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Estado español :: 28/11/2007

71 aniversario de la muerte de Durruti: "Nuestro campo de lucha es la revolución"

Teo Navarro
Esta frase ilustra cabalmente el pensamiento y la acción de Buenaventura Durruti, el gran revolucionario anarquista fallecido el 20 de noviembre de 1936,al día siguiente de caer mortalmente herido de bala en la Ciudad Universitaria de Madrid, donde había acudido al frente de los 3.000 milicianos de su columna para participar en la defensa de la ciudad.

Un defensor implacable de la revolución

Durruti, guiado por un “sano empirismo”, por un irreductible instinto de clase que nunca abandonó, jamás aceptó disociar guerra y revolución. Desde las filas del anarquismo Durruti se posicionó siempre en defensa de la revolución como único camino para derrotar al fascismo frente a quienes, como Federica Montseny o García Oliver, acabarían participando del gobierno del Frente Popular, sometiendo a los trabajadores a los dictados de la burguesía “democrática” en nombre de la “unidad antifascista” y preparando con ello las condiciones para el triunfo de la contrarrevolución.

Ilustrativo de la firmeza de sus posiciones y de la denuncia de la contrarrevolución en las filas republicanas fue el discurso radiofónico que desde el frente de Aragón transmitió a través de Radio CNT-FAI el 4 de noviembre de 1936, pocos días después de que la Generalitat aprobara el decreto de militarización de las milicias y el mismo día en que cuatro dirigentes anarquistas entraban como ministros en el gobierno de Largo Caballero. Escuchado por miles de trabajadores, Durruti, que había estado en primera fila en la organización del Comité de Milicias Antifascistas, el poder efectivo en los primeros tiempos de la revolución en Cataluña, afirmaba ahora desde el frente: “Nos dirigimos a la CNT-FAI para decirles que si como organización controlan la economía de Cataluña, deben organizarla como es debido. (…) El fascismo representa y es, en efecto, la desigualdad social. Si no queréis que los que luchamos os confundamos a los de la retaguardia con nuestros enemigos, cumplid con vuestro deber. La guerra que hacemos actualmente sirve para aplastar al enemigo en el frente, pero ¿es éste el único? No. El enemigo es también aquel que se opone a las conquistas revolucionarias y que se encuentra entre nosotros, y al que aplastaremos igualmente. (…) Si esa militarización decretada por la Generalitat es para meternos miedo y para imponernos una disciplina de hierro, se han equivocado”.

Como señala Agustín Guillamón: “Al oponerse a la militarización de las milicias, Durruti personificaba la oposición y resistencia revolucionarias a la disolución de los comités, a la dirección de la guerra por la burguesía y al control estatal de las empresas expropiadas en julio. Durruti murió porque se había convertido en un peligroso obstáculo para la revolución en marcha” (Cuadernos de Balance nº 25).

Enemigo del poder burgués y del colaboracionismo de clase

El 25 de julio, poco antes de la partida con su columna hacia el frente de Aragón, Durruti fue entrevistado por un periodista canadiense. Allí Durruti sintetiza su visión de la revolución y muestra una concepción opuesta por el vértice a la que apenas unos meses después llevaría a García Oliver y otros dirigentes anarquistas al gobierno de Frente Popular.

Durruti afirma en la entrevista: “Todos los trabajadores de España saben que si triunfa el fascismo vendrán el hambre y la esclavitud. Pero los fascistas también saben lo que les espera si pierden (…). Estamos decididos a terminar de una vez por todas (con el fascismo) y ello a pesar del gobierno”. Y abundando sobre esa complicidad del gobierno burgués republicano, extremadamente débil todavía durante los primeros días de la revolución que desencadenó el levantamiento fascista, Durruti añadía: “Ningún gobierno del mundo pelea contra el fascismo hasta suprimirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se le escapa de las manos, recurre al fascismo para mantener el poder de sus privilegios. Y esto es lo que ocurre en España. Si el gobierno republicano hubiera deseado terminar con los elementos fascistas, hace ya mucho tiempo que hubiera podido hacerlo. Y en lugar de eso, temporizó, transigió y malgastó su tiempo buscando compromisos y acuerdos con ellos. Aún en este momento, hay miembros del gobierno que desean tomar medidas muy moderadas contra los fascistas”.

Cuando el periodista le preguntó “Largo Caballero e Indalecio Prieto (los principales dirigentes del PSOE entonces y miembros del gobierno constituido tras el levantamiento militar) han afirmado que la misión del Frente Popular es salvar la república y restaurar el orden burgués. Y usted, Durruti, me dice que el pueblo quiere llevar la revolución lo más lejos posible, ¿cómo interpretar esta contradicción?”, la respuesta de Durruti es contundente: “El antagonismo es evidente. Como demócratas pequeñoburgueses, estos señores no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, está cansada de que le engañen. Nosotros luchamos no por el pueblo, sino con el pueblo, es decir, la revolución dentro de la revolución. Nosotros tenemos conciencia de que en esta lucha estamos solos y no podemos contar más que con nosotros mismos. Para nosotros no quiere decir nada que exista una Unión Soviética en una parte del mundo, porque sabíamos de antemano cuál era su actitud en relación a nuestra revolución. Para la Unión Soviética lo único que cuenta es su tranquilidad. Para gozar de esa tranquilidad Stalin sacrificó a los trabajadores alemanes a la barbarie fascista. Antes fueron los obreros chinos quienes fueron víctimas de este abandono…”.

Un ejemplo para futuros embates

Con Durruti moría el dirigente que, a su manera, mejor expresaba cómo combatir al fascismo desde un criterio de independencia de clase, a diferencia del colaboracionismo frentepopulista de la dirección anarquista.

Durruti fue un factor de primer orden en el papel de la clase obrera en Catalunya en julio de 1936. Pero Durruti, como ocurre con las personalidades en la historia, no cayó del cielo. Personificaba la tradición revolucionaria de la clase obrera. Su enorme popularidad entre la clase trabajadora, reflejada en el entierro multitudinario en Barcelona el 22 de noviembre de 1936, muestra esa identificación. Su muerte fue sin duda un golpe objetivo al proceso revolucionario en marcha. Sin Durruti quedó más libre el camino para que el estalinismo, con la complicidad del gobierno del Frente Popular y de la dirección anarquista, terminara en mayo de 1937 la tarea de liquidar la revolución, desmoralizando a la clase obrera y facilitando con ello el posterior triunfo franquista.


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