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Estado español :: 29/04/2014

Los rescoldos del 22 de marzo

Francisco García Cediel
Para su propósito contaron con la colaboración necesaria de ciertos miembros de la izquierda mediática, incluyendo alguno que se autodenomina alternativo

En la sociedad de clases, las revoluciones y las guerras revolucionarias son inevitables, sin ellas, es imposible realizar saltos en el desarrollo social y derrocar a las clases dominantes reaccionarias y, por lo tanto, es imposible que el pueblo conquiste el poder”

Tung “Sobre la contradicción”, 1937.

Vaya por delante que en el momento de escribirse estas líneas es difícil, por el escaso tiempo transcurrido, hacer un balance definitivo de las consecuencias de la movilización que tuvo lugar en Madrid el pasado 22 de marzo, culminación de las llamadas “Marchas de la dignidad”.

Sin entrar en habituales polémicas sobre cifras, la presencia de al menos varios cientos de miles de personas participando en una convocatoria realizada al margen de los sindicatos llamados mayoritarios fue un éxito indudable, del que la prensa oficial no tuvo más remedio que hacerse eco tras un intento en los días previos de silenciar las marchas que, obviamente, no puede ser casual. Tal éxito es especialmente relevante si tenemos en cuenta que entre los lemas de la movilización figuraba la oposición al pago de la deuda, con lo que ello supone de discrepancia profunda frente a los planes del capital.

Precisamente por ello, el poder y sus acólitos no podían permitir que tan importante acontecimiento culminara en una acampada en Madrid, lo que les hubiera obligado a tolerarla durante un tiempo pese a que se convirtiera en un punto de referencia y epicentro de posteriores movilizaciones, o levantarla por la fuerza, algo que podría ser bastante impopular.

La opción elegida, cargando contra la manifestación media hora antes de la prevista para su finalización impidió que en el Paseo de Recoletos se levantara un campamento con la cobertura de miles de personas. Con esta maniobra, el Gobierno y los intereses que representa han conseguido trocar derrota en victoria desplazando el eje del debate al supuesto “vandalismo” de ciertos manifestantes que resistieron a los abnegados policías antidisturbios; unas imágenes machaconamente reproducidas en las televisiones y una referencia a una esperpéntica imputación a cierta “resistencia galega” bastaron para ello.

Para su propósito contaron con la colaboración necesaria de ciertos miembros de la izquierda mediática, incluyendo alguno que se autodenomina alternativo. Temerosos de convertirse en proscritos antes incluso de poder entrar en el tinglado institucional, optaron por seguir las reglas del juego “condenado” la violencia de algunos manifestantes, sirviendo de cómplices pasivos para la criminalización y el encarcelamiento de algunos jóvenes.

Y lo cierto es que esta vez no lo tenían tan fácil habida cuenta de la existencia de datos contrastados de detenidos sometidos a malos tratos y manifestantes mutilados por la acción de las fuerzas de orden público, pero la tentación de no salirse del consenso de lo políticamente correcto era demasiado grande para quienes al fin y al cabo se contentan con que las movilizaciones populares les den réditos electorales.

Sería pedirle peras al olmo pretender por tanto que hubieran argumentado que los cuerpos de seguridad del Estado protegen en realidad lo que interesa al poder: las entidades empresariales y financieras, así como las instituciones que las legitiman y amparan, y nunca las aspiraciones populares. Más bien al contrario, como las víctimas de los desahucios saben muy bien.

Por suerte cada vez más sectores comprenden que cuando los medios oficiales hablan de violencia diferencian entre la que ejerce el poder, que consideran legítima, y la que se ejerce contra éste, que se demoniza y reprime sin contemplaciones. Alguien dijo una vez que la guerra es el terrorismo de los ricos y el terrorismo la guerra de los pobres.

El balance por tanto no puede ser tan optimista por cuanto, a día de hoy, no hay elementos para asegurar que tan formidable movilización tenga una continuidad más allá de la necesaria solidaridad con procesados y encarcelados.

Cuando en foros y manifestaciones se alude a la necesidad de crear poder popular no está muy claro si todas las personas y organizaciones que lo corean están hablando de lo mismo. Trascender de las manifestaciones, por muy masivas que estas sean, es una necesidad si lo que realmente se pretende es acabar con un sistema cuya perversidad y podredumbre es manifiesta; crear poder popular pasa por levantar instituciones que disputen la administración de los asuntos cotidianos a los organismos oficiales, incluyendo mecanismos para garantizar la defensa del pueblo trabajador así como la realización de sus intereses y aspiraciones, frente a las constantes agresiones del poder y sus agentes.

 

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