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Nacionales E.Herria :: 16/12/2016

Perspectivas: Algunas reflexiones con el “¿Qué Hacer?” en las manos. (I)

Jon Ibaia, militante de Herri Gorri
La estabilización política del Régimen del 78, tanto en Euskal Herria sur como en el Estado, es un hecho paralelo a la propia estabilización macroeconómica.

La estabilización política del Régimen del 78, tanto en Euskal Herria sur como en el Estado, es un hecho paralelo a la propia estabilización macroeconómica. Efectivamente, el modelo de acumulación ha logrado recomponerse, mediante una ofensiva ideológico-política por parte del bloque en el poder. El triunfo del PNV en las pasadas elecciones al Parlamento vascongado y la formación de un gobierno del Partido Popular con el apoyo implícito y explícito de Ciudadanos y el Partido Socialista en el Estado, son el producto de un marco de lucha de clases, en el que las correlaciones de fuerzas, benefician de manera abrumadora al capital.

Recortes de derechos sociales y laborales, depauperización relativa y absoluta de amplias capas de la clase trabajadora y sectores populares, imposición de legislaciones que tratan de acabar con las bases formales de la democracia liberal burguesa y nos aproximan hacia nuevas formas autoritarias de poder, cuando no de fascismo puro y duro… y seguimos sin una organización comunista de referencia.

La miseria política, el sectarismo y el cainismo en los que ciertos sectores autodenominados “comunistas” se mueven como pez en el agua, parece responder a una estrategia en la que el objetivo de impedir la constitución de una organización comunista en Euskal Herria, ha resultado exitosa: enhorabuena, “camaradas”…

Perspectivas…¿Qué hacer?. En 1902, Lenin se hizo esta misma pregunta, en un contexto histórico diferente, eso es cierto, pero con unas reflexiones de las que podemos extraer importantes lecciones adecuadas para la situación de encrucijada histórica en la que el movimiento comunista se desenvuelve.

El “¿Qué hacer?” de Lenin, nos conduce a una profunda reflexión en torno a la “conciencia de clase” del proletariado y la consecución de los fines revolucionarios del socialismo. De manera acertada, Lenin cuestiona las concepciones que apuestan por la “auto-emancipación del proletariado”, como proceso que, de forma automática y natural, el proletariado adquiere conciencia de su papel histórico transformador y revolucionario.

La toma de conciencia “espontánea” de las injusticias generadas por el sistema capitalista, las condiciones materiales de explotación laboral más brutales impuestas por el capital en su proceso de valorización, pueden desembocar en la formación de movimientos de respuesta por parte de la clase trabajadora y de los sectores populares, sea bajo la forma de sindicatos o movimientos de protesta de diverso tipo.

En el contexto de la ofensiva del capital desarrollada desde el año 2008, el surgimiento de movientos sociales contra los recortes sociales, por la defensa de los sectores públicos, sea la educación o la sanidad o contra los desahucios, forman parte de esta toma de conciencia básica por parte de amplios sectores populares. Una toma de conciencia en realidad determinada, contenida dentro de los propios límites del propio capitalismo que, a lo sumo, busca en variantes más progresistas del capitalismo, la solución en el corto y medio plazo, contraponiendo, por ejemplo, el “neoliberalismo”, como línea dura del capital, frente al keynesianismo y al Estado de Bienestar, asumiéndolos como variantes democráticas, “igualitarias” y producto de un deseable pacto social entre capital y trabajo.

Volviendo al contexto en el que Lenin escribió su ¿Q.H.?, desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, partidos socialistas conformaban ya poderosas organizaciones políticas en los parlamentos burgueses de muchos países europeos, así como sindicatos con capacidad de mejorar las condiciones salariales y laborales de la clase trabajadora. Pero de manera cada vez más evidente, el movimiento socialista estaba derivando hacia un movimiento de reformas sociales, en el que el abandono de hecho de los objetivos revolucionarios del programa socialista, significaban su progresiva transformación en “un apéndice” del poder burgués. Bernstein personaliza esta tendencia a escala europea, con la renuncia expresa a la revolución socialista, la que no tendría sentido, en tanto que de manera gradual, pacífica e imparable, el movimiento por las reformas, podía llegar a desembocar en el socialismo.

Parafraseando a Engels, Lenin analiza cómo “la lucha de resistencia frente a los patronos”, al convertirse en el núcleo central de la praxis socialista, ésta se transforma de facto en “sindicalismo”, y las organizaciones políticas socialistas, dotan a ese sindicalismo, de su forma política reformista. Un reformismo, más o menos radicalizado, más o menos triunfante en función de las correlaciones de fuerzas existentes, pero al que se le ha despojado de una direccionalidad revolucionaria.

Antes de proseguir, conviene dejar clara una cuestión. Lo que Lenin contrapone al reformismo bernsteiniano, no es una vía “diferente”, incluso violenta, de llegar al mismo objetivo socialista, sino que lo que critica a dicho reformismo es que, convertido en apéndice del poder burgués, niega de facto la consecución del socialismo.

La praxis del reformismo, había sido despojada de los objetivos socialistas revolucionarios, que eran considerados como mera fraseología, frente a la movilización y la reivindicación en torno a la solución de “problemas más importantes”, como la mejora de las condiciones de vida del proletariado. Este “obrerismo”, amparado de manera tramposa, en la tesis de Marx relativa a que “el proletariado debe liberarse a sí mismo” (auto-emancipación), evidenciaba una ruptura entre la conciencia diaria, cotidiana, “espontánea” que el proletariado adquiría de su condición de clase oprimida y la necesaria conciencia de que el capitalismo debe ser superado y que sólo el socialismo es alternativa real y liberación, no sólo del proletariado, sino de toda la humanidad.

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Marx apuntó, en su análisis de las crisis de acumulación acontecidas a lo largo del siglo XIX, una constante, en la que tras la crisis, se generaba una depauperización relativa y absoluta del proletariado, paralela a la recontrucción de las condiciones de valorización del capital. El desempleo creciente, la reducción directa o indirecta de los salarios y la sobreexplotación, configuraban contextos en los que la correlación de fuerzas entre capital y trabajo, terminaban favoreciendo al capital. La desmoralización, la desmovilización, la necesidad de obtener un salario en las condiciones dictadas por el capital, imposibilitaban la necesaria presión y movilización para revertir las correlaciones de fuerzas y el movimiento sindical o de protesta, eran desactivados, ya fuera mediante la represión pura y dura, o su integración.

El contexto post-crisis de sobre-explotación y recomposición de las tasas de ganancia, generaba las bases de una nueva fase expansiva de la acumulación, generándose un nuevo ciclo de inversión, creación de empleo e incluso mejoras en las condiciones materiales de sectores del proletariado, al incrementarse mediante transformaciones tecnológicas, el plusvalor relativo.

Marx también señalaría, frente a otros socialistas, que era precisamente el los ciclos expansivos de la acumulación capitalista, cuando se producía una reactivación de la lucha de clases, motivada por el aumento del empleo y el mayor poder de negociación del movimiento sindical.

Aquí comenzamos a atisbar el problema que Lenin trató de analizar y resolver en su “¿QH?”. Efectivamente, el proceso de valorización del capital, con una fase expansiva que desemboca en una crisis de realización, seguida de una fase de depresión en la que se reconstruyen las bases de la rentabilidad, genera movimientos de toma de conciencia por parte del proletariado, en función de las diferentes coyunturas y correlaciones de fuerzas variables. Avances y retrocesos que, sin una orientación estratégica, sin una unidad entre los objetivos socialistas y la realidad concreta de la lucha de clases, el capitalismo no podrá ser superado históricamente. La ausencia de una organización revolucionaria imposibilita, por tanto, la necesaria orientación y dirección socialista de vanguardia sobre el movimiento obrero y el movimiento popular, mediante una línea estratégica que garantice los objetivos socialistas en cualquier coyuntura y ante correlaciones de fuerzas dispares.

Si el desarrollo de una conciencia “espontánea” en el proletariado, producto de las propias contradicciones del capitalismo, no implica su transformación cualitativa en una conciencia revolucionaria y, por ello, el proletariado no puede avanzar hacia su “autoemancipación”, Lenin encuentra en la organización-partido el instrumento necesario para la emancipación, en función de las condiciones históricas y nacionales del marco de lucha de clases.

La organización-partido, es la que establece la relación dialéctica entre los objetivos socialistas y la conciencia espontánea de las masas oprimidas, articulando teoría y praxis, táctica y estrategia, programa y principios, en un vector de avance hacia la superación del capitalismo.

Lógicamente la transformación de la conciencia espontánea en conciencia revolucionaria, mantendrá un desarrollo desigual, escalonado, con avances e incluso retrocesos, estableciéndose en torno al Partido, como núcleo organizado y organizador, una red difusora y receptora de teoría y praxis, tratando de integrar al conjunto de movimientos organizados del proletariado, dentro del vector de avance socialista.

 

La lucha desarrollada por Lenin contra el “economismo” y el practicismo, como bases fundamentales del surgimiento del reformismo y el oportunismo, no puede ser derivada, tál y como ciertos lectores de su escrito hacen, negando el frente económico, como ámbito de intervención revolucionaria. Es en el ámbito donde se experimenta la explotación y la reproducción del capital y el trabajo como elementos que simultáneamente se constituyen de manera antagónica, donde de manera más directa surge la “conciencia espontánea”, materia prima fundamental para su transformación en conciencia revolucionaria. Otro tanto puede decirse del ámbito popular-democrático, donde las diversas formas de opresión política e ideológica, generan las condiciones en las que, precisamente, esa ideología dominante se “desgasta” y se deslegitima.

 

“…el lema de la socialdemocracia debe ser: contribución no sólo a la lucha económica de los obreros, sino también a su lucha política; agitación no sólo en torno a las necesidades económicas inmediatas, sino también en torno a todas las manifestaciones de opresión política; propaganda no sólo de las ideas del socialismo científico, sino también de las ideas democráticas”

 

Del “movimiento por el movimiento”, característico del reformismo, a la “teoría por la teoría” que niega la práctica política y la incidencia de los comunistas en la lucha de masas, tenemos en Lenin el nexo de unión entre teoría y praxis, precisamente asegurado por la organización-partido, que articula, organiza y da forma al movimiento comunista.

Tras fijar la independencia de clase en función de los objetivos estratégicos del socialismo, el movimiento comunista está en condiciones incluso de establecer alianzas tácticas con sectores “democráticos”, “Pero -dirá Lenin- es condición indispensable para esta alianza que los socialistas tengan plena posibilidad de revelar a la clase obrera el antagonismo hostil entre sus intereses y los de la burguesía.”

Es decir, el leninismo confiere capacidad táctica a la realización estratégica de los objetivos y establece los cauces para la auto-emancipación del proletariado, fijando la independencia de clase como garantía de dicha auto-emancipación, a través de la organización-partido, como núcleo dirigente, dinamizador, movilizador y organizador del proceso de transformación social.

Lenin deja meridianamente claro, que la lucha en torno a reformas, sean sociales o democráticas, habían sido esenciales en la consolidación y el desarrollo del movimiento socialista, y el marxismo NUNCA puede negar este frente de masas. Lo contrario conduce al blanquismo y al sectarismo, como bien fue denunciado ya en la la Resolución de la 1ª Internacional, ya en 1866. La lucha en torno a reformas, democráticas y sociales, refuerza el proceso de desarrollo de la conciencia espontánea (clase en sí) y se generan las condiciones de la autoidentificación de clase frente al resto de clases y grupos sociales, además de ser el “caldo de cultivo” -no hay otro- en el que se opera la transformación de los objetivos del proletariado, del reducido horizonte de las reformas, a la superación histórica del capitalismo.

“La socialdemocracia revolucionaria siempre ha incluido e incluye en sus actividades la lucha por las reformas. Pero no utiliza la agitación “económica” exclusivamente para reclamar del gobierno toda clase de medidas: la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera su deber presentar al gobierno esta exigencia no sólo en el terreno de la lucha económica, sino asimismo en el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida sociopolítica. En una palabra, subordina la lucha por las reformas como la parte al todo, a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo.”

La auto-emancipación sólo es factible de forma paralela a la fusión del socialismo científico con el proletariado, lo que sólo podía ser realizado, desde el exterior de la lucha económica y la lucha democrática, ligada a la conciencia y experiencia cotidiana y diaria, por parte del proletariado, de su opresión y dominación. Sobre este punto, relativo a la “exterioridad” del socialismo científico respecto a la conciencia espontánea y la lucha sindical, han surgido diversos malentendidos. Debemos remitirnos a Kautsky, no a Lenin, para amparar una visión elitista de la actividad del Partido, en la que un núcleo de intelectuales, generalmente de extracción burguesa y pequeño-burguesa, mantiene las distancias respecto al proletariado y sus luchas cotidianas. Debemos remitirnos a Kautsky, no a Lenin, para defender que la teoría del socialismo científico y su fusión con las masas, es externa a la propia lucha proletaria y que el Partido sea una élite de autoerigidos “salvadores” del proletariado.

De este planteamiento surge uno de los pilares del leninismo, en el que la fusión entre socialismo científico y proletariado, requiere de un modelo organizativo de nuevo tipo, una organización partidaria en el que la lucha de masas en torno a reformas sea orientada y dirigida desde los objetivos del socialismo científico y éste sea enriquecido, contrastado con la experiencia de la lucha de clases, en función de las condiciones concretas en las que se desarrolle, en una Formación Económico Social determinada. Un instrumento organizativo que garantizara la independencia del proletariado como sujeto político que, no sólo se libera a sí mismo, sino que su liberación asume las características de un proyecto colectivo que implica la superación de toda forma de opresión.

Efectivamente, “sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario”, y es por eso que Lenin nos remite a Engels, cuando afirma la importancia de la formación teórica, del conocimiento de los fundamentos del socialismo científico, por parte de los revolucionarios, como requisito del desarrollo de una línea de intervención revolucionaria en la lucha de masas, cualitativamente diferenciada de la praxis reformista. El socialismo científico, confiere un armazón de principios revolucionarios, tanto a la estrategia como a la táctica, posibilitando una praxis revolucionaria holística, que comprende el frente económico, el frente político y el frente teórico, como partes integradas de un todo.

Teoría y praxis, su relación dialécticamente constitutiva, se visualiza perfectamente, cuando Lenin recuerda a Marx en su Crítica al programa de Gotha: “pactad acuerdos para alcanzar objetivos prácticos del movimiento, pero no trafiquéis con los principios, no hagáis concesiones teóricas”, lo que sin duda dista mucho de ciertas concepciones en las que los “objetivos prácticos”, tácticos, concretos, son obviados y son despreciados, en lugar de ser considerados la base sobre la que generar movimiento y conciencia revolucionaria. La conciencia espontanea, es la materia prima sobre la que los comunistas debemos trabajar, para transformarla, no hay otra forma.

(CONTINUARA)

 

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