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Pensamiento :: 09/11/2017

Vientos de independencia

David Soto
Es hora de dar el gran salto y de llegar a lo más alto del compromiso entre los pueblos, a la solidaridad internacionalista

Leo en Wikipedia, “Un golpe de Estado es la toma del poder político de un modo repentino y violento, por parte de un grupo de poder, vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado, es decir, las normas legales de sucesión en el poder vigente con anterioridad nacidas del sufragio universal (voto) y propias de un estado de derecho”.

El término se ajusta a los hechos de Catalunya, pero parace que nos ha costado entender que aunque no veamos tanques en las calles y Tejero no haya entrado a tiros en el Congreso, la magnitud e intencionalidad de ambos golpes de estado es idéntica: utilizar la violencia para acotar los márgenes del estado en cuestiones que los poderes fácticos entienden son innegociables y establecidas a perpetuidad.

Resulta complicado tratar de poner en orden la cantidad de variables e interrogantes que surgen ante todo lo que viene ocurriendo en Catalunya. No soy capaz de colocar en esa balanza que inevitablemente con el tiempo tendremos que poner en funcionamiento, la cantidad de contras y la batería de pros que el proceso catalán está ofreciendo. El propio proceso es en si mismo una compleja suma de acumulación de fuerzas, activación social, desobediencia colectiva, compromiso institucional, … Es la suma de muchos factores, tantos que más que hablar de qué elementos acompañan a este proceso, habría que decir que en realidad y exceptuando la violencia (la ejercida, no la sufrida), es un proceso que integra todo, en la medida en que no excluye prácticamente nada como hipótesis de trabajo. Un proceso integral en el que todos son actores principales en sus respectivos ámbitos, y en donde cada uno de los agentes no descarta el uso de ningún instrumento que permita sumar y ser más. Sin renunciar además en ningún momento a activar permanentemente una gran masa popular, dotándola para hacerla efectiva de unos instrumentos de trabajo, que abarcan tanto vías legales como diferentes expresiones de desobediencia.

No creo en todo caso que en este momento lo prioritario sea tratar de encajar todas las piezas de este proceso. Hacer análisis completos y complejos de una iniciativa de estas dimensiones va a necesitar de una cierta perspectiva temporal y de una tranquilidad emocional que hoy por hoy resultan imposibles de lograr.

Lo importante, lo realmente fundamental del proceso catalán a día de hoy es que, pese a todo, sigue vivo. El golpe de estado en Catalunya no ha enterrado ni las ansias ni tampoco las posibilidades de todo un pueblo por alcanzar sus objetivos. Tal ha sido la magnitud de la ofensiva estatal, que este elemento represivo muy probablemente se convertirá en el argumento que ahora si obliga a Catalunya definitivamente a ser independiente.

Como cualquier colonia con derechos limitados y sometida a unas leyes no reconocidas como propias, Catalunya tenía derecho a exigir el reconocimiento de todos sus derechos y a pelear por tratar de conseguir la implantación de una normativa legal que los reconociese como Estado. Lo han intentado durante años, y no ha sido posible. Rebelarse contra la imposición no es una opción, es la obligación inherente a cualquier persona o pueblo que ame la libertad.

Catalunya lo ha hecho. Sus gentes, sectores sociales y populares, familias e instituciones han hecho posible con su coherencia y determinación que hoy, pese a todo el dolor y el sufrimiento que existe y que todavía queda por llegar, Catalunya esté más cerca que nunca de alcanzar esa estación final llamada libertad.

La solidaridad va tomando forma en Euskal Herria. Las muestras de apoyo que nuestro pueblo está siendo capaz de expresar van en aumento, hasta el punto de que incluso quienes ponen en tela de juicio la estrategia seguida (que soberbia la de quien cree poder dar lecciones al resto), se han visto obligados a señalar siquiera puntualmente al estado español como el problema real, dejando por una vez de mirar al dedo con el que este señalaba al independentismo catalán.

La aplicación de la constitución española y el uso de la “legítima violencia” ha hecho que el debate supere por elevación los parámetros de independentistas/unionistas. El debate hoy solo parece poder entenderse en clave de derechos, individuales y colectivos. En este sentido, todo lo que pase en Catalunya nos afecta, porque todo lo que el estado español sea capaz de avanzar en materia de recorte de libertades, sean estos teóricos o prácticos, a la larga van a ser obstáculos añadidos para el desarrollo de nuestro propìo proceso. Y al mismo tiempo nos afecta porque todas las puertas que sea capaz de abrir el proceso catalán, lleven o no a algún sitio, nos darán pistas sobre qué caminos transitar y cuales tratar de evitar.

A lo largo de todo el procedimiento judicial que tras dejar sin efecto la petición de ilegalización de Askapena culminó con nuestra absolución, fueron incontables las muestras de solidaridad que recibimos. Algunas fuimos a buscarlas. Otras llamaron a nuestras puertas.

Pasados tres escasos años desde entonces, ahora somos más capaces de valorar en toda su complejidad el delicado momento que vivía no tal vez Catalunya en su globalidad, pero si aquellas personas y organizaciones a quienes hoy podemos situar ya sin duda alguna en labores de dirección, de lo que entonces era la fase embrionaria de todo el proceso que vivimos en la actualidad.

Habría sido sencillo para ellas tratar de escaquearse. Pedirnos que desde una perspectiva revolucionaria entendiésemos lo negativo de vincular en alguna medida el incipiente proceso catalán con el proceso judicial contra organizaciones y militantes a las que se pretendía vincular con ETA.

Nada de eso pasó. La denuncia de las detenciones, la solidaridad expresada y las distintas movilizaciones fueron ya en el 2010 la reacción inmediata de denuncia ante el operativo contra Askapena. Posteriormente y a la par que en Euskal Herria, también sectores catalanes comenzaron a dinamizar ya no solo la solidaridad, sino también la denuncia frente al estado imperialista español. Sus representantes en el senado no se limitaron a recibirnos, hicieron pública su participación en la manifestación de Madrid.

Siempre, conforme las circunstancias lo requerían encontramos una respuesta positiva a las necesidades que nos iban surgiendo. Disposición para dar charlas y para realizar distintas movilizaciones. Pero también para acudir como observadores al juicio, para hacerlo en calidad de testigos, para firmar un informe que denunciaba en su integridad el proceso judicial contra Askapena o para abrirnos las puertas del Parlament para poder ser escuchados.

Como dejamos dicho en la última nota enviada a la prensa tras nuestra absolución, el Babesgune de Iruñea no era el final de nada. Nuestra determinación por ser libres suponía asumir que tal vez, solo tal vez, hoy podríamos estar en disposición de ofrecer nuestras europeas viviendas a los y las perseguidas políticas catalanas.

Eso no llegó a pasar. Pero sí llego a producirse un llamamiento hecho a nuestro pueblo y a otros pueblos amigos para pasar de la solidaridad al compromiso. “Prestatu motxila” no era solo un lema. Y así lo entendieron nuestras amigas catalanas. Y sí, pese a toda la presión y tensión que ello pudiese generar con sus compañeros de viaje, no tuvieron ninguna duda: “gure etxeko ateak irekitak dituzue”. Siempre supimos que desde el respeto mutuo y las ansias de ser útiles, todos y cada uno de los compromisos que adquirieron con nosotros eran realizados desde el convencimiento de que la solidaridad y el compromiso son las mejores armas de cualquier pueblo.

Nos ha costado, pero vamos saliendo del entumecimiento. Para un pueblo que ha tenido combatientes, médicos y maestros en la primera línea de fuego en Nicaragua, Cuba o El Salvador puede no parecer mucho, pero nos vamos sacudiendo las telarañas. Si hemos sido capaces de mandar “escudos humanos” a Irak, viajar por centenares a Chiapas o Oaxaca para tratar de poner freno a los ataques militares contra las comunidades indígenas y nos hemos trasladado hasta Colombia para denunciar la vulneración de Derechos Humanos, desafiando para ello a los paramilitares en su terreno ¿Cómo no vamos a ser capaces de transformar esa capacidad histórica de generosidad revolucionaria, en un compromiso que empuje en la misma dirección que lo hace el proceso catalán? ¿Cómo no hacerlo en un momento político en el que además situamos Europa como eje prioritario de trabajo en nuestra dinámica internacional e internacionalista?

Pero para ello es fundamental situar nuestro trabajo en relación al proceso catalán en dos frentes que pueden o no ser complementarios, pero que en ningún caso deberían entenderse como contrapuestos.

Una de las líneas de trabajo ya está en marcha. En ella o a través de ella se está trabajando tanto el elemento de la solidaridad como el elemento de la denuncia. Y ambos conceptos guardan en sí mismos un potencial innegable como aglutinador de diferentes sectores que convergen entorno a una misma idea: lo que nos une no es la convicción de que el proceso desarrollado por el independentismo catalán es legítimo, lo que nos une es la denuncia frente al 155 o a los encarcelamientos, y como consecuencia desarrollamos un nivel concreto de solidaridad.

Pero esta vía, valiosa en sí misma, debería ser, es de hecho insuficiente desde la perspectiva del independentismo vasco. No basta con remarcar los elementos que nos unen al resto por temor a que otras valoraciones o dínámicas aparte de las consensuadas creen tensiones en determinados sectores. Somos independentistas. Queremos poder decidir en libertad. Damos por legítimos todos y cada uno de los pasos que el independentismo catalán ha desarrollado a lo largo de este proceso. Denunciamos el papel del estado español y la pasividad de eso llamado la comunidad internacional. Y desde la convicción de que es mucho lo que vascos y vascas nos jugamos en Catalunya, asumimos dar pasos que busquen profundizar en las contradicciones del estado y profundicen en el sentimiento independentista en nuestro pueblo. ¿Es tan difícil decirlo? ¿Es tan complicado trasladar a los sectores independentistas catalanes que en el independentismo vasco asumimos como propia su lucha y que empezamos desde ya a comprometernos con la misma?

Nadie niega que es fundamental tratar de expresar una solidaridad colectiva, la de Euskal Herria pueblo, hacia el pueblo catalán en su conjunto, y que además esta debe ser plural y participativa. Pero el independentismo vasco no puede conformarse con ir permanentemente al ritmo de los sectores que no lo son. El independentismo tiene que comprometerse de lleno con el proceso independentista catalán. Tiene que respaldar todos y cada uno de los pasos que dé, porque es exclusivamente a ellas a quien corresponde decidir cómo y en que dirección darlos.

La gran pregunta es cómo hacerlo. Y es en este punto donde inevitablemente surge lo que a mi entender son algunos de los principales lastres de la estrategia del independentismo vasco: la desconexión con la base social independentista y la incapacidad para ofrecerle instrumentos de trabajo y hacerle sentirse protagonista del proceso de liberación nacional y social. ¡Qué tozuda es la realidad cuando por la vía de los hechos se empeña en demostrar nuestras carencias organizativas! Puede que con el tiempo descrubramos que la histórica existencia de organizaciones con el foco puesto en las claves estratégicas, el trabajo de construcción nacional desde la base y la comunicación permanente con el movimiento popular, no existían por designio de nadie, sino porque la experiencia acumulada demostraba su necesaria aportación.

La respuesta del independentismo vasco ha sido prácticamente nula. Vamos llenando las calles de independentistas, pero no para legitimar este objetivo aquí, en Catalunya o en otras naciones sin estado. No es cierto que demos prioridad a impulsar dinámicas que permitan hacer partícipes a más sectores. Lo cierto es que damos a estas dinámicas el carácter de exclusividad. En las instituciones, en la calle, en el ámbito socio laboral… llevamos a cabo aquellas movilizaciones acordadas con el resto de sectores (independentistas o no) como máxima expresión de nuestra capacidad para llegar a acuerdos y encontrar puntos en común. Pero en esas expresiones nuestro mensaje queda diluido hasta casi desaparecer, y lo que es igual de preocupante, nuestro compromiso se rebaja para adecuarlo al de los demás. ¿Cuándo si no es ahora podremos poner la independencia en primer plano del debate? ¿Cuándo demostrar que hay músculo independentista suficiente para llevar a este pueblo a la estación llamada libertad?

Terminamos sin pretenderlo olvidando lo fundamental, que somos independentistas vascos, y que un reto como el del independentismo catalán necesita de nuestro compromiso. Un compromiso activo, permanente, ágil e incondicional. Características que ni cumple ni con seguridad llegará a cumplir jamás una suma de fuerzas plural y condicionada a decisiones y criterios muy dispares. Y sin esos ingredientes, el compromiso discontinuo, condicionado y lento, llegará tarde y llegará desvirtuado a la mayoría de las grandes citas de un proceso como el catalán que si por algo se ha caracterizado ha sido tanto por la agilidad como por la imprevisibilidad de sus siguientes pasos.

Hasta estas últimas fechas y salvando algunas excepciones, la tónica general ha sido la de poner en el epicentro de la dinámica a activar como pueblo a algunas instituciones vascas. La lógica de pensar que las declaraciones más o menos contundentes de determinadas instituciones puede servir para canalizar los sentimientos de un pueblo, y más aún los de los sectores independentistas es perversa. Pretender que una institución haga un llamamiento a concentrarse frente a su sede y que ese sea el referente popular a través del cual canalizar todo lo que acumulamos dentro, es simplemente vivir alejados de la realidad.

Cuidado, no digo que en las instituciones no haya que buscar consensos y que de los mismos no puedan surgir iniciativas institucionales. Pero de ahí a pretender que a través de ellas no ya quien se quiere sumar a la denuncia de lo que ocurre en Catalunya, sino los sectores independentistas se sientan interpelados va un abismo.

Poco a poco vamos subiendo un nuevo escalón. Sacar a la calle a la gente como se ha hecho este pasado fin de semana es un paso. Es innegable que sumar a distintos sectores y comprometerlos en una gran movilización permite ofrecer una foto de conjunto y que además es una labor difícil que sin duda hay que hacer y hay que saber reconocer y valorar. Pero no deja de ser algo sujeto a una regla de juego básica: llega de arriba a abajo. Y como casi todo lo que está sujeto a esta regla, no suele tener efecto de continuidad. No basta con sacar a la gente a la calle, invitarla a participar, para convertir al pueblo en protagonista de una dinámica.

Cambiemos el escenario. Vamos a suponer que efectivamente en aquellas instituciones donde es posible se llevan adelante dinámicas de consenso. Pero que además, en estas misma localidades y en todas las demás se plantean mociones con un único elemento reivindicativo, la independencia. O mejor dicho, el reconocimiento de la República Independiente de Catalunya. No se trata de jugar a caballo ganador, sino de que la moción esté presente en todos y cada uno de los ayuntamientos vascos, los de Ipar y los de Hego Euskal Herria. Que en todos y cada uno de ellos se debata y se trate de sacar adelante una moción que como poco, habrá obligado a todo el mundo a retratarse.

Supongamos que además ese trabajo se hace en coordinación con el mayor número posible de sectores sociales independentistas de cada población. Que el día de la moción hay una gran fiesta de bienvenida a la nueva República. Que ese día además la Senyera es izada oficialmente y con todos los honores en el balcón municipal. Y ya puestos a imaginar, supongamos que en cada una de esas poblaciones y siguiendo un esquema de trabajo ya puesto en marcha por la dinámica Libre, al día festivo se suman unas jornadas de trabajo. Jornadas organizadas para que en la calle, en un espacio lo más céntrico posible, vecinos y vecinas decidan como puede hacerse el tránsito desde la solidaridad hacia el compromiso con el proceso independentista catalán en cada uno de sus pueblos.

Esto evidentemente nos sitúa en un escenario no contemplado hace tiempo por estas tierras, el de confrontar con el estado y el de tratar de activar, si más límites que los que cada cual decida, a la gran base social independentista vasca. Activarla para que sea protagonista, no para que secunde lo decidido por nadie. Activarla sin complejos y miedos, siendo conscientes de que se pueden cometer errores, pero que sin duda el mayor de ellos es la inacción, mirarnos dentro de un año las caras y tener que reconocer que no estuvimos a la altura.

Efectivamente, reconocer oficialmente la República Independientemente de Catalunya puede ser ilegal ¿Lo es? ¿Y si lo es qué? Estamos hablando de compromisos. De que además de encender el debate en torno a la independencia y volver a experimentar con formas de lucha no convencionales, seamos capaces de trasladar al pueblo catalán que 200 ayuntamientos vascos, de Ipar y de Hego Euskal Herria les reconocen como ciudadanos de la República Catalana Independiente porqué así lo han decidido ellos a través de las urnas. Que en esos ayuntamientos ondeará la Senyera con carácter oficial. Que iniciamos procesos de hermanamiento con poblaciones catalanas como punto de partida para establecer compromisos que desde la perspectiva de la solidaridad internacionalista, alimenten a ambos procesos.

Los independentistas vascos conocemos de primera mano lo que el pueblo catalán está sufriendo en sus carnes porque lo hemos vivido. La militancia de las CUP, organización que acertadamente pedía el voto secreto el día de la declaración de independencia por “cultura antirepresiva”, debe saber, y con ella toda la militancia independentista que sufra persecución política que, como hicieron ellas, gure etxeko ateak irekitak dituzue. Pero eso puede ser un lema o convertirse en todo una dinámica. Una recogida masiva de direcciones, de viviendas, de familias y personas dispuestas a ofrecerlas por esa misma cultura antirepresiva, para que puedan hacer uso de ellas cuando lo necesiten, porque sin duda llegan tiempos duros.

Conocemos lo que supone tratar de asfixiar un proyecto revolucionario a través del elemento económico, y también que a través de una dinámica bien trabajada de solidaridad, Euskal Herria podría contribuir a base de pequeñas aportaciones a crear una “caja de resistencia” que ellas decidirán como y para qué debe ser utilizada.

Podemos impulsar dinámicas que castiguen a aquellas marcas que a las primeras de cambio han antepuesto su seguridad/rentabilidad a cualquier otra consideración. Pero también tratar de establecer un listado de marcas con las que hay que hacer el esfuerzo de trabajar. Marcas que sin duda trabajan para obtener beneficios, pero a las que el chantaje y la presión no han impulsado a abandonar su tierra.

Debemos aspirar a que el mayor número posible de sectores en Euskal Herria hagan llegar a la población catalana el mensaje de Solidaridad de todo un pueblo. Pero no debemos renunciar a que los sectores independentistas adquieran un nivel de compromiso efectivo, que acompañe los pasos del independentismo catalán, a la par que sirve de catalizador del propio sentimiento independentista vasco.

Esto en la práctica debería suponer asumir con naturalidad que el día que el independentismo catalán promueva una iniciativa de huelga general, ese reto podría ser acompañado de un llamamiento a paros parciales en centros de trabajo, de educación e instituciones vascas. Que el mismo día que Catalunya sale a la calle, las calles de Euskal Herria se llenan de concentraciones, encerronas, caceroladas, … y todo lo que la imaginación popular sea capaz de activar. El día 6 de Diciembre el independentismo catalán puede estar viajando a Bruselas ¿Y nosotras? ¿No deberíamos estar allí, haciendo latente en Europa que el encaje autonómico es imposible en el estado español? No, no hablo de mandar representantes, sino de viajar como pueblo, por aquello de que compartir barricada (con catalanes y catalanas) vincula y compromete más que horas y horas de debates, o miles de horas de programación televisiva o artículos de prensa.

No hay nada que nos impida utilizar el proceso catalán como palanca para impulsar el proceso en Euskal Herria. Pero sobre todo no hay nada que en un futuro pueda esgrimirse como justificación, si finalmente optamos por renunciar a poner en marcha mecanismos que activen a los sectores independentistas vascos y los comprometan con el proceso catalán.

Es hora de dar el gran salto y de llegar a lo más alto del compromiso entre los pueblos, a la solidaridad internacionalista.

 

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