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Cuba :: 04/12/2016

Un regalo para Fidel

Luis Brunetto
"Comandante: sólo la opinión de Marx y Engels, de Lenin y Trotsky, o la del Che, me interesarían tanto como la suya"

En un barrio pobre del sur del Gran Buenos Aires, sobre una polvorienta calle de tierra y bajo un sol que rajaba la tierra, moderado por la sombra de un par de plátanos, uno de los Cinco Héroes Cubanos, Fernando González Llort, y unos 50 compañeros de varias corrientes políticas discutimos durante varias horas los problemas de Cuba, del acuerdo con EEUU, de la transición al socialismo, de los peligros de una salida restauracionista, etc.

Enfrente, un inmenso rostro del Che se destacaba en un afiche firmado por las organizaciones que integran el Frente de Unidad Guevarista y decoraba la modesta fachada del centro de Salud de Propuesta Tatú, la organización a través de la cuál médicos y estudiantes de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) de La Habana practican el internacionalismo proletario. Llevan, en la medida de sus escasos recursos, atención sanitaria a miles de marginados de un sistema social y económico, el capitalismo, que ya no puede ofrecer siquiera a sus esclavos los “beneficios” de la esclavitud asalariada.

Aquella tarde había peronistas y había marxistas, y discutimos si Fidel y el Che habían entendido el peronismo. Pocos sabían que, a través de John William Cooke, Fidel y el Che propusieron a Perón asilarse en la Cuba roja. Pocos sabían que Perón nunca contestó. Era lógico -aun cuando Cooke en sus cartas lo chicaneaba diciéndole que en España era un preso del fascista Franco- que Perón se negara a poner un pie en la isla revolucionaria. Sin embargo, el ofrecimiento era tan correcto políticamente como el tácito rechazo del general: un exilio cubano de Perón hubiese abierto la puerta a una radicalización ideológica profunda de la clase obrera argentina, cuyos efectos sobre la revolución latinoamericana hubiesen sido, sin dudas, incalculables. Esa radicalización, por supuesto, finalmente se produjo, sólo que más tarde, en los años 1970, cuando importantes franjas de la clase trabajadora, aun manteniendo en muchos casos formalmente su identidad peronista, se volcaron al socialismo. Perón, fiel a su papel histórico fundamental, sólo pudo retrasarla.

Aquella tarde, nuestro compañero Hernán Caré entregó a Fernando varios libros, para él y para Fidel: La Historia del PRT y Por qué el Che fue a Bolivia, de nuestro compañero Daniel De Santis; Un partido de la clase obrera, también de De Santis y de Santiago Stavale, y mi libro sobre las luchas obreras contra el Rodrigazo. Pensé varias horas en la dedicatoria para Fidel, quería escribir algo que realmente me comunicara con él, independientemente de que las posibilidades de que leyera el libro eran por supuesto ínfimas. Finalmente escribí lo siguiente: “Comandante: sólo la opinión de Marx y Engels, de Lenin y Trotsky, o la del Che, me interesarían tanto como la suya”. Que se le va a hacer: es exactamente lo que pienso. Creo, también, que Fidel me hubiera contestado que la opinión de cualquier hombre del pueblo, de cualquier trabajador, valía tanto como la suya. Ambas cosas, creo, son ciertas.

En fin, aquella tarde era el 24 de noviembre de este año, y no sabíamos que transcurrían las últimas horas del comandante.

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