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Europa :: 16/04/2022

Desdichada Ucrania

Higinio Polo
La guerra es feroz, y no se inició en febrero: hace ya ocho largos años que dura. En esa Ucrania convertida por EEUU y la OTAN en una daga que amenaza a Rusia

Las guerras son terribles, inhumanas, y crean monstruos. También, convierten a ciudadanos honestos de tiempos de paz en personas extrañas, ajenas, prisioneras de la fatalidad y la desgracia.

La de Ucrania no debería haber estallado: ha traído muchas noticias dolorosas, porque las guerras cambian a los seres humanos y demasiadas veces los hacen irreconocibles incluso para sí mismos.

Ada Nikoláevna Rogovtseva es una veterana actriz que nació en la Ucrania soviética y que tiene ya ochenta y cinco años. Siendo una niña, durante la Segunda Guerra Mundial, estuvo a punto de morir a manos de los nazis. Su padre trabajó en el NKVD, y con Jruschev: era un convencido militante comunista, como su esposa, la madre de Rogovtseva. La excepcional actriz fue miembro del Komsomol y luego ingresó en el Partido Comunista, incluso fue delegada en congresos del PCUS. Se convirtió en una de las actrices soviéticas más célebres, rodó más de cincuenta películas, recibiendo todo tipo de honores, entre ellos el de Artista del pueblo de la Unión Soviética, interpretando papeles como el de Filumena Marturano en la obra de Eduardo de Filippo, el de la inolvidable Ranévskaya en El jardín de los cerezos de Chéjov, y el de la Madre Coraje de Brecht.

Después, llegó la desaparición de la Unión Soviética, y tras el caos de la transición al capitalismo, Rogovtseva llegó a posar sonriente junto a Kravchuk, uno de los tres traidores de Białowieża que disolvieron la URSS. Ahora, con el estallido de esta guerra, Rogovtseva imparte clases en Kiev para animar a los ucranianos, y critica duramente a Rusia, poniéndose al lado de Zelenski, el presidente judío que condecoró al comandante del partido fascista Pravy Sektor, Dmitro Kotsiubailo, con el premio Héroe de Ucrania, la misma distinción que recibió Rogovtseva en los años soviéticos. Kotsiubailo había estado luchando en el Donbás, la martirizada región donde las fuerzas de Kiev han matado a miles de personas. Zelenski dirige ahora el régimen que ha prohibido al Partido Comunista de Ucrania y la izquierda, que protagonizó la matanza en los sindicatos de Odessa, que ha incorporado a los nazis del Batallón Azov a su ejército.

No podemos saber qué le ha ocurrido a Rogovtseva. ¿Qué lleva a una persona a renegar de su propia vida? ¿Qué presiones ha soportado para hacerle olvidar todo lo que fue? ¿Por qué traicionó su propia historia y la vida de sus padres? ¿Cuándo la atrapó el nacionalismo?

En Jersón, la policía militar rusa identificó a uno de los combatientes del Batallón Azov, Serhi Driga, un artillero que participaba en los combates en Mariúpol. En su casa de Jersón, encontraron panfletos nazis y simbología del Batallón Azov. Después, consiguió hablar con su padre, Igor Anatólievich Driga, un obrero montador que hacía más de diez días que no sabía nada de su hijo. La madre trabaja en una policlínica de Jersón, y vivían pasando hambre: la ayuda humanitaria que las fuerzas rusas entregaban a Igor Anatólievich la compartía con su padre, un veterano de 91 años que combatió a las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Se supo que Nikita Tiutiunnikov, responsable local del Batallón Azov, influyó decisivamente para que Serhi Driga se incorporase a sus filas. Serhi lo hizo para ganar 18.000 grivnas al mes, unos 550 euros.

Difundieron imágenes de la familia: en una de ellas puede verse a Serhi, con una leve sonrisa, apoyado en la baranda junto al río Dniéper o tal vez su afluente Kosheva. Es un joven normal, como tantos otros. En otra, está su padre, sentado en una cama junto a dos soldados que vigilan, ante materiales del Batallón Azov dispuestos en el suelo. En una tercera, se ve a Serhi, a su padre y su abuelo: el veterano del Ejército Rojo está en medio, abrazado a su nieto, con gesto preocupado; el padre mira a la cámara con seriedad, como si intuyese los días amargos que iban a llegar, y Serhi sonríe. Los tres están ante una pared donde se ven folletos con la efigie de Lenin, banderas rojas, textos en cirílico; sin duda, recuerdos del abuelo de la Segunda Guerra Mundial.

La guerra es feroz, y no se inició en febrero: hace ya ocho largos años que dura. En esa Ucrania desdichada y pobre, prisionera del nacionalismo, convertida por EEUU y la OTAN en una daga que amenaza el corazón de Rusia, es probable que Ada Rogovtseva solo quiera ver la tierra de su niñez, ahora envuelta en llamas, y no a unos gobernantes irresponsables que prepararon en Kiev y en Washington la catástrofe, y es seguro que Serhi piensa en su querido abuelo bolchevique, porque no vio otra forma de que su familia sobreviva que ganar esas tristes grivnas en un batallón nazi, como los que combatió su abuelo.

Mundo Obrero

 

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