Los 133 cardenales reunidos en el Vaticano eligieron como sucesor del fallecido Francisco I a su par estadounidense Robert Francis Prevost, quien adoptó el nombre de León XIV. Antes de llegar al trono de la iglesia, Prevost sirvió durante 20 años en Perú, donde se nacionalizó para poder ser nombrado obispo. Asimismo, dirigió la centenaria orden agustina, a la que pertenece, y estuvo al frente del organismo que selecciona a los nuevos obispos en todo el mundo, una señal de la confianza depositada en él por su antecesor confirmada con su integración al Colegio Cardenalicio en 2023.
El nombramiento de Prevost se considera un compromiso entre quienes deseaban continuar y profundizar la agenda tolerante de Francisco I y el ala conservadora que anhela dar por concluida la tímida apertura a fin de privilegiar los aspectos doctrinarios sobre los mundanos. Ejemplo de este balance es, por un lado, su compromiso pastoral y su perfil misionero -aunque siempre en los palacios obispales-, en marcado contraste con los cardenales y obispos de coctel característicos de la era de Juan Pablo II. Apenas hace un año, exhortó a los prelados a ser cercanos a la gente a la que sirven, a caminar con ella, sufrir con ella, a buscar las maneras en que mejor puedan vivir el mensaje del Evangelio en medio del pueblo, palabras que coinciden por completo con el extinto jesuita.
En el otro brazo de la balanza, aunque no se ha distinguido como un ultraconservador, ha lamentado que los medios alienten creencias y prácticas contrarias al Evangelio, como el estilo de vida homosexual o las familias alternativas. Como obispo, se opuso a los estudios de género, a los cuales calificó de confusos por crear géneros que no existen.
No llega inmaculado en la materia más delicada para el catolicismo en los últimos años: la epidemia de pedofilia clerical y el insensible tratamiento de las acusaciones por parte de los jerarcas. Si bien no se sabe de señalamientos de mala conducta personal, es un hecho que Prevost permitió recluirse en un monasterio a sacerdotes que las propias autoridades eclesiásticas habían encontrado culpables de agresiones sexuales contra niños pequeños.
En cuanto a las primeras señales enviadas por el novel pontífice, la elección de su nombre es un claro guiño al tradicionalismo, en tanto se adscribe a una larga línea de leones (el quinto apelativo más usado por los sucesores de Pedro, después de Juan, Gregorio, Benedicto y Clemente), pero también como un homenaje y una identificación con León XIII, cuyo pontificado se encuentra ligado de manera indisoluble a Rerum Novarum, una más de las encíclicas gattopardianas de la Iglesia.
En ese documento de 1891, manteniendo siempre el equilibrio de una institución que siempre ha optado por el apego a los poderes terrenales, el entonces sumo pontífice maniobró al reconocer la legitimidad de las demandas y las organizaciones obreras, así como la naturaleza despiadada del capitalismo, criticando al mismo tiempo a comunistas, libertarios y otros terroristas.
Dada su relativa juventud, puede esperarse que goce de un largo papado, y será en el transcurso de éste cuando pueda hacerse un juicio acerca de los méritos y las limitaciones de León XIV. De momento, para los fieles vale la expectativa de que sea un pastor (de solideo cardenalicio, eso sí) y no un burócrata del Vaticano.