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Estado español :: 09/06/2016

La obsolescencia (interesada) del comunismo

Francisco García Cediel
La ideología dominante presenta el comunismo como una reminiscencia del pasado, un proyecto que falleció con la caída del Murro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética

Quien hoy día quiera luchar contra la mentira y la ignorancia y escribir la verdad, tiene que superar al menos cinco obstáculos. Debe tener el valor de escribir la verdad, a pesar de que en todos sitios se reprima; la perspicacia de reconocerla, a pesar de que en todos sitios se encubra; el arte de hacerla útil como un arma; el buen criterio para elegir a aquellos en cuyas manos se haga efectiva; la astucia para propagarla entre ellos. Estos escollos son considerables para aquellos que escriben bajo el régimen fascista, pero también existen para aquellos que fueron perseguidos o huyeron, e incluso para aquellos que escriben en los países de la libertad burguesa”

Bertold Brecht. Cinco obstáculos para decir la verdad.

La ideología dominante presenta el comunismo como una reminiscencia del pasado, un proyecto que falleció con la caída del Murro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética a fines del pasado siglo, de modo que las personas que hoy en día se consideran comunistas serían una especie de dinosaurios políticos que se empeñan en un proyecto extinguido.

No puede extrañar por tanto que, en una entrevista concedida al diario 20 MINUTOS el 26 de mayo de 2016, el secretario político de Podemos, Iñigo Errejón afirmara que “comunistas y socialdemócratas son especies del pasado” y apela a la voluntad de su organización a las ambiguas recetas de “construir país” y “construir un pueblo”.

Lo difuso de las recetas de podemos, la indefinición de sus mensajes, emana directamente de su referente ideológico, el pensador argentino Ernesto Laclau, cuyo texto, escrito con Chantal Mouffe, Hegemonía y Estrategia Socialista: hacia una radicalización de la democracia, constituye el compendio más detallado de lo que se ha denominado “populismo de izquierdas”. Los autores perciben la sociedad como dividido en diferentes estructuras, entre las que se encontrarían la estructura económica, política e ideológica, pero, a diferencia del marxismo, dichas estructuras se desarrollarían de forma independiente y se relacionarían solo de forma coyuntural.

Con este planteamiento, las relaciones sociales no formarían parte de un sistema unitario en lo económico y lo político, sino que sería un campo entrecruzado de luchas sectoriales que requieren formas separadas de lucha, de tal modo que, por ejemplo, la lucha contra el capitalismo y contra la opresión patriarcal no tendría que tener vínculos sobre base material alguna, ni deberían estar interrelacionadas más allá de ciertas esferas sociales.

En ese esquema, la lucha de clases no jugaría ningún papel central, siendo tan solo un punto más de articulación de antagonismos. Más aún, si las esferas ideológica y económica en la sociedad son autónomas (como afirman), los conflictos surgidos en ambos planos son también independientes. Las identidades de los grupos sociales surgidas de las distintas esferas (identidad de clase, de género, de raza, etc.), y sus respectivos conflictos no se explican desde la existencia objetiva de ninguna base material de opresión, descartando de plano la explotación de la clase trabajadora en el sistema capitalista y las relaciones de producción que conlleva como elemento configurador del conjunto de relaciones sociales. De ese modo, queda sacralizada la expresión de la lucha a través de identidades sociales independientes, en esferas de acción que solo encuentran su pinto de encuentro en lo cultural, lo ideológico y sobre todo en lo discursivo.

No ha de extrañar por tanto que Podemos aspire a representar, o a integrar, a distintos sectores y clases sociales cuyos intereses son contradictorios, viéndose abocados a esgrimir un discurso compuesto de frases y consignas que como no señalan nada concreto difícilmente decepcionan. En este contexto, expresiones como “la casta”, la contraposición de “arriba y abajo”, o la actual alusión a “construir país” mediante el ejercicio de la sonrisa; es lo que se ha denominado el significante vacío, la utilización de ideas vagas que no representan nada, pero que actúan de expresión capaz de unir demandas dispersas en un proyecto electoral.

Otro de los elementos señalados por Laclau como fundamental es construir un liderazgo que simbolice al sujeto político y movilice las pasiones del público: “la unificación simbólica de un grupo en torno a una individualidad es inherente a la formación de un pueblo”, afirma.

Maneja ese discurso algunos elementos tomados del estructuralismo de Althusser en cuanto a rebelión contra algunas visiones mecanicistas del marxismo acuñadas sobre todo en los últimos años de la Unión Soviética. En ese sentido, Laclau y Mouffe reaccionan frente a este planteamiento “independizando” la superestructura ideológica, donde encuentra el verdadero campo de acción política, de tal modo que acaba abarcando la realidad material misma. De todos modos, interesa recordar ahora, las ideas de Marx, Engels y otros autores, incluyendo a Gramsci, cuyas ideas parece reivindicar en versión caricaturizada Laclau, distaban mucho de ese mecanicismo vulgar. Al contrario, interpretaban esa relación de un modo dialéctico, entendiendo que si bien ambos campos de la realidad no estaban separados y la base material de la sociedad ejerce en algunos momentos de forma determinante, la superestructura ideológica puede adquirir una enorme autonomía. De ahí que la batalla política e ideológica sea también determinante para el marxismo.

Conviene en este momento recordar en qué momento histórico se esboza el planteamiento populista; el libro Hegemonía y Estrategia Socialista: hacia una radicalización de la democracia se publica en 1985, en plena ofensiva neoliberal de Reagan y Thatcher, cuando el capitalismo se encontraba en un momento de franca expansión y los factores que a la postre dieron lugar al fin de los proyectos del socialismo real se vislumbraban cada vez con más claridad. No es extraño, por tanto, que surgieran propuestas desde la teórica orilla izquierda de la política que partieran de la base de una supuesta obsolescencia del marxismo.

En un plano ya más general, los fenómenos históricos de sobra conocidos (caída del muro, implosión de la Unión Soviética, involución en China…) ocurridos en los últimos años del siglo XX, abonaron la idea interesada difundida masivamente por los agentes del capitalismo según la cual el comunismo era algo antiguo y anacrónico, difundiendo a los cuatro vientos epítetos que iban desde la naturaleza criminal de las sociedades socialistas hasta el carácter utópico del marxismo, partiendo de una interpretación individualista de la naturaleza humana, incompatible por tanto con un proyecto colectivista.

Por supuesto que un bombardeo ideológico masivo y continuo han hecho mella en la conciencia popular, alienada ya de por si por la sociedad en la que vive, dando lugar a una convicción bastante general en ese sentido que incluye a amplios sectores de la clase obrera.

Tales concepciones son auxiliadas por la concepción burguesa positivista del llamado sentido común, que ideológicamente no es precisamente neutro al valor, según la cual si un proyecto ha fracasado ha de ser porque el planteamiento de base está equivocado.

Sin embargo, tales argumentos no resisten el más somero análisis histórico ni científico. Desde el campo de la historia contemporánea hemos de recordar cómo tras la revolución francesa se produjo un periodo de involución en la que la Santa Alianza se empeñó en eliminar los vestigios de la nueva sociedad, restaurando en toda Europa y en primer lugar en Francia el antiguo régimen. Es de imaginar que una persona que viviera esos tiempos en Europa pudo concebir que las ideas de la ilustración hubieran fracasado en la práctica.

Una vez llegó a mis manos un texto sobre las primeras trepanaciones quirúrgicas de cráneos humanos, a finales del siglo XIX, a fin de extraer tumores cerebrales. En ese texto se detallaba como las primeras operaciones mediante esa técnica fueron fallidas, ya que los pacientes morían al poco tiempo, y no faltaron quienes argumentaron que debía abandonarse ese camino con base en argumentos que iban desde lo pseudocientífico hasta lo religioso. Un tiempo más tarde se descubrió que el fallecimiento de pacientes se debía a infecciones producidas durante la operación, y que el uso de desinfectantes hacía no solo viable, sino necesaria dicha técnica para curar personas enfermas.

Un último ejemplo: un arquitecto puede dirigir la construcción de un edificio basándose en la física y las matemáticas, y puede darse el caso de que dicho edificio acabe derrumbándose. ´Se podrá achacar como responsable del derrumbe al modo de construirlo, a los materiales empleados e, incluso al modo de aplicar las matemáticas y la física, pero nadie se atreverá a afirmar que las matemáticas han sido refutadas a consecuencia de este hecho.

Tales ejemplos demuestran que, ante la constatación de un hecho, sea éste de carácter social o científico, es preciso analizar los problemas surgidos (diagnóstico y tratamiento), de modo que no necesariamente un mal tratamiento de la realidad social está producido por un diagnóstico erróneo. Si proyectos inspirados en el marxismo han fracasado, habrá de analizarse cuáles son las causas de tales fracasos sin pretender necesariamente arrojar toda la teoría sobre el materialismo histórico a la papelera.

Por otro lado, considerar que el comunismo ha quedado obsoleto es una postura idealista, al considerar que una ciencia puede quedar obsoleta sin la realidad material que propicie su superación. En el marco actual de capitalismo en fase monopolista, lo que se ha denominado imperialismo, solo una persona ilusa o malintencionada puede pretender que las contradicciones propias del sistema han sido superadas o van camino de superarse sin resolverse dicha contradicción como históricamente se han desarrollado las contradicciones de clase, destruyendo la viejo para traer lo nuevo.

Todo ello no ha de interpretarse como una negación de los problemas de la transición al comunismo que se han dado en la experiencias del pasado siglo, ni como una catalogación simplista del hundimiento de dichos proyectos achacándolo meramente a la influencia de revisionistas, contrarrevolucionarios y traidores. Al contrario, hemos de abordar precisamente por qué éstos consiguieron truncar los proyectos de construcción del socialismo habidos en esa centuria, a fin de extraer las lecciones correspondientes. A este respecto, los problemas habidos y su plasmación tienen más que ver con la persistencia de la lucha de clases en las sociedades post revolucionarias. El propio Lenin, al que los propagandistas de las tesis anticomunistas atribuyen un dogmatismo rígido en la utilización del marxismo para la comprensión y transformación del mundo (nada más lejos de la realidad), preveía ya la posibilidad de que la URSS pudiera ser destruida y el capitalismo restablecido, pues aunque el proletariado hubiera tomado el poder, continuaba siendo más débil que la burguesía internacional e incluso que la propia burguesía rusa. Incluso el denostado Stalin, en su escrito de 1952 (Problemas económicos del socialismo en la URSS ), denuncia clara y detalladamente algunas de estas tendencias que denomina burocráticas, aunque no las identifica como elementos de un conjunto orgánico propio de una línea de restauración anticomunista.

Incluso, la también vituperada Revolución Cultural se plantea como un intento de encarar el problema de la nueva élite burguesa que surgió en el Partido Comunista y quería aprovechar los aspectos burgueses de la sociedad para restaurar el capitalismo. En vísperas de la Revolución Cultural, muchas fábricas todavía tenían un solo gerente y primas que fomentaban la competencia; los servicios de salud y educación se concentraban en las ciudades. Mao instó a rebelarse contra los líderes e instituciones opresores. Centenares de millones de obreros y campesinos debatieron el rumbo de la sociedad; criticaron a las autoridades que estaban divorciadas de las masas; crearon nuevos medios de participación en la gerencia y la administración; y entraron a las esferas de la ciencia y la cultura. Lucharon por superar las divisiones entre el trabajo intelectual y manual, y entre las zonas urbanas y rurales. En el campo, los estudiantes de secundaria aumentaron de 15 millones a 58 millones. La Revolución Cultural tenía metas coherentes y liberadoras: prevenir la restauración del capitalismo; revolucionar las instituciones de la sociedad y el Partido Comunista; y cuestionar el viejo modo de pensar: en una palabra, avanzar y profundizar la revolución socialista.

Como se puede observar, los problemas reales surgidos en los países socialistas fueron detectados y se tomaron, en algunos casos, iniciativas para resolverlos. Y, con independencia de que éstas hayan sido ineficaces, no ha de interpretarse como negación de la actualidad, modernidad y necesidad del comunismo, como teoría científica para la emancipación de la humanidad.

Porque, y permítaseme ahora que haga una afirmación rotunda, lo que es obsoleto es el propio capitalismo.

Y no me refiero solamente a la patente falta de ética del capitalismo, caracterizado como relación social, que se da entre los capitalistas, que compran la mercancía fuerza de trabajo, y el proletariado, que vende su fuerza de trabajo por un salario, y también como una relación histórica entre dos clases antagónicas, que obliga y coacciona a la mayoría de la población a vender al capital su fuerza de trabajo por un salario, lo que se traduce en un reparto escandalosamente desigual de la riqueza en el mundo.

El capitalismo se ha convertido en un sistema obsoleto porque obstaculiza el desarrollo de las fuerzas productivas. Al haber entrado en una fase de decadencia debido a la crisis estructural que atraviesa, ha generado un enorme ejército de reserva a causa de su insuficiente absorción de fuerza de trabajo en el proceso de producción, con la consecuencia de desmantelamiento de conquistas sociales en los países centrales del imperialismo, y depauperización de las condiciones de la clase trabajadora, que ha de competir con las condiciones de mera subsistencia de la clase trabajadora asiática, y con los sectores de trabajo infantil esclavizado.

El sistema está generando guerras imperialistas por el control del petróleo y otros recursos naturales, y provocando la exclusión de países (y casi podríamos decir continentes enteros) del proceso de producción, generando migraciones y desplazamientos masivos por motivos económicos y bélicos, sin países o regiones dispuestos a darles más acogida que una admisión parcial y selectiva. Está produciendo con la explotación masiva e indiscriminada de los recursos naturales una catástrofe ecológica creciente.

En suma, un sistema corrupto y criminal en decadencia que se presenta, a través de la utilización masiva de propaganda, como un dechado de modernidad y eficacia.

Para mantener en pie a ese zombi se alzan dos instrumentos, la represión cada vez más extendida contra personas y movimientos contestatarios y la integración a través de fenómenos político-sociales, nada modernos en el fondo, que afirman que otro capitalismo es posible.
El dilema “socialismo o barbarie” tiene ahora más actualidad que nunca.

 

Francisco García Cediel

 

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