Los de arriba ganan en las urnas. Los de abajo seguimos teniendo las calles

x Jesús García Blanca - kefet@telepolis.com

“Si la situación es tan inquietante como para votar a gente tan poco de fiar, es que es tan inquietante como para hacer algo más que votar a gente tan poco de fiar”
Anton Corpas

Los resultados electorales confirman dramáticamente algo que ya sabíamos de sobra pero que acabamos de sufrir con dolorosa intensidad: es mentira que disfrutemos de una democracia en la que el pueblo elige libremente a sus gobernantes. Y es mentira –entre otras muchas razones- porque elegir libremente supone responsabilidad, y la responsabilidad exige formación e información previa, condiciones estas ausentes en el contexto que nos han diseñado quienes querían seguir ostentando el poder a cualquier precio.

Las calles y las urnas son dos campos de batalla diferentes
El pretendido efecto “Guerra-no” no se ha producido en absoluto. El efecto “Prestige” ha quedado parcialmente circunscrito a Galiza. Del resto de las tropelías del PP, sólo el Plan Hidrológico parece haber movido un poco las urnas en Aragón, especialmente en Zaragoza.
La explicación es muy sencilla: entre las multitudes que salieron a la calle para protestar contra la matanza en Iraq había dos grupos nítidamente diferenciados: los que salieron sólo porque el eslogan era tan genérico que el mismísimo Javier Arenas –recuerden- lo suscribió públicamente; y los que salimos a pesar de lo moderado del eslogan, los que nos escapábamos muy por la izquierda de las consignas pero estábamos encantados con que las calles se llenaran de gente diciendo NO a algo.
En el primer grupo había –cómo no en esa multitud tan apabullante- numerosos votantes del PP que han vuelto a votarlos. En el segundo grupo había una multicolor muestra de colectivos antisistema que han vuelto a abstenerse –o que han optado por solidarizarse con las candidaturas prohibidas en Euskal Herria.

El PPSOE se mantiene
Dos constataciones generales. Primera: el PPSOE mantiene sus posiciones, con 34 y pico y con los porcentajes del 99. Segunda: la abstención roza esos porcentajes –32 y pico.
¿Qué importancia tienen unos votos más por allá o unos pocos menos por acá? Lo que importa es que los dos partidos mayoritarios –los del Pacto por la Justicia, los del Pacto contra el Terrorismo, los que han coincidido mil veces contra los ciudadanos- están de acuerdo en lo esencial que es mantener el status quo que permita la perpetuación de las relaciones de poder pactadas con la transición.
El resto son meras anécdotas.

Gallardón y la Aguilar
Son almas gemelas.
Ambos constituyen la última esperanza de sus respectivas formaciones políticas en ciudades claves.
Ambos han ganado en las urnas de forma aplastante –como se preveía.
Sobre ambos pesa un aura de candidatos para las generales.
Ambos han ganado porque no parecen lo que son... o no son lo que parecen.
Ambos son testigos de la despolitización que sufrimos: ambos se arrastran (o hacen como que lo hacen que para el caso es lo mismo) hacia el centro, ese lugar ideal, zona cero del espectro político, es decir, el territorio de la despolitización).

Breve teoría de la Abstención
Otra cosa que teníamos muy clara y que en estas elecciones ha quedado matemáticamente ilustrada es que la abstención corresponde a los colectivos y personas más conscientes de la perversión del sistema, del engaño de las instituciones, de la mentira fundacional “la soberanía reside en el pueblo”.
Las cifras son indiscutibles hasta para los que no somos de ciencias. A falta de un análisis pormenorizado, veamos tres ejemplos ilustrativos:

· La media estatal de abstención se ha situado en un 32’64%.
· En Barcelona, donde la izquierda nacionalista ha subido espectacularmente, también se ha producido una abstención espectacular: nada menos que un 41’03%.
· En Marinaleda, donde la opción de izquierda radical de Gordillo en el poder ha creado suficientes espacios de participación social y política, la abstención cae en picado: 10’39%.
· El contraste con Córdoba salta a la vista: el izquierdismo centrista de la Aguilar dispara la abstención por encima de la media estatal –y de la andaluza- hasta un 38’58%.

Euskal Herria: el triunfo de la rebeldía
Los miles de votos “nulos” depositados en Araba, Gipuzkoa, Bizkaia y Nafarroa, junto a los que se han depositado en otras zonas del Estado son la expresión más pura de la rebeldía. Esos miles de personas –a los que cabría aplicar la sentencia de Octavio Paz rescatada por Manuel Rivas(1) a propósito de Muxia: “Los disidentes son la honra de nuestro tiempo”- esos miles de disidentes lo son porque han optado por una opción más radical que la abstención, han optado por votar lo que no existe.
¿Cabe mayor demostración de pensamiento utópico, de desobediencia, de que existen motivos para la esperanza a pesar de los negros tiempos que se avecinan?

Causas inmediatas
Poco o nada tengo que añadir a las razones inmediatas que vienen apuntándose desde diferentes ámbitos de reflexión a esta situación de estancamiento generalizado que asoma tras cada contienda electoral: clientelismo, manipulación mediática, ignorancia, indolencia, miedo... y –por qué no- dos hitos históricos determinantes: la victoria de Franco en el 39 con la subsiguiente limpieza ideológica; y la quema de ilusiones a gran escala llevada a cabo por el PSOE tras su llegada a la Moncloa.

Raíces profundas
Sin embargo, quiero insistir en lo que hay por debajo de esas causas que a su vez son consecuencias.
Debajo están las raíces, por supuesto.
Y las raíces tienen que ver con las estrategias de control que constituyen elementos centrales de la dinámica del Poder, no del poder de tal o cual partido de turno; del Poder de siempre y para siempre, del Poder que se ejerce desde el comienzo de la civilización, de las estructuras de carácter que aseguran la servidumbre de las mayorías, de los mecanismos que perpetúan esas estructuras a través de la crianza, la educación y la modificación constante de los discursos.

Aquí y ahora
Claro que actuar sobre las causas profundas es mucho más difícil, más laborioso, menos gratificante, pero infinitamente más importante si queremos transformar la sociedad.
Y lo primero es abandonar la falsa dicotomía izquierda-derecha. La batalla es entre los de arriba y los de abajo. O lo que es lo mismo: entre lo superficial y lo profundo; entre aceptar el campo de batalla que nos dan y desgastar nuestras energías rascando décimas de puntos en las urnas o decidir nuestro campo de acción y trabajar para hacer posible construir otro contexto que se oponga a sus designios.
Tenemos que pensar con la vista puesta en otra generación.
Y entretanto, nos queda la calle.
Están las victorias electorales y están las victorias morales –que sólo en contadas ocasiones coinciden. Las primeras lo son según las reglas de juego de una democracia a la medida de unos pocos; las segundas lo son a pesar de las reglas.

Notas:

1. La prestidigitación de Aznar y el caso Galicia”. EL PAIS, 28 de enero de 2003.

Publicado en Cadizrebelde, 66
[03/06/03]

 
       

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