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Venezuela :: 07/03/2013

Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI

Ezequiel Espinosa
Los movimientos sociales que constituyen la revolución se verán impelidos como nunca antes a presionar y empujar a su actual dirección hacia una radicalización

“Así se explica que ya entonces la fracción plebeya (...) debía ir, por le menos en su imaginación, más allá de la propia sociedad burguesa (...)”
F. Engels

Y acaso sea este el mayor legado del “testamento político” del comandante Hugo Chávez, es decir, la posibilidad de que los grupos subalternos hayan podido volver a imaginar un “más allá de la propia sociedad burguesa”. Más todavía, el haber instalado en el imaginario subalterno la figura de un socialismo indoamericano que “no es ni calco, ni copia, sino creación heroica”. Ese es, sin dudas, el mayor legado que nos deja Hugo Chávez.

La revolución bolivariana se nos presenta como un proceso sumamente complejo y de “final” abierto. Puede que se institucionalice como una forma de neojusticialismo o puede que se agudice como la vía venezolana hacia el socialismo. Sea como sea, el proceso bolivariano se verá envuelto (o seguirá envuelto) en la dinámica de una revolución permanente que, esperamos, no tenga un final como el que tuvo la vía chilena, allá por 1973.

Hasta el presente, la revolución bolivariana ha tenido el enorme mérito de darle a las masas proletarias y plebeyas de Venezuela no solo “el pan”, sino también “el respeto”. Ni más, ni menos. Por su parte, como ya dijimos, el mayor legado que deja Hugo Chávez es el haber vuelto a instalar en el imaginario subalterno la idea del socialismo posible. Sin embargo, y a nuestro juicio, siempre –o casi siempre- que el sentido socialista de la revolución bolivariana se enfrentaba a un escollo de cierta importancia, lejos de radicalizar el proceso, el comandante tendía a actuar como un “Napoleón de las retiradas”. Y atención que al decir esto no pretendemos realizar una crítica lapidaria, pues si bien cuestionamos la falta de radicalización, reconocemos que tales retiradas ordenadas han evitado desbandes lo que, a pesar de evitar los avances, posibilito una cierta conservación de las fuerzas sociales bolivarianas.

En el desarrollo de este proceso, el movimiento bolivariano se ha ido configurando como la forma más radicalizada de un social-populismo latinoamericano que ha ido desplazando a los gobiernos neoliberales en distintos países de este continente y que, más allá de su radicalidad, tienen diferentes devenires y trayectorias (una alternativa mucho más tibia, lo son los denominados socioliberalismos).

Los social-populismos son una articulación más o menos radicalizada de corrientes progresistas y populistas que, en términos generales, procuran la reconstrucción de los viejos estados benefactores, pero evitando el lastre de su burocratismo. A más de ello, se intenta una ampliación de la ciudadanía en el sentido de su diversificación, a fin de incluir a minorías de cualquier tipo. Si bien recurren a los viejos métodos bonapartistas para una organización desde arriba de los movimientos sociales, la radicalización de la ciudadanía ha implicado una mayor autogestión o autonomía administrativa vía un empoderamiento popular de índole comunal o vecinalista (la alternativa socioliberal pretende algo parecido, pero lejos de apoyarse sobre los movimientos sociales, procura hacerlo en las ong’s, fundaciones, voluntariados, organizaciones de caridad, etc.).

Por otra parte, los social-populismos son abiertamente demagógicos, en el sentido de que indudablemente tienden a satisfacer en forma positiva las necesidades sociales de los sectores subalternos, pero sin que estos dejen de ser tales, es decir, sin permitir que estos se organicen y devengan en un poder social revolucionario que subvierta efectivamente las relaciones burguesas de producción social. Lejos estamos de asimilar la demagogia con lo que habitualmente se entiende como clientelismo, es decir, la economía-política del “regalar y recibir prestado”.

Parafraseando a Karl Marx, podemos entender al progresismo como una corriente política y cultural que representa las “reivindicaciones sociales del proletariado”, subordinándolas a las “exigencias democráticas de la pequeña burguesía”. Para el progresismo, “el proletariado no existe (…) sino bajo el aspecto de la clase que más padece”. Asimismo, el populismo puede pensarse como una corriente política y cultural que representa la superstición de los sectores subalternos, no su ilustración; “no su juicio, sino su prejuicio, no su porvenir, sino su pasado”, en suma, la corriente política y cultural que representa el conservadurismo de los grupos subalternos.

Y nuestra posición es que lo que aquí hemos denominado como social-populismo se entiende como una alianza entre corrientes de este tipo. De igual manera, postulamos que es en esta articulación donde hay que buscar las contradicciones características de estos movimientos (tales como la de una creciente democratización, aunada a un fuerte “culto a la personalidad”).

A nuestro juicio estos emplastos –dicho no en tono despectivo- hacen a las direcciones de los diferentes procesos revolucionarios –y no tanto- que se han ido abriendo en la América Latina desde finales del siglo pasado y comienzos del presente siglo. Y a pesar de haber pasado ya al menos una década de sus llegadas a los respectivos gobiernos, no han podido ser sobrepasados por movimientos sociales más radicales, todo lo contrario; la mayoría viene apostando por economías-políticas neodesarrollistas ajenas a cualquier proyecto de revolución social. Sin embargo, algunas de estas direcciones han ido tomando conciencia –previo enfrentamiento a conspiraciones y golpes de estado- de que “revolución que no se profundiza, revolución que retrocede”. Otras, en este mismo sentido, simplemente han acabado por ser derribadas con más pena que gloria.

Con la muerte del comandante Hugo Chávez, Venezuela se adentra en un nuevo momento de su proceso. Los movimientos sociales que constituyen la revolución se verán impelidos como nunca antes a presionar y empujar a su actual dirección hasta una radicalización tal, que la obligue a ir más allá de donde está dispuesta a llegar y, al mismo tiempo, ir construyendo una dirección independiente, que la supere llegado el momento. La actual dirección ha conquistado para los subalternos no solo “el pan”, sino también “el respeto”. Hugo Chávez les lego la posibilidad de volver a imaginar el socialismo, mas los movimientos bolivarianos deberán advertir -y ya, casi- que “o revolución socialista, o caricatura de revolución”. Y entonces sí podrán despedirle: “¡hasta siempre comandante!”.

La Haine

 

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