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Nacionales E.Herria :: 04/11/2018

Txantxarreka contra el racismo y el fascismo

Iñaki Gil de San Vicente - La Haine
Este gaztetxe está siendo un foco muy importante de lucha contra el racismo y, por ello mismo, contra el fascismo

¿Por qué Sare Antifaxista ha escogido a Txantxarreka gaztetxea en el barrio del Antiguo en Donostia, para presentar el libro Tesis contra el fascismo que ha publicado el pasado viernes 1 de noviembre? Porque este gaztetxe está siendo un foco muy importante de lucha contra el racismo y, por ello mismo, contra el fascismo. Personas del barrio del Antiguo y de Donostialdea, fundamentalmente jóvenes, dan cobijo en el gaztetxe a más de una docena de migrantes que carecen de vivienda, que tiene dificultades de comunicación, que no pueden seguir su viaje hacia otros países europeos, que sufren el racismo visible e invisible cuando pasean por las calles. No es una resistencia defensiva en el sentido de encerrarse en el gaztetxe como en un fortín asediado, sino que es una acción ofensiva y abierta porque realizan actos públicos, en la calle, en las tabernas populares, buscando la confraternización, el conocimiento mutuo. Como veremos al final, otro tanto está sucediendo en Altsasu frente a la invasión fascista del pasado domingo 4 de noviembre, en donde la plataforma popular Altsasu Faxismoaren Kontra llamó a hacer frente al fascismo en todos los frentes.

Vamos a exponer tres puntos para tener tiempo de debate: Uno, las relaciones entre racismo y fascismo. Dos, la evolución del fascismo. Y tres, los métodos para combatirlo.

Uno:

Existe un hilo de rechazo, odio y violencia opresora que recorre internamente a la xenofobia, chauvinismo y racismo. Antes de que los griegos antiguos denominaran «bárbaros» a los que balbucean una lengua incomprensible para la cultura helénica, ya existía un fuerte sentido de superioridad de los egipcios hacia los griegos tal cual atestigua Heródoto; del mismo modo, la cultura china despreciaba a los pueblos que no pertenecían al «centro del mundo» que lógicamente era el chino. En la Europa del siglo XV la alta cultura italiana admiraba a la bizantina; desde comienzos del siglo XVI con la invasión de América, la esclavitud africana, y los primeros saqueos de India, sentaron las bases de un sentimiento de superioridad defendido por Maquiavelo, Bacon, Montesquieu, Kant…

Lukács se refiere al conde de Boulainvilliers como uno, si no el primero, de los fundadores del racismo cuando en 1727 escribió un libro tratando de demostrar la superioridad racial de la nobleza francesa, que era directa descendiente de los francos, sobre el pueblo descendiente de los vencidos galos. Desde 1831 el exacerbado patriotismo francés de Chauvin da pie al término chauvinismo, y entre finales del siglo XIX e inicios del S. XX autores como Gobineau y Chamberlain dan forma al racismo ideológico. Las obras de este último fueron editadas en gran número, financiadas y regaladas por el káiser Guillermo II y alimentaron la ideología proto-nazi de los freikorps que a las órdenes de la socialdemocracia masacraron la revolución alemana de noviembre de 1918 y el levantamiento del Ruhr de primavera de 1920.

Pero el racismo con pretensiones de cientificidad, el más peligroso, surge en EEUU con el darwinismo social y la sociobiología elaborados también en esa época para controlar la masa imparable de migrantes, las resistencias indígenas y el aumento de la lucha de clases. El determinismo genético intenta una y mil veces demostrar las diferencias entre sexos y grupos humanos, no hablando de razas superiores sino de «diferencias», aunque corrientes nazis defienden explícitamente la superioridad racial blanca. El racismo falsamente científico es creación yanqui, y fue empleado por los nazis para justificar la superioridad de su «raza germana».

En sus orígenes, el fascismo italiano no era racista en el sentido estricto, sino que defendía la superioridad civilizacional de Roma sobre un Mediterráneo con mucho cruce de pueblos y culturas diferentes, pero las presiones nazis sobre todo desde 1938 le hicieron dictar medidas raciales. La ideología fascista italiana se fue creando sobre la marcha, casi por encargo, mezclando un machismo feroz y violento con una lógica imperialista implacable. Según Mussolini, la muchedumbre es como una mujer, adora a los hombres fuertes, y todo hombre es imperialista porque responde a una tendencia elemental.

El nazismo integra la ideología racista de origen francés dentro de la sociobiología yanqui, mezclado todo ello con el nacionalismo ultraderechista alemán en expansión desde la segunda mitad del siglo XVIII. En Alemania, en 1930, antes de llegar al poder, los nazis propusieron medidas racistas en el Parlamento, que fueron ampliadas desde 1933, legalizadas en 1935 y reforzadas en 1938 con la ocupación de Viena. Desde entonces las aplicaban militarmente en todos los países que invadían, casi siempre con el apoyo directo de sus burguesías respectivas. Además, el racismo nazi era oportunista porque impelido por las exigencias de la guerra aceptaba tropas y trabajadores «voluntarios» de «razas inferiores», y ocultaba las «impurezas raciales» de varios de sus jerarcas y de algunas personas necesarias para el esfuerzo económico.

El racismo nazi golpeó con una brutalidad salvaje no sólo a los judíos sino también a los pueblos eslavos y en especial a los prisioneros del Ejército Rojo, a las guerrillas y a la población que las apoyaba, lanzándose con saña contra los comunistas. La prensa burguesa ha ocultado o minimizado este genocidio hablando casi exclusivamente del holocausto judío. El militarismo japonés también fue racista en extremo contra occidente y contra los pueblos asiáticos, aunque lo intentaba ocultar con una fraseología pan-asiática. Como todo racismo, el japonés era misógino, pero en grado superlativo, organizando una especie de «ministerio de la prostitución» que esclavizó sexualmente a cientos de miles de mujeres como trofeos de guerra.

Dos:

El fascismo es un movimiento complejo que se formó en las décadas ’20 y ’30 por los efectos de la IGM, de la aparición de la URSS y la crisis de 1929, básicamente. Con algunas diferencias, el militarismo japonés se endureció por la angustiosa falta de recursos materiales. Antes del fascismo surgieron regímenes bonapartistas, poderes con los que una minoría utiliza la fuerza armada y judicial para gobernar en favor del capital porque la burguesía no puede hacerlo por sí misma ni tampoco el proletariado tiene fuerza para imponerse. El bonapartismo es una dictadura, pero sin llegar a los extremos del fascismo porque es una fase intermedia que puede concluir en el fascismo o en la revolución, de ahí la decisiva importancia de saber discernir el momento entre bonapartismo y fascismo.

Sin estudiar ahora el bonapartismo, el fascismo apareció sobre su fracaso para evitar el empeoramiento de la crisis en aquellos países en los que no había triunfado la primera oleada de revoluciones burguesas: Holanda, Gran Bretaña, EEUU y Francia, aunque en ellos también hubo movimientos fascistas. Triunfó en Italia, Alemania, España, etc., y en Japón en forma de militarismo, porque en estos Estados la burguesía no pudo asentar un poder de clase fuerte, sino que tuvo que negociar con los restos feudales y terratenientes, con el poder religioso, con las castas militares, etc., de forma que no logró desarrollar los medios sociales que facilitan una relativa e insegura integración del proletariado.

El tránsito de la fase colonial a la imperialista agudizó los problemas de estos Estados atrapados en entre dos frentes: el interno, por la lucha de clases y de pueblos dentro de sus mismas fronteras; y el externo, por el enorme poder de los Estados más poderosos, los de la primera oleada de revoluciones burguesas también golpeados por la lucha proletaria interna, pero con más recursos de integración y con mayores recursos de saqueo imperialista. Tras la derrota de 1945 el fascismo fue cambiando de formas manteniéndose semioculto, aunque recuperándose desde los años ’90 a raíz de los cambios mundiales que entonces se intensificaron como la implosión de la URSS, la financiarización, etc. La crisis iniciada en 2007 ha impulsado tanto el racismo como nuevas expresiones fascistas, neofascistas, movimientos de extrema derecha radical… en los Estados que lo sufrieron entre 1922-45, pero también en otros muchos Estados, en América Latina, por ejemplo.

Vamos a ver seis características del fascismo de entonces y sus formas actuales:

Una: En las condiciones de 1922-39, hasta justo antes de la II GM, el fascismo no dudó en aplicar medidas económicas en apoyo de sus grandes empresas, muy parecidas a las que también hacían los otros Estados: el News Deal yanqui, por ejemplo, no se diferenciaba en lo básico del intervencionismo estatal fascista, y en lo esencial otro tanto hay que decir del resto de Estados. La crisis de 1929 exigía por su gravedad hasta entonces desconocida, el intervencionismo público respetando la propiedad privada, o en todo caso, algunas nacionalizaciones muy rápidamente devueltas a sus propietarios una vez saneadas. Recordemos la admiración de Keynes por el fascismo.

En la actualidad, el amplio espectro de ultraderechas, neofascismos y fascismos defienden sus capitalismos estatales, aunque se alían a nivel regional para adquirir más fuerza. Estas alianzas que también se dieron en el pasado, ahora son más activas porque responden a la mundialización de las contradicciones, característica presente en 1922-39 pero con menos intensidad. Ahora no cuestionan los métodos monetaristas y neoliberales, sino que los quieren aplicar con más determinación en sus países, justificándolos desde un nacionalismo imperialista añorante del pasado pero que no contradice frontalmente las alianzas mutuas porque se trata «defender la civilización occidental» amenazada de muerte por peligros mayores que en 1922-39.

Dos: los fascismos de entonces acudieron a la demagogia pseudo-socialista y a la manipulación de lo irracional y afectivo, del miedo y de la frustración, para neutralizar la influencia de la URSS y de la socialdemocracia entre la clase obrera, buscando ampliar el apoyo de masas más allá de las «clases medias» y de la pequeña burguesía. En muchos sitios lo consiguieron durante un tiempo, porque el fascismo tenía una base de masas superior al bonapartismo. Pero cuando fue necesario, Mussolini depuró a los fascistas duros; Hitler a las SA, Franco a los falangistas recalcitrantes, Tojo al sector «pacifista», etc. Cuando el gran capital que les había alimentado económicamente y que había puesto a su disposición la fuerza de masas de la derecha, de la Iglesia, del Ejército, de la prensa… exigió al fascismo que cumpliera sus promesas hechas en reuniones secretas, promesas de orden, represión y de sobrexplotación laboral ocultadas a las bases que se habían creído la demagogia pseudo-socialista, el fascismo cumplió lo prometido al gran capital liquidando a sus excompañeros o condenándoles al ostracismo.

Por ahora los fascismos se presentan bajo la bandera de la «recuperación de los valores», la denuncia de la corrupción, la inoperancia de la casta política, etc., recuperando el asistencialismo reaccionario del pasado, redivivo en el Hogar Social en Madrid y el de Amanecer Dorado en Grecia. Se trata de crear «unidad nacional» frente a la amenaza exterior y la indiferencia de la casta política para con sus «compatriotas» empobrecidos: «primero los españoles», «América primero» de Trump… Pero cuando tengan que llamar al orden a quienes crean que pueden atacar al capital transnacional, lo harán sin piedad, como Salvini en Italia que ha advertido que no cuestiona el capitalismo sino la debilidad política frente a la «invasión africana».

Tres: al no disponer de un poder «pacífico» de integración y de represión selectiva de la lucha de clases tan efectivo como el de las «democracias» imperialistas, y al haber fracasado la fase bonapartista, el fascismo recurrió a la represión indiscriminada contra la clase obrera, sus sindicatos y sus organizaciones sociales, contra la izquierda y en menor medida aunque también contra la burguesía liberal y renuente al fascismo, contra las naciones y culturas oprimidas en base al racismo la mayor parte de las veces y contra los mismos derechos democrático-burgueses. Pero, además, aplicó el terror difuso y el terror aleatorio contra la población en general incluida la parte que le apoyaba o que era fascista: nadie estaba libre de sospecha. Ambas formas de terror, el difuso y el aleatorio, se basaban en la delación generalizada promocionada con especial eficacia en Alemania. Pero semejante barbarie nunca logró acabar con las resistencias.

Por ahora, no atacan frontalmente como entonces al movimiento revolucionario para destruirlo en cuanto tal, aunque día a día se endurecen sus agresiones, sino que agreden al complejo formado por el anti-racismo, la polisexualidad, la autoorganización juvenil de base, el feminismo radical, la cultura libre y crítica, las luchas independentistas, los derechos concretos, etc. Atacarán frontalmente a la izquierda revolucionaria y al sindicalismo sociopolítico cuando lo vean factible sin que se vuelva contra ellos, cuando vean dividido y desorientado al pueblo trabajador, cuando vean acobardada a la izquierda… y cuando se lo mande el Estado.

Cuatro: con ritmos e intensidades diferentes, pero en la misma línea, el fascismo impulsó la industria militar antes que las «democracias» imperialistas. Ya para 1922, el pequeño ejército alemán ideológicamente proto-nazi puso en marcha una estrategia de rearme y de alta cualificación de sus mandos, así como campos de entrenamiento negociados con la URSS; también, para evitar el control aliado, creó en secreto oficinas de «investigación civil» en terceros países europeos que diseñaban nuevas armas; también se diseñó la reconstrucción de las fábricas de armas desmanteladas tras 1918 y se dio un enorme impulso a la investigación química para fabricar combustibles sintéticos, y todo ello antes de que los nazis llegaran al poder en enero de 1933. Japón no tenía esas dificultades para su intenso rearme, excepto el gran problema de los recursos energéticos. Otro tanto hay que decir de Italia y de España, aunque en este último caso muy limitada por su enorme atraso tecnocientífico y el desolador exterminio físico e intelectual realizado por el terror franquista y nacional-católico.

Ahora son los Estados los que se rearman, en especial el imperialismo yanqui, pero los fascismos cumplen un papel clave porque, primero, expanden la ideología militarista e imperialista entre la juventud alienada lo que les permite provocar situaciones de terror difuso y hasta aleatorio cuando quieran y donde quieran. Segundo, la orientan abiertamente hacia el ataque al «peligro interior», los migrantes y el movimiento revolucionario, etc., y, mediante sus estrechos contactos con empresas de seguridad privada, con cuerpos de policía y con el ejército, disponen de grupos armados penetrados por los servicios secretos y con un eficaz aparato propagandístico reforzado por la industria del futbol y las mafias. Tercero, también la orientan hacia el «peligro exterior»; China, Rusia, Medio Oriente, zonas geoestratégicas vitales para Occidente… impulsando el belicismo imperialista. Y cuarto, la recreación de ejércitos privados filiales empresariales de los Estados interactúa con el fascismo, con la propaganda militarista, con la cultura de la guerra, de la tortura, del terror patriarcal.

Cinco: el fascismo de entonces hizo un expansionismo imperialista sin parangón hasta ese momento tanto por su descarada ferocidad, como por su práctica de saqueo y expolio sistemático de las riquezas del pueblo invadido, y, por último, la descarada justificación ideológica culturalista, supremacista y racista. El imperialismo fascista necesitaba apropiarse del máximo posible de riquezas de toda índole, incluido el arte, en el mínimo tiempo posible sin reparar en sufrimientos humanos, porque ésta es una de las dos formas factibles para mantenerse en el poder apoyando al gran capital y lograr la colaboración pasiva o activa de la población alimentada en parte gracias al salvajismo. Dejando el imperialismo anterior a 1922, tenemos Italia en Libia, Etiopía, Albania, Grecia…, Japón en Manchuria, China, Filipinas, Birmania…; España en Euskal Herria, Catalunya, Galiza…; Alemania…

El imperialismo actual es más complejo y astuto que el fascista de hace 74 años, y por ello más devastador e inmisericorde. Más complejo porque desde que «legalizó» el saqueo mundial imponiendo el Consenso de Washington de 1989, lo ha ampliado y diversificado: la dictadura de la deuda de los pueblos al capital financiero-especulativo; los expolios y la transferencia de valor realizados por las transnacionales; las guerras irregulares y alégales que proliferan; las guerras injustas de opresión y las justas de defensa; las «intervenciones humanitarias»; la política de «sanciones» a los pueblos y Estados que no obedecen al imperialismo…, terminando en las guerras convencionales como contra Irak, Yugoslavia, Libia, Siria, etc., grandes guerras regionales con la participación directa de terceros Estados, etc. Por último, y además del intento de imponer la Lex Mercatoria, no se puede ocultar el peligroso paralelismo entre la espiral de conflictos sociales y bélicos anteriores a las dos primeras guerras mundiales, y el contexto presente más explosivo y letal que los dos precedentes, por razones obvias.

Y seis, la creación de una élite sociopolítica integrada en la burguesía gracias al saqueo de bienes de la oposición interna reprimida y del expolio imperialista privatizado, corrupción estructural, pedidos a las grandes empresas, apropiación de donaciones al Estado… Arribistas, funcionarios, intelectuales, pequeños burgueses, técnicos de empresas, fascistas de base, militares, grupos cristianos… arramplaron con todo lo que pudieron para integrarse en la burguesía. Lo hicieron con impunidad, muy pocos de ellos devolvieron parte de lo robado y bastantes fueron cooptados en los servicios secretos y en sus ejércitos, y otros simplemente se adaptaron como «demócratas de toda la vida» en las burguesías y sus negocios, en la prensa y en los sistemas represivos «civiles» como jueces, fiscales, policías, abogados del Estado, etcétera. Los grupos cristianos permanecieron intocables. La incrustación de esta élite criminal en la sociedad burguesa «democrática» -la «desnazificación» fue cosmética- es una de las fundamentales razones que explican la pervivencia soterrada del fascismo y su reaparición posterior.

Ahora sucede otro tanto, pero a escala mundializada. La liberalización financiera impuesta por EEUU e Inglaterra en la mitad de los ’80 creó una élite de tiburones financieros, administrativos y consejeros salidos de empresas, universidades e instituciones; la implosión de la URSS creó una nueva burguesía muy relacionada con las mafias; la respuesta a los atentados del 11-S-2001 creó empresas de seguridad con patente de corso que expoliaron desde el crudo hasta obras de arte de valor incalculable pasando por el esclavismo sexual. Aunque la crisis de 2007 hundió a muchos de estos advenedizos, otros se asentaron dentro de la alta burguesía y el reforzamiento del capital especulativo de alto riesgo los ha multiplicado de nuevo. Todo ello acrecienta el contenido parasitario de la clase burguesa y las facilidades para el ascenso del fascismo en esos sectores dispuestos a todo con tal aumentar sus desorbitadas ganancias.

Tres:

Hemos visto qué es y cómo aumenta el racismo, y sus relaciones con el fascismo clásico y actual. Ahora mismo, en Euskal Herria sufrimos la impunidad fascista de múltiples maneras, cada vez más abiertas y públicas, como su presencia reciente en Bilbo, Altsasu, etc. ¿Cómo combatirlo? Esta pregunta se la hace el movimiento revolucionario desde antes de 1922 e incluso desde antes, desde que irrumpió en escena el bonapartismo en la mitad del siglo XIX para arbitrar en beneficio del capital mediante un cierto apoyo de masas alienadas. Responderlas correctamente fue vital desde 1922 hasta 1945, y lo vuelve a ser desde unos años porque el fascismo, como las víboras, ha cambiado de piel pero sigue con el mismo veneno. Peor aún, desde incluso antes de la llegada de Trump los fascistas ya estaban perdiendo el miedo a decir gritando lo que pensaban en voz baja, pero desde Trump ya no se callan.

La verdad es que el resurgimiento relativo pero alarmante del fascismo ha cogido desprevenido al grueso de las fuerzas sociopolíticas menos a la izquierda revolucionaria que venía advirtiéndolo desde hace tres lustros, como mínimo. Pero más alarmante es el fortalecimiento del bonapartismo en Polonia, Brasil, Italia, Hungría, Francia, Austria, Alemania, Reino Unido, Rusia, Tailandia, Turquía…, y por supuesto EEUU. Es más alarmante porque como hemos dicho arriba el bonapartismo puede ser la antesala del fascismo según cómo evolucione la lucha de clases. El gobierno español no es bonapartista, aunque declaraciones de Casado, presidente del PP, sugieren algunas tentaciones hacia esa forma de gobierno, reforzadas por la presión de Vox y Ciudadanos.

Tenemos que partir del hecho de que los grupos fascistas son la forma más cruda del nacionalismo español desquiciado por su decadencia en el capitalismo mundial, por la tendencia al alza de las reivindicaciones independentistas y de la lucha de clases. Somos las naciones trabajadoras oprimidas las que más nos jugamos en el ascenso del autoritarismo que llevaría a un hipotético bonapartismo en Madrid y de ahí a un fascismo en las condiciones del capitalismo actual, arriba expuestas. El pretendido reformismo del gobierno del PSOE, pazguato y falso, es la vía más rápida para el posible triunfo de la derecha más dura, antesala del fascismo si se dan las condiciones. Las claudicaciones ante el capital nunca han detenido al monstruo, pero siempre ha debilitado a sus víctimas. Recordemos que, a nivel estatal, las esperanzas del 15-M-2011 fueron defraudadas al poco tiempo al cegarlas en la oscuridad parlamentaria: la victoria del PP en 2015 cerró la primera fase. Con la caída de Rajoy se ha abierto la segunda fase que, si vuelve a fracasar, a defraudar, puede permitir que la derecha se endurezca aún más, se envalentone y se lance hacia el bonapartismo al llegar al poder, constando que el centro y el reformismo tienen más miedo a los pueblos y a las clases explotadas que al capital.

En sentido general, la lucha contra el fascismo debe empezar con la lucha contra el peligro bonapartista, que es su antesala en la mayoría de los casos, en otros, en la minoría, contra el peligro de un golpe de Estado fascista. Pero las naciones trabajadoras oprimidas ya malvivimos en un régimen de dictadura encubierta y de aparente democracia, lo que nos exige elaborar una estrategia propia que vaya directamente contra el fascismo. Por ejemplo, aunque el rotundo ridículo del acto de Vox en Bilbo, con poco más 200 asistentes, y el rechazo masivo de alrededor de 500 invasores de Altsasu, así como otros muchos ejemplos, muestran las dificultades actuales del fascismo para movilizarse públicamente en Hego Euskal Herría, no es menos cierto que, por un lado, son muchos los votos del nacionalismo español de derechas duras y más duras; por otro lado, son muchos los votos del nacionalismo español de centro-reformista; y por último, es sabido que el Estado español puede impulsar el terrorismo fascista cuando lo necesite. Con algunas diferencias, otro tanto sucede en el resto de naciones oprimidas.

La lucha contra el fascismo pasa por la defensa del independentismo socialista, por la crítica práctica de todas las expresiones del nacionalismo español en especial las más reaccionarias, pero sin menospreciar la lógica estatal inherente al nacionalismo republicano y estalinista, como se aprecia ahora mismo en Catalunya y otra escala en Galiza y el resto de pueblos oprimidos. Sería un error catastrófico en lo táctico poner al mismo nivel el nacionalismo fascista con el republicano, desde luego; pero en lo estratégico el error consistiría en no advertir que ese nacionalismo español republicano, de izquierda estatalista, porta una lógica de dominación latente que ha actuado en el pasado contras los derechos prácticos de los pueblos, que ahora se plasma en una relativización o rechazo incluso del derecho/necesidad de la independencia, y en la exigencia abierta o soterrada de que la única forma organizativa eficaz es estatal.

La lucha contra el fascismo ha de discernir cuidadosamente estos niveles, pero, a la vez, ha de, por un lado, multiplicar la solidaridad entre los movimientos internacionalistas; por otro lado, impulsar la autoorganización de focos de contrapoder popular; y, por último, ha de elaborar una estrategia revolucionaria hoy inexistente.

EUSKAL HERRIA 5 de noviembre de 2018

 

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