Zelensky contra el alcalde: la importancia de Odessa


La semana pasada, Volodymyr Zelensky se destacó por unas declaraciones extrañas. "Zelensky «no está satisfecho» con la defensa de las instalaciones energéticas de Kiev", titulaba The Kyiv Independent, que citaba al presidente/dictador afirmando que "no podemos usar misiles Patriot contra drones" y añadiendo "¿qué preguntas tengo para el alcalde? Podría decirle ahora lo que pienso sobre todo esto, pero no lo haré".
Aunque incluso The New York Times proclamó hace meses "el retorno de la política", la guerra sigue siendo la cobertura perfecta para que Zelensky sienta casi total impunidad para acusar a los escasos rivales que aún mantienen puestos políticos de aquello de lo que no son responsables. El oponente más claro del actual presidente es Valery Zaluzhny, cómodamente apartado de la escena política gracias al exilio de oro en la embajada ucraniana en el Reino Unido, donde las malas lenguas afirman que ya mueve hilos para preparar una futura candidatura a la presidencia.
La lealtad militar del exlíder de las Fuerzas Armadas impide, por el momento, que Zaluzhny haya dado pasos hacia un discurso más político, por lo que el aparente pacto de no agresión entre el embajador y el presidente se mantiene. La situación es diferente en el caso de quienes mantienen su feudo, como ocurre en Kiev, donde extrañamente es el alcalde, Vitaly Klitschko quien tiene la responsabilidad de proteger los cielos.
La hostilidad de Zelensky hacia Klitchko, al igual que las tentativas de la Oficina del Presidente de arrebatarle la alcaldía, precede en muchos años al inicio de la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania y, como muestran las periódicas acusaciones al alcalde -en ocasiones verdaderamente increíbles-, no ha decaído con la guerra. Es más, los intentos de deslegitimación han aumentado en estos años en los que Zelensky ha tratado de minar las posibilidades de futuro de toda aquella figura política con potencial de hacerle sombra (y quitarle la posibilidad de seguir enviando cincuenta millones de dólares por mes a Dubai, según afirmó la congresista estadounidense Anna Paulina Luna).
La situación es ligeramente diferente en Odessa, donde el régimen ha actuado esta semana. Aunque lejos del poder político central, la ciudad portuaria no es solo la joya de la corona del sur de Ucrania, como lo era de la Unión Soviética, sino el puerto clave para el país en un momento en el que la escasa salida al mar Negro que le queda es aún más importante que en la paz. Precisamente por su ubicación y por sus infraestructuras portuarias, fuente de grandes negocios y foco habitual de la corrupción vinculada a la importación y exportación, Odessa ha sido siempre un lugar atractivo para quienes buscaban hacer dinero con la política.
Ahí tuvo su feudo temporal como gobernador, hasta que su relación de amistad con Petro Poroshenko pasó a ser de odio político, Mijaíl Saakashvili y allí lleva rigiendo durante más de una década como alcalde Gennadiy Trujanov. Una figura con cierto toque siniestro, el alcalde de Odessa ha seguido la evolución que se esperaba de quienes son conscientes de que la única ideología con la que perpetuarse en el cargo es el oportunismo.
En 2014, Trujanov formaba, junto al igualmente camaleónico entonces alcalde de Kiev Gennadiy Kernes, la dupla de la que se anticipaba que mantuviera cierta continuidad para el sector político antes representado por el derrocado Partido de las Regiones. En realidad, ninguno de los dos buscó convertirse en oposición política en un momento en el que esa postura requería de coraje político y exponía a las personas a la justicia vengativa del régimen y de la extrema derecha callejera, con presencia relevante en ambas ciudades.
Sin embargo, Trujanov, intentando presentarse como un centrista que no renegaba exactamente de Rusia, pero que rechazaba cualquier acercamiento para evitar ser acusado del peor de todos los pecados, la etiqueta de prorruso, se ha mantenido en el cargo. Pese a los ataques que ha sufrido desde el centro del poder, Trujanov ganó las elecciones anticipadas de 2014, las de 2015 y las últimas en 2020 -las dos últimas con mayoría absoluta derrotando al representante del partido de Poroshenko en las primeras, al del partido del alcalde de Lviv, entonces en alza, en las segundas y al candidato del partido de Medvedchuk, entonces principal partido opositor, en las de 2020.
En prácticamente toda Ucrania, proceder del Partido de las Regiones de Viktor Yanukovich ha sido una sentencia política que solo quienes han modificado radicalmente su discurso, como Oleksiy Honcharenko, que pasó del partido de Yanukovich al de Poroshenko, han podido superar. Sin embargo, en una ciudad como Odessa, Trujanov ni siquiera tuvo que preocuparse de ello hasta febrero de 2022.
Una ciudad con identidad propia y en la que la bandera dominante en cada movilización no era la azul y amarilla de Ucrania sino la tricolor local, Odessa vivió de forma muy diferente los años transcurridos entre el golpe del Maidán de febrero de 2014 en Kiev y la guerra contra Rusia de ocho años después, cuando, de repente, se vio situada en la primera línea de un frente que finalmente no existió, ya que el temido desembarco anfibio ruso que se anticipaba prácticamente a diario no se produjo.
Fue entonces cuando Trujanov cambió su discurso y comenzó a presentarse como la más firme figura antirrusa que escenificó con portadas como aquella en la que, en blanco y negro, portaba una pistola, o con su acercamiento a Valeriy Zaluzhny. Sin embargo, hasta entonces, la realidad de la ciudad había permitido tener una postura moderada y matizada hacia Rusia, la guerra en Donbass y el nacionalismo ucraniano.
El hecho de que incluso ahora, cuando la ola nacionalista parece haber cubierto todo el país, las banderas ucranianas sean un elemento limitado incluso en las conmemoraciones en la ciudad, indica que esa identidad propia se mantiene. Como muestran la prominencia de la lengua rusa frente a la ucraniana, los resultados electorales y que haya sido ahora, en que Ucrania está perdiendo definitivamente, cuando ha comenzado el proceso de descomunización de los monumentos vinculados a Rusia -en los tiempos de Saakashvili solo se retiró, y no sin obstáculos, la única estatua de Lenin que quedaba en la ciudad-, Odessa nunca ha sido un centro del nacionalismo ucraniano.
La situación era aún más clara en el caso del nacionalismo radical, que necesitó de la llegada de efectivos desde Járkov para poder derrotar -eso sí, con la saña y la violencia que pudo verse el 2 de mayo de 2014 cuando asesinaron a 50 smanifestantes en la Casa de los Sindicatos- a los activistas del Campo de Kulikovo. Aunque siempre con cierta protección de la policía, los grupos de radicales, fundamentalmente el Praviy Sektor, entonces liderado por el ahora activista militar Serhiy Sternenko, o Demian Hanul, dedicado a la destrucción de monumentos soviéticos y asesinado el pasado 14 de marzo, eran poco más que bandas callejeras de unas docenas de efectivos. Su poder, basado en la violencia y la impunidad que les garantizaba la protección del Estado, hacía, sin embargo, que su fuerza fuera mucho mayor que su representatividad.
El nacionalismo se salió con la suya el 2 de mayo de 2014, fue capaz de mantener en prisión durante años a personas que siempre se supo que serían declaradas inocentes y condenó a la mayoría de la ciudad a ocultar sus simpatías a base de amenazas. Sin embargo, nada de eso pudo hacer que la ciudad optara por candidatos nacionalistas. Ahora, la guerra ha dado al régimen la oportunidad que deseaba para intervenir en la política y forzar un cambio de rumbo por medio de actos de, cuando menos, dudosa legalidad y escaso valor democrático. Sus intentos de aproximarse a las posturas nacionalistas no han sido suficientes para que el alcalde Trujanov se mantuviera al margen de un juego político que se limita a la lucha de la Oficina del Presidente con aquellas figuras que no se han rendido completamente a la voluntad de Zelensky.
Los intentos de despojar a Trujanov de la alcaldía por medio de causas penales -algunas de ellas perfectamente verosímiles, aunque no excesivamente diferentes a la corrupción que se permite a oficiales cercanos o al propio Zelensky- no había conseguido el objetivo, por lo que finalmente se ha optado por la artillería pesada. Esta semana, el régimen ucraniano anunciaba que "Odessa merece una mejor defensa" y se escudaba en la nacionalidad del alcalde para cesar, por decreto, a quien ha obtenido su puesto por medio de las urnas.
Odessa merece un gobierno militar liderado por una figura cercana al SBU (Servicio de Seguridad de Ucrania) en lugar de a la persona que eligió libremente en unas elecciones. Para un país y un régimen que dicen estar luchando en una guerra en la que se enfrentan democracia y autoritarismo, la actuación ha de resultar curiosa.
La forma con la que Ucrania va a lograr finalmente deshacerse de Trujanov no será la corrupción o las acusaciones de actuación mafiosa que siempre han llegado desde el nacionalismo, sino el crimen más grave que actualmente puede cometerse en el país, el de la nacionalidad. Hasta el pasado verano, toda doble nacionalidad estaba prohibida en Ucrania, aunque como en una ocasión se jactó Kolomoisky, oligarca y primer patrón de Zelensky, nadie prohibía tener tres pasaportes. En julio, la modificación de la ley permite la doble nacionalidad en algunos casos -como en el de los hijos de la diáspora, población a la que Zelensky aspira a atraer al país-, pero prohíbe específicamente mantener la nacionalidad rusa. La pena es la retirada de la nacionalidad ucraniana, un paso muy útil en el insólito caso de recuperación de los territorios del sur, cuando se convertiría en una herramienta perfecta para tratar de expulsar a población local indeseada.
En realidad, la ley sobre la prohibición de la doble nacionalidad se ha aplicado selectivamente y solo en los casos en los que era útil contra rivales políticos. El lunes, el SBU publicó la imagen del supuesto pasaporte ruso de Gennadiy Trujanov, un documento con su fotografía, el nombre mal transliterado y una fecha de caducidad de este año. Zelensky firmaba el decreto de anulación de la nacionalidad ucraniana, con lo que, pese a su intento de aferrarse al puesto, la posición de Trujanov al frente de la alcaldía de Odessa será imposible.
En esta historia en la que todas las partes mienten, Trujanov afirma que jamás ha obtenido la nacionalidad rusa, algo demostrablemente falso, ya que el todavía alcalde de Odessa obtuvo su pasaporte ruso en 1992 en Daguestán cuando aún era capitán del ejército. En 2017, un tribunal de Sergiev Posad determinó la ilegalidad de la obtención de esa nacionalidad, que fue revocada.
Lo burdo de la historia de Trujanov fue superado con creces por el trabajo del SBU, que publicó un pasaporte que rápidamente fue percibido como falso incluso por quienes están dispuestos a creer cualquier alegación que llega de Kiev, como el periodista de investigación búlgaro Christo Grozev, veterano de medios occidentales de marcada tendencia antirrusa y quien sigue alegando que Vladimir Putin ha ordenado su asesinato.
"Hoy, el Servicio de Seguridad Nacional (SBU) de Ucrania anunció que el presidente Zelensky revocó la ciudadanía ucraniana del alcalde de Odesa, Gennadiy Trujanov. El motivo, alegado por el SBU, fue que en 2015 el alcalde obtuvo un pasaporte ruso, supuestamente válido hasta finales de 2025. Sin embargo, este documento es manifiestamente falso y probablemente se originó en una medida activa de Rusia contra el alcalde en ejercicio", escribió. Naturalmente, la culpa del lamentable trabajo de falsificación del SBU ha de ser de la Federación Rusa. Y aun así, el argumento no ha sido suficiente para Serhiy Sternenko, el exlíder local del Praviy Sektor y ahora cercano al SBU, que nunca consiguió convertir Odessa en base nacionalista y que parece dispuesto a todo con tal de deshacerse de sus viejos enemigos.
"Nunca imaginé que Christo Grozev protegería a un miembro de la mafia internacional y ciudadano ruso, Gennady Trujanov, quien ordenó matarme y persiguió a muchos otros activistas en Odesa. ¡Qué vergüenza!", escribió en las redes sociales. Evidentemente, para quienes justificaron el uso de la violencia y el asesinato como herramienta política, todo está justificado. Lo que haga falta para hacer de Odessa un feudo nacionalista, aunque sea por imposición del SBU.
slavyangrad.es