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Europa :: 27/10/2023

La diplomacia de la guerra

Nahia Sanzo
El acuerdo de Estambul no se rompió sólo por la intervención ajena sino por las prioridades del régimen ucraniano y con el favor y la presión de Occidente

En términos políticos, dos han sido los momentos que pueden considerarse puntos de inflexión en los últimos 19 meses. Las fuentes occidentales insisten en dar toda la importancia al segundo, los referendos en los territorios ucranianos bajo control ruso y la anexión de esos territorios, mientras que prefieren olvidar el primero, el momento en el que se rompieron las negociaciones entre Rusia y Ucrania (por no mencionar cuando EEUU/OTAN ni siquiera respondieron a las cartas del Presidente Putin en diciembre de 2021 y enero de 2022 pidiendo llegar a un acuerdo sobre la OTAN y Ucrania).

El diálogo comenzó apenas unos días después de la intervención militar rusa, cuando el avance ruso continuaba sin obstáculos en el sur y la guerra aún no había entrado en las trincheras en la región de Kiev, y se alargó durante semanas para culminar en la cumbre de Estambul de marzo de 2022.

Habían pasado apenas seis semanas desde la invasión rusa y, aunque los daños y las bajas se acumulaban, no se habían producido aún ninguna de las grandes batallas más cruentas. En esos días, en apenas unas horas, la situación pasó de los rumores sobre un inminente alto el fuego que anunciaban medios como The Financial Times al anuncio de un principio de acuerdo que, de cumplirse, tendría posibilidades de resolver el conflicto entre los dos países. Sin embargo, en apenas unas horas y por medio de mensajes escritos en las redes sociales que contradecían los términos planteados, se rompió, no solo la negociación, sino toda posibilidad de reanudarla.

Meses después, en septiembre de ese año, los cuatro territorios ucranianos que no habían votado en 2014 convocaron referendos de adhesión a Rusia: la RPD y la RPL, que habían celebrado un referéndum de independencia, y Jersón y Zaporozhie. La "anexión" de esos territorios fue presentada por Occidente como una escalada que confirmaba el rechazo ruso a buscar una solución negociada y, por lo tanto, un argumento más para defender que existía una única vía de resolución posible al conflicto: la vía militar de derrotar a Rusia en el campo de batalla.

Sin embargo, para consolidar esa idea era preciso restar importancia o simplemente olvidar lo ocurrido en los días anteriores y las horas inmediatamente posteriores a la cumbre de Estambul. Aquella reunión, culminación de varias reuniones presenciales y virtuales y de un trabajo continuado que se demoró durante varias semanas, pareció entonces tan importante que contó incluso con la presencia del presidente de Turquía, que seguramente no habría puesto su imagen al servicio de la cumbre de no haber creído que iba a terminar con un resultado importante.

La costumbre de presentar la versión ucraniana como la verdad absoluta y la falta de interés de la prensa por desvelar los entresijos de los acuerdos y desacuerdos, así como la rapidez con la que la guerra escaló en aquel momento entre acusaciones de masacres y grandes batallas que lo taparon todo, hicieron posible que la cumbre de Estambul quedara en un tercer plano en Occidente.

No hubo ningún gran análisis sobre qué había pasado y cómo era posible que lo que, por un momento, pareció un principio de acuerdo -al menos Vladimir Medinsky, jefe de la delegación rusa, creyó tenerlo al alcance de la mano- pudo torcerse con tanta rapidez para retornar a la dinámica militar apartando definitivamente la vía política. Aunque las acusaciones de crímenes de guerra -entre otras las ejecuciones de prisioneros rusos, con vídeos publicados en la red que lo demostraban- y la dureza de la guerra eran ya evidentes durante el proceso de negociación, fue una vez concluido este cuando pasaron a ser el centro del discurso como herramienta política de justificación del rechazo al diálogo como opción viable.

La retirada rusa de la región de Kiev, una mezcla de gesto de buena voluntad en forma de cumplimiento del principio de acuerdo y engaño a las fuerzas ucranianas para que abandonaran la zona del Donbass y se concentraran para proteger Kiev, hizo posible que ejemplos como Bucha pudieran ser utilizados como argumento.

Sin que Rusia supiera contrarrestar el discurso, Ucrania presentó Bucha, a pesar de que las muertes fueron a causa de los duelos artilleros que se produjeron durante semanas (y muchas otras eran simplemente escenificaciones), como un crimen de guerra y comenzó el camino para tratar de calificar la guerra de genocidio. A ello se sumaron las muertes de Kramatorsk, donde un misil Tochka-U, entonces utilizado solo por Ucrania, impactó, tras haber sido derribado por una de las defensas aéreas ucranianas, en la estación de trenes de la localidad, en aquel momento plagada de civiles que intentaban huir de la cercanía del frente.

Ambos ejemplos fueron utilizados para justificar la decisión de suspender definitivamente las negociaciones con Rusia. Más adelante, se convirtieron en motivo para la ruptura de negociaciones -aunque ya en aquel momento no hubiera negociaciones que romper- la batalla por Mariupol, el ataque de la cárcel de Elenovka (que según Rusia se produjo con uso de HIMARS estadounidenses mientras que Ucrania acusó a las autoridades rusas de bombardearse a sí mismas...) y, finalmente, los referendos y la adhesión a Rusia de Zaporozhie, Jersón, la RPD y la RPL.

Aunque la "anexión" de los territorios, que se produjo en un momento de cierta debilidad militar rusa, marca un punto de no retorno en la guerra, ya que no hay retirada rusa posible sin la admisión de una derrota, no puede entenderse ese paso sin la ruptura de Estambul.

En aquel momento, antes de que se produjera gran parte de la muerte y destrucción que está suponiendo la continuación de la guerra, la Federación Rusa ofrecía a Ucrania garantías de seguridad en todos sus territorios a excepción de Crimea y Donbass a cambio de la finalización de la guerra y la renuncia a la OTAN. Como había ocurrido durante los años del proceso de Minsk, no hubo interés por parte de Ucrania ni de sus socios al compromiso. Así quiso mostrarlo Boris Johnson en su visita, apenas cinco días después de la cumbre de Estambul, cuando las negociaciones ya estaban inevitablemente rotas.

Según recogería meses después la prensa ucraniana, el entonces primer ministro británico se jactó de haber advertido a Zelensky de que los países occidentales, “nosotros”, posiblemente en referencia al Reino Unido y EEUU, no aceptarían un acuerdo en esos términos incluso aunque Kiev lo hiciera. Las revelaciones, publicadas por Ukrainska Pravda fueron entendidas desde posiciones moderadas en Ucrania como la confirmación de que hubo un actor en la sombra en la cumbre de Estambul.

Más adelante, quien en los primeros meses de la guerra rusoucraniana fuera primer ministro de Israel y aspirante a mediador, Naftali Bennett, aportó una información que, en parte, llevó a aún más confusión.
Bennett, que viajó a Rusia para tantear el terreno y trasladar a Ucrania el mensaje de Moscú, se manifestó en términos coherentes con la actuación de Boris Johnson.

El ahora exprimer ministro israelí afirmó entonces que existía un principio de acuerdo, pero EEUU impidió que se concretara. Ante el revuelo creado por sus declaraciones, Bennett matizó aclarando la situación de una forma mucho más coherente con lo que los medios habían mostrado en aquel momento: Occidente no impidió el acuerdo sino que obstaculizó el diálogo, que a la larga podría haber derivado en un acuerdo.

Ahora, otra figura política que realizó brevemente tareas de mediación, aparentemente a petición de Ucrania y rápida aceptación de Rusia, ha añadido una tercera versión de los hechos. Gerhard Schroeder, excanciller de Alemania y amigo personal de Vladimir Putin, acudió a Moscú a petición de Kiev para mediar en el inicio de las negociaciones.
Su interlocutor en Ucrania fue Rustem Umarov, entonces en segunda línea detrás de David Arajamia, teóricamente líder de la delegación, y Mijailo Podolyak, la persona que, con un solo tuit, dejó claro que Ucrania no iba a aceptar el acuerdo que el ruso Medinsky creyó tener con la delegación ucraniana en Estambul. Umarov es ahora ministro de Defensa de Ucrania.

“En las negociaciones de paz en Estambul en marzo de 2022 con Rustem Umerov, los ucranianos no se pusieron de acuerdo sobre la paz porque no se les permitió”, ha afirmado Schoeder en una entrevista concedida a Berliner Zeitung con unas palabras que parecerían dar la razón a la versión de Boris Johnson y a las primeras declaraciones de Bennett. Sin embargo, al ampliar su percepción de las negociaciones, el excanciller da una serie de detalles que son incoherentes con la actuación de Ucrania, tanto hasta ese momento como desde entonces.

“Para todo lo que discutían, primero tenían que preguntar a los estadounidenses. Mantuve dos conversaciones con Umerov, luego una reunión a solas con Putin y después con el enviado de Putin. Umerov abrió la conversación con saludos de Zelensky. Como compromiso para las garantías de seguridad de Ucrania, se propuso el modelo austriaco o el modelo 5+1. A Umerov le pareció bien. También se mostró dispuesto en los demás puntos. También dijo que Ucrania no quiere entrar en la OTAN.
También dijo que Ucrania quiere reintroducir el ruso en el Donbass”.

Estos dos últimos puntos, la renuncia a la OTAN y la reintroducción del ruso en Donbass, son significativos y hacen escasamente creíble que Ucrania estuviera dispuesta a aceptar esos términos salvo que se viera presionada o abandonada por sus socios.

En su tiempo de presidente en paz, Zelensky había comenzado a contradecir sus promesas electorales precisamente en esos puntos.
Zelensky continuó utilizando la guerra de agresión a Donbass como argumento para la entrada en estructuras políticas y militares occidentales e incluso animó a los países de la OTAN a instalar bases en Ucrania. Y en lo que respecta a la política lingüística, no solo no matizó la ley sobre el uso de la lengua aprobada por Poroshenko, que buscaba apartar progresivamente la lengua rusa del ámbito público, sino que la profundizó.

Las palabras de Umarov no parecen coherentes con la actuación de esos momentos de Mijailo Podolyak y el resto de la Oficina del Presidente, aunque quizá sí con las de David Arajamia, que a juzgar por su paso a la segunda línea tras el fracaso de Estambul, posiblemente estuviera negociando en buena fe un acuerdo que el régimen de Kiev nunca iba a aceptar.

“Pero al final no pasó nada. Mi impresión fue que no podía pasar nada, porque todo lo demás se decidía en Washington. Eso fue fatal.
Porque el resultado ahora será que Rusia estará más estrechamente vinculada a China, lo que Occidente no debería querer”, se lamenta finalmente Schroeder, que critica también a las autoridades europeas por no haber sido capaces de tener una voz propia. Sus impresiones muestran la evidente dependencia ucraniana de EEUU, aunque pueden verse cegadas por la voluntad de ver una luz al final del túnel y buscar un culpable claro para un fracaso colectivo, pero también personal.

Como proveedor y financiador del Estado ucraniano desde el momento en el que la invasión rusa, la huida masiva de población y los daños de la guerra paralizaron la economía ucraniana, Occidente contaba con herramientas para presionar a Kiev en busca de un acuerdo. Así ocurría también durante el proceso de Minsk, cuando los países de la Unión Europea pudieron utilizar el argumento del acceso a la UE como zanahoria para contrarrestar el palo del cumplimiento de unos acuerdos que Ucrania no quería implementar.
(Aunque, como luego reconocieran Hollande y Merkel, el objetivo fundamental de Minsk era darle tiempo a Ucrania para que rearme su ejército).

En ninguno de los casos hubo apuesta occidental por el compromiso y la búsqueda de una paz dialogada, tampoco cuando Ucrania se arriesgaba a una guerra total, extendida en el tiempo y segura de perder, con el consiguiente aumento de bajas, destrucción y catástrofe para la población y la economía. Ocurrió todo lo contrario y la renuncia a la vía del compromiso para resolver el conflicto no solo hizo acto de presencia en Estambul sino, sobre todo, en Minsk y en Normandía.

Sin embargo, esos argumentos no implican que hubiera una presión occidental contra la posibilidad de un acuerdo que, en realidad, siempre fue inviable. De la misma manera que en los años anteriores, Ucrania no podía renunciar a ninguna parte de su territorio, especialmente a Crimea, salvo al encontrarse militarmente derrotada. No era el caso en aquel momento, como no lo fuera durante los años de Minsk, por lo que el desinterés por buscar una resolución rápida a la guerra a cambio de compromisos que consideraban inaceptables era común a Kiev, Washington y Londres.

Aunque con la necesidad de ayuda vital para cubrir los servicios más básicos, el Estado ucraniano por ahora se ha mantenido y esa viabilidad permite a Ucrania seguir a flote incluso en momentos de retroceso en el frente y le da margen para arriesgar las vidas de la población a costa de no tener que aceptar compromisos excesivamente dolorosos.

Así ocurrió en la cumbre de Estambul, cuyo acuerdo no se rompió por la intervención ajena contra la voluntad de Ucrania sino por la realidad objetiva de las prioridades del régimen ucraniano y con el favor y la presión de Occidente, en cuyos intereses estaba también la continuación de la guerra.

El tiempo ganado por Ucrania gracias a las semanas de negociaciones permitió a sus socios organizar el flujo de armamento y munición que continúa a día de hoy y que hace posible que las Fuerzas Armadas de Ucrania puedan, aunque al límite, seguir luchando y cumpliendo con la fantasiosa misión que ya todas las partes aceptan como principal: desgastar militar, política y económicamente a la Federación Rusa.

slavyangrad.es / La Haine

 

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