El otanismo desmemoriado de Sánchez

Pedro Sánchez ha caído oficialmente en desgracia tras la humillación a la que fue sometido por la plana mayor de sus socios la semana pasada en la cumbre de la OTAN. El derrumbe de su "prestigio" de cartón piedra, predecible para cualquiera que sepa de mitología y desengaños humanos, está siendo antológico. Sánchez ha pasado de ejercer de antiguo escort de lujo de la OTAN, y de organizar una cumbre para sus amos en el Museo del Prado con el fin de declararle la guerra a Rusia delante de Las Meninas, a verse rebajado a la condición sirviente, condenado a masajearle los pies a Trump y a mendigar las sobras que de Rutte y Von der Leyen tengan a bien arrojarle.
Sánchez ha sido siempre un hombre fiel a los ideales otanistas. Pasó en tiempo récord de querer eliminar el Ministerio de Defensa a convertirse, una vez investido en presidente, en uno de los malotes oficiales --es decir, en uno de los tontos útiles-- de la Unión Europea. Sánchez despreció desde el primer día de su mandato los intereses geopolíticos de nuestro país presuntamente soberano (que, no lo olvidemos, tiene un pie en el norte de África y otro en Hispanoamérica) y se lanzó a escupir proclamas belicistas contra "el enemigo ruso" con el descarado objetivo de convertirse él mismo en el Secretario General de la OTAN que exigiese a los demás pagar el 5% de su PIB y llamase a Trump "papito" con mayor legitimidad (por ser hispano) que la que tiene el desalmado Rutte. En resumidas cuentas: la negativa de Sánchez de destinar el 5% del PIB a gastos de defensa, pese a haber firmado con luz y taquígrafos, como ordenó Trump, un acuerdo al respecto que nos compromete para los próximos diez años, es una de las acciones más irresponsables llevadas a cabo por un presidente en mucho tiempo.
Si Sánchez tuviese algo de dignidad y quisiera redimirse, aunque fuera solo teatralmente para morir matando a quienes lo menosprecian, debiera dar uno de sus giros derviches de 365 grados y empezar a hacer campaña para que España, en aras de una neutralidad que le corresponde manera natural, se saliese inmediatamente de la OTAN. La berlanguiana cumbre otanera de la semana pasada ha demostrado que el principal peligro que afronta España (y, en general, Europa) es la OTAN, que ya ni se pone frenos a la hora de adoptar una retórica mafiosa con la que humillar de manera sádica a sus socios delante de todo el planeta. Trump no solo se ha reído de Europa, a la que conminó a gastar el 5% de su PIB en comprar exclusivamente armas estadounidenses como las lanzadas contra Irán, sino que se negó a nivel fáctico a refrendar el artículo 5 de la OTAN, que aseguraría una intervención conjunta en caso de que alguno de los miembros fuese agredido. La OTAN, un antiguo tanque sin apenas munición, se revela ante todos nosotros de manera abierta como una plataforma para la extracción masiva de rentas europeas destinadas a una industria como la armamentística, que además de ser en gran medida americana, no proporciona réditos algunos en el futuro. Si de alguien nos protege la OTAN es de ella misma, pero su poder se ha limitado tanto, que más que temerla debiéramos torearla como el avejentado morlaco que es.
En este sentido, más preocupante aún que el vaciamiento gangsteril de nuestras arcas presupuestarias (entre la corrupción y la OTAN los españoles vamos camino de volver a los tiempos de la posguerra), es la suicida situación geopolítica en que queda Europa, pero mayormente España, en el actual mundo multipolar. No se entiende la sumisión europea a la OTAN, es decir a los intereses de unos EEUU claramente en declive, más que por una confabulación oligárquica entre élites ápatridas que busca vendernos al mejor postor. El caso de España es aún más sangrante, pues si algún rol tenemos en el mundo de hoy y mañana es el de negociar a diferentes bandas en base a nuestra neutralidad (defendida por Alfonso XIII y Franco, tanto en la Primera Guerra Mundial como en la Segunda), fruto de una situación geográfica e histórica de excepción.
No tenemos más remedio que concienciarnos de que afrontamos una situación imposible, pues aunque es imperativo tener miedo a Sánchez, también lo es tenerlo a Feijóo o a cualquier otro "escort de lujo" otanista de los disponibles hoy en día en el catálogo político español para ejercer las funciones de presidente. No hay nada más peligroso para nuestro país que un "líder" presuntamente español jugando a ser americano para proclamarse de esta manera moderno y europeo y, por lo tanto, enemigo del sentido común de un pueblo como el español que no debiera pedir permiso a nadie para existir, pero tampoco someter la existencia de ningún país (aún menos de toda una civilización como la rusa) a degenerados vasallajes. El europeísmo, indisociable del otanismo, ha sido la plaga de la democracia española.
Pero el aquelarre otanero de la semana pasada no solo ha sido calamitoso para Sánchez. Pese a toda la pompa y boato con la que se ha desarrollado, lo cierto es que los ilustrísimos dignatarios que participaban no podían disimular su melancolía, arrastrando los pies por la moqueta roja, y añadiendo con cada nueva alocución un lamento más al réquiem de la modernidad. Si por algo pasará a la historia la cumbre de La Haya es por ser una letanía occidental última con aroma a cambio de régimen global.
Trump, que venía de perder los pulsos más relevantes de su segundo mandato, llegaba a esta sesión de terapia grupal con la sana intención de sacudirse la decadencia a costa de la idiotez de sus homólogos europeos, a los que lleva humillando (con buenas razones) desde enero. EEUU ha perdido la guerra con el oso ruso, no consigue doblegar la voluntad del dragón chino, y por si fuera poco, la caterva trillonaria de Wall Street, Silicon Valley y el complejo militar industrial han devuelto al hombrecillo de raza naranja a la cruda realidad. Por todo ello, esta cumbre ha sido puramente analgésica y relajante para Trump. Ha podido disfrutar una vez más del trono reservado al "Daddy" Supremo. Es cierto que sus faldones están apolillados y el dosel que lo resguarda agujereado, pero la mera sensación de pasear por sus menguantes dominios bajo palio, mientras acaricia el pelaje de sus caniches europeos, le permite evocar la grandeza de otros tiempos, cuando todo era sencillo y el mundo otanero feliz, evangelizando a los salvajes, democratizando a bombazos a todos esos pueblos bárbaros separados a años luz de nuestras fronteras.
De esta manera, poco a poco, las aguas han vuelto a discurrir por la pestilente acequia otanista. La farsa ya se ha acabado. El escuálido caniche europeo ya no tiene que esforzarse en hacer aspavientos y simular indignación. La fachendosa "autonomía estratégica" europea, el plan Re-Arm Europe 2030, al final no era más que esto; alimentar al kraken militar industrial yankee a costa del paganini europeo. Ese patriotismo europeo de emergencia, preconizado por las élites intelectuales más desvergonzadas (recuerden a nuestro ilustre Javier Cercas proclamando a lo Millán-Astray que "aquí se hace Europa o se muere") no era más que fachada. Se trataba, para sorpresa de nadie, de un mero decorado levantado de urgencia, un atrezzo infame para concitar apoyos de las respectivas parroquias de rojos y azules que suelen participar de la liturgia democrática como meros elementos decorativos de las primarias del partido único PP-PSOE.
El problema es que las armas no son como los votantes. Las armas no son elementos ornamentales y suelen comprarse para ser usadas. Hemos podido ver, por ejemplo, cómo la cacareada tregua entre Irán e Israel, tras la irrupción ilegal (más teatral que otra cosa) del hombrecillo de raza naranja en el conflicto entre Irán e Israel, está sirviendo para armar a los proxies en Oriente Próximo hasta los dientes. Israel, claro perdedor moral de esta escalada, reveló andar seco de antimisiles, y mostró que su Cúpula de Hierro se asemeja más bien a un colador. Irán no se ha quedado atrás y se ha hecho con una fuerza aérea de 200 cazas J-10, muy amablemente cedidos por Xi Jing Ping, quien pone, por eso de desconcertar y asustar a un mismo tiempo, cara de póker. Ya saben lo que se suele decir: si vis pacem, para bellum ("si quieres la paz, prepárate para la guerra"). China sabe muy bien que, desde su nueva posición de metrópolis del nuevo orden mundial, los confines del heartland del viejo MacKinder se han acercado peligrosamente a sus fronteras, situando su epicentro en Oriente Próximo con dirección a Taiwan. Con la cuestión ucraniana ya amortizada, y los planes de urbanismo genocida de Trump y Netanyahu en Gaza a medio resolver, las potencias del viejo y el nuevo orden se citan en el medio plazo para saldar cuentas.
Por muchos altos el fuego que se declaren, la paz no conviene a nadie de momento, salvo a los europeos, que desconocedores de su irrelevancia siguen buscando nuevas fórmulas para agradar a "Daddy Trump", sin que la opinión pública se entere del todo. Esto no es muy diferente a lo que hace Sánchez, cuyo sorprendente antibelicismo no puede más que considerarse como meramente táctico. Nuestro arrebatador presidente, consciente de que la belleza es caduca y de que su labor como chico de los recados del antiguo globalismo bideniano está tocando a su fin, ha decidido tratar de salvar los muebles de la legislatura, y de paso, hacer de avanzadilla a los planes de Trump en Oriente Próximo. Netanyahu resulta molesto a todos, incluso a los propios sionistas, y todo indica que los movimientos para quitárselo de en medio están en marcha. Netanyahu, más acosado por su propia corrupción que el propio Sánchez, había fiado al exterminio de sus vecinos su supervivencia política, y con el plan genocida a punto de concluir, parece que se acabaron los aplazamientos de sus juicios por corrupción. "¡Esto es todo, Bibi!", podríamos decir, parodiando a los Looney Tunes. Quizás ahora resulte más comprensible la pretendida gallardía y audacia de Sánchez reconociendo el Estado de Palestina, que tan útil resulta para los planes del Gaza Resort ideado por Trump.
No sería de extrañar, de hecho, que Sánchez hubiese diseñado como un acto de sumisión anticipado a Trump la cumbre de la OTAN de Madrid de hace un par de años. Fíjense, si no, en ese atentando contra el patrimonio artístico español que supone la ya referida imagen de los líderes del mundo libre posando delante de Las Meninas. Pese a toda la arrogancia que les es connatural, no están colocados en el lugar regio que correspondería (según el juego barroco de Velazquez) a un mismo tiempo a los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, y al espectador, sino que dejan este sitio libre para que lo ocupe alguien en el futuro (¿el daddy-chulo Trump?). Ellos, sumisos y obedientes adoptan la posición de las infantas pero, sobre todo, de los enanos bufones Maribárbola y Nicolasito Pertusato (este último tiene toda la pinta de ser clavado al Emmanuel Macron de catorce años que sedujo a su efebofílica y adúltera profesora). El rol de los países europeos en la OTAN no es, de hecho, otro que el de posar como eternas y degeneradas infantas sospechosas de hemofilia, mientras que el de España es el de ser, con mucha suerte, el bufón Calabacillas.
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