ahora constituye el 60% del presupuesto nacional. Se han producido grandes mejoras en salud, educación, nutrición, vivienda, agua potable, carreteras y electricidad. El Índice de Desarrollo Humano del país ha superado al de El Salvador, lo que resulta sorprendente si se tiene en cuenta que el PIB per cápita de Nicaragua (un componente importante de ese cálculo) es la mitad del de El Salvador. Y Nicaragua es el tercer país del hemisferio occidental con menor gasto militar; gasta aún menos que Costa Rica, que dice no tener ejército.
Las muchas diferencias entre los dos presidentes se resumen mejor si se miran en perspectiva histórica. A pesar de los bombos y platillos, el joven Bukele no ofrece nada nuevo. Está perpetuando el ciclo de violencia física y estructural en su país, en connivencia con el gobierno estadounidense. El estadista veterano Ortega, sin embargo, está ayudando a su país a liberarse de la violencia imperialista. Eso sí que es algo nuevo.
Resumen Latinoamericano