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Estado español :: 03/12/2017

¿Por qué sí a otro congreso cultural de Cabimas?

Iñaki Gil de San Vicente - La Haine
Deben ser las izquierdas independentistas las que dirijan estos debates porque son ellas las que sufren las «cadenas radicales» al decir de Marx

Durante las muchas horas de un largo vuelo trasatlántico leí la magnífica compilación sobre el Congreso Cultural de Cabimas realizada por Joussette Rivodó y José Luís Omaña, volumen publicado por la venezolana Fundación Editorial El perro y la rana, en octubre de 2017. Este Congreso tuvo lugar a finales de 1970 cuando se suavizó un poco la dictadura que aplastaba a Venezuela. La ciudad de Cabinas era el centro del expolio imperialista del petróleo, el lugar en el que se materializaba toda la dependencia y opresión nacional práctica, de facto, de Venezuela. La independencia de iure, formal, reconocida por la legislación internacionalmente, desaparecía del todo en Cabimas donde era imposible ocultar el poder incuestionable de las transnacionales imperialistas, y el neocolonialismo que sufría el pueblo venezolano.

Por esto el Congreso Cultural de Cabimas adquirió de inmediato un contenido de acto a favor de la liberación nacional de Venezuela, lo que explica los enormes obstáculos que tuvo que superar, las agresiones que sufrió y el gran entusiasmo que suscitó en el pueblo y en los medios culturales no alienados ni sumisos, muy especialmente con la simbólica nacionalización del pozo petrolero Barroso II. Luis Britto García explica así su efecto acumulativo sobre la conciencia venezolana: «Entonces esa nacionalización simbólica pasó del símbolo al acto, es un hecho. Yo creo y espero que sea un hecho irreversible» (p. 301).

Preguntado más adelante sobre si el Congreso Cultural de Cabimas influyó y en qué medida pudo hacerlo sobre la posterior Revolución Bolivariana, explica el efecto subterráneo, que tanto la nacionalización simbólica del pozo Barroso II como las ideas básicas desarrolladas en Cabimas, dejó en la conciencia popular y en los grupos y organizaciones que aguantaban todas las represiones, de modo que «las propuestas de la izquierda radical de los años 60 y en gran parte la forma cómo se concretaron, organizaron y sistematizaron en el Congreso Cultural de Cabimas son la base ideológica del proceso bolivariano» (p. 309).

Lo mismo viene a decir William Osuna: «El Proceso Bolivariano es una consecuencia histórica de todo aquello, pero hubo una elipse de veinte años, dónde al parecer las discusiones se paralizaron […] no queremos una discusión de consignas, de arengas, sino una discusión que refleje contenidos […] Estos contenidos van a tener una contraposición dialéctica, que a su vez tendrá una consecuencia, pero la consecuencia será cómo podemos organizar este país en lo que yo denomino la segunda fase de la Revolución Bolivariana, la cual comenzó con esta guerra económica y también con ese adefesio jurídico que nos declara como una amenaza inusitada pare el imperio» (p. 319).

El Congreso fue posible y resultó un éxito «por la carga revolucionaria de nuestro pueblo y de su juventud. Bastó un simple llamamiento, sin aparataje alguno, a pesar de que la prensa burguesa cerrara sus puertas a tan original y novedoso evento, para que la espontaneidad de las masas permitiera este acto unitario de todas las fuerzas revolucionarias del país» (p. 237) como indican Izarra, Rondón y Pérez Iturbe. Entre esas fuerzas no faltaron las aportaciones siempre valiosas de los y las prisioneras políticas, de la guerrilla aún activa en las Montañas de Oriente, y otras organizaciones revolucionarias que no podían acudir por razones varias (pp. 103-126).

El Congreso es actual porque desbordó los cauces diminutos de la cultura del poder, acercando los intelectuales al pueblo con su «acción cultural y política» mediante lo que Ramón Palomares definía como «rebasar el libro» más allá de su formato en papel, ya que «el uso del lenguaje popular ennoblece nuestra creación […] trabajar con los elementos que nos ofrece el pueblo es, por lo menos, un intento válido de aproximarse a él […] sin lujo ni cocktelería» (pp. 57-59). O en palabras de Salvador Garmendia: «llevar cuando menos a una revisión del lenguaje que hasta ahora ha venido utilizando la izquierda en sus análisis y formulaciones teóricas, y a la búsqueda de procedimientos más eficaces de comunicación con las masas, lo cual pondrá en evidencias las deformaciones profesionales, el teoricismo rígido e inoperante, la autocomplacencia, amaneramiento y el cosmopolitismo intelectual» (p.78).

Frente a la cocktelería lujosa que fascina a los «juglares y trovadores para complacer y divertir a los soberbios monarcas del imperialismo norteamericano» (p. 63) según la excelente definición de Salvador Valero, del Congreso siguió la vía marcada por Ludovico Silva cuando insiste que a la ideología, entendida en el sentido marxista, no se le combate con otras ideología contraria sino « con teoría revolucionaria, con conciencia y claridad, no con consignas» (p. 51).

Estas eran las mejores garantías de que la cultura revolucionaria superara los controles, trabas, trampas, sobornos, cooptaciones y represiones que realizaban el Estado y el imperialismo en todo momento, apoyados por la izquierda tradicional que siempre encuentra escusas para colaborar de un modo u otro con la planificación estatal y empresarial de la cultura dominante, creyendo que, así, puede subvertirla desde su interior cuando en realidad son los intelectuales reformistas los que terminan absorbidos por el capital, como explicaba Edmundo Aray al definir la «dependencia cultural» (pp. 39-48).

El Congreso debatió sobre arte y estética, cultura, ciencia y saqueo del conocimiento, tecnología y liberación, catolicismo, economía, historia, dependencia e imperialismo, educación y universidad, política…, sabiendo que: «la única alternativa válida para la liberación nacional: la revolución socialista» (p. 149) como indica uno de los documentos. Una conclusión básica dice así: «Nosotros, trabajadores intelectuales, obreros y campesinos reunidos en la ciudad de Cabimas, inspirados en la exigencia de nuestro pueblo, que son las exigencias de la lucha de emancipación que iniciaron nuestros grandes héroes, disponemos profundizar nuestra participación en el combate político y en la acción liberadora y llamar a la constitución de un auténtico frente de fuerzas populares y revolucionarias para la liberación nacional y el socialismo» (p.210).

Sin mayores análisis, se echan en falta al menos dos grandes luchas: la antipatriarcal y por la ecología socialista. Ambas lagunas no anulan la vigencia del Congreso, sólo confirman la naturaleza dialéctica de la praxis. Si, por ejemplo, comparamos Cabimas con el lujo cocktelero y la banalidad autocomplaciente de la industria político-cultural euroimperialista mostrada en la Capitalidad Europea de la Cultura 2016 en Donostia, vemos la incompatibilidad entre una y otra por cuanto practican culturas antagónicas: de liberación en Cabimas y de opresión en Donostia, como analizamos en su momento. Quiere esto decir que la guerra cultural sigue tan activa, o más, ahora que en 1970.

Salvando las distancias espacio-temporales entre aquella Venezuela y las actuales Galiza, Països Catalans, Andalucía, Euskal Herria y otras naciones y pueblos oprimidos por el Estado español, descubrimos que la guerra político-cultural que padecemos, siendo en esencia la misma, tiene mejores armas, desarrolla una más efectiva mercantilización fetichista del miedo y la sumisión dirigida por el Estado y por la misma lógica del dinero en cuanto arma de dominación social, etcétera. El estratégico ataque a la economía, cultura y lengua, derechos sociopolíticos y medios informativos que el Estado ha multiplicado contra Catalunya mediante el 155 y otras leyes, ejemplariza la esencia de la guerra político-cultural y su intrínseca relación con la guerra económica del Estado contra los pueblos.

Por esto, preguntamos: ¿No es necesario otro Congreso Cultural de Cabimas en el que las fuerzas revolucionarias de las naciones oprimidas debatamos sobre la guerra política-cultural del imperialismo contemporáneo, avanzando líneas de intervención amplias e integradoras? Deben ser las izquierdas independentistas las que dirijan estos debates porque son ellas las que sufren las «cadenas radicales» al decir de Marx. ¿Es una propuesta utópica? Puede ser que sí, pero sí es una «utopía roja», al decir de Ernst Bloch.

 

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