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México :: 03/07/2013

El silencio: signo de estos tiempos

Jorge Lofredo
Las organizaciones guerrilleras deben contar con el secreto como aliado íntimo. La capucha es la teatralidad, la puesta en escena, de la rebelión clandestina

En un lapso de poco más de treinta días y en un ámbito geográfico perfectamente delimitado, en mayo y junio se conmemoran fechas que mucho tienen que ver con la actual generación de organizaciones político-militares clandestinas mexicanas. Un 25 de mayo, en Oaxaca, se produjo la desaparición de los dos eperristas, hecho que preludió el accionar militar del actual Ejército Popular Revolucionario (EPR) contra los ductos de Petróleos Mexicanos entre otros, durante aquel convulsionado 2007. El 7 de junio de 1998 una nueva masacre inaugura la existencia del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), sucedida en El Charco, en el estado de Guerrero. Y el 28 de junio tuvo lugar el suceso que ha permitido la presentación de esta nueva generación de grupos, en 1995 ocurrió la masacre de Aguas Blancas y, al año siguiente, la presentación pública del EPR.

Si bien la represión suele ser un factor preponderante para unificar a partes que previamente se presentan irreconciliables, la desatada durante la administración anterior, por la guerra contra el narco, no parece haber alcanzado para lograr tal fin, aunque pudo afianzarse la coordinación, existente con anterioridad, entre algunas de ellas: la Coordinación Revolucionaria Libertad integrada por Tendencia Democrática Revolucionaria-Ejército del Pueblo, Movimiento Revolucionario Lucio Cabañas Barrientos y otras organizaciones por una parte; y entre Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo, el Comité Clandestino Revolucionario de los Pobres-Comando Justiciero 28 de Junio y una organización más por la otra. (Como dato, estas organizaciones ya habían intentado un esfuerzo de coordinación durante el 2001 junto al Ejército Villista Revolucionario del Pueblo –del cual nada ha vuelto a saberse en mucho tiempo– bajo la denominación Coordinadora Guerrillera Nacional José María Morelos y Pavón.) Vale aclarar que según la historia reciente no será posible unificar estos esfuerzos de coordinación debido a que conforman sectores antagónicos desde la ejecución de Miguel Angel Mesino en septiembre de 2005.

Por otra parte, no es posible visibilizar el punto exacto en que se encuentran tanto el EPR como el ERPI. Ambas, eso si, aparecen ensimismadas en un proceso de acumulación de fuerzas en silencio de largo aliento, propio de la guerra popular prolongada o por contacto con sectores que podrían incorporarse aunque muy lentamente a su desarrollo organizativo en espacios rurales. El hecho más significativo es que la lógica y los tiempos entre las zonas urbanas y las rurales son distintas por completo. En este caso particular de los tiempos y su incidencia en ambas organizaciones disintieron profundamente sobre la cuestión. La guerrilla, para uno, no puede ser una organización justiciera sino revolucionaria; el otro, en cambio, debe acompañar a las comunidades para ejecutar actos de rebelión que no deje afrenta sin cobrar. Por tanto, para unos los tiempos son políticos mientras que para los otros prima lo social. Y la diferencia no es menor ya que, de hecho, aún perdura. Si bien ambas son respuestas a los agravios, lo de fondo que varía entre ambas posturas son nuevamente los tiempos, respecto al objetivo que lo condiciona y a la situación que responde.

A la vez, otro condicionante es que tanto una como la otra provienen de un proceso de reestructuración interna: una por enfrentar dos veces el descabezamiento de la organización en mientras que la otra por la desaparición de dos de sus miembros de los cuales al menos uno de ellos ocupaba un puesto de jerarquía en el interior del grupo. Estas organizaciones también sopesaron de un proceso de ruptura, aunque en distinto sentido, pero que también lleva consigo la necesidad de una reorganización interna; sin embargo no fueron diezmadas por los golpes sufridos ni por las disputas internas.

En sentido contrario, continúan renunciando a la estrategia de control territorial lo que lleva a considerar que tampoco está entre sus necesidades la administración de corredores. Por lo tanto es posible atender a la idea de articulación política-militar a través de pequeñas unidades móviles, algunas células urbanas diseminadas y la renuncia expresa al desarrollo de unidades que impliquen mayor cantidad de miembros que las imperceptibles. Evitar, en definitiva, la sobredimensión.

Más aún, puede notarse la ausencia explícita en movilizaciones sociales y populares, en tanto organización. La reciente reivindicación del encapuchado por el EPR (comunicado del 29 de abril) apunta a esa misma dirección: el llamado a una mayor invisibilización de sus miembros. Contrario a la ausencia en causas sociales y políticas, la idea es la mimetización ahora más que nunca. La forma de enmascaramiento urbano es confundirse en la multitud, aclarado desde los tiempos del Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo y del Partido de los Pobres, cuando se especificó claramente que anonimato y aislamiento no son sinónimos para este caso.

Sin embargo, la capucha juega diferentes papeles para ambos casos: la máscara es una de las caras de la doble condición de clandestinidad que caracteriza a las organizaciones de este tipo: una, cuando los guerrilleros se embozan, para no ser reconocidos y evitar así alguna represalia contra ellos y sus familias; pero por otra refiere a todo lo contrario. Se descubren camuflándose en la masa y jamás se embozan para invisibilizarse en las comunidades y en las ciudades. En ambos casos debe contarse, indudablemente, con el secreto como aliado íntimo. La capucha es la teatralidad, la puesta en escena, de la rebelión clandestina.

La notoria baja en la producción de textos por parte de todas las organizaciones conocidas también puede resultar un indicador del mismo sentido y estrategia. Lo particular de una de ellas, el ERPI, es que ya lleva tiempo de una baja producción de sus comunicaciones, muy espaciadas entre sí y acotadas de un tiempo a esta parte. Al respecto vale la acotación de Jacobo Silva Nogales, el comandante Antonio del ERPI (en una imprescindible entrevista que realizó Zósimo Camacho para Contralínea), cuando aclara que no es necesario priorizar las efemérides cuando lo fundamental es el crecimiento al interior de la organización, obviando cualquier necesidad de expresión para privilegiar el silencio necesario para el desarrollo organizativo. En idénticos términos también lo hizo el Comando 28 de Junio hace unos años atrás.

Tras el silencio también crece la incertidumbre y los próximos pasos de este sector resultan, hasta este momento, un enigma a descifrar. Lejos de la especulación será necesario aguardar a sus movimientos y considerar los distintos contextos que las condicionan y que hacen posible a que distintos proyectos armados sean viables en el México actual. En este repaso, silencio no es sinónimo de no decir, pero se ha convertido en un elemento esencial, un signo de estos tiempos.

El Sur, Acapulco / www.cedema.org

 

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