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Europa :: 08/10/2019

[Grecia] Feox: los piratas salvadores

Luz Modroño
El proyecto de estos dos hermanos puede naufragar si no encuentran ellos mismos pronta ayuda. Y un pedazo del corazón de esta pequeña isla dejará de latir.

Hay que aguzar el oído. Entre las sombras de la noche se oye el golpe sordo de unos remos que no quieren asustar a las estrellas. Se impone en silencio porque en él está en juego la esperanza. Y después de tantas horas como ya han pasado, después de un camino tan largo, del frío, del hambre, después de tanto miedo vivido un golpeteo sobre el agua más fuerte podría alertar a las autoridades y todo habría acabado.

Dos hermanos gemelos, Mihai y Antoni, piratas les llaman por su sempiterno pañuelo en la cabeza, llevan todo el día esperando la llegada de esa barquichuela que intuyeron al mediodía. Son apenas 8 kilómetros los que separan Turquía de Grecia. Los que separan la ausencia de futuro del sueño ansiado de llegar a Europa. Los gemelos llevan veinticuatro horas incansables esperando la llegada de ese nuevo barco cargado de personas que conjugan el frío y el hambre con la esperanza. También ellos tienen miedo. Miedo a que los que esperan no lleguen, a que la barca se hunda antes de tocar la costa. Sería el fin de ese largo viaje para muchos. No saben nadar y los chalecos salvavidas servirán de poco. Por fin, su oído acostumbrado a escuchar el canto de las cigarras en mitad de la noche siente el último golpe de remo contra la arena. Es en ese momento cuando dará comienzo la más frenética actividad: hay que ayudar a salir a toda prisa. Cada segundo puede ser vital. Una vez han llegado sólo hay que preocuparse de rescatarles, de conseguir que aguanten hasta el final. Algunos llegan con los labios morados. Antoni recuerda aquella noche en la que una mujer estuvo a punto de parir, la cabeza del bebé asomando entre la pelvis. Cada noche es distinta.

Corría el año 2016. Apenas había quien se ocupara de los que llegaban sin billete de barco ni pasaporte. Y en sus manos recayó la responsabilidad de rescatar a los que llegaban cargados tan sólo de sueños de futuro. Les tocó afrontar su presente. Durante meses y meses se convirtieron en piratas salvadores. Robaban al mar los cuerpos exhaustos de los que llegaban a Chios. Después les prohibieron seguir ayudando. Pero sobre el techo de su vieja furgoneta aún sigue el bote preparado. En la isla todos les conocen, todos les saludan. Para unos son los piratas; para otros, Alí Baba. Separados no se les distingue. Dos gotas de agua buena para calmar la sed de los que huyen. Todos les respetan porque no es posible no respetar a la bondad. Y eso es lo que asoma a sus ojos siempre sonrientes.

Por la mañana las cosas cambian un poco.

Son las 9 de la mañana. Poco a poco delante de la puerta del almacén que los Piratas abrieron para repartir ropa van concentrándose personas. Son un pequeño grupo de rasgos bien distintos. Una pequeña muestra de la enorme riqueza y variabilidad del ser humano, única especie que fue capaz de extenderse por todo el planeta. La tragedia vino después. Vino cuando unos pocos se apoderaron de lo que debía ser compartido por todos. Y así siguió hasta hoy. Vinieron guerras, hambre, peste… y seres humanos con el derecho a huir de todo ello. Los Pirata entienden que es una obligación de los demás ayudarles y compartir.

Fueron pescadores pero cuando comenzaron a llegar los primeros refugiados cambiaron las redes de pescar por la voluntad de salvar vidas arrebatándoselas al mar.

El almacén, warehouse, es bien conocido. Antes había menos control y los que nada tienen iban a él en busca de un abrigo, una chaqueta, un pantalón o un pijamita de bebé. Que todas las edades tienen los que nada tienen. Algún juguete también. Y los ojillos de dos pequeñas que no suman siete años se encienden al recibirlos. Iban sin cita previa y, nos cuentan, el caos era terrible. Después pensaron que era necesario buscar una fórmula que evitara ese caos y ahora hay que pedir cita previa por teléfono. No obstante, muchos siguen yendo sin cita y Antoni ayuda el ceño. Se niega a dar ninguna ropa si no tienen cita. Pero Alí Baba es fácil de convencer y acaba cediendo casi siempre.

Por allí pasan familias enteras. Muchas con bebés y niños y niñas de corta edad. Hay que entretenerles mientras sus madres o sus padres renuevan entre los montones de ropa que pronto acaba revuelta a pesar de nuestros desvelos por mantener algo de orden. No importa, volveremos a recolocarla porque mañana será otro día y está bien que los que nada tienen puedan encontrar con que vestirse. Porque al warehouse no se va a buscar sólo un pantalón o una camiseta. Se va también a encontrar la risa, el abrazo y el calor de dos hermanos que han hecho de su vida un canto a la libertad y la esperanza. En unos meses, Mihai otra a trabajar a España. El proyecto de estos dos hermanos puede naufragar si no encuentran ellos mismos pronta ayuda. Y un pedazo del corazón de esta pequeña isla dejará de latir.

elobrero.es

 

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