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Nacionales E.Herria :: 10/08/2014

Agur, Karmele Zubiri!

Mikel Arizaleta
Sin duda que Karmele Zubiri, la gran Karmele, y otras de parecido perfíl van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas.

En este verano de sol, agua y granizo, de fiestas en pueblos y ciudades, de esperanza de paz y de guerras abundantes… ha muerto Karmele Zubiri. De repente, de un día para otro. “¡Ay! Baldorba, sol y viento seco, río de vino de la uva en grano, de la espiga en trigo, dime... ¿Quién fue el maldito que te apartó del camino? Oi Baldorba! Esazu nor zen bidetik baztertu zintuen madarikatua!”, al compás de este bello y sentido lamento, escrito por Juan Anonio Urbeltz y musicado por Benito Lertxundi, hoy rueda por la mejilla de su esposo Alex Ugalde, familia y amigos una lágrima gorda.

Su vida fue enseñanza de rostro risueño. Familia de años de poso y de base amplia, abertzales comprometidos, una vida dura, pero vital y activa, que les tocó en suerte y supieron bailar en los largos y negros años del franquismo. Ni la persecución, ni el requiso, ni las penurias torcieron su camino: no en el franquismo, tampoco en la llamada transición. Con frecuencia esta amama Karmele visitaba a uno de sus queridos hijos, Andoni, lejos, preso en una cárcel española. La ikurriña, tejida en su sastrería del Casco Viejo bilbaino, ondeó en lo alto del ayuntamiento del Botxo cuando el gobernador y los policías impusieron con saña y baba la española en un día de fiestas.

Y la muerte de esta mujer de bello rostro, mujer buena, con garra, reivindicativa, de familia extensa, de mesa larga y tertulia de banco corrido, que se fue con el presoak etxera de su hijo Andoni y otros tatuado en su agotado corazón me trae al recuerdo aquella poesía de Juan Ramón Jiménez:

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando

Pero como dice el escritor Koldo Campos, hay vidas que, de muertas, sólo son biografías, ambiguos prontuarios de cuentos y de cuentas, acaso un mal habido patrimonio y algunos herederos peor hallados, un perro que les ladre dolientes titulares, un alcalde de encargo, un cardenal de oficio y un par de funerales.

Pero apenas la tierra se sume al homenaje y los gusanos rindan honores al difunto, de aquel ilustre muerto va a quedar, si me apuran, la misa aniversario con que la Iglesia reconforta el luto mientras la viuda quiera pagar los honorarios, y una lápida triste que recuerde un olvidado nombre y un extraviado año.

Son vidas que se pierden en el tiempo sin un beso en la espalda ni una mano en el pecho, infelizmente muertas.

Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos atan los zapatos con los que andar el día, nos rondan y nos cantan los sueños que aún amamos.

Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de la ley para la gloria van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas.

Sin duda que Karmele Zubiri, la gran Karmele, y otros de parecido perfíl van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas. Hay una jota Navarra, que sin duda se cantará estos días en las fiestas de la Tafalla jotera, que dice: “Más que a nadie en este mundo a una madre hay que querer, más que a nadie en este mundo, porque ella nos dio la vida, “pa” que quieres más orgullo, “pa” que quieres más orgullo, a una madre hay que querer”.

Eskerrik asko Karmele.

 

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