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Europa :: 12/08/2017

Trump, Polonia y las guerras por la historia (y II)

Maciek Wisniewski
El asalto de Trump a la historia polaca es apenas fruto tardío del viejo proceso de rescribirla, en curso desde los 70/80

Entre los refritos de Spengler, Huntington y Reagan servidos con salsa fresca –y particularmente picosa– de odio hacia los refugiados/migrantes musulmanes, en los que consistía el discurso de Trump en Varsovia (http://goo.gl/5q5NHx) y cuyo punto central era el flamante llamado a defender a Occidente (véase: New York Times, 6/7/17) –todo lo que ya de por sí le garantizaba el aplauso en la Polonia poseída por nacionalismo y xenofobia– hubo también otro punto.

No menos central, pero mucho más tácito.

Disperso a lo largo de todo el discurso.

Una tesis de fondo, por decirlo así.

He aquí –en resumen– este punto: Polonia y su historia eran y siguen siendo centrales para el mundo, ofreciendo unas lecciones especiales para el día de hoy.

Según Trump la experiencia histórica de Polonia en sus luchas por la independencia en el siglo XIX y luego en contra de las ocupaciones nazi y soviética, el triunfo de su espíritu y su fe en dios, familia y valores cristianos, resultan cruciales para preservar la civilización occidental y luchar contra el terrorismo y la migración ilegal.

Los estadounidenses llamarían algo así un long shot.

Los judíos –siendo un poco más directos– dirían chutzpah (descaro en hebreo / idish).

Los polacos deberían haber dicho lo mismo: hucpa (el vocablo hebreo hace tiempo ya se pasó al polaco), humbug (decepcionante, esto ya del inglés) o haber usado cualquier otra palabra de desaprobación. Más eslava por si alguien gusta.

Y sin embargo dijeron: ¡magnifico!.

Quedaron –en su mayoría– seducidos por el cuento trumpiano que se inscribía perfectamente en la versión nativista de la historia centrada en dios y la nación, promovida desde hace años por la derecha polaca y que –en mucha parte– es fuente de su éxito y –según ella misma– legitimidad para llevar al país a dónde ya dice fascismo.

Poner a Polonia en el centro de la historia (cosa también de algunos historiadores anglófonos liberales) resulta crucial en esta operación aunque –si no recuerdo mal y si ya hay que sacar alguna lección de su historia preferentemente no tan imaginaria– como nos enseñaron M. Malowist y W. Kula, dos gigantes de la historiografía polaca, el país siempre ocupaba un lugar periférico en el sistema mundial moderno, muy parecido al de América Latina.

Pero claro. Esta condición –por más real y soberbia que sea– es completamente no atractiva para la derecha que no obstante –y en un peculiar “twist poscolonial”– suele presumir de haber liberado al país de la dependencia a la que lo sometieron las élites liberales, aunque al final lo único que es capaz de ofrecer son cuentos compensatorios y dignificación simbólica.

Con todas sus nefastas consecuencias: relegitimación de las más oscuras fuerzas políticas del pasado (Endecja, ONR, et al.), alejamiento de las culpas no trabajadas (el siervo, el colonialismo [Ucrania, Bielorrusia] y el antisemitismo polaco), fomento del nacionalismo e islamofobia.

Se me ocurren –literalmente– decenas de razones por las que deberíamos echar de menos al gran Tony Judt (1948-2010), uno de los más elocuentes historiadores del siglo XX y un gran especialista en Europa del Este.

He aquí sólo una, una refrescante –e iconoclasta– frase dirigida en contra de las tonterías (Judt dixit) polaco-centristas de su colega Norman Davis: Polonia nunca estuvo en el centro de nada (Thinking the twentieth century, 2012, p. 22).

Pero claro. Esta visión –por más real y soberbia que sea– es completamente inaceptable para la derecha (carece de dignidad). En ella no se podría construir ninguna nueva identidad nacional como la de hoy sazonada encima con la apología del martirio.

Nada de esto –siento otra vez pinchar la burbuja de excepcionalidad– es especialidad polaca.

Tienen razón los que apuntan –y lamentan– que la historia falseada (‘fake history’) es hoy herramienta predilecta de los autócratas –no sólo de Kaczynski, también de Orban, Erdogan, Putin o Trump con sus historiadores de la alt-right– que rescriben el pasado para –entre otros– eliminar los vestigios del liberalismo (véase: The Guardian, 4/8/17).

Lo que esta mirada liberal-centrista sin embargo ignora es cómo éstas nuevas visiones históricas surgieron –y triunfaron– justamente en el vacío dejado por los propios liberales, que oponiéndose a todas las macro-narrativas apostaban solo por el manejo técnico de la política (D. Tusk, ex premier de Polonia, hoy uno de los líderes de la UE, famosamente decía que si alguien tenía visiones, tenía que acudir al médico)

Omite también cómo este asalto a la historia es apenas fruto tardío del viejo proceso de rescribirla, en curso desde los 70/80 –el revisionismo–, a cargo también de los historiadores liberales-conservadores y dirigido contra la izquierda (mediante la deslegitimación de las tradiciones de luchas revolucionarias y emancipatorias).

Uno de los efectos del revisionismo (E. Nolte, F. Furet, et al.) fue el desplazamiento en la historia desde una perspectiva universal, clasista y/o comprometida con las luchas sociales, a la que favorece la memoria y lee el pasado desde la clave étnica e identitaria.

La decisión de Trump de dar su discurso bajo el monumento al Alzamiento de Varsovia (1944) [cuyo objetivo, fracasado, era liberar Polonia antes de que lo hiciera la Unión Soviética] y referirse extensamente a este evento e ignorar y no visitar el monumento al anterior Levantamiento en el Gueto de Varsovia (1943) –algo que generó protestas de la comunidad judía polaca (Haaretz, 6/7/17)– fue la mejor muestra de esto.

En la nueva división del trabajo histórico el Alzamiento (1944) –junto con el museo dedicado a él (www.1944.pl), piedra angular de la nueva política histórica en Polonia– es nuestro y el Levantamiento (1943) –junto con el museo de los judíos polacos (www.polin.pl)–, de ellos.

Pero claro. Como fue liderado en su mayoría por los socialistas antisionistas (Bund, et al.) y simbolizaba más bien antifascismo y universalismo, la historia oficial de Israel tampoco lo ha querido mucho.

Lo debería querer la izquierda (y recuperar por fin sus armas históricas que –entre otras cosas– depuso después de 1989 dejando que la derecha tomara una delantera en las guerras por la historia).

Enzo Traverso: “aunque el Levantamiento en el Gueto (1943) tuvo un ‘impacto cero’ comparado con la Revolución Bolchevique (1917), es central para pensar en un proyecto de liberación para hoy” (Marxism after Auschwitz, 1999, p. 6).

@MaciekWizz

 

Enlace al artículo: https://www.lahaine.org/fI0m