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Venezuela :: 13/01/2018

Dejar de ser pendejo

Reinaldo Iturriza
Puede que estemos tan ofuscados que seamos incapaces de verlo, pero hoy, tal y como en 1989 ó 2002, una parte del pueblo está un paso adelante

Hubo un tiempo en que dejamos de ser pendejos y no nos creímos más esa historia de que la viveza criolla es algo que nos constituye. Fue el tiempo en que nos hicimos chavistas.

En mayo de 1989, Arturo Úslar Pietri todavía planteaba nuestro dilema histórico en términos de vivos o pendejos, corruptos y honestos (1). La vieja práctica del moralismo, de la que echa mano la oligarquía para granjearse el apoyo de un “mínimo de pueblo”, casi siempre la clase media, “cuya debilidad y confusión explota”, como ya explicara Jorge Enea Spilimbergo en un célebre texto de 1956 (2).

Siempre un paso adelante, tres meses antes que Úslar Pietri el pueblo venezolano había planteado el problema de la manera correcta: aquí no se trata simplemente de saber quiénes son los ladrones y los hambreadores, sino de rebelarnos contra ellos. Se trata de dejar de ser pendejo. Fue lo que ocurrió el 27 de febrero de 1989. Por supuesto, aquel atrevimiento popular fue traducido por nuestras elites como un ejercicio de viveza exacerbada, violento, bárbaro, irracional, y la rebelión fue reducida a pillaje, saqueo (3).

Hay una clarísima línea de continuidad entre “El mal de la viveza” (4), texto canónico de Úslar Pietri, escrito en 1986, y la interpretación dominante sobre el 27 de febrero de 1989. De hecho, a propósito de los saqueadores, ésta última no hace sino recrear infinitamente lo que puede leerse en aquel: “Ese trabajoso, ese avispado, ese lanza, ese tigre, ese águila, cuyos mismos nombres más que a la vida social y civilizada pertenecen a lo selvático y a lo más primario del instinto, son a la vez las víctimas y los agentes de un morbo deformador. De un morbo que destruye las bases mismas que hacen posible que la sociedad subsista y prospere”. Morbo saqueador.

La eficacia política del moralismo depende en buena medida de que no seamos capaces de identificar cómo la oligarquía lo emplea como instrumento. Dicho de otra forma, en la medida en que nuestra interpretación de la realidad esté menos mediada por una perspectiva de clase, mucho mejor para la oligarquía.

Según Úslar Pietri, “la viveza no está limitada a una clase social o a una condición económica”. No obstante, y curiosamente, al momento de ejemplificar pone el acento en las clases populares: los mendigos en tiempos de régimen colonial; las mayorías populares “que no tenían oficio” en el siglo XIX: “Un día eran agricultores, al otro guerrilleros, al otro omnipotentes autoridades, al otro saltimbanquis o toreros”; más recientemente, aquellos que “el día de la bonanza montaban casa y compraban coches”, y luego “el día de las malas se iban a hacer guardia a la puerta del todopoderoso de turno o a pasar las horas inertes elucubrando engaños”; los “toeros”, discípulos de la viveza, esos hombres del pueblo que se jactan de hacer de todo porque en realidad no saben hacer nada, que nunca tuvieron “tiempo ni ocasión de aprender un oficio”, que no saben trabajar y por eso se esfuerzan “en buscar aquella fama de trabajosos que podía abrirles las puertas de alguna fugaz ocasión de provecho”. La carga de prueba siempre en el pueblo.

Dante y Virgilio en los infiernos. Eugène Delacroix. 1822.

Cincuenta años antes de “El mal de la viveza”, Arturo Úslar Pietri, ya convertido en uno de los más influyentes intelectuales del post-gomecismo, se había destacado por su lectura moralista sobre los efectos del capitalismo rentístico petrolero en Venezuela, haciendo públicas opiniones que todavía hacen parte de nuestro sentido común: “El verdadero mal, el mal casi irreparable (…) está en que (…) se ha pervertido, Dios sabe hasta qué profundas fibras, el sentido de la economía en el pueblo venezolano. Se le ha enseñado, en todas sus capas sociales, a desdeñar el trabajo por el maná, a pensar en términos de magia y no de contabilidad, a perder la noción de los precios, de los costos y del equilibrio económico” (5).

Durante los últimos setenta años hicimos nuestros muchos de estos “principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia – y en dosis para adultos – con la apariencia de axiomas, para impedirnos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido”, como decía Jauretche a propósito de las zonceras argentinas. Zoncera que viene de zonzo, tonto, es decir, pendejo. Zonceras que podríamos traducir como pendejeras o, mejor, pendejadas. “¿Los argentinos somos zonzos?”, se interrogaba Jauretche al inicio de su “Manual de zonceras argentinas”. Y se respondía: “Esto es lo que nos faltaba, convencidos como estamos de la ‘viveza criolla’, que ha dado origen a una copiosa literatura que va de la sociología y la psicología a las letras de tango” (6).

Cuánta falta hace escribir nuestro “Manual de pendejadas venezolanas”. Uno que incluya y desmenuce, por ejemplo, la pendejada de acuerdo a la cual el petróleo es una maldición, o aquella otra según la cual el venezolano desdeña el trabajo o no sabe trabajar; o esa pendejada que nos lleva a pensar que el conflicto fundamental de nuestra sociedad es aquel que enfrenta a vivos contra pendejos; o, más recientemente, la pendejada que nos hace concluir que, ahora que el petróleo no nos alcanza, ya solo nos queda la maldición de un pueblo que desdeña el trabajo o no sabe trabajar, o no desea trabajar, sino simplemente abandonarse a la viveza, es decir, al todos contra todos, porque esto se lo llevó quien lo trajo.

Para muchos de nosotros, la realidad de hoy se asemeja al cuadro que pintaba Úslar Pietri sobre el siglo XIX: “La guerra y el azar parecen dominar todas las vidas. Un día entraban las tropas del Gobierno y al otro entraban las de la revolución. Había que esforzarse en estar bien con todos. En engañar a todos. En avisparse. Había que vivir a la defensiva de todas las asechanzas y en disposición de sacar el máximo provecho de la más pequeña ocasión favorable”.

¿Con cuánta frecuencia no asumimos el rol de espectadores del conflicto entre unos y otros, y nos limitamos a llevar la cuenta del daño que se infligen y nos infligen, y nos encolerizamos porque unos u otros hacen tal o cual cosa o, peor, dejan de hacer lo que tendrían que hacer?

¿En qué momento, para tantos de nosotros, esa hermosa cualidad del género humano que es el ejercicio de la política, redescubierto y dignificado por el chavismo, se convirtió en cosa de espectadores?

Empeñados en estar mal con todos, en repudiarlos a todos, de tanto ufanarnos de no creer en ninguno, fuimos dejando de creer en nosotros mismos y volvimos a ser los mismos pendejos de siempre.

Cuando nos hicimos chavistas fue porque decidimos dejar de ser pendejos y no nos creímos más el cuento de la viveza criolla como algo que nos constituye o, según Úslar Pietri, define el “espíritu popular venezolano”. Fue cuando decidimos actuar, tomar partido, sentar posición, ser protagonistas. Fue cuando nos convencimos de que esa pendejada de la viveza criolla era absolutamente funcional a los intereses de la oligarquía, que nunca aparecía como lo que es: como la principal usufructuaria de la renta petrolera; como la principal responsable de la pobreza y exclusión de las mayorías populares; como una elite mediocre, rapaz y antinacional.

Puede que estemos tan ofuscados que seamos incapaces de verlo, pero hoy, tal y como en 1989 ó 2002, una parte del pueblo está un paso adelante. Apelando a todo lo aprendido en revolución bolivariana para producir lo necesario para vivir; para no ceder frente a la oligarquía hambreadora; frente al funcionario ingenuo, pusilánime o traidor que favorece a esa misma oligarquía; frente al efectivo que trafica o contrabandea con lo que nos pertenece por derecho. Y produciendo lo necesario para vivir, produce al mismo tiempo el alimento espiritual que le permite resistir.

Mientras muchos de nosotros insistimos en actuar como un Dante sin Virgilio, temeroso, desamparado, vulnerable, a merced de los innumerables peligros del infierno, aquel pueblo es como el Virgilio que, al decir de Estacio, “camina de noche llevando tras sí una luz que a él no le ilumina, pero que no obstante alumbra a los demás” (7).

Pretendiendo aclararnos lo que somos y por qué somos como somos, la intelligentzia nos confunde y nos menosprecia. La oligarquía a la cual sirve nos necesita desorientados, dando bandazos, creyendo que la realidad es solo aquello que se derrumba, y quien manifiesta su voluntad de no morir tapiado, es acusado de no reconocer la realidad, de querer tapar el sol con un dedo. Nuestros enemigos nos necesitan incapaces de ver aquella lumbre popular, de reconocernos en ese pueblo que no volverá a ser pendejo.

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Notas

(1) Intervención de Arturo Úslar Pietri en programa televisivo “Primer plano”, transmitido por RCTV. 16 de mayo de 1989.

(2) Jorge Enea Spilimbergo. El moralismo: utilización oligárquica de la clase media. https://www.marxists.org/espanol/spilimbergo/1950s/1955sep.htm

(3) Reinaldo Iturriza López. 27 de febrero de 1989: interpretaciones y estrategias. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas, Venezuela. 2006.

(4) Arturo Úslar Pietri. El mal de la viveza. 1986. https://vdocuments.site/el-mal-de-la-viveza-criolla-arturo-uslar-pietri.html

(5) Arturo Úslar Pietri. Venezuela en el petróleo. Caracas, 1948. Pág. 117. En: Asdrúbal Baptista y Bernard Mommer. El petróleo en el pensamiento económico venezolano. Ediciones IESA. Caracas. 2006. Pág. 21.

(6) Arturo Jauretche. Manual de zonceras argentinas. Peña Lillo Editor. Buenos Aires, Argentina. 1973.
http://www.equiposweb.com.ar/documentos/manual_de_zonceras_argentinas.pdf

(7) Dante Alighieri. La Divina Comedia. Purgatorio. Canto XXII. Pág. 252.

https://elotrosaberypoder.wordpress.com

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/zC3