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Estado español :: 19/10/2007

90 aniversario de la Revolución rusa

Julian Vadillo
La participación de los anarquistas en un fenómeno del pueblo como la Revolución no puede quedar en el olvido. Cuando se cumplen noventa años de aquel acontecimiento es deber de todo revolucionario recordarlo. La Revolución rusa no es la revolución de los bolcheviques, sino la revolución del pueblo, con el que siempre estuvieron los anarquistas.

El 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre según el calendario juliano ruso) se producía uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia de la humanidad. Ese día, tras los acuerdos tomados en el Colegio Smolny por el Segundo Congreso Panruso de los Soviets, se producía la caída del régimen liberal burgués que dominaba Rusia desde febrero de ese año y se procedía al establecimiento de una sociedad socialista. Desde las jornadas de la Comuna de París de 1871, no se producía un fenómeno similar.

Pero los antecedentes y las consecuencias de aquel acontecimiento no deben quedar en el olvido, sobre todo porque todos los relatos sobre los mismos no han sido justos con la participación anarquista en aquellas jornadas históricas.
Rusia había tenido una profunda tradición revolucionaria desde el siglo XIX. Los trabajadores y los campesinos rusos, a pesar de ser analfabetos y estar fuertemente controlados por la Iglesia, siempre tuvieron un componente de insatisfacción que le
hizo buscar horizontes mejores en una sociedad que les era completamente adversa. Desde el movimiento decembrista de 1825 hasta el estallido revolucionario de 1905, se van formando una serie de ideologías y movimientos que servirán como avanzadilla de lo que será el posterior desarrollo revolucionario de 1917.
La revolución de 1905 ya había dado un toque de atención a las estructuras autocráticas de Rusia. La figura del zar, que se creía la encarnación de Dios en la tierra, había estado hasta ese momento a salvo de unas masas populares que creían que el dirigente máximo de Rusia estaba siendo engañado por una corte corrupta. Pero los sucesos del domingo sangriento de enero de 1905, donde las fuerzas del zar, por orden directa de Nicolás II, abrieron fuego contra las masas trabajadoras que se dirigían a solicitarle leves mejoras en sus condiciones, mostró dónde estaba el zar y cuál era la actitud que tendría con el pueblo.

La fuerte represión generada por la oleada revolucionaria de todo el año 1905 dejó muy malparado al zar, que para evitar una caída inminente, tuvo que conceder la apertura de la Duma (parlamento ruso) y otorgar determinados derechos democráticos, que él mismo se encargó de enterrar cuando la situación le volvió a ser favorable. Las reformas que Sergei Witte o Alexander Stolypin intentaron introducir se tornaron en auténtico fracaso.

Igualmente el desarrollo de las ideologías obreras, representadas en Rusia por el marxismo, el anarquismo y el populismo, no paraba de crecer. Las ideas finalistas de estas ideologías iban avanzando entre la mentalidad del pueblo ruso. El Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia (con todas sus escisiones y variantes), el Partido Social Revolucionario y los grupos anarquistas iban canalizando el descontento de la población rusa. Si durante las jornadas de 1905 fue el PSR quien más dinamizó, la represión que cae sobre él hace que sea el Partido Socialdemócrata, con su fracción bolchevique, quien va ganando más adeptos desde 1912, año de la fundación como tal del Partido Bolchevique. Pero la victoria de los bolcheviques tras la toma revolucionaria de octubre de 1917, y el no cumplimiento de las expectativas marcadas por éstos, hace que el anarquismo se convierta en una realidad para el pueblo ruso y en una alternativa viable para la consolidación definitiva de la Revolución.
El año 1917 fue duro en Rusia. La Primera Guerra Mundial estaba haciendo mella tanto en el Ejército como en el pueblo ruso. Los bolcheviques llevaban tiempo con la consigna de alistamiento en el Ejército para sembrar el caos en el frente y poder así forzar una salida revolucionaria que contara con el apoyo de los soldados. Igualmente la figura de los soviets se va extendiendo por toda Rusia. Paulatinamente la Asamblea Constituyente que se había establecido tras la caída del zar en febrero de 1917, va perdiendo peso a favor del poder popular que representaba el soviet. Y lejos de la mitificación de los soviets como órganos bolcheviques, todas las tendencias revolucionarias, desde las más moderadas de los mencheviques hasta las más radicales de los anarquistas, se encontraban representadas en su seno. Por ejemplo el soviet de Bialystok, ciudad que durante la Segunda Guerra Mundial sufrirá los horrores del nazismo, era de mayoría anarquista desde su origen. Los bolcheviques lo que hicieron fue un intento de control de todos los soviets para ponerlos a disposición del Partido Bolchevique, algo que buscaron desde 1905.
Igualmente la Flota del Báltico tenía fama de estar formada por abnegados revolucionarios. La guarnición de Kronstadt, donde los anarquistas tenían un gran peso, siempre fue una de las primeras en acudir a Petrogrado para ayudar al establecimiento definitivo de las estructuras revolucionarias.
Los derechistas empezaron a reaccionar ante el avance revolucionario. En agosto de 1917 el general Kornilov intenta dar un vuelco a la situación y retomar el camino de la autocracia zarista. Kerensky, temeroso de que armar al pueblo sea su final, no tiene otra salida. Los anarquistas vuelven a ser protagonistas en el aplastamiento del golpe de Kornilov y la caída de Kerensky. La División Dvitsti, dirigida por los anarquistas Gratchov y Fedotov participa de pleno.

Los bolcheviques crecían y articulaban un partido que estaba dispuesto a tomar el poder. Los anarquistas no les iban a la zaga y el desarrollo de su propaganda les colocó en muy buen lugar durante las jornadas de octubre de 1917. Varios son los grupos y organizaciones anarquistas rusas que se desarrollan durante esta época. A destacar la Unión de Propaganda Anarcosindicalista Goloss Truda (La voz del trabajo), con un órgano de expresión homónimo que llegó a convertirse en diario. Tenía su peso fuerte en Moscú y en Petrogrado y llegó a impulsar una editorial de libros anarquistas.

Por otras parte se desarrolla la Federación de Grupos Anarquistas de Moscú, que editaba el diario La Anarquía. Tuvo una larga vida, hasta las jornadas de febrero-marzo de 1921, cuando son aniquilados por la dictadura bolchevique.
Por último destacar a la Confederación de Organizaciones Anarquistas de Ucrania, con el periódico Nabate (La Campana). Su propósito fue la creación de una Confederación Anarquista Panrusa. Al estar en Ucrania colaboró con el Ejercito Insurreccional Majnovista de Nestor Majnó.

Junto a ellos en distintas ciudades de la geografía rusa existían multitud de grupos anarquistas. Y es precisamente esta dispersión lo que para Volin, el mejor historiador del anarquismo ruso durante este período, significó el no triunfo del anarquismo en la Revolución. El haber unificado tendencias y organizaciones hubiese podido contrarrestar la propaganda y el empuje de los bolcheviques.
Aun así la posición de los anarquistas rusos es clara respecto a los bolcheviques, merced a que la propaganda en la calle es muy similar entre los dos grupos, lo que hacía difícil a la población la distinción de un bolchevique y de un anarquista. Los anarquistas consideran que como tal deben de estar en la calle, con las masas revolucionarias, porque es deber de todo revolucionario apoyar la Revolución. Y en la calle están todas las tendencias en liza. Allí es donde se tiene que mostrar la diferencia entre los socialdemócratas y los anarquistas. Porque ambos grupos defienden ¡Todo el poder a los soviets!, aunque los anarquistas apostillan: "consideramos negativa toda acción de las masas desencadenada por fines políticos y bajo la égida de un partido político; y, concibiendo de modo bien distinto, el comienzo como el desarrollo de una verdadera revolución social".

Pero la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques en octubre de 1917, actividad en la cual participan los anarquistas, significa también el inicio de la represión contra el movimiento libertario. Durante 1918, si bien se pudo en muchos aspectos seguir desarrollando una propaganda efectiva entre los trabajadores, lo que hacía que los anarquistas siguieran siendo referencia, los bolcheviques en el gobierno comenzaron a clausurar centros anarquistas y a detener a sus militantes, que a la altura de 1919 abarrotaban las cárceles rusas. Aun así, algunos de ellos seguían teniendo tal prestigio que los bolcheviques no actuaban contra ellos. Es el caso del histórico Kropotkin, que desde Dimitrovo envió cartas a Lenin diciéndole que se estaba equivocando en el curso de la revolución. También anarquistas como Emma Goldman o Alexander Berkman, que se fueron de Rusia tras la represión de la Comuna de Kronstadt en 1921. Otros anarquistas que fueron respetados y de los que se desconoce el paradero, es el caso de Perkus y Petrovsky. Otros no corrieron la misma suerte. Volin fue encarcelado y León Chorny y Fanny Baron asesinados. Algunos anarquistas, persuadidos por la propaganda bolchevique, pasaron a engrosar sus filas. Al producirse el Congreso de la Internacional Sindical Roja, el delegado de la CNT de España, Ángel Pestaña, pregunta por los anarquistas rusos encarcelados. Trotsky contesta que en la cárcel no hay anarquistas sino bandidos que se hacen llamar anarquistas. Fue algo que Pestaña no pasó por alto y sirvió, entre otras cosas, para que la CNT española no se adhiriera a la Internacional Comunista. En el ámbito de la represión, la Cheka actuó con dureza contra el anarquismo. Trotsky manifestó que la cheka "barra con escoba de hierro al anarquismo de Rusia".
La represión del movimiento de Majnó en Ucrania y la represión de Kronstadt son los últimos episodios del anarquismo organizado ruso.

La participación de los anarquistas en un fenómeno del pueblo como la Revolución no puede quedar en el olvido. Cuando se cumplen noventa años de aquel acontecimiento es deber de todo revolucionario recordarlo. La Revolución rusa no es la revolución de los bolcheviques, sino la revolución del pueblo, con el que siempre estuvieron los anarquistas. El exilio ruso transmitió toda la epopeya del pueblo e hizo ver que el establecimiento de una sociedad socialista sin el yugo del Estado era posible. Hoy más que nunca el ejemplo de Rusia debe de servir para las luchas de hoy y del porvenir.


Julian Vadillo es historiador
 

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