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EE.UU. :: 13/04/2022

El avance imperial de Amazon se encuentra con su primera resistencia: un sindicato de base

Luca Celada
"Hay una rotación loca, cada semana echan 150 trabajadores. Aquí hay de todo, en su mayor parte negros e hispanos. En cualquier caso, somos todos pobres"

“Enhorabuena a @amazonlabor en Staten Island por su histórica victoria organizativa. Se han enfrentado a una de las empresas más poderosas de EEUU y han demostrado que los trabajadores están hartos de ser explotados mientras se disparan los beneficios de las empresas", es lo que escribió Bernie Sanders en Twitter, en un mensaje que recalcaba la importancia histórica de las elecciones que tuvieron como resultado que los trabajadores optaran por crear el primer sindicato de Amazon por 2.654 votos a 2.131.

Este es el resultado que Jeff Bezos había intentado evitar gastándose 4,3 millones de dólares en consultores y en una implacable propaganda para impulsar el mensaje repetido de que en Amazon no necesitan que "los sindicatos se interpongan entre nosotros y nuestros trabajadores." Esta noción ha sido rotundamente rechazada por los trabajadores de la empresa, que han roto las barreras que el megaminorista había tratado de imponer.

El "centro de cumplimiento" de Amazon en Staten Island se llama "JFK 8" y consta, en realidad, de tres enormes almacenes (junto al almacén adyacente de IKEA). En este complejo logístico, situado en el extremo occidental del barrio menos cosmopolita y más obrero de Nueva York, trabajan 7.000 empleados para el segundo mayor empleador de los EEUU.

Hasta aquí llegan todos los trabajadores desde los demás distritos de la ciudad para trabajar en turnos continuos de 1.200 a 1.500 trabajadores a la vez, las 24 horas del día. "En el transbordador que conecta la isla con Manhattan", nos cuenta Angelika Maldonado, una trabajadora comprometida en la lucha por organizar un sindicato de trabajadores de Amazon, "se les reconoce por las insignias que llevan al cuello y las bolsas transparentes", que sirven para agilizar los controles a los que se somete a todos los trabajadores que salen de las instalaciones.

La rapidez y la eficacia son la biblia del gigante de Seattle, que hoy emplea a 1,1 millones de trabajadores en los EEUU y a otros 400.000, aproximadamente, en los almacenes de distribución que han brotado como setas en muchas ciudades del mundo. Para garantizar los plazos, cada vez más ambiciosos, de entrega casi instantánea a los clientes de Prime, la empresa es líder en sistemas robóticos para automatizar al máximo las operaciones de almacenamiento y distribución (en 2012, la compañía compró el fabricante de robots Kiva Systems y puso en funcionamiento 200.000 robots en sus centros).

El plan estriba en eliminar la imperfección del elemento humano en la medida de lo posible a través de la robótica, el aprendizaje automático y la inteligencia artificial: máquinas como las empaquetadoras de "envoltorio de cartón" que pueden empaquetar entre 600 y 700 paquetes por hora con una eficiencia cinco veces superior a la de los humanos.

Por el momento, sin embargo, los trabajadores siguen siendo una parte necesaria de la maquinaria, aunque se les considere un eslabón débil.

El pasado mes de junio, un informe elaborado por el centro de organización estratégica financiado por una coalición de sindicatos descubrió una incidencia de lesiones entre los empleados de Amazon un 80% superior a la de los competidores, después de que se filtraran rumores de que los conductores se veían obligados a hacer sus necesidades en botellas de plástico para cumplir con los plazos de entrega.

"Soy un empaquetador de primer nivel", nos dice Maldonado, trabajador del JFK 8, de 27 años de edad. "Los jefes de departamento siempre andan rondando alrededor nuestro -'venga, vamos a cumplir la cuota'- y luego desaparecen y tenemos que dejarnos la piel". Angelika, que tiene un hijo de cuatro años y trabaja en Amazon desde hace dos, confirma que el incumplimiento de la cuota de eficiencia fijada da lugar a un aviso. Al tercer aviso, el trabajador es despedido automáticamente.

No hay forma de impugnar los despidos, precisamente porque la empresa está estrictamente en contra de la representación colectiva de sus trabajadores.

Con su enorme fuerza de trabajo, Amazon está a la vanguardia no sólo de la automatización, sino también de la precariedad sistémica.

Los centros de Amazon, modelos de eficiencia en el cumplimiento de los pedidos y de "las expectativas de los consumidores modernos", constituyen también un símbolo del lumpenproletariado laboral que se encuentra detrás de gran parte de la cadena de suministro digital, imbuido del neoliberalismo militante que prevalece en Silicon Valley. Por consiguiente, la empresa se ha convertido en objetivo primordial de los organizadores sindicales, que han recibido un mayor impulso debido al periodo de pandemia y al reconocimiento de que son "trabajo esencial", organizando luchas y conflictos laborales en muchas industrias y empresas.

En enero de 2001, 400 trabajadores de Google anunciaron la formación del Sindicato de Trabajadores Alphabet; unos meses después, se anunció la primera sindicalización de un local de Starbucks en Buffalo. Y el año pasado, el esfuerzo de sindicalización en el centro de Amazon en Bessemer, Alabama (otro gigante de 6.000 trabajadores, el 70% de ellos afroestadounidenses) captó mucha atención.

En Staten Island, la movilización comenzó en 2020, cuando se registró una oleada de contagios de Covid en muchas instalaciones de Amazon. Ante la negativa de la dirección a habilitar medidas de seguridad, se organizó una huelga inicial, liderada por Chris Smalls, un trabajador del JFK8 que fue inmediatamente despedido. Smalls siguió intentando organizar a sus compañeros desde fuera, instalando un puesto para recoger firmas frente a la planta, lo que provocó gran irritación a la empresa, que llegó a detenerlo por poner el pie en el aparcamiento de la compañía.

Sin embargo, en el interior, el comité de trabajadores creció y logró reunir las firmas necesarias (un 30%) para forzar una votación final esta semana.

"No fue fácil conseguir esas firmas", dice Cassio Mendoza, de 23 años, que forma parte del comité. "Hay una rotación loca, cada semana echan 150 trabajadores. Aquí hay de todo: jóvenes, viejos, ex profesores, ex convictos, blancos, en su mayor parte negros e hispanos. En cualquier caso, somos todos pobres". Es una imagen que tienen en común casi todos los centros de Amazon, que se basan en amplias reservas de trabajadores "flexibles".

En Alabama, Amazon consiguió derrotar los esfuerzos de sindicación emprendiendo una implacable contraofensiva basada en "sesiones informativas" obligatorias para disuadir a los trabajadores, en el envío de mensajes de texto a los empleados y una campaña general de intimidación, que incluía la puesta al día de los sistemas de videovigilancia para desalentar los debates entre los trabajadores.

La votación fue finalmente de dos tercios en contra de crear un sindicato, pero la NLRB, un organismo federal de vigilancia, consideró ilegales las tácticas de la empresa y ordenó una segunda votación, que se celebró la semana pasada. En esta ocasión, el recuento inicial arrojó 993 votos negativos y 875 positivos, pero con 400 papeletas impugnadas que habrá que verificar en las próximas semanas.

Tal como confirma Mendoza, en el JFK8 la campaña antisindical fue igual de despiadada. "Nos obligaron a asistir a esas sesiones antisindicales, colocaron enormes vallas publicitarias por todas partes para convencernos de que el sindicato sólo quiere nuestro dinero; nos machacaron con eso". "Hicieron todo lo posible por sembrar miedo y confusión entre los trabajadores", añade Maldonado, "hasta nos recortaron las horas extras a los organizadores".

La empresa lo intentó todo, pero no fue suficiente para impedir la victoria de los trabajadores, que, con su sindicato, han conseguido abrir por primera vez brecha en la fortaleza de eficiencia de Amazon.

il Manifesto. Traducción: Lucas Antón para Sinpermiso

 

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