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Andalucía :: 06/03/2015

Andalucía ante el TTIP

Antonio Torres
En este sentido, debemos entender el TTIP, como una respuesta occidental al reto euroasiático con los siguientes objetivos

Aunque las alarmas sobre las posibles consecuencias del TTIP, o Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión, empezaron a sonar con fuerza a mediados del  pasado año 2014, concretamente cuando en marzo se filtró un primer borrador del proyecto, lo cierto es que el TTIP se viene negociando en secreto desde 2013. El Presidente de EEUU, Barack Obama, en su discurso del estado de la Unión del 12 de febrero de 2013 apeló a un acuerdo que facilitará los flujos y rebajara las tensiones comerciales a ambos lados del Atlántico, al día siguiente, el Presidente de la Comisión Europea por aquel entonces, el portugués José Manuel Durao Barroso, anunció el inicio de las conversaciones para el acuerdo, que, como se ha dicho antes, se han mantenido en la más estricta opacidad.

Entre los objetivos declarados del TTIP filtrados en su momento estaban la reducción hasta el máximo posible todas las obligaciones aduaneras entre la Unión Europea y los EEUU, si bien este objetivo se podría dar ya por conseguido en la actualidad, aún existe cierto “proteccionismo” europeo a las importaciones agrícolas desde los EEUU, donde se mantienen  fuertes aranceles. El TTIP se propone también reducir al máximo las llamadas barreras no arancelarias, es decir,  diferentes normas que evitan los flujos comerciales que afectan a diferentes campos: normas  de carácter ético, político, sociales, laborales,  de protección de la salud o del medioambiente, financieras, etc. Por último, y quizá lo más polémico de lo conocido hasta ahora, es la intención del TTIP  de proporcionar a las corporaciones privadas el  derecho de litigio contra las leyes y regulaciones de los diversos estados, en aquellos casos en los que las corporaciones sientan que tales leyes y regulaciones representen obstáculos innecesarios para el comercio, el acceso a los mercados públicos y a las actividades de suministro de servicios; la intención es que estos litigios no se establezcan bajo las jurisdicciones de los estados nacionales, sino a través de estructuras privadas de arbitrio denominadas “mecanismos de resolución de conflictos”.

No hay que ser un sesudo analista para darse cuenta que este Tratado supone un ataque frontal contra la clase obrera y los pueblos de los Estados Unidos y de la Unión Europea. Un tratado que busca eliminar cualquier barrera a la obtención de beneficios por parte de las grandes multinacionales europeas y norteamericanas a costa de una mayor tasa de explotación de la clase obrera. Es profundamente antidemocrático, tanto lo es que cualquier multinacional podrá denunciar a cualquier Estado cuando ésta crea o sienta  que cualquier cambio legislativo la puede perjudicar, pero no solo eso, sino que el llamado “mecanismo de resolución de conflictos”, es decir, el tribunal que tendría que velar por la justeza de dicha reclamación, está al margen de cualquier legalidad estatal, para ser más claros: las multinacionales serían jueces y partes en esas reclamaciones.

El TTIP es una seria amenaza contra el sector público, especialmente,  contra la sanidad y la educación públicas, pero también contra cualquier control público de servicios básicos para la comunidad, como el agua, por poner un ejemplo.  También es una seria amenaza contra nuestro medio ambiente y  contra nuestra salud, tanto en lo que puede suponer de comercialización de transgénicos o de inseguridad alimentaria, ya que con este acuerdo las 30.000 sustancias ahora prohibidas por la UE pero que se permiten en los EEUU podrían colarse en alimentos, cosméticos, etc.,  como, por otro lado, con la preeminencia de las patentes de las multinacionales farmacéuticas frente a los genéricos.

Antes de analizar las posibles consecuencias que la aplicación del TTIP puede tener para una nación sin Estado como Andalucía, debemos hacer un esquema más general sobre el TTIP desde el punto de vista de la lucha de clases, contextualizándolo en una situación de crisis sistémica capitalista y de la consecuente agudización de las contradicciones interimperialistas, concretamente entre el bloque capitalista neoliberal occidental, Unión Europea y Estados Unidos, y el bloque euroasiático, representado por Rusia y China.

El TTIP, la lucha de clases y las contradicciones interimperialistas

Son muy frecuentes los análisis en los que la lucha de clases se acota sólo y exclusivamente a las contradicciones que se dan en el seno de la base económica entre el trabajo, la fuerza de trabajo, concretamente, y el capital. Sin embargo, escasean los análisis donde se ponen en una relación dialéctica las contradicciones en la base y la superestructura, ya que, por el lado contrario, también abundan los análisis en los que las cuestiones políticas, o los problemas democráticos, de genero o medioambientales se desvinculan del modo de producción capitalista y de sus leyes de funcionamiento más elementales.  Desde el marxismo, reivindicamos una explicación global, dialéctica, que ponga en relación los problemas de la superestructura con una base económica, que es determinante, no lo negamos, pero, como solían decir nuestros clásicos: lo es en última instancia.

Al respecto, recientemente, ha sido publicado un artículo muy interesante que puede servir para explicar mejor esta cuestión que entendemos fundamental. Se trata del artículo de Diego Farpón  “Algunas notas sobre el TTIP y la lucha de clases” (http://kaosenlared.net/algunas-notas-sobre-el-ttip-y-la-lucha-de-clases/). Consideramos muy acertada la propuesta central de este artículo: “La lucha contra el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión, conocido como TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) es una nueva oportunidad para la izquierda de volver a sus valores: revolución socialista e internacionalismo, lucha contra los estados burgueses y lucha contra las estructuras supranacionales del capital.”, también es, como no, muy acertada la tesis principal del artículo: “El TTIP no surge porque sí, no es ningún capricho de la oligarquía internacional, ni muestra ninguna maldad de dicha oligarquía: el TTIP es la concreción histórica del desarrollo del capital y sus necesidades objetivas. El capitalismo tiende a la concentración y centralización de capitales, y el TTIP es un gran avance legislativo para el desarrollo de la economía capitalista –el sistema jurídico es en lo fundamental, aunque no sólo, un reflejo de las necesidades del sistema productivo-.
El capitalismo, fruto del proceso de concentración y centralización de capitales tiende a los monopolios. En este sentido el TTIP supone allanar el camino a la tendencia del capital, en un contexto de crisis –en las crisis, de por sí, se acentúan los mecanismos del capitalismo para producir su refundación- para favorecer, especialmente, a la oligarquía y perjudicar toda aquella economía que no sea monopolista u oligopólica. La crisis orgánica del capitalismo se ha producido cuando ha sido imposible revertir la caída de la tasa de ganancia. El capitalismo muestra en estas crisis como tiene, objetivamente, un final: se produce un colapso del sistema económico que es imposible evitar
”.   Pero no solo eso, sino que da en el clavo en una cuestión fundamental: “La lucha revolucionaria siempre es una lucha concreta. Ninguna lucha que carezca de objetivos concretos en función del momento histórico es revolucionaria: se convierte en una abstracción incapaz de incidir en la lucha de clases y en la historia. Hoy necesitamos un análisis concreto del TTIP, algo que, como ya he señalado, se ha elaborado, pero también una propuesta concreta: ¿por qué luchamos contra el TTIP? ¿queremos parar el TTIP o queremos canalizar la lucha contra el TTIP para avanzar en la construcción del nuevo bloque histórico hegemónico que luche por otro modelo económico y social?”.

¿Dónde está entonces el problema en el artículo mencionado de Diego Farpón? Está en que, justamente, se queda en no relacionar la contradicción en la base económica con los problemas en la superestructura, cuando están íntimamente relacionados y cuando, además, precisamente es la clase obrera la mayor perjudicada por los problemas democráticos, medioambientales o de salud pública. Pongamos un  buen ejemplo de lo que estamos planteando, la multinacional francesa Veolia demandó al Estado egipcio nada más y nada menos que por subir el salario mínimo interprofesional de 41 a 72 euros mensuales ante uno de estos tribunales ad hoc a los que hemos hecho referencia antes.
Las necesidades del capitalismo en esta fase exigen el fin de la democracia, el fin del poder político y acabar con la ficción de que el Estado es un ente neutro; o el Estado y sus instituciones sirven a sus intereses única y exclusivamente o se socava, se mina cualquier resquicio de soberanía nacional y democracia.

Si, como es de prever, la aplicación de este Tratado puede suponer un aumento del paro, una reducción de salarios y un aumento en los precios de productos básicos al darse una mayor concentración de la oferta, podemos suponer, como consecuencia, que será la clase obrera la que consumirá en masa alimentos con sustancias dañinas y perjudiciales para la salud, la que tendrá más problemas para acceder a medicamentos o a servicios como la educación o la salud, como de hecho ya está ocurriendo. Por supuesto, un Tratado como éste afecta al conjunto de lo que podíamos denominar como pueblo, es decir, trabajadores autónomos, profesionales, pequeños  y medianos propietarios, etc., es más, el capitalismo actualmente no tiene más remedio que acentuar su lucha contra los pueblos, abriendo la oportunidad de crear verdaderas alianzas revolucionarias del pueblo frente a las oligarquías y las multinacionales, por una democracia popular socialista.  Hoy más que nunca la democracia no es un significante vacío de significado, hoy defender la democracia es enfrentarse al capitalismo, no cabe otra. La clase obrera  y sus organizaciones han de ponerse al frente de la lucha de los pueblos, por la democracia, por la soberanía nacional,  por la defensa de lo público, por la defensa del medio ambiente, etc.

El TTIP también es fruto de la fuerte agudización de las contradicciones interimperialistas en el mundo. No podemos olvidar que el TTIP no se puede desligar de su “tratado hermano”, el TTP, el Tratado Transpacífico, firmado por EEUU, Chile, Colombia, México, Japón y Vietnam.  A poco que nos fijemos, veremos que entre los firmantes de estos tratados no encontramos a ninguno de los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), países que en estos años han venido experimentando un espectacular crecimiento y desarrollo económico, y que a pesar de la crisis capitalista que estamos sufriendo, han conseguido fuertes ritmos de crecimiento, especialmente China. Sin embargo, estos países no componen un bloque homogéneo en absoluto, India, por ejemplo, no ofrece ningún signo de rivalidad hacia los EEUU o la UE, por otro lado, tanto Brasil como Sudáfrica suelen tener posiciones ambiguas y vacilantes, pero en todo caso no ofrecen tampoco signos apreciables de rivalidad frente a los EEUU o el bloque europeo, más allá de posiciones puntuales  fruto de presiones por la izquierda que existen en los partidos de gobierno de ambos países, PT en Brasil, ANC en Sudáfrica, de la defensa de determinados aspectos relacionados con la soberanía e independencia económica de ambos países, o con la defensa de determinados “intereses regionales” latinoamericanos o africanos, respectivamente, así como la defensa de las relaciones y las alianzas comerciales de ambos países especialmente con China.  Sin embargo,  el que estos países no den muestras de rivalidad e incluso, en el caso de la India, mantengan excelentes relaciones comerciales y diplomáticas con los  EEUU y los Estados de la UE, no significa que no sean vistos  por éstos como auténticos rivales geopolíticos, ni que multinacionales norteamericanas y europeas instiguen a sus respectivos Estados a “disciplinar” a esos países, especialmente en lo que se refiere al posible abandono del dólar o del euro en las transacciones comerciales y al uso del yuan, el rublo u otras monedas nacionales.

Sin embargo, la cuestión cambia en lo que se refiere a Rusia y China. Ambos países no solo son advertidos por los EEUU y la UE como “auténticos peligros para la humanidad”, sino que la rivalidad es ya evidente, lo que no quita que, por ejemplo, en el caso de China se mantengan intensas las relaciones comerciales.  A pesar de que China ha crecido menos que en años anteriores, un 7,4% en el tercer trimestre de 2014, son ya muchos los indicadores que la sitúan como la primera potencia económica; por primera vez desde 1872, Estados Unidos no ocupa el primer lugar de PIB ajustado por paridad de compra, según datos del FMI, ese puesto habría sido ocupado en el 2014 por la República Popular China.  Por su parte, Rusia, desde la llegada al poder de Vladimir Putin la pasada década, comenzó una estrategia de desarrollo nacional  que superase el caos derivado de la caída de la Unión Soviética, basándose en una oligarquía  que no desea someterse a los dictados de occidente y que, sobre todo, es consciente de que sus intereses como clase solo pueden ser defendidos por un Estado nacional ruso fuerte e independiente.

Las tensiones en la arena internacional, desde el conflicto ucraniano, pasando por los conflictos en Siria, la presencia del llamado Estado Islámico o el acoso y cerco a Irán, hasta los problemas planteados en el Mar de China o por el programa nuclear en Corea del Norte, están empujando cada vez más a la Federación Rusa y a la República Popular China a entenderse. Frente al divide y vencerás que intenta una y otra vez Washington, y también Bruselas, lo que se ha dado es una mayor integración política y económica euroasiática. Pero no solo eso, este eje euroasiático está jugando un importantísimo papel económico en Latinoamérica junto a Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador o Argentina, y también en África, junto a Sudáfrica, fundamentalmente, o Nigeria.

En este sentido, debemos entender el TTIP,  como una respuesta occidental al reto euroasiático con los siguientes objetivos:

Limitar la soberanía de los Estados y disciplinar a los mismos en beneficio de las multinacionales norteamericanas y europeas y en detrimento de decisiones soberanas de los Estados que pudieran beneficiar a empresas rusas o chinas.El TTIP es un movimiento estratégico de EEUU para mantener su hegemonía, la hegemonía de un capitalismo neoliberal, bajo la cual también, no lo olvidemos, quedaría Europa subsumida, que no tendría el estatus de socio en igualdad de condiciones. Para ello contaría con una poderosa arma, pues de conformarse el bloque TTIP-TPP, éste englobaría en torno a un 75% del comercio y del PIB mundial. Esto permitiría tomar decisiones dentro del bloque sin apenas resistencias y sin tener en cuenta los intereses de los países externos, reglas que posteriormente se impondrán a los países que queden fuera del bloque. Legislar a voluntad las reglas de juego del comercio mundial es determinante en la estrategia hegemónica norteamericana; todo ello forzaría a China a tener que aceptar estas normas de comercio impuestas por Occidente y doblegaría, o al menos contendría de forma efectiva a Rusia, al poder aislarla económicamente.

Hay que señalar que la negociación del TTIP ha provocado ciertas disensiones en el seno de determinadas élites en Europa, especialmente en Alemania, donde los ex cancilleres  Schmidt o Schröder se han pronunciado en contra del TTIP, al entender que supondría una subordinación a Washington, igualmente Sigmar Gabriel, actual vicecanciller, también ha expresado sus reticencias al TTIP.

Como resumen, no podemos dejar de enmarcar el TTIP dentro de la lógica del capitalismo en su fase imperialista, tal y como fue teorizado por Lenin: “Por eso, sin olvidar la significación condicional y relativa de todas las definiciones en general, las cuales no pueden nunca abarcar en todos sus aspectos las relaciones del fenómeno en su desarrollo completo, conviene dar una definición del imperialismo que contenga sus cinco rasgos fundamentales siguientes, a saber: 1) la concentración de la producción y del capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este “capital financiero”, de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia particular; 4) la formación de asociaciones internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio del mismo entre los países capitalistas más importantes” (http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/IMP16s.html). Estas palabras de Lenin, de hace casi un siglo, no pueden estar de más relevancia en la actualidad.

¿Y Andalucía?

Para concretar el TTIP al marco andaluz, debemos recordar los objetivos concretos fundamentales: 1) acabar con las barreras arancelarias, especialmente las relacionadas con la producción agrícola; 2) acabar con las llamadas barreras no arancelarias, entendidas como la legislación que pueda impedir lo obtención de beneficios a las grandes multinacionales; y 3) el derecho de litigio a las multinacionales contra las instituciones.  A su vez estos objetivos tienen que ser puestos en relación con la consideración de Andalucía como un país configurado históricamente en la opresión, la marginación y la dependencia política, económica y cultural.

El conjunto de instituciones políticas andaluzas consideradas como propias, esto es, la Comunicad Autónoma de Andalucía, de ninguna de las maneras pueden ser consideradas como instituciones de un ente político soberano. Sin entrar en más consideraciones, dichas instituciones son el resultado de una desconcentración y, en algunos casos, de una descentralización de la gestión administrativa de determinados asuntos.  Por tanto, el TTIP no puede suponer un ataque a lo que no tenemos: soberanía nacional, poder de decisión.

Una primera visión nos debe llevar a concluir que la aplicación del TTIP ha de profundizar en los rasgos de marginación, sumisión, especialización económica y dependencia de Andalucía.  Este tratado, por la lógica seguida en años atrás, reforzará nuestro papel de país turístico, en el litoral, y suministradora de materias primas, fundamentalmente producción agrícola, aunque capítulo aparte merecería la cuestión agraria, es decir, analizar las consecuencias del TTIP en el campo andaluz.  No podemos olvidar el hecho de que sector agroalimentario supuso en el 2011 aproximada mente el 20% del PIB andaluz.

El TTIP, sin lugar a dudas, profundizará, como viene haciendo la PAC, en el acaparamiento en manos privadas de la tierra, según datos del INE del 2011, el 2% de los propietarios acapara el 50% de la tierra. Este proceso de acaparación tiene como consecuencia la especulación y la subida del precio de la tierra.  Si las tierras públicas no han sido capaces de desarrollar una alternativa, definitivamente, con el TTIP lo serán menos aún, siendo objeto de privatizaciones, ya más del 95% de las explotaciones de la tierra andaluza están bajo regímenes de propiedad privada. A la vez, grandes corporaciones están detrás de este proceso de acaparamiento de tierras. Entre las 16 comarcas españolas con mayor presencia de sociedades mercantiles propietarias de tierra, diez se encuentran en Andalucía.

La reivindicación de soberanía alimentaria, tal y como se ha venido reivindicando desde el SAT y las organizaciones ecologistas, viene a chocar frontalmente contra el TTIP, es decir, conseguir abastecer a la población andaluza con su producción agrícola, manteniendo razas y semillas, de una forma respetuosa con el medio ambiente, choca inevitablemente con una gran industria que solo busca el valor de cambio, que busca una agricultura de exportación, con puestos de trabajo de semiesclavitud, y sin una industria transformadora local que fije a la población rural en sus pueblos. Estamos hablando de una visión colonial del campo andaluz desde un punto de vista económico.

La alimentación de la población es un gran negocio para las multinacionales, el TTIP puede suponer la derogación de toda la normativa europea que regula la seguridad de la producción agrícola. Detrás están conocidas multinacionales norteamericanas como Monsato y Cargill. La producción agrícola norteamericana se encuentra con grandes dificultades a la hora de acceder al mercado europeo, no solo con dificultades arancelarias, sino con normativas sobre seguridad alimentaria y medio ambiente. En el punto de mira se encuentra el llamado principio de precaución, por el que cualquier sustancia sospechosa de ser tóxica no puede sacarse al mercado sin que la empresa previamente haya demostrado su inocuidad. Sin embargo, en EEUU las cosas ocurren de un modo diferente. La empresa saca el producto al mercado y después tiene que ser la administración quien demuestre que es tóxico para poder prohibirlo.  También se pretende el llamado reconocimiento mutuo de productos: esto significa que un producto norteamericano que cumpla los estándares de Estados Unidos se permitiría de forma automática en la UE incluso si no cumple las normas de la UE, y viceversa.  Tampoco podemos olvidar que lo que se pretende es inundarnos de productos genéticamente modificados, al respecto, hay que señalar que Andalucía es un auténtico campo de experimentación de transgénicos, entre el 2009 y el 2011, saltaron las alarmas por las solicitudes de plantaciones experimentales de transgénicos, especialmente en la provincia de Sevilla en localidades como  Alcalá del Rio, Marchena, Lebrija, Dos Hermanas, Guillena, Écija, Utrera o El Cuervo, detrás, como no, estaban la tenebrosa Monsanto, pero también Bayer y Pioneer.

Por otro lado, la eliminación de aranceles (recordemos que el sector agrario es de los pocos sectores donde los aranceles son algo más altos) y la autorización de una serie de productos y prácticas propias de las grandes explotaciones estadounidenses (hormonas, uso masivo de antibióticos, etc.) harán muy difícil que las explotaciones andaluzas puedan competir con las explotaciones norteamericanas,  más penetradas por el capital de las empresas multinacionales. Estamos ante la recta final de un proceso de implantación de un modelo agrario basado en grandes explotaciones propiedad de grandes empresas dedicadas al monocultivo. En aras de la competencia, la calidad de la producción agrícola andaluza deberá bajar en calidad y adaptarse  a las normas del mercado, y como no, los trabajadores del campo andaluz sufrirán las consecuencias con sueldos cada vez más miserables.

Andalucía como país colonial, objeto de grandes inversiones especulativas en el litoral, con una economía extractiva en el interior, en el que las instituciones autonómicas surgidas del régimen español del 78 serían si cabe más inútiles que nunca, ese es el panorama y como complemento: mayor tasa paro, y eso que en la actualidad tenemos un 34% de paro, todavía peores condiciones laborales y sociales, mayores desigualdades, peor sanidad, peor educación, etc. No exageramos si decimos que Andalucía puede vivir una regresión al siglo XIX con la aplicación del TTIP si no se pone remedio, ¿y cuál sería el remedio? Para un país como Andalucía, concretamente, para el conjunto del pueblo trabajador, es decir, su mayoría social, la solución no puede ser otra que la conquista del poder político, de unas instituciones libres y soberanas que estén al servicio de la clase obrera y del conjunto del pueblo oprimido andaluz.

La  lucha revolucionaria por la soberanía nacional

Recientemente, con la victoria electoral de Syriza en Grecia se ha reavivado el debate sobre el margen de maniobra de un gobierno de izquierdas en el marco de la Unión Europea y cabría también decir de la OTAN.  Hemos visto como después de un momento inicial en el que el nuevo gobierno griego parecía plantar cara a Bruselas se ha pasado a aceptar, al menos, que todo siga igual, dando al traste  momentáneamente con las promesas del fin de la austeridad y con el programa de “salvamento social” propugnado por Syriza. Todo este debate tiene que ver lógicamente con la soberanía nacional como instrumento en manos del pueblo trabajador para hacer frente a las agresiones imperialistas.

Como afirmaba hace poco el dirigente crítico de Syriza, Stathis Kouvelakis: ”Algunos de los debates que hemos tenido en Syriza se han resuelto de una manera negativa. La idea de que podríamos romper con las políticas de austeridad y sin embargo, evitar la confrontación con la Unión Europea ha sido refutada en la práctica. La tendencia mayoritaria en Syriza evitó dar una respuesta clara a lo que sucedería si los acreedores de Grecia se negaban a negociar. Los que mantenían esta posición también pensaban que nuestros socios europeos estarían obligados a aceptar la legitimidad de Syriza y a aceptar las demandas del gobierno griego. Y hemos podido ver claramente que este no es el caso. La tendencia dominante dentro del liderazgo de Syriza tiene la ilusión de que es posible cambiar las cosas, incluso dentro del marco de la Unión Europea actual. Estas instituciones han mostrado su verdadero rostro, que es la imposición de políticas neoliberales extremadamente duras y otras políticas que conducen a la marginación económica y social de países enteros (…) Hay un obstáculo real, no sólo una barrera psicológica, sino también una barrera que tiene que ver con la estrategia política. Como casi toda la izquierda radical europea, Syriza cree en la idea de que es posible reformar y transformar las instituciones europeas existentes desde dentro”  (https://borrokagaraia.wordpress.com/2015/02/25/coyuntura-griega-tras-triunfo-de-syriza/) .

Como se ha señalado al  principio, debemos enmarcar el TTIP en el contexto general de la lucha de clases, pero en una visión global de la lucha de clases, sin economicismos ni visiones unilaterales. La lucha de los grandes corporaciones por aumentar la tasa de beneficios está llevando a la humanidad a la ruina, pero la solución no puede venir de la ilusión en creer que se puede negociar de tú a tú con las instituciones del imperialismo o a pensar que el imperialismo da legitimidad a los resultados electorales, bueno, en realidad, los imperialista  si  respetan y  legitiman los procesos electorales cuando sus candidatos resultan ganadores.  El imperialismo no respeta ni sus propias normas de juego.

La lucha contra el TTIP, pero en general contra el capitalismo en su fase imperialista, posibilita a la clase obrera la creación de alianzas políticas con otros sectores de la población oprimidos. Un gran frente popular antiimperialista, contra el TTIP, contra la UE, la OTAN, las grandes corporaciones y las injerencias norteamericanas es más posible y necesario que nunca, pero el caso griego nos advierte que encabezando ese gran frente ha de estar la clase obrera y que sus organizaciones políticas que hagan romper con la ilusión ingenua de que es posible negociar con el imperialismo de igual a igual. La unidad popular ha de ser hacia la ruptura de los marcos establecidos por los imperialistas, en buena lógica tácticamente se pueden definir muchos y diferentes escenarios de ruptura hasta incluso renuncias temporales, siempre y cuando persigan la estrategia rupturista.

Al respecto, debemos luchar contra toda ilusión de restaurar un capitalismo ajeno a las doctrinas neoliberales, ya sean bajo las propuestas socialdemócratas, keynesianistas o neokeynesianas de izquierdas.  Estas propuestas coinciden en señalar que  la crisis que vivimos es de falta de demanda, por tanto, estimulando la demanda se solucionarían todos los problemas. Se idealiza el papel del Estado, se niega la lucha de clases, pero sobre todo, se idealiza un periodo histórico único del capitalismo en el que fueron posibles en el Occidente capitalista cierta redistribución de las rentas y cierto bienestar social obrero y popular, dependiendo del país. Ese periodo fue único e irrepetible, hoy, el capitalismo no se puede entender sin las recetas políticas neoliberales, el TTIP es buen ejemplo de esto que estamos diciendo. El capitalismo si quiere sobrevivir tiene que ser neoliberal, es decir, profundamente antidemocrático, destructor del medio ambiente, opresor de los pueblos y de su soberanía,  y más agresivo que nunca contra la clase obrera que nunca.

También es necesario aprovechar las contradicciones interimperialistas, en el caso griego, observamos como Syriza, al principio, parecía querer explotar dichas contradicciones, especialmente cuando se insinuó la posible compra de deuda griega por parte de Rusia.  Hoy por hoy, cualquier estrategia de ruptura y de desconexión con las instituciones o con los acuerdos de los imperialista ha de implicar la explotación de sus contradicciones, concretamente, ha de implicar un acercamiento al bloque euroasiático ruso-chino, en conjunto a los BRICS, así como al bloque progresista latinoamericano.
 Acercamiento que no ha de estar exento de crítica y que por supuesto no puede condicionar un camino propio desarrollo, al respecto queremos hacer notar que a pesar de considerar tanto a China como a Rusia como países imperialistas, no podemos de ninguna de las maneras asimilarlos al imperialismo norteamericano o al de los Estados de la Unión Europea caracterizados por su voracidad, injerencias, y sobre todo, agresividad y violencia. Insistimos, estamos hablando de esta coyuntura, quizá en otra, las formas agresivas corresponderían a otros actores, pero hoy esas formas les corresponden a norteamericanos y europeos como hemos podido observar en Libia, Mali, o actualmente en Ucrania, Siria, Irak o Venezuela.

Hillary Clinton definió al TTIP como la “OTAN económica”, debemos recordar que la OTAN se creó contra la URSS y las democracias populares del este europeo bajo la locura anticomunista, hoy, se trata de la locura neoliberal, de pura supervivencia del capitalismo como medio de producción. En esa locura neoliberal, de contradicciones interimperialistas hace falta disciplinar a los viejos aliados de la “guerra fría” contra el peligro euroasiático.

Antonio Torres “Antón”

 

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