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Argentina :: 23/12/2013

En Tucumán, la policía mostró la hilacha

CORREPI
La policía no está para cuidarnos, ni para protegernos ni para defendernos: la policía en la sociedad dividida en clases está para reprimirnos

El milico le dice a su superior: "Jefe, le estamos disparando a nuestra propia gente". El superior responde: "Tome unos pesos y guarde el secreto". La ironía de Groucho Marx viene a cuento a propósito de los sucesos en Tucumán.

En el marco de la tensión que generó en todo el país la asonada de los desclasados de azul, esa provincia mostró el costado que siempre hemos denunciado y que, desde el poder, cuando no la ningunean, se empeñan en distorsionar.

La policía tucumana, como la del resto del país, se amotinó y se encargó de provocar hechos que derivaron en robos, cinco muertos, varios heridos, y desesperación -predominantemente- entre sectores medios.

Con este accionar, como a veces ocurre cuando el perro le muestra los dientes al amo, el gobierno provincial les concedió el aumento.

El primer mensaje que mandaron fue remedar las acciones de los trabajadores, como si revistieran ese carácter. Hablaron de huelga, de derechos sindicales, y no fueron pocos los que coincidieron con ello, desde el juez Zaffaroni hasta expresiones de la izquierda.

El otro mensaje estuvo en las calles. Desnaturalizando el saqueo, en cuanto es un último y desesperado, pero legítimo recurso del hambre y la pobreza subyacente en una realidad que no las contempla, fomentaron en los sectores medios las reacciones más despiadadas de algunos comerciantes armados, al tiempo que se religitimaba la institución policial como fuerza represiva cuando se les reprochaba: "están para defendernos, para protegernos y nos dejaron a merced de los delincuentes". El terror, el miedo, la otra forma de obtener consenso.

Pero la policía tucumana, con libreto de Groucho Marx, una vez que embolsó el aumento, salió a la explanada de la casa de gobierno y entró a disparar a los manifestantes que se reunían en la Plaza reclamando “seguridad”. La otra ironía, que no agota la capacidad de asombro que nos plantea el sistema a diario, fue la gendarmería intentando pararla. Todo tan patético, como la manera en que tanto el gobierno nacional como la clase política tradicional hablaron de extorsión y sedición después de darles aumentos que superaron, en algunos casos, el 70% sin chistar, revelando que pueden prescindir de cualquier estrategia, menos de la represiva.

El episodio es emblemático, y supera largamente una mera anécdota pueblerina. Puso en evidencia la naturaleza real del reclamo: es monetario y es reivindicativo de sus fechorías. El aumento y la impunidad anduvieron de la mano, desmintiendo a los que suponen que, sindicalizados, los policías serán alguna vez nuestros compañeros de ruta.

Y puso en evidencia, también, la naturalización que entre sectores del pueblo tiene el discurso sobre la función policial.

Los sectores medios lo vivieron en carne propia y aunque lejos estuvieron de interpretarlo de modo progresivo, ha quedado expuesto que la relación con las fuerzas represivas es un matrimonio de extraña conveniencia.

No pueden confiar, pero sienten que todavía los necesitan, y aunque sea muy largo el camino que derive en el divorcio, intuyen que sin plata no hay amor. La trama de la "familia policial" ha quedado al desnudo en la provincia norteña.

Nosotros, del mismo modo que no reconocemos a los policías calidad de trabajadores, tampoco les adjudicamos la de "servidores públicos". La función es determinante y definitoria: disciplinar, reprimir, evitar cualquier cuestionamiento serio al baluarte capitalista que es el derecho de propiedad y que, mal que le pese a los moralistas e hipócritas exponentes de pseudo-teorías derechohumanistas, sigue siendo el eje ordenador de la sociedad en la que vivimos.

Repetimos a diario que la policía no está para cuidarnos, ni para protegernos ni para defendernos: la policía en la sociedad dividida en clases está para reprimirnos.

Tucumán fue el claro ejemplo. Embolsaron el aumento y salieron a dispararle a su propia gente. En el terreno de las ironías, mucho menos sutil y disimulada que la elaboración de Groucho, pero no por eso menos elocuente, el grito de nuestra militancia en las calles también evidencia la enorme distancia moral que existe entre un trabajador y un perro guardián del sistema: "Olé olé, ole ole olá, por una pizza reprimís a tu mamá".

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